21 posts de octubre 2009

Peter von Winter, un hijo de Mannheim

Peter von Winter era hijo de un brigadier y tenía sólo diez años de edad cuando se convirtió en violinista en la corte de Mannheim, desde donde pudo ser testigo del apogeo de la Escuela de Mannheim. Cuando la orquesta se trasladó a Munich, Winter fue uno de los que se trasladó a la capital bávara, donde permanecería hasta su muerte, en 1825, a los 71 años de edad. Curtido como compositor a las órdenes de Anton Joseph Hampel y el Abad Vogler, pronto hizo un nombre en Munich como compositor de óperas. Su ópera El sacrificio interrumpido tuvo tal éxito que muy pronto se representó fuera de las fronteras de Baviera.

Los viajes de Winter a otras ciudades, que le permitieron conocer personalmente a Mozart, le dieron una visión muy amplia de la música de su tiempo. Si bien la música teatral fue su principal actividad, ciertamente su producción instrumental no es menos interesante, muy especialmente gracias a ese influjo mozartiano, además de la inspiración temática de que hace gala en ella y los sorprendentes registros que extrae de los diversos instrumentos.

Como hábil violinista que era, no cabe duda de que Winter escribió con gran placer su sinfonía concertante en si bemol mayor, en la que este instrumento desarrolla un importante papel. De hecho, explora el potencial técnico del mismo hasta sus límites más extremos.

La aportación de Winter a la música del sur de Alemania fue tan grande en su tiempo que en 1814 se le otorgó un título nobiliario. En el momento de su muerte, todas las voces del mundo musical fueron elogiosas hacia él. Un crítico lo describió como siempre hermoso, ya fuese dentro de los ropajes clásicos de la poesía trágica francesa, como calzando el genio dramático de los británicos. Siempre agradaba y entretenía, sin cansar jamás.

Hoy en día, tenemos juicios como el del estudioso Kretschmar, para que el que Winter no era más genio que Simon Mayr, pero era representativo de esa hábil artesanía que combinada con una solidez profesional demuestra que el camino hacia la perfección es menos corto.

Hoy en Acompasa2 la Sinfonía Concertante en si bemol mayor de Peter von Winter, en la interpretación del Consortium Classicum y la Academy of St. Martin-in-the-Fields, a las órdenes de Iona Brown. Los solistas son los siguientes: Werner Grobholz, violín; Dieter Klöcker, clarinete; Nikolaus Grüger, trompa; y Karl-Otto Hartmann, fagot.

Peter von Winter, un hijo de Mannheim

Peter von Winter era hijo de un brigadier y tenía sólo diez años de edad cuando se convirtió en violinista en la corte de Mannheim, desde donde pudo ser testigo del apogeo de la Escuela de Mannheim. Cuando la orquesta se trasladó a Munich, Winter fue uno de los que se trasladó a la capital bávara, donde permanecería hasta su muerte, en 1825, a los 71 años de edad. Curtido como compositor a las órdenes de Anton Joseph Hampel y el Abad Vogler, pronto hizo un nombre en Munich como compositor de óperas. Su ópera El sacrificio interrumpido tuvo tal éxito que muy pronto se representó fuera de las fronteras de Baviera.

Los viajes de Winter a otras ciudades, que le permitieron conocer personalmente a Mozart, le dieron una visión muy amplia de la música de su tiempo. Si bien la música teatral fue su principal actividad, ciertamente su producción instrumental no es menos interesante, muy especialmente gracias a ese influjo mozartiano, además de la inspiración temática de que hace gala en ella y los sorprendentes registros que extrae de los diversos instrumentos.

Como hábil violinista que era, no cabe duda de que Winter escribió con gran placer su sinfonía concertante en si bemol mayor, en la que este instrumento desarrolla un importante papel. De hecho, explora el potencial técnico del mismo hasta sus límites más extremos.

