¿Qué es lo que nos enfada?
domingo 14.abr.2013 por Arantxa Vela Buendía 0 Comentarios
¿Qué es lo que te enfada profundamente? – preguntó Cayetana. “Aquellos a los que les gusta vivir en la ficción” –contestó Boadella. Le entendí de golpe, o creí entenderle. A mi cabeza me vino esa costumbre tan humana de empeñarnos en vivir en un mundo de nuestra invención, siempre sin sospecharlo, sobre todo cuando ese mundo es oscuro o tortuoso. ¿Quién va a querer inventarse su propio padecer? Pues, cualquiera, por llamar la atención, para ser víctima de alguien y acusar a otro de verdugo, los pasivos agresivos que llaman en las películas americanas. En fin, se me ocurren muchas razones.
Entonces, el soñador, vamos a llamarlo así, se enfada si le despiertan. El papel de los otros es no contrariarle para poder seguir creyendo en su paraíso o en su tormento. Que nadie se atreva a hacer algo que le lleve a pensar que lo que ve, sea bueno o malo, no está pasando. La cosa es que a Boadella le irrita hablar con esta gente que no es capaz de dudar y de darse cuenta de que hay muchos puntos de vista incluso en la ciencia, nos recordó el dramaturgo.
“Toda la vida humana representación es” – repiten, una y otra vez, en el Calderón que ha dirigido Carlos Saura, “El gran teatro del mundo”. “Que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son” –insistía Calderón en otra obra cuyo título va implícito en la frase.
Hace ya unos cuantos años compré un libro del filósofo rumano Cioran porque ponía en la portada: “La tentación de existir”. No lo he leído aún. Lo que sirvió para atraerme también me asustó. Supuse que hablaba de la gran tentación de tomar como verdad objetiva lo que se piensa, que es subjetivo por definición, y una de las cosas que más damos por hecho y que menos ponemos en cuestión, es ser.
¿Cómo salir de este ensueño o cómo saber, siquiera, que estamos soñando? Esto último démoslo por hecho en honor a Calderón. Para salir de nuestro ensimismamiento se me antoja útil algo que le escuché en plató al galerista Efraín Bernal, cuando comentaba la obra de la escultora Blanca Muñoz. Efraín entendía que un artista insistiera en utilizar siempre un metal determinado, por ejemplo, porque era como mantener una larga conversación con él.
Al dedicarle tiempo, acabas descubriendo aspectos que, a primera vista, por estar emperrado en ver lo de siempre, en reconocerte en la materia, no ves. Lo comparó a hablar con la misma persona durante muchos días. ”Es fundamental matizó- no estar cambiado de materiales continuamente.”
Como tenemos un sueño profundo, para adentrarnos en lo otro, para que lo ajeno enriquezca nuestro mundo, parece aconsejable armarnos de paciencia e insistir. Porque, por muy tentador que sea pensar que siempre lo sabemos todo y que la razón está de nuestro lado, por mucho que nos guste la idea, no tiene por qué ser cierta.
Y, para muestra, un botón. Acabo de echarle un ojo al blog y he descubierto que alguien ha destacado las mismas palabras de Efraín que me llamaron a mí la atención, pero vio en ellas algo distinto.
Creo que era Lincoln el que decía que se puede engañar a uno todo el rato y que se puede engañar a todos un rato, pero no se puede engañar a todos todo el rato”. La pregunta es ¿cuánto tiempo somos capaces de engañarnos a nosotros mismos, de soñarnos a nosotros mismos? ¿Nos trae cuenta?