9 posts de febrero 2010

Thomas Linley, el Mozart inglés

Y hoy proponemos a nuestros oyentes acercarnos a la obra de quien fue llamado el Mozart inglés, Thomas Linley el joven, autor que nació el mismo año que el genio de Salzburgo, en 1756. La muerte, sin embargo, truncó su carrera mucho antes que la de éste, a los veintidos años de edad.

Al igual que Mozart, Thomas Linley era hijo del compositor del mismo nombre, aunque su formación musical corrió a cargo de William Boyce, uno de los creadores musicales más importantes de la Inglaterra del siglo XVIII.

Consciente del enorme talento de su hijo, Linley padre lo envió a Italia, donde estuvo desde los doce a los quince años, aprendiendo con Pietro Nardini, alumno de Tartini y extraordinario violinista, quien lo formó también en este instrumento. A los catorce años, Linley, a quien llamaban Tommasino en Italia, conoció a su coetáneo Mozart en Florencia y surgió entre ellos una sincera amistad, llena de mutua admiración. De hecho, el musicólogo Charles Burney da cuenta en sus memorias del enorme caudal creativo de ambos genios, los más precoces de toda Europa.

A su regreso a Gran Bretaña, Linley prosiguió su carrera, convirtiéndose en la mano derecha de su padre, que dirigía exitosos conciertos en escenarios como el Teatro Drury Lane y en la ciudad de Bath. La producción de Linley se compone de música coral, canciones y conciertos y sonatas para el violín, del que era un virtuoso. Estas últimas obras eran interpretadas en los conciertos dirigidos por su padre, durante los intermedios de los oratorios de otros autores.

Además, él y su progenitor pusieron música a la comedia ambientada en Sevilla La dueña, de su cuñado, el irlandés Richard Brinsley Sheridan. Esta obra inspiraría en el siglo XX dos óperas: La dueña de Roberto Gehrard y Matrimonio en el convento de Prokofiev.

Por desgracia, la prometedora carrera de Linley, quien quizás hubiese cambiado el curso de la historia musical inglesa, se interrumpió de forma abrupta, cuando falleció como consecuencia de un accidente en barca durante una travesía de placer junto a su familia, para visitar el Castillo de Grimsthorpe.

Una idea de lo popular que llegó a ser Linley en vida nos la da el hecho de que el gran pintor Thomas Gainsborough lo retratase en tres ocasiones a lo largo de su corta vida.

Poco ha sobrevivido de la obra de Linley, pero en las partituras supervivientes, como la que escucharán en breve, refleja profundas influencias de Purcell, Haendel y el Bach de Londres, Johann Christian, y su muerte es una de las grandes tragedias de la historia de la música inglesa.

La obra que hoy les proponemos para abrir Acompasa2 es su Oda lírica sobre las hadas, las criaturas voladoras y las brujas de Shakespeare, también conocida sencillamente como Oda Lírica u Oda Shakespeare. En ella, Linley homenajea al Cisne de Avon mediante un texto de su amigo el francés Laurence, en el que un espíritu, el de Avon, narra cómo Júpiter insufló a Shakespeare el genio con el que desarrollaría su carrera literaria.

Se describe entonces su universo, apelando especialmente a los elementos sobrenaturales que lo pueblan, como las hadas de El sueño de una noche de verano o las brujas de Macbeth. Esto confiere a la obra cierta atmósfera prerromántica, aunque Linley también nos deleita con fugas haendelianas, y refinados minuetos de ecos vieneses, con inspirados pasajes para lucimiento del oboe y las trompas.

Thomas Linley, el Mozart inglés

Y hoy proponemos a nuestros oyentes acercarnos a la obra de quien fue llamado el Mozart inglés, Thomas Linley el joven, autor que nació el mismo año que el genio de Salzburgo, en 1756. La muerte, sin embargo, truncó su carrera mucho antes que la de éste, a los veintidos años de edad.

Al igual que Mozart, Thomas Linley era hijo del compositor del mismo nombre, aunque su formación musical corrió a cargo de William Boyce, uno de los creadores musicales más importantes de la Inglaterra del siglo XVIII.