La aportación de Winter a la música del sur de Alemania fue tan grande en su tiempo que en 1814 se le otorgó un título nobiliario. En el momento de su muerte, todas las voces del mundo musical fueron elogiosas hacia él. Un crítico lo describió como siempre hermoso, ya fuese dentro de los ropajes clásicos de la poesía trágica francesa, como calzando el genio dramático de los británicos. Siempre agradaba y entretenía, sin cansar jamás.

Hoy en día, tenemos juicios como el del estudioso Kretschmar, para que el que Winter no era más genio que Simon Mayr, pero era representativo de esa hábil artesanía que combinada con una solidez profesional demuestra que el camino hacia la perfección es menos corto.

Hoy en Acompasa2 la Sinfonía Concertante en si bemol mayor de Peter von Winter, en la interpretación del Consortium Classicum y la Academy of St. Martin-in-the-Fields, a las órdenes de Iona Brown. Los solistas son los siguientes: Werner Grobholz, violín; Dieter Klöcker, clarinete; Nikolaus Grüger, trompa; y Karl-Otto Hartmann, fagot.

Peter von Winter, un hijo de Mannheim

Peter von Winter era hijo de un brigadier y tenía sólo diez años de edad cuando se convirtió en violinista en la corte de Mannheim, desde donde pudo ser testigo del apogeo de la Escuela de Mannheim. Cuando la orquesta se trasladó a Munich, Winter fue uno de los que se trasladó a la capital bávara, donde permanecería hasta su muerte, en 1825, a los 71 años de edad. Curtido como compositor a las órdenes de Anton Joseph Hampel y el Abad Vogler, pronto hizo un nombre en Munich como compositor de óperas. Su ópera El sacrificio interrumpido tuvo tal éxito que muy pronto se representó fuera de las fronteras de Baviera.

Los viajes de Winter a otras ciudades, que le permitieron conocer personalmente a Mozart, le dieron una visión muy amplia de la música de su tiempo. Si bien la música teatral fue su principal actividad, ciertamente su producción instrumental no es menos interesante, muy especialmente gracias a ese influjo mozartiano, además de la inspiración temática de que hace gala en ella y los sorprendentes registros que extrae de los diversos instrumentos.

Como hábil violinista que era, no cabe duda de que Winter escribió con gran placer su sinfonía concertante en si bemol mayor, en la que este instrumento desarrolla un importante papel. De hecho, explora el potencial técnico del mismo hasta sus límites más extremos.

La aportación de Winter a la música del sur de Alemania fue tan grande en su tiempo que en 1814 se le otorgó un título nobiliario. En el momento de su muerte, todas las voces del mundo musical fueron elogiosas hacia él. Un crítico lo describió como siempre hermoso, ya fuese dentro de los ropajes clásicos de la poesía trágica francesa, como calzando el genio dramático de los británicos. Siempre agradaba y entretenía, sin cansar jamás.

Hoy en día, tenemos juicios como el del estudioso Kretschmar, para que el que Winter no era más genio que Simon Mayr, pero era representativo de esa hábil artesanía que combinada con una solidez profesional demuestra que el camino hacia la perfección es menos corto.

Hoy en Acompasa2 la Sinfonía Concertante en si bemol mayor de Peter von Winter, en la interpretación del Consortium Classicum y la Academy of St. Martin-in-the-Fields, a las órdenes de Iona Brown. Los solistas son los siguientes: Werner Grobholz, violín; Dieter Klöcker, clarinete; Nikolaus Grüger, trompa; y Karl-Otto Hartmann, fagot.

Una sinfonía de Gounod y un concierto de Massenet

Traemos hoy a Acompasa2 dos pequeñas joyas de dos grandes autores de la lírica francesa, pertenecientes a otros géneros musicales. El primero de estos autores es Charles Gounod, quien escribió su hermosa pequeña sinfonía en si bemol mayor para nueve instrumentos de viento bajo la influencia de la música camerística de Mozart.

