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Kursk: la película se queda corta. Fue peor. Yo estuve "allí".

¿Por qué escribo allí entre comillas? Porque hablamos de una tragedia en  Rusia. Agosto del año 2000. Estar allí habría sido estar en uno de los barcos de las operaciones de rescate, en el puerto-base del submarino (Vidyayevo) o en la capital de la Flota del Norte, Severomorsk. Pero fue imposible. Niet.

Al barco más importante de la flota que estaba de maniobras en el mar de Barents donde se hundió el submarino nuclear solo autorizaron, los últimos días, a un equipo de la televisión pública, oficial, portavoz del gobierno. Y en cuanto a las ciudades, se trata de ciudades cerradas, prohibidas. Para entrar en ellas hay que tener un permiso especial de Defensa. Lo intentamos un día, a ver qué nos encontrábamos, y lo que nos encontramos fue un control en la carretera a unos 30 Km de Severomorsk. Fin del trayecto.

Acaban de estrenar en España la película Kursk sobre la tragedia del submarino nuclear que llevaba ese nombre. Era la joya de la corona nuclear rusa y se hundió en el Ártico. Murieron los 118 marineros que iban a bordo. El fracaso ruso en los intentos de rescate, la negativa del gobierno a aceptar ayuda extranjera hasta que fue demasiado tarde, y, una vez más, el desprecio de las autoridades por la vida y el dolor de sus ciudadanos causaron una indignación popular y mediática, y unas reacciones de las autoridades, que nos llevaron a creer que algo cambiaría en Rusia para bien. Nos equivocamos. 

La película acierta en lo esencial: el desastroso estado de los equipamientos militares rusos y el escarnio  constante al sufrimiento de los familiares de los marineros. Pero, claro, es una película, faltan muchos detalles que necesito recuperar y compartir.

Las familias.  Tratándose de Rusia eso quiere decir las mujeres. Pelearon, en cuanto se supo que el submarino en el que iban sus hombres (hijos o maridos) se había hundido, para que les informaran de qué estaba pasando, si estaban vivos o muertos, si había esperanza de rescatarlos. La respuesta fue el silencio o la mentira.

A diferencia de lo que da a entender la película no todos los familiares vivían en la ciudad-base. Las madres estaban en los lugares de origen de los marineros, algunas a días de distancia en tren. Ninguna autoridad les facilitó el transporte hasta el puerto adonde debían llevar a sus hijos, vivos o muertos. No. La mayoría tuvieron que emplear sus ahorros o hacer una colecta entre amigos y vecinos para poder pagar el billete a Murmansk, la capital de esa región en el Ártico ruso. Y cuando llegaban los familiares los militares los esperaban en los andenes para acompañarlos a la base y protegerlos de la prensa, aunque más bien parecía que los secuestraban para evitar que hablaran con nosotros.  Esos desplazamientos, ese sufrimiento añadido, y esa censura no aparecen en la película.

Murmansk. Fue el aeropuerto al que volamos los periodistas para informar de la noticia. A Murmansk volamos el equipo de la corresponsalía de TVE en Moscú. Bravo para Karina Amatuni, la productora-traductora que logró los billetes de madrugada. El equipo B podríamos decir porque yo no era la corresponsal titular, sino la adjunta, y el camarógrafo era el suplente temporal recién contratado. Era el mes de agosto. Por esa razón fuimos el primer y único medio español desplazado los dos primeros días. Los otros corresponsales estaban de vacaciones, como lo estaba el titular de TVE en Moscú, Carmelo Machín.

Informar.  Era el año 2000, técnicamente las televisiones dependíamos de los enlaces de satélite para poder mandar  las crónicas y hacer las conexiones en directo. Eurovisión (EBU), el consorcio de televisiones públicas europeas del cual forma parte TVE, era quien debía darnos esas conexiones. Para ello debían instalarse en algún lugar y, tratándose de televisión, algún lugar con algo que al espectador le dijera que estábamos, si no en el puerto del Kursk, si al menos en un puerto cercano. Al puerto mercantil que fue el equipo de Eurovisión con su furgoneta, su parabólica y sus cables. Y sus dos responsables rusos. 

Sin apenas haber dormido ni comido, ahí estábamos el equipo de TVE en el puerto, en nuestra posición de directo a las once de la noche (las nueve en la España peninsular) para abrir el telediario. No pudimos siquiera cerrarlo porque la conexión de EBU aún no daba garantías. 

¿Por qué se demoró tanto la infraestructura de EBU?  Me alegro de que me haga esa pregunta porque la explicación es el mejor resumen de las condiciones en que trabajamos aquellos días. 

Llegó el equipo de EBU a Murmansk, localizó el mejor sitio para los puntos de directo (el lugar desde el que los periodistas de televisión haríamos los directos) y fueron a pedir permiso a la autoridad portuaria. Permiso denegado. Como había yo experimentado en la estación de tren de Tula, cualquier lugar relacionado con transporte es considerado en Rusia un punto estratégico y prohibido a la prensa. Imposible. Los dos responsables, rusos, de Eurovisión intentaron explicarle a la autoridad que para informar sobre un submarino y una flota en televisión no tenía mucho sentido colocarnos en una esquina gris y anodina que podía ser cualquier lugar de la extinta Unión Soviética.  Inútil. Niet.

