1 posts de julio 2012

Nouadhibou-Nouakchott

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Si uno es turista, y por tanto hace lo que le es propio a un turista, es decir, viajar por el placer de conocer, o es aventurero y hace lo que se supone que hace un aventurero, es decir, llegar a lugares remotos a pesar de los condicionantes y tratando de superar las propias limitaciones, entonces Chinguetti es un destino obligado para cualquiera de los dos en Mauritania. 

En mi viaje no cabe el turismo, pero sí una dosis importante de aventura inherente al hecho de viajar por tierra a través de 28 países africanos. El único argumento para justificar en este viaje una visita a Chinguetti es que allí se encuentra una de las bibliotecas más importantes en la historia de África, cuyos primeros volúmenes, escritos en piel de gacela, datan del siglo XII. Pienso, entonces, que está justificado que el representante de Escritores Sin Fronteras se acerque hasta allí y haga crónica de su visita.

La frontera entre Marruecos y Mauritania es, de hecho, la vía férrea por la que Mauritania transporta el mineral de hierro procedente de sus explotaciones mineras en el interior del Sáhara hasta Nouadhibou. Se trata del tren articulado más largo del mundo, que llega a medir, desde la máquina hasta el vagón de cola, más de dos kilómetros y medio. Al norte de la vía, el terreno está todavía minado, y uno se juega la vida al transitar por allí. Pero del lado sur, una pista discurre durante 600 kilómetros sin peligro alguno hasta Chum, a apenas otros 125 kilómetros de Chinguetti. 

Si quiero visitar Chinguetti sin añadir mil kilómetros más a mi recorrido (resultado de viajar directamente a Nouakchott para desde allí hacer ida y vuelta a Chinguetti) y el presupuesto y  los días que eso supone, la única forma de hacerlo es por Chum.

Lo mejor de viajar siguiendo el rastro de la vía es que el riesgo de perderse se minimiza hasta casi desaparecer (siempre habrá alguien que se pierda aunque el camino esté marcado de forma inequívoca). Ahora bien, hay dos formas de llegar a Chum; siguiendo el trazado ferroviario o sobre él. 

Enseguida tengo que abandonar la idea de viajar en solitario por el desierto, aún sin riesgo de perderme. Son más de seiscientos kilómetros a lo largo de los cuales hay algún tramo de dunas. No tengo espacio para cargar con la cantidad de agua y gasolina recomendadas (treinta litros de agua y otros tantos de gasolina). Además, la moto pesa una barbaridad, y sacarla de un banco de arena o de una duna puede conllevar un esfuerzo ímprobo. Por último, una avería podría significar tener que abandonar la moto. Definitivamente, en solitario y en moto no es una buena idea hacer ese trayecto. 

Investigo la posibilidad de hacer el viaje subiendo la moto en el tren hasta Chum. Es posible. Si se trata de una moto pequeña y cabe por la puerta, se puede transportar dentro del vagón de pasajeros, ocupado siempre por apenas un puñado de trabajadores de las minas. Si la moto no cabe por esa puerta, hay que solicitar un vagón plataforma para vehículos. El trámite requiere tiempo, previo pago de unos doscientos euros. El resto de los dos kilómetros y medio de tren son vagonetas para el transporte de mineral, y no hay forma de acomodar una moto. Por último, hay que tener en cuenta que la parada en Chum es técnica, dura diez minutos y no se prepara el vagón plataforma con la rampa para que desciendan vehículos, por lo que hay que bajar la moto a pulso con ayuda de los otros viajeros. Esto es posible, pero hay que tenerlo previsto.

Hay al menos un tren diario, pero los programados para los siguientes días no articulan vagón plataforma, así que no me queda más opción que renunciar a viajar a Chinguetti desde Nouadhibou y Chum. Si cuento aquí algo que no he hecho es por lo mucho que me habría gustado hacerlo, y porque esto me hace pensar que quizá haya otros que estén pensando cómo hacer lo que para mí no ha sido posible.

El trayecto entre Nouadhibou y Nouakchott no reviste ninguna dificultad. La carretera fue construida hace cinco años y se encuentra en perfecto estado. Se acabó aquello de tener que estudiar las mareas para viajar entre las dos ciudades por la playa, evitando así las dunas y las rocas sin quedarse atrapado por el agua del mar. Hay gasolineras a distancias razonables. Solo en una de ellas, emplazada a mitad de camino entre las dos ciudades, en el arcén izquierdo si se viaja hacia Nouakchott, se puede comer algo decente (yo no controlaba este dato y comí en otro lugar mucho menos decente). Las únicas incomodidades son el calor y los controles policiales.

De este tramo conservo dos grandes recuerdos. El primero de ellos, el paisaje. Duro, áspero, vacío, pero en cuya simplicidad reside una innegable belleza. Y el té que he tomado en ese chamizo.

Paro a por agua en una gasolinera, y a mi lado se detiene un todoterreno. En él viaja José Luís con parte de su equipo, camino del campamento en el que trabaja, allá en el interior del desierto. Veinticinco kilómetros más adelante verás una pista de tierra que se desvía a tu izquierda. El coche estará allí aparcado. Para y tómate un té con nosotros. Efectivamente, allí están.

Aquí nos relajaremos un par de horas refugiados del intenso calor, recostados en mullidos cojines dispuestos sobre las alfombras, pasando un rato memorable. A nuestro anfitrión, propietario del chamizo, le acompaña una mujer. Ella tiene la habilidad de leer el futuro arrojando sobre la alfombra un puñado de conchas de mar. José Luís no lo parece, pero se descubre su condición de golferas. Tú eres un hombre serio y recto, dice la mujer por boca del traductor de José Luís, señalándome. Ya estamos con la cantinela de siempre, digo. Pídele que busque un poco más, respondo. Y todos nos reímos con ganas. Dos mujeres se están peleando en este momento por la gracia de éste, dice la santera. ¡Joder, es verdad! responde José Luís. Más risas. Es mi turno de nuevo. También hay dos mujeres en tu vida. Son pequeñas. Están pensando en ti ahora. No te preocupes más. Deja de pensar tanto en ello. Todo va a ir bien. Supongo que se refiere a mis hijas. Entonces no me río. Y creo que tiene razón. Debo dejar de preocuparme. Y esperar que todo salga bien.

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Nacho Gasulla


Nacho Gasulla pertenece al a ONG 'Escritores sin fronteras', y lleva a cabo un proyecto apasionante: un viaje de 45.000 kilómetros a lo largo de 28 países de África. El objetivo: proporcionar las herramientas y la oportunidad de aprender a leer y escribir a niños de comunidades desfavorecidas del continente africano. Este es el cuaderno de bitácora de ese viaje fascinante.
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