Así como en 1870 un grupo de compositores franceses, entre los que se encontraba Gounod, fundaban la llamada Sociedad Nacional de Música, un puñado de instrumentistas de viento madera hacía lo propio, creando un conjunto denominado La trompeta. Su líder era el carismático flautista Paul Taffanel, y en los círculos musicales parisinos La trompeta comenzó a ser llamada la Sociedad Musical para Instrumentos de viento.

Esta sociedad gozó de gran reputación y a lo largo de los años, numerosos compositores escribirían obras para ella. A sus 60 años, Charles Gounod les ofreció un noneto para instrumentos de viento titulado Pequeña sinfonía. El estreno tuvo lugar el 30 de abril de 1885 ebn la Sala Pleyel de París con Taffanel a la flauta. El título de sinfonía puede inducir al equívoco ya que, a pesar de ser una obra estructurada en los cuatro movimientos tradicionales y de poseer un adagio introductorio en el primer movimiento, su carácter plenamente intimista lo remite sin duda al género camerístico, dejando un campo abierto para el encanto intelectual y una técnica más que brillante.


La otra obra que queremos ofrecerles, también debida a un grande de la lírica francesa es el concierto para piano de Jules Massenet que comparte con la sinfonía de Gounod la tonalidad de si bemol mayor. Los ídolos de Massenet no eran los operistas anteriores a él, sino Bach y Chopin, al que admiraba por encima de todas las cosas. Entre sus primeras ambiciones estuvo la composición de un concierto para piano, pero Massenet se sintió incapaz de acabarlo hasta 1902, cuando era el músico favorito del público parisino, y era un hombre rico y célebre. Acometió entonces esta tarea partiendo casi desde el principio.

El movimiento inicial, allegro non troppo, rinde un inevitable homenaje a Franz Liszt, viejo conocido de Massenet. En él una grandiosa cadenza da lugar a una trepidante danza húngara y un impetuoso pasaje de virtuosismo sobre el fondo de unos murmullos nacidos de la orquesta, que nos evocan el estilo característico de Hummel. Tras un movimiento largo en el que Massenet remarca la anotación bien cantado, un allegro muy ornamentado nos sumerge en una vigorosa rapsodia húngara, curiosamente titulada aires eslovacos, con la que concluye la obra. Massenet escribió la obra sobre su propio papel, denominado Massenet, un lujoso material fabricado especialmente para él. Como era habitual en él, el supersticioso compositor reemplazó el número de la página trece de la partitura por el doce bis.

Una sinfonía de Gounod y un concierto de Massenet

Traemos hoy a Acompasa2 dos pequeñas joyas de dos grandes autores de la lírica francesa, pertenecientes a otros géneros musicales. El primero de estos autores es Charles Gounod, quien escribió su hermosa pequeña sinfonía en si bemol mayor para nueve instrumentos de viento bajo la influencia de la música camerística de Mozart.

Así como en 1870 un grupo de compositores franceses, entre los que se encontraba Gounod, fundaban la llamada Sociedad Nacional de Música, un puñado de instrumentistas de viento madera hacía lo propio, creando un conjunto denominado La trompeta. Su líder era el carismático flautista Paul Taffanel, y en los círculos musicales parisinos La trompeta comenzó a ser llamada la Sociedad Musical para Instrumentos de viento.

Esta sociedad gozó de gran reputación y a lo largo de los años, numerosos compositores escribirían obras para ella. A sus 60 años, Charles Gounod les ofreció un noneto para instrumentos de viento titulado Pequeña sinfonía. El estreno tuvo lugar el 30 de abril de 1885 ebn la Sala Pleyel de París con Taffanel a la flauta. El título de sinfonía puede inducir al equívoco ya que, a pesar de ser una obra estructurada en los cuatro movimientos tradicionales y de poseer un adagio introductorio en el primer movimiento, su carácter plenamente intimista lo remite sin duda al género camerístico, dejando un campo abierto para el encanto intelectual y una técnica más que brillante.


