Kursk: la película se queda corta. Fue peor. Yo estuve "allí".
¿Por qué escribo allí entre comillas? Porque hablamos de una tragedia en Rusia. Agosto del año 2000. Estar allí habría sido estar en uno de los barcos de las operaciones de rescate, en el puerto-base del submarino (Vidyayevo) o en la capital de la Flota del Norte, Severomorsk. Pero fue imposible. Niet.
Al barco más importante de la flota que estaba de maniobras en el mar de Barents donde se hundió el submarino nuclear solo autorizaron, los últimos días, a un equipo de la televisión pública, oficial, portavoz del gobierno. Y en cuanto a las ciudades, se trata de ciudades cerradas, prohibidas. Para entrar en ellas hay que tener un permiso especial de Defensa. Lo intentamos un día, a ver qué nos encontrábamos, y lo que nos encontramos fue un control en la carretera a unos 30 Km de Severomorsk. Fin del trayecto.
Acaban de estrenar en España la película Kursk sobre la tragedia del submarino nuclear que llevaba ese nombre. Era la joya de la corona nuclear rusa y se hundió en el Ártico. Murieron los 118 marineros que iban a bordo. El fracaso ruso en los intentos de rescate, la negativa del gobierno a aceptar ayuda extranjera hasta que fue demasiado tarde, y, una vez más, el desprecio de las autoridades por la vida y el dolor de sus ciudadanos causaron una indignación popular y mediática, y unas reacciones de las autoridades, que nos llevaron a creer que algo cambiaría en Rusia para bien. Nos equivocamos.
La película acierta en lo esencial: el desastroso estado de los equipamientos militares rusos y el escarnio constante al sufrimiento de los familiares de los marineros. Pero, claro, es una película, faltan muchos detalles que necesito recuperar y compartir.
Las familias. Tratándose de Rusia eso quiere decir las mujeres. Pelearon, en cuanto se supo que el submarino en el que iban sus hombres (hijos o maridos) se había hundido, para que les informaran de qué estaba pasando, si estaban vivos o muertos, si había esperanza de rescatarlos. La respuesta fue el silencio o la mentira.
A diferencia de lo que da a entender la película no todos los familiares vivían en la ciudad-base. Las madres estaban en los lugares de origen de los marineros, algunas a días de distancia en tren. Ninguna autoridad les facilitó el transporte hasta el puerto adonde debían llevar a sus hijos, vivos o muertos. No. La mayoría tuvieron que emplear sus ahorros o hacer una colecta entre amigos y vecinos para poder pagar el billete a Murmansk, la capital de esa región en el Ártico ruso. Y cuando llegaban los familiares los militares los esperaban en los andenes para acompañarlos a la base y protegerlos de la prensa, aunque más bien parecía que los secuestraban para evitar que hablaran con nosotros. Esos desplazamientos, ese sufrimiento añadido, y esa censura no aparecen en la película.
Murmansk. Fue el aeropuerto al que volamos los periodistas para informar de la noticia. A Murmansk volamos el equipo de la corresponsalía de TVE en Moscú. Bravo para Karina Amatuni, la productora-traductora que logró los billetes de madrugada. El equipo B podríamos decir porque yo no era la corresponsal titular, sino la adjunta, y el camarógrafo era el suplente temporal recién contratado. Era el mes de agosto. Por esa razón fuimos el primer y único medio español desplazado los dos primeros días. Los otros corresponsales estaban de vacaciones, como lo estaba el titular de TVE en Moscú, Carmelo Machín.
Informar. Era el año 2000, técnicamente las televisiones dependíamos de los enlaces de satélite para poder mandar las crónicas y hacer las conexiones en directo. Eurovisión (EBU), el consorcio de televisiones públicas europeas del cual forma parte TVE, era quien debía darnos esas conexiones. Para ello debían instalarse en algún lugar y, tratándose de televisión, algún lugar con algo que al espectador le dijera que estábamos, si no en el puerto del Kursk, si al menos en un puerto cercano. Al puerto mercantil que fue el equipo de Eurovisión con su furgoneta, su parabólica y sus cables. Y sus dos responsables rusos.