Consciente del enorme talento de su hijo, Linley padre lo envió a Italia, donde estuvo desde los doce a los quince años, aprendiendo con Pietro Nardini, alumno de Tartini y extraordinario violinista, quien lo formó también en este instrumento. A los catorce años, Linley, a quien llamaban Tommasino en Italia, conoció a su coetáneo Mozart en Florencia y surgió entre ellos una sincera amistad, llena de mutua admiración. De hecho, el musicólogo Charles Burney da cuenta en sus memorias del enorme caudal creativo de ambos genios, los más precoces de toda Europa.

A su regreso a Gran Bretaña, Linley prosiguió su carrera, convirtiéndose en la mano derecha de su padre, que dirigía exitosos conciertos en escenarios como el Teatro Drury Lane y en la ciudad de Bath. La producción de Linley se compone de música coral, canciones y conciertos y sonatas para el violín, del que era un virtuoso. Estas últimas obras eran interpretadas en los conciertos dirigidos por su padre, durante los intermedios de los oratorios de otros autores.

Además, él y su progenitor pusieron música a la comedia ambientada en Sevilla La dueña, de su cuñado, el irlandés Richard Brinsley Sheridan. Esta obra inspiraría en el siglo XX dos óperas: La dueña de Roberto Gehrard y Matrimonio en el convento de Prokofiev.

Por desgracia, la prometedora carrera de Linley, quien quizás hubiese cambiado el curso de la historia musical inglesa, se interrumpió de forma abrupta, cuando falleció como consecuencia de un accidente en barca durante una travesía de placer junto a su familia, para visitar el Castillo de Grimsthorpe.

Una idea de lo popular que llegó a ser Linley en vida nos la da el hecho de que el gran pintor Thomas Gainsborough lo retratase en tres ocasiones a lo largo de su corta vida.

Poco ha sobrevivido de la obra de Linley, pero en las partituras supervivientes, como la que escucharán en breve, refleja profundas influencias de Purcell, Haendel y el Bach de Londres, Johann Christian, y su muerte es una de las grandes tragedias de la historia de la música inglesa.

La obra que hoy les proponemos para abrir Acompasa2 es su Oda lírica sobre las hadas, las criaturas voladoras y las brujas de Shakespeare, también conocida sencillamente como Oda Lírica u Oda Shakespeare. En ella, Linley homenajea al Cisne de Avon mediante un texto de su amigo el francés Laurence, en el que un espíritu, el de Avon, narra cómo Júpiter insufló a Shakespeare el genio con el que desarrollaría su carrera literaria.

Se describe entonces su universo, apelando especialmente a los elementos sobrenaturales que lo pueblan, como las hadas de El sueño de una noche de verano o las brujas de Macbeth. Esto confiere a la obra cierta atmósfera prerromántica, aunque Linley también nos deleita con fugas haendelianas, y refinados minuetos de ecos vieneses, con inspirados pasajes para lucimiento del oboe y las trompas.

Thomas Linley, el Mozart inglés

Y hoy proponemos a nuestros oyentes acercarnos a la obra de quien fue llamado el Mozart inglés, Thomas Linley el joven, autor que nació el mismo año que el genio de Salzburgo, en 1756. La muerte, sin embargo, truncó su carrera mucho antes que la de éste, a los veintidos años de edad.

Al igual que Mozart, Thomas Linley era hijo del compositor del mismo nombre, aunque su formación musical corrió a cargo de William Boyce, uno de los creadores musicales más importantes de la Inglaterra del siglo XVIII.

Consciente del enorme talento de su hijo, Linley padre lo envió a Italia, donde estuvo desde los doce a los quince años, aprendiendo con Pietro Nardini, alumno de Tartini y extraordinario violinista, quien lo formó también en este instrumento. A los catorce años, Linley, a quien llamaban Tommasino en Italia, conoció a su coetáneo Mozart en Florencia y surgió entre ellos una sincera amistad, llena de mutua admiración. De hecho, el musicólogo Charles Burney da cuenta en sus memorias del enorme caudal creativo de ambos genios, los más precoces de toda Europa.