La otra obra que queremos ofrecerles, también debida a un grande de la lírica francesa es el concierto para piano de Jules Massenet que comparte con la sinfonía de Gounod la tonalidad de si bemol mayor. Los ídolos de Massenet no eran los operistas anteriores a él, sino Bach y Chopin, al que admiraba por encima de todas las cosas. Entre sus primeras ambiciones estuvo la composición de un concierto para piano, pero Massenet se sintió incapaz de acabarlo hasta 1902, cuando era el músico favorito del público parisino, y era un hombre rico y célebre. Acometió entonces esta tarea partiendo casi desde el principio.

El movimiento inicial, allegro non troppo, rinde un inevitable homenaje a Franz Liszt, viejo conocido de Massenet. En él una grandiosa cadenza da lugar a una trepidante danza húngara y un impetuoso pasaje de virtuosismo sobre el fondo de unos murmullos nacidos de la orquesta, que nos evocan el estilo característico de Hummel. Tras un movimiento largo en el que Massenet remarca la anotación bien cantado, un allegro muy ornamentado nos sumerge en una vigorosa rapsodia húngara, curiosamente titulada aires eslovacos, con la que concluye la obra. Massenet escribió la obra sobre su propio papel, denominado Massenet, un lujoso material fabricado especialmente para él. Como era habitual en él, el supersticioso compositor reemplazó el número de la página trece de la partitura por el doce bis.

Una sinfonía de Gounod y un concierto de Massenet

Traemos hoy a Acompasa2 dos pequeñas joyas de dos grandes autores de la lírica francesa, pertenecientes a otros géneros musicales. El primero de estos autores es Charles Gounod, quien escribió su hermosa pequeña sinfonía en si bemol mayor para nueve instrumentos de viento bajo la influencia de la música camerística de Mozart.

Así como en 1870 un grupo de compositores franceses, entre los que se encontraba Gounod, fundaban la llamada Sociedad Nacional de Música, un puñado de instrumentistas de viento madera hacía lo propio, creando un conjunto denominado La trompeta. Su líder era el carismático flautista Paul Taffanel, y en los círculos musicales parisinos La trompeta comenzó a ser llamada la Sociedad Musical para Instrumentos de viento.

Esta sociedad gozó de gran reputación y a lo largo de los años, numerosos compositores escribirían obras para ella. A sus 60 años, Charles Gounod les ofreció un noneto para instrumentos de viento titulado Pequeña sinfonía. El estreno tuvo lugar el 30 de abril de 1885 ebn la Sala Pleyel de París con Taffanel a la flauta. El título de sinfonía puede inducir al equívoco ya que, a pesar de ser una obra estructurada en los cuatro movimientos tradicionales y de poseer un adagio introductorio en el primer movimiento, su carácter plenamente intimista lo remite sin duda al género camerístico, dejando un campo abierto para el encanto intelectual y una técnica más que brillante.


La otra obra que queremos ofrecerles, también debida a un grande de la lírica francesa es el concierto para piano de Jules Massenet que comparte con la sinfonía de Gounod la tonalidad de si bemol mayor. Los ídolos de Massenet no eran los operistas anteriores a él, sino Bach y Chopin, al que admiraba por encima de todas las cosas. Entre sus primeras ambiciones estuvo la composición de un concierto para piano, pero Massenet se sintió incapaz de acabarlo hasta 1902, cuando era el músico favorito del público parisino, y era un hombre rico y célebre. Acometió entonces esta tarea partiendo casi desde el principio.

El movimiento inicial, allegro non troppo, rinde un inevitable homenaje a Franz Liszt, viejo conocido de Massenet. En él una grandiosa cadenza da lugar a una trepidante danza húngara y un impetuoso pasaje de virtuosismo sobre el fondo de unos murmullos nacidos de la orquesta, que nos evocan el estilo característico de Hummel. Tras un movimiento largo en el que Massenet remarca la anotación bien cantado, un allegro muy ornamentado nos sumerge en una vigorosa rapsodia húngara, curiosamente titulada aires eslovacos, con la que concluye la obra. Massenet escribió la obra sobre su propio papel, denominado Massenet, un lujoso material fabricado especialmente para él. Como era habitual en él, el supersticioso compositor reemplazó el número de la página trece de la partitura por el doce bis.