Al final, después de mucho tira sin aflojo ninguno, encontraron ¡porque eran rusos! el argumento exitoso: "Piense que en cuestión de horas va a tener esta ciudad llena de periodistas de todo el mundo. De Europa, de Estados Unidos, de Japón... Tenemos peticiones de la BBC, de CNN, de NHK... ¿Qué prefiere: tenerlos a todos dispersos por la ciudad, en lugares que usted no controla, o saber que al menos una vez al día todos tienen que venir aquí y usted puede controlarlos a ellos y lo que cuentan?" Permiso concedido.  Aunque demasiado tarde para TVE. No pudimos informar desde Murmansk hasta el día siguiente. Los sinsabores de la televisión: da igual los esfuerzos que hayas hecho o lo buena que sea la crónica, si no llegas a tiempo es como si no hubieras hecho nada. Nos fuimos los cuatro (Karina, Sacha, Denis y yo) cansados, hambrientos y frustrados a la cama. Yo, además, la única no rusa del equipo, entumecida por haber estado una hora tiesa delante de la cámara bajo el frío esperando que la conexión de satélite funcionara. 

A la caza del uniforme y la osadía. Confinados en Murmansk a decenas de kilómetros de donde pasaba algo, aunque fuera poco, relacionado con el submarino, teníamos que ingeniárnoslas para alimentar la bestia del telediario con dos crónicas diarias. Poco y anodino que grabar y apenas ningún testimonio de peso. Así que puse el equipo a avistar cualquier síntoma externo de que alguien podía ser un militar o se atrevía a hablar.  El testimonio que más me afectó fue el de un señor que me dijo: "La de marineros que se han hundido ahí abajo sin que nadie haya movido un dedo por rescatarlos con vida. La diferencia ahora es que os habéis enterado los medios internacionales. No pueden seguir ocultándolo y algo tienen que hacer".

En la película tampoco aparecen la prensa ni la ira de la mayoría de los ciudadanos. Nada de la catársis nacional que se experimentó en aquellos días ni de las repercusiones internacionales.

Ver la película me ha devuelto la congoja de aquellos días por el desprecio, insisto en ese desprecio, de quien ostenta el poder en Rusia (lleve el adjetivo que lleve) por la vida y los sentimientos de sus ciudadanos, y por la capacidad de pelear contra viento y marea de esas madres y esposas, siempre, ante cualquier tragedia o injusticia, ¡la lucha infatigable de las mujeres rusas!

Al salir del cine me fui a la web de RTVE a la carta y rescaté el Informe Semanal que hicimos. En el reportaje incluí aquella indignación mayúscula de ciudadanos y prensa rusos, lo inaudito de ver al comandante al mando de la Flota del Mar del Norte pedir perdón en televisión y, también en televisión, al presidente Vladímir Putin -que sólo llevaba ocho meses en el cargo- aparecer compungido. Inaudito. Decía yo en el reportaje lo que decía todo el mundo aquellos días, que tal vez estábamos ante el prólogo de una relación mas democrática y transparente entre el poder y los ciudadanos en Rusia.  Fue todo lo contrario.

Han pasado 18 años. Fue uno de mis primeros reportajes para Informe Semanal.  Sirve como testimonio de un momento.

 

 

 

 

 

 

 

Anna Bosch    9.dic.2018 20:59    

De un hombre bueno y tantas mujeres violadas. Premio Nobel de la Paz 2018.

A principios de 2017, Paco Magallón, camarógrafo compañero en Televisión Española (TVE) y fotógrafo con un don especial para los retratos, se acercó a mi sitio en la redacción del Telediario y me propuso participar en un libro que iba a publicar con ACNUR. Se trataba de escribir textos que acompañaran los 37 retratos que había hecho a mujeres en sus viajes. El propósito del libro, segunda fase de una exposición anterior, era denunciar la violencia contra las mujeres en distintos lugares del mundo. 

"Elige una mujer, un retrato, un país y a partir de ahí escribes un relato corto. Puede ser de algo que hayas vivido o no". Me explicó.

Le pedí que me dejara mirar los retratos. Me fijé en los países y en cuanto vi una mujer de la República Democrática del Congo me decidí. "Será ficción, pero basado en hechos reales. ¿Encaja en el proyecto?" le consulté. Me dijo que adelante.

Unos dos años antes, en noviembre de 2014, había escuchado con lágrimas en los ojos, la piel erizada y el estómago encogido el discurso de aceptación del Premio Sájarov en el Parlamento Europeo. El doctor Denis Mukwege recogía el premio y aprovechaba el honor para denunciar las atrocidades que se cometen en el Congo contra mujeres, niñas e incluso... bebés. Atrocidades de las que él es testigo directo porque pone toda su ciencia y su corazón para salvar la vida a esas mujeres. En el discurso puso ejemplos concretos espeluznantes y lo resumió con una sentencia:   "El cuerpo de la mujer se ha convertido en campo de batalla y la violación, en un arma de guerra".

Inspirada por el testimonio del doctor Mugwege y los que había leído de mujeres víctimas escribí el texto para el libro "Mujer, todos somos una". 

Monólogo imaginario basado en testimonios reales:

 Dejé de sentirme un ser humano y olvidé que era una mujer. Me convirtieron en un trozo de carne. Un trozo de carne con un orificio. Dos orificios. Tres. Un trozo de carne contra el que soltar su fuerza animal y desparramar su violencia, ebrios de odio. No tienen bastante con matarnos; a las mujeres, además, nos violan. Una, dos, tres, cuatro veces… Uno a uno o en grupo. Con su cuerpo o con armas peores. En el bosque a solas o con testigos, con nuestra familia, con nuestros maridos, con nuestros hijos delante. A veces obligan a los familiares a violarnos y, si se niegan, los matan. Cuanto más gritamos, arañamos, pataleamos, lloramos, más se ensañan con nosotras. Somos el máximo trofeo porque somos la máxima humillación para nuestro grupo. Para sus enemigos, para el otro. Cuando nos violan matan el honor de los nuestros, humillando a una de nosotras nos humillan a todos. Porque somos mujeres. Y les da igual la edad. Desgarran la vagina y el alma de niñas y hasta de bebés de meses.

