Lo cierto es que se vuelve si se puede y te dejan. Si todos los astros, o en este caso, los dioses y los profetas se confabulan para ello, una vez que has pisado una vez sus calles, es muy difícil desprenderse de ese halo de extraña singularidad en la que pocas ciudades están envueltas.
Jerusalén hechiza, envenena, contagia, sorprende, enamora, serena y enamora; también provoca, sugiere, empatiza, molesta y desconcierta, todo en cuestión de segundos. Y conste que todo esto lo experimenta un no creyente en términos religiosos, ¿qué no sentirá un cristiano, un judio o un musulmán?
Es fastuoso el influjo que ejerce esta ciudad, a pocos kilómetros del Mediterráneo, de dos ciudades modernas como Tel Aviv y Beirut; enclavada en la ruta entre el mar Rojo (la jordana Aqaba) y Damasco; casi vecina de Ammán; disputada por árabes e israelíes y, por fuerza, de obligado marcado carácter universal y a su vez, encerrada en si misma.
Estos días, escuchando a nuestro corresponsal en Oriente Próximo, Paco Forjas, me resulta inevitable pensar en que hace apenas unas semanas cenaba con él, su mujer en su casa y otros amigos en su casa. Iba a ser un viaje por Siria y Jordania (con breve estancia en la capital libanesa), pero Jerusalén volvió a echar el lazo, aunque esta vez pude disfrutar de una clase de Historia Contemporánea, viva y real, impartida por dos personas que, si dárselas de nada, tienen mucho que contar.
El 21 de diciembre de 2006 visité por primera vez la ciudad. Tengo memoria, pero no tanta: me recordaron la fecha quienes custodian el país en el paso fronterizo del sur, el que separa la israelí Eilat de la jordana Aqaba y al que nos dirigimos tras completar la posibilidad de visitar de nuevo Jerusalén, redescubriéndola con dos amigos que, para qué negarlo, salieron de ella con el mismos pensamiento de volver en un futuro.
Es este de las fronteras, la sensación de indefensión en ellas, la estúpida idea de ir mendigando acceso y sentirte, cuanto menos, una amenaza para todo un pueblo, un buen tema del que podría hablarnos Paco en sus crónicas, así que no me extenderé en relatar cómo fueron esos 45 minutos de amable interrogatorio en el que, por tres veces, me preguntaron, desde el motivo de mi segunda visita a Israel, hasta cual era el año al que se remontaba el inicio de mi amistad con mis compañeros de viaje. Por cierto, a la pregunta de ‘¿por qué de nuevo Jerusalén?’, no les convencía del todo mi respuesta: ‘¿y por qué no?’.
Antes de dar paso a esta escapada con el cine, me gustaría ofreceros una escapada con la radio, con el programa Nómadas que dedicaron a Jerusalén mis compañeros Lourdes Castro, Charo Sanz, José Fernández y Paco Forjas, con Álvaro Soto al frente.
Escribo todo eso porque estos días, entre premios Goya y Oscar y veladas teatrales, estoy recuperando cine que me lleve de nuevo hasta los alrededores del Muro de los Lamentos, la Explanada de las Mezquitas, con el santuario de la Roca y la mezquita de al-Aqsa, el Santo Sepulcro (donde se completa cada viernes el Vía Crucis), el barrio ultra-ortodoxo de Mea She’arim, el zoco del barrio musulmán, sus tejados, que sirven de paso para algunos judíos…
Regresar a Jerusalén una y otra vez gracias al cine
Caminar sobre las aguas, de Eytan Fox, propone una mirada al miedo que se le tiene al desconocido; una historia de encuentros y desencuentros de dos personas obligadas a pasar unos días juntos. Fox pertenece a un grupo de cineastas israelíes que luchan por contar algo más que el ‘conflicto’, a pesar de que está muy presente en películas como Yossi & Jagger y La burbuja.
Amos Gitaï es el director de cine de Israel más conocido en todo el mundo gracias a su paso por festivales internacionales… En buena parte de su filmografía nos conduce hasta Jerusalén, pero quizás la más curiosa sea Kadosh, que muestra el día a día de unos judíos ultra-ortodoxos, los que viven en el barrio de Mea She’arim (darse una vuelta por él supone viajar a otro mundo, a otra época, si salir de Jerusalén). Y ya que hablamos de Gitai, espectacular resulta el inicio de Zona Libre, con Natalie Portman (y nuestra Carmen Maura, además de la siempre grande Hiam Abbass, protagonista de Los limoneros y The visitor).
Oh, Jerusalén no me llegó tanto como otras películas de Elie Chouraqui (caso de Las flores de Harrison, con la que nos llevó a Bosnia-Herzegovina), pero da ciertas claves sobre la lucha de árabes y judios (hebreos y no hebreos) contra los británicos durante su mandato en la zona y la posterior pugna entre compañeros de piso por tener más derecho sobre las ‘zonas comunes’. Y en este caso, mucho mejor que la película, el libro de Dominique Lapierre y Larry Collins.
Entre otras películas a rescatar, el documental Promises; Paradise now, tremenda; Mary, de Abel Ferrara y con Juliette Binoche como protagonista; La Pasión de Cristo, según Mel Gibson (aunque la Jerusalén que muestra está muy debajo de nuestros pies)… La lista de títulos sobre Jerusalén y sus gentes es amplia; como siempre, esperamos vuestras sugerencias y críticas, que queremos regresar a la ciudad y pronunciar alguna de estas palabras: Paz, Salaam, Shalom.