A su regreso a Gran Bretaña, Linley prosiguió su carrera, convirtiéndose en la mano derecha de su padre, que dirigía exitosos conciertos en escenarios como el Teatro Drury Lane y en la ciudad de Bath. La producción de Linley se compone de música coral, canciones y conciertos y sonatas para el violín, del que era un virtuoso. Estas últimas obras eran interpretadas en los conciertos dirigidos por su padre, durante los intermedios de los oratorios de otros autores.

Además, él y su progenitor pusieron música a la comedia ambientada en Sevilla La dueña, de su cuñado, el irlandés Richard Brinsley Sheridan. Esta obra inspiraría en el siglo XX dos óperas: La dueña de Roberto Gehrard y Matrimonio en el convento de Prokofiev.

Por desgracia, la prometedora carrera de Linley, quien quizás hubiese cambiado el curso de la historia musical inglesa, se interrumpió de forma abrupta, cuando falleció como consecuencia de un accidente en barca durante una travesía de placer junto a su familia, para visitar el Castillo de Grimsthorpe.

Una idea de lo popular que llegó a ser Linley en vida nos la da el hecho de que el gran pintor Thomas Gainsborough lo retratase en tres ocasiones a lo largo de su corta vida.

Poco ha sobrevivido de la obra de Linley, pero en las partituras supervivientes, como la que escucharán en breve, refleja profundas influencias de Purcell, Haendel y el Bach de Londres, Johann Christian, y su muerte es una de las grandes tragedias de la historia de la música inglesa.

La obra que hoy les proponemos para abrir Acompasa2 es su Oda lírica sobre las hadas, las criaturas voladoras y las brujas de Shakespeare, también conocida sencillamente como Oda Lírica u Oda Shakespeare. En ella, Linley homenajea al Cisne de Avon mediante un texto de su amigo el francés Laurence, en el que un espíritu, el de Avon, narra cómo Júpiter insufló a Shakespeare el genio con el que desarrollaría su carrera literaria.

Se describe entonces su universo, apelando especialmente a los elementos sobrenaturales que lo pueblan, como las hadas de El sueño de una noche de verano o las brujas de Macbeth. Esto confiere a la obra cierta atmósfera prerromántica, aunque Linley también nos deleita con fugas haendelianas, y refinados minuetos de ecos vieneses, con inspirados pasajes para lucimiento del oboe y las trompas.

La "Segunda" de Dvorak

A diferencia de otros autores del siglo XIX, el ciclo sinfónico de Dvorak dista mucho de resumirse en una línea cronológica sencilla en la que cada composición era estrenada según iban escribiéndose, sucediendo lo mismo con la edición de la partitura. Si bien el ejemplo de Bruckner, que compuso sinfonías que hoy día carecen de numeración, con varias versiones existentes de cada una de las oficiales, puede dar una idea de los batiburrillos que la incomprensión del momento depara a la obra de un compositor, el caso del checo es quizás más extremo.

En el momento de su muerte existía cierto caos en la ordenación de sus sinfonías, que sólo con el tiempo y paciencia se pudo arreglar. Por ejemplo, la hoy conocida como Quinta figuraba como la tercera y la Novena, del Nuevo Mundo, era la quinta. Para acabar de rizar el rizo, aparecieron dos sinfonías primerizas que se daban por perdidas y que obligaron a los expertos, basándose en su orden de composición, a catalogarlas como Primera y Segunda. Hay que decir que Dvorak no hubiera estado muy de acuerdo con esto, ya que en su momento las destruyó por considerarlas meros ejercicios estudiantiles, carentes de valor.

Su primera sinfonía, subtitulada “Las campanas de Zlonice”, data de 1865 y fue compuesta cuando aún era un completo desconocido. Ilusionado con la idea de presentarla a un concurso, la escribió con su habitual rapidez y la mandó por correo, sin llegar siquiera a ser seleccionada por el jurado. Descorazonado, decidió destruirla, pero quiso el azar que la copia manuscrita que remitió al concurso no le fuese devuelta, con lo que en los años veinte apareció intacta en la biblioteca de un tal profesor Dvorak, de Praga, que no tenía nada que ver con el músico.