"En la tormenta y el hielo", la única BSO de Paul Hindemith

Y vamos a presentarles ahora en Acompasa2 toda una rareza, la única partitura para el cine de Paul Hindemith, que es, además, una de las primeras bandas sonoras originales para un film de la historia. Por supuesto, hay ejemplos anteriores como El asesinato del Duque de Guisa de Saint-Saëns de 1908. La de Hindemith corresponde a En la tormenta y el hielo, una película de aventuras entre montañeros dirigida en 1921 por Arnold Fanck.

El propio Fanck escribiría a propósito de esta experiencia:

En 1921, Hindemith, que era amigo de mi cuñado, el doctor Temesvary, fue invitado a pasar un tiempo en nuestra villa de Friburgo. Por entonces estaba yo montando mi película "En la tormenta y el hielo" y la proyecté para mi familia y amigos. Hindemith la contempló con gran interés y me dijo excitado: “Lo que usted está haciendo es pura música”. Nunca olvidaré estas palabras. Entonces me dijo abiertamente que le gustaría escribir música para la película. Por entonces eso era algo completamente inusual. Así que en el curso de las siguientes semanas le proyecté diversos fragmentos y cronometraba la duración de cada escena para que él tomase las pertinentes notas. Entonces se sentaba al piano y tocaba la partitura que se le había ocurrido para cada bobina. Una vez hubo completado la composición la tocó para mi al piano y entonces tuve muy claro que aquella música reforzaría dramáticamente el efecto de mis imágenes.

El UFA Palast en Berlín iba a acoger el estreno de mi película y le entregué la partitura de la banda sonora, ya orquestada, a un director, para que la dirigiese en aquella sesión. Días después me dijo que rechazaba el cometido porque sólo estaba acostumbrado a poner a las películas su propia música, ya previamente escrita, lo que era una práctica habitual entonces. Más aún, me dijo que la obra de Hindemith era tan difícil que ninguna orquesta sería capaz de interpretarla. Esta negativa se repitió en otros tantos teatros y salas cinematográficas, y es que los directores sólo utilizaban su propia música o la que se hallaba disponible en el UFA Palast y que servía para cualquier película. Sólo logramos que el Teatro de Dusseldorf consintiera en ejecutar con su orquesta la banda sonora de En la tormenta y el hielo. Y allí vi claramente, cuanto reforzaba la música mis imágenes y el sentido de mi película. Y Hindemith se había prestado a esto sin cobrar ningún honorario, por el puro placer de hacerlo, y porque había vislumbrado en esta sinfonía visual una partitura a escribirse.

Hindemith dividió la partitura en seis actos, correspondientes a los rollos de los que constaba la película y en determinadas escenas hizo valiosas anotaciones a los intérpretes, a fin de flexibilizar los momentos de entrada de cada instrumento. Ahora bien, en alguna ocasión, como en cierta passacaglia, más que ilustrar el film, nos da toda una lección de contrapunto. Y acorde a lo que será toda su producción, esta partitura posee el don de poder ser interpretada por igual desde una orquesta sinfónica a sencillamente un piano y un violín. De todos modos, el estreno fue realizado por una orquesta de cámara, la más apropiada para ser instalada cómodamente en una sala cinematográfica. La versión que escucharemos está precisamente interpretada por una plantilla de estas características, a cargo de miembros de la Orquesta Sinfónica de Berlín a las órdenes de Dennis Russell Davies.

"En la tormenta y el hielo", la única BSO de Paul Hindemith

Y vamos a presentarles ahora en Acompasa2 toda una rareza, la única partitura para el cine de Paul Hindemith, que es, además, una de las primeras bandas sonoras originales para un film de la historia. Por supuesto, hay ejemplos anteriores como El asesinato del Duque de Guisa de Saint-Saëns de 1908. La de Hindemith corresponde a En la tormenta y el hielo, una película de aventuras entre montañeros dirigida en 1921 por Arnold Fanck.