 Lo cuento y ya ni lloro. Me arrancaron mi alma de persona, de mujer, y soy un trozo de carne seco. Sin lágrimas.

 Y supongo que debo dar gracias por estar viva y poderlo contar. Y denunciar, por si puede servir para algo. Otras murieron. En el mismo momento de esa tortura o más tarde por las heridas o las infecciones. Yo tuve suerte. A mí no me violaron con botellas ni cuchillos ni me quemaron por dentro con líquidos extraños. Sangré. Perdí la conciencia, estuve días con dolores terribles, no podré tener hijos y no sé si algún día podré amar. Pero he sobrevivido.

 Lo cuento y ya ni lloro.

 Me dicen que hay, en este país tan grande, tan bonito, tan rico y tan cruel, un hombre bueno. Un médico. Me cuentan que se ha hecho célebre y que lo han premiado en Europa, que es un hombre bueno que llora por lo que nos hacen. Un hombre bueno que nos cura, nos salva la vida y denuncia -si alguien quiere escucharlo- a esos otros hombres que no son buenos.  

Alguien me dijo que ese doctor lo describió como yo lo siento: “El cuerpo de la mujer se ha convertido en un campo de batalla y la violación, en un arma de guerra”. Ese hombre bueno tiene un nombre: Denis Mukwege.

 

 

 

   El Premio Nobel de la Paz tiene un historial largo de polémicas, pero este año no ha lugar. El Nobel ha ido para el doctor Denis Mukwege y para Nadia Murad, la mujer yazidí iraquí, víctima del Daesh y portavoz de tantas mujeres violadas y usadas como esclavas. Ella es la protagonista del reportaje de En Portada: Esclavas del Daesh, emitido en TVE el 5 de mayo de 2016.   

 

 

         

Anna Bosch    5.oct.2018 16:32    

Charlottesville, Virginia, la Confederación, Obama, Trump...

Aquella noche de noviembre de 2008 yo estaba cubriendo la elección del primer presidente negro de los Estados Unidos en su ciudad adoptiva, Chicago., en el parque Grant  Cuando las televisiones anunciaron que Barack Obama ganaba el estado de Virginia un guardia de seguridad del parque se me acercó con los ojos llorosos y me abrazó repitiendo "He broke the South. He broke the South!"  Barack Obama, el candidato negro, del Partido Demócrata, había roto el Sur político, la antigua Confederación esclavista, que tuvo su capital en Virginia, en Richmond.  El guardia era negro.  Su emoción era tan estremecedora que me reprimí y no le comenté que Virginia ya no era lo que había sido. Sobre todo, aunque no solo, por la influencia de Washington, una ciudad encajada y estrangulada entre dos estados (Virginia y Maryland) cuyos habitantes (abrumadoramente progresistas, votantes del partido demócrata)  han convertido una parte de Virginia en barrios de la capital federal, y ese cambio demográfico ha tenido consecuencias políticas, Virginia ya no es un estado monolíticamente "del sur".  Charlottesville es una de las ciudades más progresistas del estado.

La elección de Barack Obama no fue el fin del racismo y la división.  Fue una inyección de autoestima y orgullo para esa parte de Estados Unidos frustrada por los ocho años de George W.Bush, las dos guerras (Afganistán e Irak) que se eternizaban sin victoria clara y el descubrimiento de que "el mundo los odiaba". Esa parte de los Estados Unidos sacó pecho, había logrado lo que nadie creía que iba a ver en vida, elegir a un presidente negro.   Las palabras se quedan cortas para describir la euforia, el orgullo profundo y el sentimiento de justicia que sintieron millones de estadounidenses.  Pero no fueron todos. 

Los Estados Unidos son una sociedad profundamente polarizada y eso no lo cambió la elección de Obama, es más, puede que tuviera el efecto contrario.  Una parte muy importante del país nunca lo aceptó y acumuló un rencor creciente hacia él. Y sí, el color de su piel, y  de su familia, es una de las razones. No la única, no voy a ser tan simplista, pero desde luego una razón. En la oposición feroz al presidente Obama había un componente de racismo. Y en el resentimiento de las clases blancas que se sienten abandonadas por la nueva economía y la globalización, también. No solo, pero también. Y no solo contra los negros, contra los hispanos, por ejemplo, también. Los blancos en los Estados Unidos son una mayoría en retroceso demográfico (y por consiguiente en parcelas de poder) y es algo que cuesta asimilar.  Donald Trump detectó y supo conectar con esa frustración, con esa rabia, y sus múltiples componentes, incluyendo el racismo. En su  lema "Make America Great Again"  (Volvamos a hacer de América un gran país) muchos, blancos y negros, interpretaban "Make America White Again" (Volvamos a hacer de América un país blanco). Y en el "America First" (Primero, América), prioridad a la América blanca.  Si la elección de Obama no unió al país mucho menos lo ha hecho la de Trump.  Y desde el día siguiente a su toma de posesión quedó claro con aquella Marcha de las Mujeres que la parte de sociedad que siente sus libertades y sus valores en peligro ha decidido plantarle cara.

Cuando bajo presidencia de Lyndon B. Johnson aprobaron la ley de Derechos Civiles, que ilegalizó la segregación en 1964,  Johnson acompañó la firma con un comentario-sentencia: "Hemos perdido el Sur durante una generación".  Se refería al Partido Demócrata porque, oh, ironías de la historia, el partido de Abraham Lincoln, que abolió la esclavitud, era el Republicano, y el Demócrata, el del sur esclavista. Desde 1964 los únicos dos presidente demócratas que hubo hasta Obama fueron sureños, Carter y Clinton, y aún en las primarias demócratas de 2008 John Edwards hacía valer su acento del sur como garantía de que solo él podía ser un candidato a presidente con posibilidades.  Barack Obama fue el primer demócrata en ganar Virginia desde 1964.  En 1964 se ilegalizó la segregación, pero algunas discriminaciones crueles como la prohibición del matrimonio interracial siguieron siendo legales en estados como Virginia hasta 1967, como  ha recordado recientemente la película Loving. 

