Charlottesville, Virginia, la Confederación, Obama, Trump...
jueves 17.ago.2017 por Anna Bosch 0 Comentarios
Aquella noche de noviembre de 2008 yo estaba cubriendo la elección del primer presidente negro de los Estados Unidos en su ciudad adoptiva, Chicago., en el parque Grant Cuando las televisiones anunciaron que Barack Obama ganaba el estado de Virginia un guardia de seguridad del parque se me acercó con los ojos llorosos y me abrazó repitiendo "He broke the South. He broke the South!" Barack Obama, el candidato negro, del Partido Demócrata, había roto el Sur político, la antigua Confederación esclavista, que tuvo su capital en Virginia, en Richmond. El guardia era negro. Su emoción era tan estremecedora que me reprimí y no le comenté que Virginia ya no era lo que había sido. Sobre todo, aunque no solo, por la influencia de Washington, una ciudad encajada y estrangulada entre dos estados (Virginia y Maryland) cuyos habitantes (abrumadoramente progresistas, votantes del partido demócrata) han convertido una parte de Virginia en barrios de la capital federal, y ese cambio demográfico ha tenido consecuencias políticas, Virginia ya no es un estado monolíticamente "del sur". Charlottesville es una de las ciudades más progresistas del estado.
La elección de Barack Obama no fue el fin del racismo y la división. Fue una inyección de autoestima y orgullo para esa parte de Estados Unidos frustrada por los ocho años de George W.Bush, las dos guerras (Afganistán e Irak) que se eternizaban sin victoria clara y el descubrimiento de que "el mundo los odiaba". Esa parte de los Estados Unidos sacó pecho, había logrado lo que nadie creía que iba a ver en vida, elegir a un presidente negro. Las palabras se quedan cortas para describir la euforia, el orgullo profundo y el sentimiento de justicia que sintieron millones de estadounidenses. Pero no fueron todos.
Los Estados Unidos son una sociedad profundamente polarizada y eso no lo cambió la elección de Obama, es más, puede que tuviera el efecto contrario. Una parte muy importante del país nunca lo aceptó y acumuló un rencor creciente hacia él. Y sí, el color de su piel, y de su familia, es una de las razones. No la única, no voy a ser tan simplista, pero desde luego una razón. En la oposición feroz al presidente Obama había un componente de racismo. Y en el resentimiento de las clases blancas que se sienten abandonadas por la nueva economía y la globalización, también. No solo, pero también. Y no solo contra los negros, contra los hispanos, por ejemplo, también. Los blancos en los Estados Unidos son una mayoría en retroceso demográfico (y por consiguiente en parcelas de poder) y es algo que cuesta asimilar. Donald Trump detectó y supo conectar con esa frustración, con esa rabia, y sus múltiples componentes, incluyendo el racismo. En su lema "Make America Great Again" (Volvamos a hacer de América un gran país) muchos, blancos y negros, interpretaban "Make America White Again" (Volvamos a hacer de América un país blanco). Y en el "America First" (Primero, América), prioridad a la América blanca. Si la elección de Obama no unió al país mucho menos lo ha hecho la de Trump. Y desde el día siguiente a su toma de posesión quedó claro con aquella Marcha de las Mujeres que la parte de sociedad que siente sus libertades y sus valores en peligro ha decidido plantarle cara.
Cuando bajo presidencia de Lyndon B. Johnson aprobaron la ley de Derechos Civiles, que ilegalizó la segregación en 1964, Johnson acompañó la firma con un comentario-sentencia: "Hemos perdido el Sur durante una generación". Se refería al Partido Demócrata porque, oh, ironías de la historia, el partido de Abraham Lincoln, que abolió la esclavitud, era el Republicano, y el Demócrata, el del sur esclavista. Desde 1964 los únicos dos presidente demócratas que hubo hasta Obama fueron sureños, Carter y Clinton, y aún en las primarias demócratas de 2008 John Edwards hacía valer su acento del sur como garantía de que solo él podía ser un candidato a presidente con posibilidades. Barack Obama fue el primer demócrata en ganar Virginia desde 1964. En 1964 se ilegalizó la segregación, pero algunas discriminaciones crueles como la prohibición del matrimonio interracial siguieron siendo legales en estados como Virginia hasta 1967, como ha recordado recientemente la película Loving.
El mito de la unidad. Fuera de los Estados Unidos abunda el mito de la unidad nacional, un patriotismo homogéneo bajo una misma bandera y un mismo himno. Existe ese patriotismo, pero basta alejarse menos de una hora de Washington y adentrarse en Virginia para empezar a ver en porches de casas, jardines, tiendas, coches...banderas de la Confederación. Toda ciudad con una mínima entidad tiene su cementerio de los confederados o su monumento a las Hijas de la Confederación, sus monumentos y placas a generales sudistas... ¡La bandera confederada ha estado junto a la sede del Legislativo de la capital de Carolina del Sur hasta hace dos años! Hasta que la indignación por el asesinato de una congregación negra en Charleston llevó a quitarla. En 2015. Obama llevaba ya 6 años de presidente. Y el mes pasado la bandera del Sur volvió a ondear ahí por unas horas. El acto se convocó con frases como esta: "Dos años desde que empezó el genocidio cultural políticamente correcto que se extiende por el Sur".
El pasado está muy presente.