Hijo, no vas a poder vivir de esto
domingo 28.dic.2014 por Arantxa Vela Buendía 0 Comentarios
Lo confieso, fui con prejuicios a ver “El testamento de María”. Pensé que me iba a encontrar un alegato pseudo feminista en contra de la figura paterna. Ha habido tanto ogro, que ahora caemos con facilidad en la tentación de demonizar todo lo que nos aleja del confort maternal.
Os cuento por qué tenía esa idea. Antes de ir al teatro, había escuchado, o creído escuchar, que el texto del irlandés Colm Tóibín cuestionaba la importancia del padre de Jesús porque, al seguir su mandato, perdió la vida en la cruz. Sospeché, entonces, que aparecería el ejemplo materno como única opción vital. Además el título adelantaba que la única voz que íbamos a escuchar era la de María.
Mis prejuicios se redondearon por algo que escuché en una cena hace poco. Un caballero, no creyente, defendía la labor civilizatoria del catolicismo precisamente porque, en su base, la madre (de Jesús) renuncia a su hijo en favor del padre, es decir, acepta que lleve a cabo la tarea que le encomienda. Traduciéndolo a la cotidianeidad de los mortales, sería algo así como que con esa renuncia las madres permiten que los hijos salgan de casa a ganarse la vida, fundar otras familias, crear grupo social. Este comentario me hizo contemplar los mitos católicos con más agrado y comprender la fama de tanta Pietà por ahí esculpida. Y pensé, si en ”El testamento de María” eliminan a Dios Padre, ¿qué orden grupal nos proponen?
Imaginemos una sociedad cuyos miembros pensaran que les basta nacer para recibir de todo, que sólo hay derechos y no deberes, que tampoco se debe nada a la comunidad a la que se pertenece, que es absurdo trabajar o esforzarse para aprender o llegar disfrutar de placeres distintos de los que aporta el hogar familiar... Vamos, que basta con llorar un poco para que te alimenten, te limpien y te puedas echar una siesta. Sería una sociedad compuesta por personas instaladas en la queja y ajenas a la responsabilidad de la edad adulta, una sociedad de personas que no han sido destetadas a tiempo.
Como este paisaje que describo se parece un poco a los esquemas actuales de algunas jóvenes generaciones (y no tan jóvenes), temí que este “Testamento de María” abundara es esos males procedentes de un exceso de cuidados, miedos, protección, mimos y narcisismo. Pero no, no fue eso lo que me encontré, gracias a Dios, si se me permite el chiste.
Tóibín presenta a una María muy humana. Una mujer sencilla, muy sencilla, que no comprende lo que hace su hijo y que desconfía de sus amigotes. Una madre que se asusta tanto del éxito social de Jesús que intenta aguarle la fiesta de las bodas de Canaán (otro chiste que me sale sin querer) apremiándole para que se vaya de allí porque le vigilan. Una mujer que no reconoce a su hijo cuando ve en él un hombre seguro de sí, querido y admirado por otros; una madre, como muchas otras, a la que la independencia del hijo la llena de temores y pena; una madre que siente sobrepasada por la tarea de haber tenido que cuidar de él sola, porque su padre, José, falleció hace tiempo. Esto es importante. Para Tóibín, José, San José, es el padre de Jesús sin lugar a dudas. Es más, esta María no ha recibido nunca la visita de ningún ángel, no ha habido Anunciación, por eso habla con amargura de cuando Jesús comenzó a considerarse descendiente de Dios. Ésta es una idea que la atormenta y que ve como un signo más de mal que le arrastró a tan terrible muerte.
Todo esto nos dibuja una María rebosante de sensatez terrenal pero, avanzada la obra, la mujer dice algo que pone en cuestión la claridad de su pensamiento. María se burla de la importancia de la tarea de su hijo y encuentra ridículos a los que sostienen que sus palabras perdurarán por los siglos de los siglos. Se burla con dolor, pero se burla. Curioso ¿no?
Pero nosotros, los espectadores, sabemos más que el personaje y estamos en un teatro veintiún siglos más tarde viendo una obra sobre el enfado de la madre de aquel hombre llamado Jesús. Algo se le escapaba a esa mujer sencilla que no pudo, como otras muchas madres aún no pueden, comprender por qué les brillan los ojos a sus hijos cuando salen de casa.
Me hizo gracia ver a esa María cercana, enfadada y hasta un poco bruta que nada tiene que ver con esas diosas que circulan en los pasos de Semana Santa. Me gustó ver cómo su sensatez se mezclaba con ceguera.
Me fui contenta del teatro. Recibí un mensaje contrario al que esperaba: es bueno salir de casa aunque nos cueste la vida porque, más tarde o más temprano, nuestro tiempo se acabará. Ninguna madre podría evitarnos eso. Además, sería poco deseable que pudieran. Cambiar morir por no vivir... no apetece mucho.