El propio Fanck escribiría a propósito de esta experiencia:

En 1921, Hindemith, que era amigo de mi cuñado, el doctor Temesvary, fue invitado a pasar un tiempo en nuestra villa de Friburgo. Por entonces estaba yo montando mi película "En la tormenta y el hielo" y la proyecté para mi familia y amigos. Hindemith la contempló con gran interés y me dijo excitado: “Lo que usted está haciendo es pura música”. Nunca olvidaré estas palabras. Entonces me dijo abiertamente que le gustaría escribir música para la película. Por entonces eso era algo completamente inusual. Así que en el curso de las siguientes semanas le proyecté diversos fragmentos y cronometraba la duración de cada escena para que él tomase las pertinentes notas. Entonces se sentaba al piano y tocaba la partitura que se le había ocurrido para cada bobina. Una vez hubo completado la composición la tocó para mi al piano y entonces tuve muy claro que aquella música reforzaría dramáticamente el efecto de mis imágenes.

El UFA Palast en Berlín iba a acoger el estreno de mi película y le entregué la partitura de la banda sonora, ya orquestada, a un director, para que la dirigiese en aquella sesión. Días después me dijo que rechazaba el cometido porque sólo estaba acostumbrado a poner a las películas su propia música, ya previamente escrita, lo que era una práctica habitual entonces. Más aún, me dijo que la obra de Hindemith era tan difícil que ninguna orquesta sería capaz de interpretarla. Esta negativa se repitió en otros tantos teatros y salas cinematográficas, y es que los directores sólo utilizaban su propia música o la que se hallaba disponible en el UFA Palast y que servía para cualquier película. Sólo logramos que el Teatro de Dusseldorf consintiera en ejecutar con su orquesta la banda sonora de En la tormenta y el hielo. Y allí vi claramente, cuanto reforzaba la música mis imágenes y el sentido de mi película. Y Hindemith se había prestado a esto sin cobrar ningún honorario, por el puro placer de hacerlo, y porque había vislumbrado en esta sinfonía visual una partitura a escribirse.

Hindemith dividió la partitura en seis actos, correspondientes a los rollos de los que constaba la película y en determinadas escenas hizo valiosas anotaciones a los intérpretes, a fin de flexibilizar los momentos de entrada de cada instrumento. Ahora bien, en alguna ocasión, como en cierta passacaglia, más que ilustrar el film, nos da toda una lección de contrapunto. Y acorde a lo que será toda su producción, esta partitura posee el don de poder ser interpretada por igual desde una orquesta sinfónica a sencillamente un piano y un violín. De todos modos, el estreno fue realizado por una orquesta de cámara, la más apropiada para ser instalada cómodamente en una sala cinematográfica. La versión que escucharemos está precisamente interpretada por una plantilla de estas características, a cargo de miembros de la Orquesta Sinfónica de Berlín a las órdenes de Dennis Russell Davies.

"En la tormenta y el hielo", la única BSO de Paul Hindemith

Y vamos a presentarles ahora en Acompasa2 toda una rareza, la única partitura para el cine de Paul Hindemith, que es, además, una de las primeras bandas sonoras originales para un film de la historia. Por supuesto, hay ejemplos anteriores como El asesinato del Duque de Guisa de Saint-Saëns de 1908. La de Hindemith corresponde a En la tormenta y el hielo, una película de aventuras entre montañeros dirigida en 1921 por Arnold Fanck.

El propio Fanck escribiría a propósito de esta experiencia:

En 1921, Hindemith, que era amigo de mi cuñado, el doctor Temesvary, fue invitado a pasar un tiempo en nuestra villa de Friburgo. Por entonces estaba yo montando mi película "En la tormenta y el hielo" y la proyecté para mi familia y amigos. Hindemith la contempló con gran interés y me dijo excitado: “Lo que usted está haciendo es pura música”. Nunca olvidaré estas palabras. Entonces me dijo abiertamente que le gustaría escribir música para la película. Por entonces eso era algo completamente inusual. Así que en el curso de las siguientes semanas le proyecté diversos fragmentos y cronometraba la duración de cada escena para que él tomase las pertinentes notas. Entonces se sentaba al piano y tocaba la partitura que se le había ocurrido para cada bobina. Una vez hubo completado la composición la tocó para mi al piano y entonces tuve muy claro que aquella música reforzaría dramáticamente el efecto de mis imágenes.