Considerada por los oyentes de su época como un misterioso regalo del cielo, que les mandaba más música dvorakiana veinte años después de muerto el artista, su estreno oficial causó gran interés en su día, si bien hoy no es demasiado conocida. En ella puede apreciarse el vigor innato del autor, que introdujo, quizás motivado por la prisa, temas de obras suyas anteriores. Igualmente sucedió con la obra que queremos proponerles ahora, la Sinfonía Nº 2, para la cual empleó también material reciclado de unos cuadernos de piezas para piano titulados Siluetas.

En esta ocasión la obra sí se estrenó en vida de Dvorak, concretamente en 1888, veintidós años después de escrita aunque, considerándola inmadura, también destruyó esta partitura, sobreviviendo gracias a las copias que se hicieron para la orquesta en el momento del estreno.

La Segunda es una obra que muy rara vez se interpreta y que los melómanos sólo pueden encontrar en integrales sinfónicas del músico checo y no por separado. Pero al igual que su predecesora no está exenta de encanto ni de interés y no es difícil vislumbrar en ella el inmenso talento, todavía por eclosionar, de un genio de veinticuatro años, cuyo entusiasmo es su mejor tarjeta de presentación. Les invitamos a conocer un poco más la Sinfonía Nº 2 en si bemol mayor, con la Filarmónica de Berlín, dirigida por Rafael Kubelik.

Hoy también en Acompasa2:

-Alkan, Sonata para violonchelo y piano op. 47 Y. Chiffoleau (violonchelo), O. Gardon (piano)

-Reger, Canciones para coro de hombres op. 83 Gli Scapoli. Dir.: R. Agamir

La "Segunda" de Dvorak

A diferencia de otros autores del siglo XIX, el ciclo sinfónico de Dvorak dista mucho de resumirse en una línea cronológica sencilla en la que cada composición era estrenada según iban escribiéndose, sucediendo lo mismo con la edición de la partitura. Si bien el ejemplo de Bruckner, que compuso sinfonías que hoy día carecen de numeración, con varias versiones existentes de cada una de las oficiales, puede dar una idea de los batiburrillos que la incomprensión del momento depara a la obra de un compositor, el caso del checo es quizás más extremo.

En el momento de su muerte existía cierto caos en la ordenación de sus sinfonías, que sólo con el tiempo y paciencia se pudo arreglar. Por ejemplo, la hoy conocida como Quinta figuraba como la tercera y la Novena, del Nuevo Mundo, era la quinta. Para acabar de rizar el rizo, aparecieron dos sinfonías primerizas que se daban por perdidas y que obligaron a los expertos, basándose en su orden de composición, a catalogarlas como Primera y Segunda. Hay que decir que Dvorak no hubiera estado muy de acuerdo con esto, ya que en su momento las destruyó por considerarlas meros ejercicios estudiantiles, carentes de valor.

Su primera sinfonía, subtitulada “Las campanas de Zlonice”, data de 1865 y fue compuesta cuando aún era un completo desconocido. Ilusionado con la idea de presentarla a un concurso, la escribió con su habitual rapidez y la mandó por correo, sin llegar siquiera a ser seleccionada por el jurado. Descorazonado, decidió destruirla, pero quiso el azar que la copia manuscrita que remitió al concurso no le fuese devuelta, con lo que en los años veinte apareció intacta en la biblioteca de un tal profesor Dvorak, de Praga, que no tenía nada que ver con el músico.

Considerada por los oyentes de su época como un misterioso regalo del cielo, que les mandaba más música dvorakiana veinte años después de muerto el artista, su estreno oficial causó gran interés en su día, si bien hoy no es demasiado conocida. En ella puede apreciarse el vigor innato del autor, que introdujo, quizás motivado por la prisa, temas de obras suyas anteriores. Igualmente sucedió con la obra que queremos proponerles ahora, la Sinfonía Nº 2, para la cual empleó también material reciclado de unos cuadernos de piezas para piano titulados Siluetas.