El mito de la unidad. Fuera de los Estados Unidos abunda el mito de la unidad nacional, un patriotismo homogéneo bajo una misma bandera y un mismo himno. Existe ese patriotismo, pero basta alejarse menos de una hora de Washington y adentrarse en Virginia para empezar a ver en porches de casas, jardines, tiendas, coches...banderas de la Confederación. Toda ciudad con una mínima entidad tiene su cementerio de los confederados o su monumento a las Hijas de la Confederación, sus monumentos y placas a generales sudistas...  ¡La bandera confederada ha estado junto a la sede del Legislativo  de la capital de Carolina del Sur hasta hace dos años! Hasta que la indignación por el asesinato de una congregación negra en Charleston llevó a quitarla. En 2015.  Obama llevaba ya 6 años de presidente. Y el mes pasado la bandera del Sur volvió a ondear ahí por unas horas.  El acto se convocó con frases como esta: "Dos años desde que empezó el genocidio cultural políticamente correcto que se extiende por el Sur".  

El pasado está muy presente.

 

 

 

 

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Anna Bosch   17.ago.2017 17:11    

El liderazgo de Theresa May. No le bastará con ganar.

Theresa May, la primera ministra británica, adelantó tres años estas elecciones para reforzar su liderazgo y al cabo de casi dos meses de campaña el sentir general y el diagnóstico de los sondeos es que lo ha debilitado. El resultado de las urnas lo puede cambiar. O no.

Llegó al 10 de Downing Street por una carambola inesperada, la dimisión de David Cameron por haber perdido la jugada que creía iba a ganar: el referéndum sobre si seguir o salir de la Unión Europea. El Brexit puso a la ministra de interior de Cameron en el cargo de primera ministra. De eso aún no hace un año.

Nueve meses después y por sorpresa, el 18 de abril, después de haber insistido en que no adelantaría las elecciones previstas para 2020, Theresa May las adelantó tres años. La jugada era entonces evidente: en las urnas legitimaría el cargo que "heredó" y reforzaría su liderazgo porque ampliaría la mayoría absoluta de los conservadores en la Cámara de los Comunes.

¿Qué llevaba a ese razonamiento? Una serie de consensos entre la clase política, los analistas y los creadores de opinión: el UKIP había desaparecido como rival por la derecha y el principal partido de la oposición, el Laborista, se había ido demasiado a la izquierda al elegir como líder a Jeremy Corbyn, demasiado a la izquierda para que el electorado lo aceptase para gobernar.

Cuando Theresa May convocó las elecciones los sondeos le daban unos 20 puntos de ventaja sobre Jeremy Corbyn y muchos analistas vaticinaron que podría sacar una mayoría de entre 100 y 200 diputados. Ahora contaba con 17.

Esa mayoría tan importante y tan citada en la política británica es el número de diputados que el partido mayoritario le saca a la suma del resto. Y es importante porque la disciplina de voto de sus señorías británicas respecto al partido no es férrea y con "solo" 17 votos más que todo el resto de  partidos sumados el gobierno es susceptible de perder alguna votación a poco que se le rebelen algunos diputados.

Con esos datos y esa lógica (Jeremy Corbyn es demasiado radical para ganar) el Partido Conservador planteó una campaña presidencial: Teresa May contra Jeremy Corbyn.  Y el famoso lema Strong and Stable.  Fuerte y Estable.

Dos meses después y a la hora de votar las encuenstas reflejan un liderazgo de Theresa May que se mantiene, pero debilitado y con los laboristas de Jeremy Corbyn pisándole los talones en intención de voto. Alguna encuesta incluso ha aventurado que los tories podrían perder la mayoría absoluta que Cameron ganó contra pronóstico hace dos años.  El contraste de las respectivas campañas lo explica.  May se ha desdicho en menos de 24 horas de promesas electorales (reforzando el mote de The Economist:  Theresa Maybe), se ha negado a participar en debates con Corbyn y el resto de líderes políticos, en las entrevistas ha parecido responder como un robot (Maybot, otro mote), y sus actos han sido "blindados", alejados de grandes concentraciones de gente. Jeremy Corbyn en cambio ha hecho una campaña cercana a la gente, ha congregado multitudes y ha conectado con los jóvenes progresistas -recordando al fenómeno Bernie Sanders en los Estados Unidos- y, sobre todo, ha dado la impresión de no ser el radical peligroso que habían pintado los políticos -incluidos los de su propio grupo parlamentario- y casi toda la prensa.  A medida que avanzaba la camapaña Theresa May ha ido apareciendo más débil y dubitativa, miedosa incluso, y Jeremy Corbyn ha ido dando menos miedo.

Los dos atentados, en Manchester y Londres, no han ayudado a May. Ese contundente "Enough is enough" (Basta ya) que pronunció horas después del atentado en London Bridge se le ha vuelto en contra cada vez que le han recordado no ya que lleva casi un año de primera ministra, sino que antes fue seis años ministra de interior y que, además, los recortes del gobierno del que formaba parte afectaron a la policía. 

Un sondeo de YouGov de esta semana refleja ese empeoramiento de la imagen de Theresa May y mejoría de la de Jeremy Corbyn.  Ella le gana como líder fuerte (52% a 31%), pero ha perdido 10 puntos desde julio del año pasado (62%) y competencia (53 a 34). Él gana en honestidad y amabilidad/simpatía.