Sin apenas haber dormido ni comido, ahí estábamos el equipo de TVE en el puerto, en nuestra posición de directo a las once de la noche (las nueve en la España peninsular) para abrir el telediario. No pudimos siquiera cerrarlo porque la conexión de EBU aún no daba garantías.
¿Por qué se demoró tanto la infraestructura de EBU? Me alegro de que me haga esa pregunta porque la explicación es el mejor resumen de las condiciones en que trabajamos aquellos días.
Llegó el equipo de EBU a Murmansk, localizó el mejor sitio para los puntos de directo (el lugar desde el que los periodistas de televisión haríamos los directos) y fueron a pedir permiso a la autoridad portuaria. Permiso denegado. Como había yo experimentado en la estación de tren de Tula, cualquier lugar relacionado con transporte es considerado en Rusia un punto estratégico y prohibido a la prensa. Imposible. Los dos responsables, rusos, de Eurovisión intentaron explicarle a la autoridad que para informar sobre un submarino y una flota en televisión no tenía mucho sentido colocarnos en una esquina gris y anodina que podía ser cualquier lugar de la extinta Unión Soviética. Inútil. Niet.
Al final, después de mucho tira sin aflojo ninguno, encontraron ¡porque eran rusos! el argumento exitoso: "Piense que en cuestión de horas va a tener esta ciudad llena de periodistas de todo el mundo. De Europa, de Estados Unidos, de Japón... Tenemos peticiones de la BBC, de CNN, de NHK... ¿Qué prefiere: tenerlos a todos dispersos por la ciudad, en lugares que usted no controla, o saber que al menos una vez al día todos tienen que venir aquí y usted puede controlarlos a ellos y lo que cuentan?" Permiso concedido. Aunque demasiado tarde para TVE. No pudimos informar desde Murmansk hasta el día siguiente. Los sinsabores de la televisión: da igual los esfuerzos que hayas hecho o lo buena que sea la crónica, si no llegas a tiempo es como si no hubieras hecho nada. Nos fuimos los cuatro (Karina, Sacha, Denis y yo) cansados, hambrientos y frustrados a la cama. Yo, además, la única no rusa del equipo, entumecida por haber estado una hora tiesa delante de la cámara bajo el frío esperando que la conexión de satélite funcionara.
A la caza del uniforme y la osadía. Confinados en Murmansk a decenas de kilómetros de donde pasaba algo, aunque fuera poco, relacionado con el submarino, teníamos que ingeniárnoslas para alimentar la bestia del telediario con dos crónicas diarias. Poco y anodino que grabar y apenas ningún testimonio de peso. Así que puse el equipo a avistar cualquier síntoma externo de que alguien podía ser un militar o se atrevía a hablar. El testimonio que más me afectó fue el de un señor que me dijo: "La de marineros que se han hundido ahí abajo sin que nadie haya movido un dedo por rescatarlos con vida. La diferencia ahora es que os habéis enterado los medios internacionales. No pueden seguir ocultándolo y algo tienen que hacer".
En la película tampoco aparecen la prensa ni la ira de la mayoría de los ciudadanos. Nada de la catársis nacional que se experimentó en aquellos días ni de las repercusiones internacionales.
Ver la película me ha devuelto la congoja de aquellos días por el desprecio, insisto en ese desprecio, de quien ostenta el poder en Rusia (lleve el adjetivo que lleve) por la vida y los sentimientos de sus ciudadanos, y por la capacidad de pelear contra viento y marea de esas madres y esposas, siempre, ante cualquier tragedia o injusticia, ¡la lucha infatigable de las mujeres rusas!
Al salir del cine me fui a la web de RTVE a la carta y rescaté el Informe Semanal que hicimos. En el reportaje incluí aquella indignación mayúscula de ciudadanos y prensa rusos, lo inaudito de ver al comandante al mando de la Flota del Mar del Norte pedir perdón en televisión y, también en televisión, al presidente Vladímir Putin -que sólo llevaba ocho meses en el cargo- aparecer compungido. Inaudito. Decía yo en el reportaje lo que decía todo el mundo aquellos días, que tal vez estábamos ante el prólogo de una relación mas democrática y transparente entre el poder y los ciudadanos en Rusia. Fue todo lo contrario.
Han pasado 18 años. Fue uno de mis primeros reportajes para Informe Semanal. Sirve como testimonio de un momento.