En esta ocasión la obra sí se estrenó en vida de Dvorak, concretamente en 1888, veintidós años después de escrita aunque, considerándola inmadura, también destruyó esta partitura, sobreviviendo gracias a las copias que se hicieron para la orquesta en el momento del estreno.

La Segunda es una obra que muy rara vez se interpreta y que los melómanos sólo pueden encontrar en integrales sinfónicas del músico checo y no por separado. Pero al igual que su predecesora no está exenta de encanto ni de interés y no es difícil vislumbrar en ella el inmenso talento, todavía por eclosionar, de un genio de veinticuatro años, cuyo entusiasmo es su mejor tarjeta de presentación. Les invitamos a conocer un poco más la Sinfonía Nº 2 en si bemol mayor, con la Filarmónica de Berlín, dirigida por Rafael Kubelik.

Hoy también en Acompasa2:

-Alkan, Sonata para violonchelo y piano op. 47 Y. Chiffoleau (violonchelo), O. Gardon (piano)

-Reger, Canciones para coro de hombres op. 83 Gli Scapoli. Dir.: R. Agamir

La "Segunda" de Dvorak

A diferencia de otros autores del siglo XIX, el ciclo sinfónico de Dvorak dista mucho de resumirse en una línea cronológica sencilla en la que cada composición era estrenada según iban escribiéndose, sucediendo lo mismo con la edición de la partitura. Si bien el ejemplo de Bruckner, que compuso sinfonías que hoy día carecen de numeración, con varias versiones existentes de cada una de las oficiales, puede dar una idea de los batiburrillos que la incomprensión del momento depara a la obra de un compositor, el caso del checo es quizás más extremo.

En el momento de su muerte existía cierto caos en la ordenación de sus sinfonías, que sólo con el tiempo y paciencia se pudo arreglar. Por ejemplo, la hoy conocida como Quinta figuraba como la tercera y la Novena, del Nuevo Mundo, era la quinta. Para acabar de rizar el rizo, aparecieron dos sinfonías primerizas que se daban por perdidas y que obligaron a los expertos, basándose en su orden de composición, a catalogarlas como Primera y Segunda. Hay que decir que Dvorak no hubiera estado muy de acuerdo con esto, ya que en su momento las destruyó por considerarlas meros ejercicios estudiantiles, carentes de valor.

Su primera sinfonía, subtitulada “Las campanas de Zlonice”, data de 1865 y fue compuesta cuando aún era un completo desconocido. Ilusionado con la idea de presentarla a un concurso, la escribió con su habitual rapidez y la mandó por correo, sin llegar siquiera a ser seleccionada por el jurado. Descorazonado, decidió destruirla, pero quiso el azar que la copia manuscrita que remitió al concurso no le fuese devuelta, con lo que en los años veinte apareció intacta en la biblioteca de un tal profesor Dvorak, de Praga, que no tenía nada que ver con el músico.

Considerada por los oyentes de su época como un misterioso regalo del cielo, que les mandaba más música dvorakiana veinte años después de muerto el artista, su estreno oficial causó gran interés en su día, si bien hoy no es demasiado conocida. En ella puede apreciarse el vigor innato del autor, que introdujo, quizás motivado por la prisa, temas de obras suyas anteriores. Igualmente sucedió con la obra que queremos proponerles ahora, la Sinfonía Nº 2, para la cual empleó también material reciclado de unos cuadernos de piezas para piano titulados Siluetas.

En esta ocasión la obra sí se estrenó en vida de Dvorak, concretamente en 1888, veintidós años después de escrita aunque, considerándola inmadura, también destruyó esta partitura, sobreviviendo gracias a las copias que se hicieron para la orquesta en el momento del estreno.

La Segunda es una obra que muy rara vez se interpreta y que los melómanos sólo pueden encontrar en integrales sinfónicas del músico checo y no por separado. Pero al igual que su predecesora no está exenta de encanto ni de interés y no es difícil vislumbrar en ella el inmenso talento, todavía por eclosionar, de un genio de veinticuatro años, cuyo entusiasmo es su mejor tarjeta de presentación. Les invitamos a conocer un poco más la Sinfonía Nº 2 en si bemol mayor, con la Filarmónica de Berlín, dirigida por Rafael Kubelik.