Al liderazgo de Theresa May este jueves no le basta con ganar y obtener mayoría absoluta, necesita ampliar significativamente la mayoría absoluta que tenía antes de adelantar las elecciones, 17 escaños.  Para el Financial Times una mayoría por debajo de los 50-70 escaños sería un fracaso.  Ante los electores y ante sus propios parlamentarios, que casi es más peligroso para su futuro. Es más, ya durante la campaña hay quien ha empezado a especular con posibles relevos si dimite o la hacen dimitir, y una de las candidatas es su sustituta en Interior y en el debate televisivo al que May se negó a ir. Amber Rudd.  Curándose en salud, horas antes de que abrieran los colegios electorales May se ha negado a poner un cifra, un listón para medir su victoria,    

Last but no least. El sistema electoral británico es uno de los menos proporcionales que hay en cuanto a la conversión de porcentaje de votos en escaños. El Nuevo Laborismo de Tony Blair arrasó en escaños (mayoría de 179) en 1997 con un 43% de los votos. Y los conservadores con Margaret Thatcher, mayoría de 144 con un 44%,

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Anna Bosch    7.jun.2017 23:01    

Del "barrage" y el frente republicano contra Le Pen. Francia 2017 no es Francia 2002.

Hace quince años por estas fechas estaba recorriendo Francia para Informe Semanal y los telediarios. "La Francia de Le Pen".  Estábamos, como ahora, entre la primera y la segunda vuelta de la elección presidencial. Y la primera había sido un electroshock, en Francia y en Europa. Contra todo pronóstico el líder del Frente Nacional, Jean-Marie Le Pen, padre de, había pasado a la segunda vuelta y el primer ministro socialista, Lionel Jospin, había quedado eliminado. 

2017 no es 2002.  Entonces apenas hubo debate sobre por quién votar en la segunda vuelta, y así el conservador Jacques Chirac , erosionado por el primer mandato y los casos de corrupción, pasó en catorce días de ser el presidente con peor resultado en la primera vuelta para su reelección (19,8%) al presidente más votado en la segunda, un 82% de los votos.  Un barrage (dique) anti Le Pen espectacular.  El "Frente Republicano" (que defiende los valores de la República) se movilizó de manera extraordinaria. La derecha votó a su candidato y se le unió la izquierda, que con una pinza en la nariz votó por un presidente que rechazaba dos semanas antes.  En las dos semanas de la primera  a la segunda vuelta hubo, desde la misma noche electoral,  manifestaciones de repulsa al racismo y la xenofobia de Le Pen y el Frente Nacional por toda Francia. Coreaban "Tous ensemble, tous ensemble!" (Todos juntos) y "Première, deuxième, troisième génération. Nous sommes tous des enfants d'immigrés" (Primera, segunda, tercera generación. Todos somos hijos de inmigrantes).  Otro lema fue "Votad por un corrupto, no por un fascista".  Nada parecido quince años después.

En 2017 no estoy físicamente en Francia, pero esa revolución que es internet me permite estar en contacto con mis amigos y conocidos franceses y sus charlas, debates, preocupaciones, intercambios de artículos, argumentaciones y discusiones. Y esa es la gran novedad, esta vez hay debate. Hay quien repudiando a Marine Le Pen y lo que representa no está dispuesto a votar por Emmanuel Macron. Crece el enfrentamiento entre quienes, para evitar una victoria de Marine Le Pen, llaman a votar por el joven político centrista ("socioliberal")  y quienes se muestran reticentes. Se llega al insulto, a poner amistades a prueba. Los principales argumentos de quienes se resisten a votar por Macron desde la izquierda, no solo la de Jean-Luc Mélenchon, también la de Benoît Hamon, es que ya pasaron por esto en 2002 y aquí estamos, con una ultraderecha más fuerte, y, sobre todo, que si el voto para esa derecha nacionalista y xenófoba crece es porque las políticas económicas que defiende Macron han echado a millones de electores en sus brazos y, rematan, votar por Macron hoy es seguir alimentando ese fenómeno.  Argumento al que desde el otro lado de la discusión responden: "O sea, para no tener Le Pen en 2022, ¿la tenemos ahora?"

En 2017 la pinza en la nariz para votar contra Le Pen no se la tienen que poner solo los votantes de izquierda. También en la derecha los hay reticentes a votar por Macron. Aún no han asimilado que François Fillon haya quedado eliminado. Y es comprensible, hace solo tres meses todo el mundo daba por descontado que Fillon sería presidente y ahora ni siquiera está en la final. Por la, presunta, corrupción destapada. ¿Se han quedado en el último momento sin candidato y encima tienen que votar por el heredero del socialista François Hollande? A algunos les cuesta y, en algunos casos, además, se sienten en algunas cuestiones más cerca de Marine Le Pen.

"Es la abstención lo que llevará al FN a la victoria: Con una participación por debajo del 60-65% el techo de cristal se convierte en membrana de celofán".  Escribía hace unos días el analista Aurélien Leblay en La Tribune.

No pasará. Quienes se plantean votar en blanco o abstenerse consideran que las encuestas aciertan  y que ganará Macron (le dan alrededor de 20 puntos, veinte, de ventaja) y que eso les permite el gesto de no votar por él sin arriesgarse a una presidenta Le Pen.         

2017 no es 2002. La operación de dédiabolisation de Marine Le Pen ha funcionado y ella da menos miedo que su padre. Políticamente es muchísimo más hábil.  En 2002 nadie se imaginaba que Le Pen, Jean-Marie, pudiera pasar a la segunda vuelta, ahora en 2017 todo el mundo había asumido las encuestas que pronosticaban el paso de Marine a la final, hasta el punto de que la noche del 23 de abril hubo, incluso, alivio al ver que pasaba, pero no era la más votada. Del escándalo-shock de 2002 al alivio relativo en 2017. 

