Carl Philip Emanuel Bach escribió el oratorio en dos partes Los israelitas en el desierto, entre 1768 y 1769, después de haber sucedido a Georg Philipp Telemann como director musical en Hamburgo.
La forma en la que Carl Philip Emanuel hizo su entrada en la escena musical hamburguesa es realmente llamativa: decidió escribir una obra sacra que no respondiera a ninguna confesión religiosa en concreto, de forma que no fuera rechazada ni por unos ni por otros, y que pudiera ser interpretada no sólo en ocasiones solemnes, sino en cualquier circunstancia, tanto dentro como fuera de una iglesia.
Sin duda alguna, Los israelistas en el desierto debe mucho en este sentido a los oratorios semi-seculares de Haendel. Por ello parte de un episodio del antiguo testamento, extraído de la historia de Moisés, con escenas corales que expresan los sentimientos de los creyentes como comunidad con cierto sentido teatral. En ese sentido, es revelador el texto de Daniel Schiebeler, de extraordinaria llaneza poética.
Respecto a la escritura de la obra, Bach hijo muestra un refinamiento contrapuntístico inequívocamente heredado del gran Johann Sebastian, pero no es ésta una obra en la que el compositor se muestre obsesionado por la técnica.
Más bien está dirigida al corazón de los amantes de la música, y es por ello que su música fluye con sorprendente naturalidad, con vocación de generar en el oyente infinidad de sensaciones, pero sin que ello implique un gran esfuerzo intelectual. La propia naturaleza de los sonidos, las armonías y las melodías dominan de principio a fin de la partitura, sin erudiciones ocultas, con una sinceridad que hizo a Johann Friedrich Reichardt, crítico musical de la época, escribir una apasionada crónica:
Después de Judas Macabeo de Haendel nunca el placer me embargó tan próximo al dolor. Nunca experimenté algo semejante. Jamás había escuchado antes sonidos tan mágicos capaces de conquistar el corazón; ni tampoco vi nunca que armonías tan poderosas colmaran las almas de los oyentes con la contundencia poderosa de un trueno; sus huesos temblaron de la emoción y su sangre se heló incluso, de puro miedo. Luego, de igual manera, aquellas armonías puras y celestiales apaciguaron sus almas y dulces y acariciantes sones trajeron paz a sus espíritus, anegando sus ojos de dulces lágrimas de alegría.
Les invitamos a escuchar Los israelitas en el desierto en una versión con Corona Coloniensis y Cappella Coloniensis, a las órdenes de William Christie.