Hoy también en Acompasa2:

-Alkan, Sonata para violonchelo y piano op. 47 Y. Chiffoleau (violonchelo), O. Gardon (piano)

-Reger, Canciones para coro de hombres op. 83 Gli Scapoli. Dir.: R. Agamir

Schobert, un compositor trágicamente desaparecido

Hoy comenzamos Acompasa2 con uno de los compositores malogrados del siglo XVIII quien ejercería una importante influencia en Mozart, cuando todavía éste era un niño. Johann Schobert nació en torno a 1735 probablemente en Silesia. Otras teorías afirman que era oriundo de Nuremberg e incluso sobre la forma correcta de su nombre hay discrepancias, ya que en algunos manuales del siglo XIX es llamado Schubart.

Asociado por su estilo a la Escuela de Mannheim, también se ignora qué hizo en sus primeros años de vida, hasta que se casó con una francesa y se instaló en París, donde adquiriría gran reputación como compositor para clavicordio, autopublicando sus partituras. Menos venturosa fue, sin embargo, su incursión en el terreno operístico, que se saldó con el fracaso de su único título, La garde-chasse et le braconnier.

El barón Grimm, que le conoció bien, nos legó este retrato de él:

Tenía un gran talento y una técnica brillante. Era inigualable al teclado y su interpretación era de una pureza deliciosa. No tenía el talento de Eckard, por entonces el maestro por excelencia en París, pero tenía muchos más admiradores que éste, porque su música era siempre agradable. Sus composiciones eran encantadoras, y aunque tampoco merecían ser muy imitadas por otros, en ellas demostraba conocer los efectos y la magia de la armonía y escribía con gran facilidad.

Aunque Schobert era considerado una persona encantadora, Leopold Mozart, quien llevó a su hijo Wolfgang a conocerle, lo describió como envidioso y falso. Esta censura no se corresponde en el plano artístico, pues Mozart llegó a realizar, por indicación de su padre numerosos arreglos para piano de obras de Schobert. Incluso años después emplearía un adagio suyo para un concierto de piano e incluso instruiría a sus propios alumnos con partituras del silesiano.

Johann Schobert falleció de forma trágica poco después de su encuentro con el niño Mozart. Tras coger unas setas en el bosque, mandó a su cocinero que las preparase, pese a las reticencias de éste. Las setas eran venenosas y Schobert falleció a los 32 años, junto a su esposa, uno de sus hijos y otros comensales.

Para quitar a nuestros oyentes el mal sabor de boca de este espantoso suceso, les invitamos hoy a disfrutar del bellísimo Concierto para piano y orquesta en Sol Mayor op.9 de Schobert en la interpretación de Fania Chapiro al fortepiano y Musica Ad Rhenum a las órdenes de Jed Wentz.

Schobert, un compositor trágicamente desaparecido

Hoy comenzamos Acompasa2 con uno de los compositores malogrados del siglo XVIII quien ejercería una importante influencia en Mozart, cuando todavía éste era un niño. Johann Schobert nació en torno a 1735 probablemente en Silesia. Otras teorías afirman que era oriundo de Nuremberg e incluso sobre la forma correcta de su nombre hay discrepancias, ya que en algunos manuales del siglo XIX es llamado Schubart.

Asociado por su estilo a la Escuela de Mannheim, también se ignora qué hizo en sus primeros años de vida, hasta que se casó con una francesa y se instaló en París, donde adquiriría gran reputación como compositor para clavicordio, autopublicando sus partituras. Menos venturosa fue, sin embargo, su incursión en el terreno operístico, que se saldó con el fracaso de su único título, La garde-chasse et le braconnier.