El UFA Palast en Berlín iba a acoger el estreno de mi película y le entregué la partitura de la banda sonora, ya orquestada, a un director, para que la dirigiese en aquella sesión. Días después me dijo que rechazaba el cometido porque sólo estaba acostumbrado a poner a las películas su propia música, ya previamente escrita, lo que era una práctica habitual entonces. Más aún, me dijo que la obra de Hindemith era tan difícil que ninguna orquesta sería capaz de interpretarla. Esta negativa se repitió en otros tantos teatros y salas cinematográficas, y es que los directores sólo utilizaban su propia música o la que se hallaba disponible en el UFA Palast y que servía para cualquier película. Sólo logramos que el Teatro de Dusseldorf consintiera en ejecutar con su orquesta la banda sonora de En la tormenta y el hielo. Y allí vi claramente, cuanto reforzaba la música mis imágenes y el sentido de mi película. Y Hindemith se había prestado a esto sin cobrar ningún honorario, por el puro placer de hacerlo, y porque había vislumbrado en esta sinfonía visual una partitura a escribirse.

Hindemith dividió la partitura en seis actos, correspondientes a los rollos de los que constaba la película y en determinadas escenas hizo valiosas anotaciones a los intérpretes, a fin de flexibilizar los momentos de entrada de cada instrumento. Ahora bien, en alguna ocasión, como en cierta passacaglia, más que ilustrar el film, nos da toda una lección de contrapunto. Y acorde a lo que será toda su producción, esta partitura posee el don de poder ser interpretada por igual desde una orquesta sinfónica a sencillamente un piano y un violín. De todos modos, el estreno fue realizado por una orquesta de cámara, la más apropiada para ser instalada cómodamente en una sala cinematográfica. La versión que escucharemos está precisamente interpretada por una plantilla de estas características, a cargo de miembros de la Orquesta Sinfónica de Berlín a las órdenes de Dennis Russell Davies.

Dos sinfonías de los años 40

Y hoy en Acompasa2 escuchamos dos sinfonías poco conocidas escritas a mediados del siglo XX:

-Sinfonía Nº 4 "Deliciae basiliensis" de Arthur Honegger (1946), escrita para la Orquesta de Cámara de Basilea, quien la interpreta en la versión que proponemos, a las órdenes de Christopher Hogwood. Ayer escuchábamos en Acompasa2 "Toccata e due canzoni" de Bohuslav Martinu, escrita el mismo año para esta formación.

-Sinfonía Nº 1 en do menor del estonio Kaljo Raid (1944), una obra de un joven de 22 años, exiliado por entonces en Suecia y supervisada por su maestro Heino Eller. La escuchamos interpretada por la Scottish National Orchestra, a las órdenes de Neeme Järvi. Raid, prácticamente un desconocido hoy en día, posee un interesante y variado catálogo en el que hay cabida para la polirritmia, el dodecafonismo y los efectos poliespaciales (como en su Sinfonía Nº 2, donde la sección de viento suena desde una sala adyacente). Su Sinfonía Nº 1, en cambio, es una obra intimista, sosegada, pletórica de lirismo y de una exquisita factura, que denota el incipiente e inmenso talento de un músico todavía en la flor de la edad.

-Completamos Acompasa2 con Cantando espressivo, la quinta de las Cinco piezas para orquesta de cuerda compuestas en 1953 por Heino Eller (1887-1970), maestro de Raid.

Acompasa2


Acompasa2 es un magazín de tarde-noche, programado de lunes a viernes, de 19.00 a 23.00 horas y presentado por Beatriz Torío y Martín Llade.
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