En 2002 Jacques Chirac se negó a debatir con Jean-Marie Le Pen con este argumento: "No puedo aceptar la banalización de la intolerancia y el odio". Emmanuel Macron debatirá este miércoles con Marine Le Pen.   2017 no es 2002.

PD Si las encuestas fallan estrepitosamente y nos encontramos la noche del domingo 7 con presidenta Le Pen, prepárense para oír hablar del artículo 16 de la Constitución francesa.

PD 2-  En alguna ocasión que he entrado en el debate alguna amiga me ha contestado: "Gracias por interesarte tanto. Has vivido en Francia, quieres a este país y te agradezco que te sigas preocupando". Perdón, replico en esos casos, esta vez no me preocupo por vosotros, me preocupo por mí, por el resto de europeos que, al igual que el año pasado con el Brexit, vemos nuestro propio futuro en manos de otros europeos. Sin derecho a votar, apenas podemos observar y esperar.

 

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Anna Bosch    1.may.2017 21:25    

"Mis" británicos europeístas. Derrotados.

Lo confieso, la gran mayoría de mis amigos y conocidos británicos son europeístas, votaron a favor de seguir en la Unión Europea y aún no se han recuperado del shock. Forman parte del 48.   48 es ya la forma de abreviar ese 48,1% que votó a favor de seguir en la UE y perdió frente a un 51,9%  que votó a favor de salir. La mañana del 24 de junio el país quedó partido en dos, los del 48% y los del 52%.

Y desde aquella mañana observo su reacción, la de los del 48, con asombro. Presuponía su profunda frustración, pero aún así me sorprendió, y aún me sigue llamando la atención, la pasión, la visceralidad, ¡la ira! con que muchos la expresan y se pelean. Parecen acalorados latinos y no flemáticos británicos. Desde esa mañana, en esas conversaciones que mantenemos en persona o a través de las redes sociales, algunos de mis amigos o conocidos británicos hablan con un desapego o incluso desprecio de su país, de esa mayoría del 52% que los arrastra fuera de la Unión Europea, de una manera para mí inimaginable antes del referéndum. He oído y leído comentarios del tipo "reniego de mi país" "país de ignorantes que se creen una sarta de mentiras".  

Algunos amigos o conocidos trabajan o colaboran con la diplomacia británica en distintos lugares del mundo y su desolación es evidente. "Yo me dedico a esto para construir, no destruir. Y lo que se me pide ahora es que destruya un edificio que hemos construido a largo de cuarenta años" me comentaba un conocido apesadumbrado. Un amiga tiene el muro en Facebook desbordado de convocatorias, denuncias, argumentos y un empeño titánico por algo que casi nadie cree posible: parar esa "caída por el precipicio" como lo describió el editorial del Observer/Guardian el domingo con un tono y un fondo durísimos que reflejan esa ira a la que me refería,  y como lo han dibujado varios cartoonistas.    

Desde ese 24 de junio muchos de esos amigos se han vuelto activistas para encontrar una fórmula, por improbable que sea, de cambiar el resultado del referéndum: firmando una petición al parlamento pidiendo un segundo referéndum, acudiendo y publicitando cuanta manifestación pro-UE se convoque, difundiendo toda encuesta que indique que la mayoría ha cambiado de lado, han puesto la bandera azul con las doce estrellas amarillas en sus fotos de perfil... Incluso, en algunos casos,  han abrazado la vuelta de Tony Blair.

Especialmente irritados y, sobre todo, preocupados están los expats,  los británicos que viven fuera del Reino Unido. En España se han movilizado para pedir que se reconozca la doble nacionalidad con el Reino Unido, para poder pedir la nacionalidad española sin tener que renunciar a la británica. Y ha nacido la plataforma Eurocitizens para luchar por los derechos de los británicos en España , y de los ciudadanos europeos en el Reino Unido, una vez que el Reino Unido ya no esté en la Unión Europea. Un día llamo a un amigo y al descolgar él el teléfono pregunto un rutinario "¿Qué tal estás?" y me responde "Bien, yo estoy bien, con los años que llevo viviendo en España puedo pedir la ciudadanía española", así, de entrada. 

Little England. Little England es una manera de referirse a "la Inglaterra profunda" y nacionalista por contraposición a la Inglaterra cosmopolita, es decir, Londres. La semana pasada en una comida un escritor inglés comentaba: "Cuando salgo de Londres me encuentro con ese lugar desconocido llamado Inglaterra". Porque es Inglaterra. Es Inglaterra la nación británica donde vive más del 80% de la población y del electorado y es quien lleva al resto del país fuera de la Unión Europea. 

Una reacción habitual del 52% ganador suele ser: "Aceptad y asumid de una vez el resultado. Habéis perdido. Pero claro, os cuesta asimilarlo porque vivís en la burbuja de Londres: tan cosmopolitas, elitistas, veis la BBC, leéis el Guardian y el Financial Times. No os enteráis del país real". Ah, el país real en contraposición a las élites.  

Oyendo y leyendo esos intercambios me doy cuenta de que se parecen como dos gotas de agua a la bronca entre votantes de Hillary Clinton y votantes de Donald Trump en los Estados Unidos. Esa polarización, esa sociedad partida en dos, enfrentada. Ese metro versus retro como dicen en los EE.UU., las grandes ciudades contrapuestas a las pequeñas y al mundo rural y post-industrial del interior. ¿Ha cobrado una dimensión nueva esa división o es simplemente que ahora nos damos más cuenta?

Este miércoles la primera ministra británica, Theresa May, que lo es porque David Cameron dimitió por perder el referéndum que él convocó, invoca el famoso Artículo 50 del Tratado de Lisboa y a partir de ahí empieza la cuenta atrás de, en teoría, dos años. Y en dos años, el divorcio. Todo en teoría porque lo que este miércoles se pone en marcha es un mecanismo que nunca antes se ha probado. Uncharted waters. Aguas nunca navegadas, incluso para quienes fueron imperio naval y solían dominar las olas. Rule, Britannia, Britannia, rule the waves...    