El barón Grimm, que le conoció bien, nos legó este retrato de él:

Tenía un gran talento y una técnica brillante. Era inigualable al teclado y su interpretación era de una pureza deliciosa. No tenía el talento de Eckard, por entonces el maestro por excelencia en París, pero tenía muchos más admiradores que éste, porque su música era siempre agradable. Sus composiciones eran encantadoras, y aunque tampoco merecían ser muy imitadas por otros, en ellas demostraba conocer los efectos y la magia de la armonía y escribía con gran facilidad.

Aunque Schobert era considerado una persona encantadora, Leopold Mozart, quien llevó a su hijo Wolfgang a conocerle, lo describió como envidioso y falso. Esta censura no se corresponde en el plano artístico, pues Mozart llegó a realizar, por indicación de su padre numerosos arreglos para piano de obras de Schobert. Incluso años después emplearía un adagio suyo para un concierto de piano e incluso instruiría a sus propios alumnos con partituras del silesiano.

Johann Schobert falleció de forma trágica poco después de su encuentro con el niño Mozart. Tras coger unas setas en el bosque, mandó a su cocinero que las preparase, pese a las reticencias de éste. Las setas eran venenosas y Schobert falleció a los 32 años, junto a su esposa, uno de sus hijos y otros comensales.

Para quitar a nuestros oyentes el mal sabor de boca de este espantoso suceso, les invitamos hoy a disfrutar del bellísimo Concierto para piano y orquesta en Sol Mayor op.9 de Schobert en la interpretación de Fania Chapiro al fortepiano y Musica Ad Rhenum a las órdenes de Jed Wentz.

Schobert, un compositor trágicamente desaparecido

Hoy comenzamos Acompasa2 con uno de los compositores malogrados del siglo XVIII quien ejercería una importante influencia en Mozart, cuando todavía éste era un niño. Johann Schobert nació en torno a 1735 probablemente en Silesia. Otras teorías afirman que era oriundo de Nuremberg e incluso sobre la forma correcta de su nombre hay discrepancias, ya que en algunos manuales del siglo XIX es llamado Schubart.

Asociado por su estilo a la Escuela de Mannheim, también se ignora qué hizo en sus primeros años de vida, hasta que se casó con una francesa y se instaló en París, donde adquiriría gran reputación como compositor para clavicordio, autopublicando sus partituras. Menos venturosa fue, sin embargo, su incursión en el terreno operístico, que se saldó con el fracaso de su único título, La garde-chasse et le braconnier.

El barón Grimm, que le conoció bien, nos legó este retrato de él:

Tenía un gran talento y una técnica brillante. Era inigualable al teclado y su interpretación era de una pureza deliciosa. No tenía el talento de Eckard, por entonces el maestro por excelencia en París, pero tenía muchos más admiradores que éste, porque su música era siempre agradable. Sus composiciones eran encantadoras, y aunque tampoco merecían ser muy imitadas por otros, en ellas demostraba conocer los efectos y la magia de la armonía y escribía con gran facilidad.

Aunque Schobert era considerado una persona encantadora, Leopold Mozart, quien llevó a su hijo Wolfgang a conocerle, lo describió como envidioso y falso. Esta censura no se corresponde en el plano artístico, pues Mozart llegó a realizar, por indicación de su padre numerosos arreglos para piano de obras de Schobert. Incluso años después emplearía un adagio suyo para un concierto de piano e incluso instruiría a sus propios alumnos con partituras del silesiano.

Johann Schobert falleció de forma trágica poco después de su encuentro con el niño Mozart. Tras coger unas setas en el bosque, mandó a su cocinero que las preparase, pese a las reticencias de éste. Las setas eran venenosas y Schobert falleció a los 32 años, junto a su esposa, uno de sus hijos y otros comensales.

Para quitar a nuestros oyentes el mal sabor de boca de este espantoso suceso, les invitamos hoy a disfrutar del bellísimo Concierto para piano y orquesta en Sol Mayor op.9 de Schobert en la interpretación de Fania Chapiro al fortepiano y Musica Ad Rhenum a las órdenes de Jed Wentz.

Acompasa2


Acompasa2 es un magazín de tarde-noche, programado de lunes a viernes, de 19.00 a 23.00 horas y presentado por Beatriz Torío y Martín Llade.
Ver perfil »

Síguenos en...