La familia no; la historia, tampoco
viernes 8.jun.2018 por Arantxa Vela Buendía 0 Comentarios
El dramaturgo y director Gon Ramos estrenó en el Festival SURGE “La familia no”. Pronto podremos ver este montaje en el Teatro Fernán Gómez de Madrid. Estreno 14 de junio.
El dramaturgo Gon Ramos ha escrito hasta ahora textos en los que, además de contarnos una historia, juega con el hecho de contar historias. “Yogur Piano” y “Un cuerpo en algún lugar”, dos de sus obras anteriores, (no llegué a ver “Petite mort” en la que compartía autoría con María Velasco) rompen con los estándares narrativos. Siguiendo con su pasión de darle un revolcón al relato, Ramos ha presentado en el Festival SURGE de Madrid “La familia no” y ha avanzado tanto en eso de cuestionar la “historia” que no hay forma de saber qué les ha ocurrido exactamente a los cuatro personajes.
Sabemos que son hermanos, que tienen edades muy distintas y que dejaron de ver a sus padres siendo niños. Si sus padres los abandonaron, si murieron, si fueron ellos los que murieron y no los padres, si unos se marcharon y otros se quedaron, lo desconocemos. La obra avanza sin dejarnos ninguna certeza. Entonces, ¿qué es la obra si no hay relato que la organice? Pues si dejamos a un lado la lógica de un hilo narrativo, si nos olvidamos de la causa y el efecto, del antes y el después, nos sumergimos en el mundo de las emociones, de las sensaciones… o del inconsciente.
¿Qué se representa? ¿Qué se pone en escena? Voy a intentar descifrar lo que nos propone Gon Ramos. Las sensaciones, las emociones, sin un relato que las exija evolucionar, son como fogonazos: intensos, breves y sólo se prolongan en el tiempo gracias a la repetición. “La familia no” está fragmentada en escenas sin continuidad; están yuxtapuestas, una pegada a la otra. Alterar el orden no alteraría la historia porque no se nos cuenta lo que les pasó. Lo que se nos dice, una y otra vez, lo que se representa hasta la extenuación es la sensación de abandono. No llegamos nunca a estar seguros de si estos cuatro hermanos fueron o no abandonados, sabemos que es así como se sienten: niños sin padres, eternamente condenados a ser niños sin padres.
Como espectadores, esta ruptura con la narración nos exige romper con nuestro pensamiento. Como dice David Mamet, nuestra mente es una máquina de fabricar sentido, de construir secuencias de causa y efecto incluso con hechos inconexos. Gon Ramos nos impide que podamos hacerlo porque no da continuamente información contradictoria. Vale, nos rendimos. Nos damos cuenta que el mundo que se nos presenta es onírico, poético… y triste.
Yo empecé a preguntarme si esta tristeza que invadía la platea era producto del drama de los personajes o de la inexistencia del relato. Me acordé de una cosa que me contó Darío Facal cuando rodé el reportaje del “El corazón de la tinieblas”. Me dijo que un problema que sufrieron algunos nativos durante la colonización de África tuvo que ver con que eran incapaces de proyectarse en el futuro; que cuando les encarcelaban o les sometían a torturas, se morían de pena porque creían que eso es la eternidad. Nuestro mundo inconsciente tiene algo de eternidad. El dolor, porque siempre es el dolor, se perpetúa congelado en nuestro interior. Sólo un sortilegio sería capaz de sacarnos de allí. Ese sortilegio es el relato; el relato que haces por la mañana cuando cuentas una pesadilla, el relato que le cuentas a tu analista para explicarte… las obras de Shakespeare, de Cervantes…
De un tiempo a esta parte, pienso mucho en la importancia de construir historias. Aunque parezcan superadas o pasadas de moda, creo que las historias nos ayudan a no desesperarnos; son el sendero de miguitas de pan que nos hace a encontrar una salida. A los seres humanos se nos pide que hagamos extraños y difíciles equilibrios entre nuestra naturaleza animal y nuestra parte civilizada, entre lo oscuro de nuestra psique y la razón; se nos ha lanzado a este mundo siendo conscientes de nuestra muerte y ni siquiera sabemos a quién le tendríamos que reclamar.
Hace poco acabé de ver la serie de The Terror. Está basada en hechos reales. A mediados del XIX, un grupo de marinos intentó descubrir el paso que conectara el Atlántico con el Pacífico cerca del Polo Norte. No lo lograron. Se quedaron atrapados en el hielo durante años. El horror que debieron vivir esos hombres es inimaginable, pero alguien lo ha imaginado. Los últimos capítulos me resultaban difíciles de soportar. Transmitían de forma eficaz la desesperación ante la certeza de una muerte espantosa. Curiosamente el relato que nos han contado en la serie abre una puerta a la esperanza. ¿Por qué? Dar con la respuesta fue fácil porque el estado anímico al que me sometieron esos últimos capítulos me hizo ver ese final como una liberación. Entonces, me di cuenta de por qué son necesarios los finales felices, por estúpidos e ingenuos que a veces nos parezcan; sin ellos, la realidad sería insoportable. Sin un relato que nos distraiga de la certeza de nuestra desaparición, la vida sería una continua y repetida sensación de abandono.
No creo que sea casual que Gon Ramos haya roto con el “relato” para hablar de unos huérfanos. La falta de los padres se interioriza como falta de amor y, si no te sientes acogido en la infancia, difícilmente vas a creer en el futuro. Tu ser se queda atrapado, triste y gozoso, en la repetición del hecho que te define: el abandono. El relato de tu vida se rompe, se agota, no existe; queda condenado a la repetición.
Arantxa Vela Buendía
Redactora especialista de escénicas de ¡Atención obras!