 

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Anna Bosch   28.mar.2017 16:37    

La victoria de Trump y la señora que me susurró

Domingo, 6 de noviembre. Uno de esos días soleados de otoño de Washington que te enamoran. Objetivo: recoger las opiniones de algunos ciudadanos sobre la elección que tendrá lugar en apenas cuarenta y ocho horas, Hillary Clinton o Donald Trump para presidente de los Estados Unidos.

Como preguntar a los washingtonianos no tiene sentido porque votan siempre de manera abrumadora por los demócratas (Hillary Clinton acabó ganando con el 92,8%) me dirijo a los alrededores de la Casa Blanca, punto de peregrinación para cualquier turista en la capital federal, en busca de ciudadanos de otros lugares del país, especialmente de los swing states,  esos estados que unas veces se decantan por los demócratas y otras, por los republicanos y de cuya inclinación depende el resultado final.  Encuentro una pareja de Ohio, ¡bingo! As Ohio goes so goes the nation dice el proverbio electoral, lo que decide Ohio es lo que decide el país. Les pregunto quién creen que ganará en Ohio y me dicen que "50-50". Ni nos resuelven la duda, ni nos dan una sorpresa a la vista de cómo van las últimas encuestas. 

Haciéndose un autorretrado con la hermosa fachada del lado sur me encuentro una familia de Pennsylvania. Bien, otro de los estados-campo de batalla de estas elecciones. En Filadelfia cerró Hillary Clinton su campaña por todo lo alto con Bill, Chelsea, los Obama y Bruce Springsteen. Son un matrimonio y su hija adolescente. Blancos, aparentemente de clase media, y de Filadelfia. Con ese perfil pienso que van a ser votantes demócratas. Les pregunto si sienten que esta es una elección especial y me dicen que sí porque dependiendo del resultado puede ser terrorífico. ¿En qué sentido? Antes de responder la señora mira a derecha e izquierda y me dice que no se siente cómoda respondiendo ese tipo de preguntas, "aquí...y con gente alrededor que puede oírme". Después de una pausa la señora agacha la cabeza, se acerca a mí -lo cual nos da un plano televisivo inusual, pero significativo- y me susurra "Si Hillary gana, va a ser terrible. No la soporto, es una mentirosa". Se incorpora y procurando mantener un tono bajo de voz subraya su animadversión por la candidata: "Y eso que voté por Bill en las dos ocasiones".  ¿Puedo deducir que van a votar por Trump? pregunto. "Lo puede deducir, si" me contesta el marido. He conseguido que me digan por quién van a votar y por qué, en un estado que ha resultado decisivo, pero ha requerido tiempo y no han pronunciado el nombre del candidato en ningún momento 

Votantes de Donald Trump hay muchos, no hay un perfil único, pero este matrimonio da algunas claves que pueden servir para explicar por qué se equivocaron tanto las encuestas y por qué hubo tantos que votaron por Obama y no lo hicieron por Clinton. Clarísimamente esta familia se sentía incómoda diciendo que iban a votar por Trump ante una periodista,  sospechosa por serlo de pertenecer a esas "élites progresistas alejadas del pueblo", y rodeados de otras personas que probablemente tenían demonizados a los votantes de Trump y, más, en una ciudad tan espectacularmente prodemócrata y que es la encarnación del sistema, el establishment, las élites contra las que Trump ha hecho campaña. Tiene lógica pensar que la misma coacción pueden sentir ante los encuestadores de opinión, parte del sistema también. De ahí tantísimo voto oculto. Su testimonio avala también la fuerza electoral que puede haber tenido la antipatía que despierta Hillary Clinton, y que tanto ha explotado Donald Trump en la campaña, una razón para votar contra ella o quedarse en casa.

¿Y la hija? Su testimonio es igualmente ilustrativo: "Tengo 17 años y me alegro de no tener aún derecho a votar. Es un alivio no tener que elegir entre estos dos candidatos y después de esta campaña. De poder votar probablemente lo acabaría haciendo por un tercero".

 

 

 

 

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Anna Bosch   12.nov.2016 20:02    

Estos días en Niza y la rabia de Francia

Sábado pasada la medianoche en el Paseo de los Ingleses, la Promenade des Anglais, la Prom, en Niza. Se acercan dos señores. Andan despacio y van mirando al suelo como quien busca un anillo o un pendiente que se le ha caído. "¿Estás seguro de que es aquí?" le pregunta en italiano un señor al otro. "Sí, estoy seguro, exactamente ahí". Me acerco y casi susurrando le pregunto si puedo preguntar. Se me queda mirando sin ira y con la serenidad de quien lo ha llorado todo en cuarenta y ocho horas señala ese punto en el asfalto y me responde: "Ahí murió mi mujer anteayer. El camión vino por ahí detrás, echamos a correr, pero ella no pudo escapar...no le puedo decir más".  

Domingo al mediodía, dos mujeres jóvenes, por su fisonomía y acento francesas probablemente de familia magrebí, pasean por la Prom con dos grandes ramos de flores blancas. Cuando se acercan dos policías a caballo una de ellas  empieza a increparlas: "¡¿Qué hacéis ahora?! ¡Esto no es más que teatro! ¡¿Dónde estabais el jueves por  la noche cuando mataron a mi madre?!" Una de las policías le responde con calma y suave en el tono: "No diga eso, mi compañera estuvo aquí toda a noche e hizo todo lo que pudo". La escena se alarga, la hija de la fallecida en el atentado sigue increpando a las dos policías, las policías en lo alto de sus caballos aguantan. 

Lunes al mediodía. Hay convocado en toda Francia un minuto de silencio por las víctimas. En la Prom, de hecho, en esos tramos en los que espontáneamente se han dejado flores, velas y peluches, llevan tres días de silencio. Como era de esperar ese minuto oficial acaba con los miles de personas presentes cantando La Marsellesa. Y tras ese himno que suele ser símbolo de unidad y de fraternité, el enfrentamiento, el choc: La multitud pasa del silencio y una Marsellesa susurrada a un estruendo de silbidos, abucheos y, también, aplausos. Pregunto a quién abuchean, a los élus responden.  A los cargos electos, a las autoridades, pero sobre todo al primer ministro, Manuel Valls, presente en ese homenaje. Piden su dimisión y le llegan a gritar "asesino". Hay quien dice que fue orquestado por el ultraderechista Frente Nacional. Y tal vez alguien del FN fue el primero en gritarle al primer ministro socialista en este feudo de la derecha y la extrema derecha que es la Costa Azul en general y Niza en particular , pero lo que me impresionó fue lo fácil que prendió la mecha entre los ciudadanos presentes.

 

 

Se quejaban de las pocas medidas de seguridad, de por qué no habían mantenido los controles de la Eurocopa, y repetían esa acusación de que la matanza se podía haber evitado. Niza es una ciudad de extremos: feudo de la ultraderecha y del yihadismo. Una señora se me acercó para decir que no era en Siria donde tenían que bombardear, "los tenemos aquí", otra anunciaba que  iba a comprarse un Kaláshnikov para defenderse por su cuenta, 

Francia ha sufrido la muerte de  más de doscientas personas en apenas ocho meses, desde el 13 de noviembre en París. Desde entonces está en estado de emergencia, una excepcionalidad que va para largo. Y los ánimos están muy encrespados. Y lo están no solo por el dolor, la frustración y el miedo que produce esa acumulación de muertes, lo están también porque los políticos, esos élus para gestionar la cosa pública están usando este último atentado como arma política y atizan el fuego de la crispación .

Están en una campaña que tiene varios frentes: En primavera se elegirá Presidente de la República y antes, en noviembre, dentro de cuatro meses, serán las primarias en el partido de la derecha (Les Républicains, según su última denominación) para elegir candidato. Campaña dentro del partido de la derecha, en la oposición, campaña entre la derecha y el partido socialista en el gobierno, y, también y sobre todo, campaña frente a esa sombra cada vez más alargada que es la ultraderecha del Front National con Marine Le Pen que se ve ya en la segunda vuelta de las presidenciales. Según un sondeo encargado por Le Figaro, solo un 33% de los franceses confían en el gobierno Hollande en materia antiterrorista y el 81% están dispuestos a ceder más en sus libertades en nombre de la seguridad.  Una de las propuestas de la derecha es crear una especie de Guantánamos, centros de detención preventiva de sospechosos, en Francia. 

Si alguna vez hubo unidad frente al terrorismo se ha esfumado. Francia es hoy un país dolorido, atemorizado y dividido. 

  

 

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Anna Bosch   21.jul.2016 20:57    

El asesinato de Jo Cox y la democracia británica

Sigo en la distancia la conmoción en el Reino Unido por el asesinato, brutal, de la diputada Jo Cox. Y no me cuesta imaginar el estado de shock en el que se encuentran sus conciudadanos. Al asesinato no se suma solo el ensañamiento del asesino con Jo Cox y sus circunstancias personales. A su asesinato se le suma un atentado a una democracia de cercanía que se basa en parte en que los diputados puedan, deban de hecho, ir por la calle y entablar conversación con sus vecinos y electores. El sistema electoral es de un candidato/a por circunscripción,  la constituency, palabra, concepto fundamental en la democracia británica.  De modo que cada candidato/a debe, él o ella, personalmente ganarse los votos, ganarse la confianza de los electores y revalidarla con sus intervenciones y sus iniciativas parlamentarias, si quiere ser reelegido/a.  Tiene que tener la oficina y el correo abiertos a esos electores, a los ciudadanos de su circunscripción, a su constituency, y debe escucharlos, conversar y discutir con ellos.  Los ciudadanos británicos, sobre todo en las localidades pequeñas, saben quién es su diputado o diputada y no dudan en abordalos por la calle.   Matar a una diputada en la calle es atentar contra esa relación fundamental de la democracia británica que los británicos tienen muy interiorizada.

Con cautela, porque de momento no se ha establecido una relación directa entre el asesinato y el referéndum sobre la Unión Europea, la muerte de Jo Cox ha hecho que muchos cuestionen hoy en el Reino Unido el tono de esta campaña electoral. Un tono cada día más agresivo, visceral y xenófobo.  Jo Cox se había dedicado siempre con pasión a defender a los más vulnerables, primero como activista en Oxfam y este último año como diputada. Una de sus causas últimas, además de seguir en la Unión Europea, fueron los refugiados. Según testigos, quien la mató gritó algo parecido a “Gran Bretaña, primero”. No se ha establecido de momento un vínculo directo entre el asesinato y la campaña de referéndum, pero hoy crecen las voces que invocan la necesidad de erradicar el odio del debate político. Y el abogado más sobrecogedor de esa causa es el marido, perdón, el viudo y padre de los hijos de Jo Cox  que ha hecho pública esta declaración.  "Jo habría querido que ahora pasaran dos cosas por encima de todo: una, que nuestros hijos estén arropados con amor y la otra, que nos unamos contra el odio que la ha matado. El odio no tiene credo, ni raza, ni religión. Es venenoso".

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Anna Bosch   17.jun.2016 15:15    

Anna Bosch

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Anna Bosch lleva más de 20 años cubriendo información internacional. Ha sido corresponsal de TVE en Moscú, Washington y Londres. En la actualidad es redactora en el área de internacional.
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