La clausura del amor. El amor nunca acaba bien
domingo 29.nov.2015 por Arantxa Vela Buendía 0 Comentarios
Hay algo profundamente tradicional en “La clausura del amor” de Pascal Rampert. El texto, compuesto de dos monólogos que, en su versión española interpretan sucesivamente Israel Elejalde y Barbara Lennie, enfrenta los sentimientos de un hombre y una mujer ante el final de la pareja que ellos forman. ¿Qué es lo que me resulta tan profundamente tradicional? Que la reflexión viene de la mano del hombre y el sentimiento, de la de la mujer.
Él comienza la obra. Es el primero en monologar y manifiesta su intención de separarse. Este deseo de ruptura le lleva a preguntarse dónde está el amor que sitió, dónde aquella mujer que amó y qué tiene que ver con la que ahora tiene delante. El hombre afronta una sensación de irrealidad. Si era real mi amor, ¿qué me pasa ahora? Y, si no era real, ¿qué me pasa ahora? ¿De qué se habla realmente cuando se habla de amor? ¿Qué es lo que amamos cuando amamos?
¿Y ella? ¿Cómo reacciona? A ella la ruptura le pilla por sorpresa. No se la espera. No la quiere. Su forma de entender el amor se ve tan contrariada que insulta, descalifica… Frases como “no das la talla”, “la palabra siempre te queda grande”, “no eres un general, eres un desertor” salen de su boca para demonizar y culpabilizar al hombre que ya no la puede amar más. Se siente ninguneada, profundamente ofendida por las reflexiones del hombre, borrada del mapa y de su propia historia. ¿Cómo puede alguien preguntarse por el amor, por su amor? Ella asocia la intensidad de sus emociones con la verdad y las preguntas con ofensas.
Tengo entendido que el texto tiene algo de documental, que el autor intentó transcribir lo que le dijo su ex mujer cuando él le comunicó su intención de romper con ella. Así que la obra se asemeja al registro de un hecho. No todo el mundo tiene por qué verse representado en esos monólogos, no todas las personas reaccionaríamos así, pero sí hay un tópico flotando que me resulta alarmante, y lo que me alarma es ese tufillo tan tradicional en el reparto de papeles. Los hombres piensan, se preguntan, avanzan; las mujeres sienten y se estancan.
Si el texto no fuera ese documento más o menos fiel a lo que le ocurrió a Rampert, me preocuparía menos; pero las duras palabras, llenas de rencor y deseos de venganza que dijo su esposa, son testimonio de que aún se transmite la idea generación tras generación de que la mujer debe depositar principalmente su autoestima en el terreno de los afectos; porque el personaje femenino de la obra se siente morir al ser abandonada, ningún ataque le es suficiente para calmar su ira. Como la decisión de separarse no ha sido suya, se siente víctima y, por tanto, con derecho a una indemnización en forma de venganza. Como si de una moderna Medea se tratara, cree tener derecho a adueñarse de sus hijos, los hijos de ambos, y negarle al padre el acceso a ellos. Si rompes conmigo, rompes con ellos.
Me produce cierta tristeza ver todavía mujeres que convierten el afecto en un arma arrojadiza, que confunden ser queridas con querer. Como exposición de unos hechos que aún están ocurriendo, el trabajo de Lampert me resulta interesante, pero el hecho de que el discurso de la mujer sea el último, al faltar una réplica que relativice su punto de vista, se genera en el espectador la sensación de que sus razones son mejores, de que su forma de entender el amor es la correcta y de que él es un traidor por desear algo diferente, por llevarle la contraria. Imagino que el dramaturgo ha intentado hacer un ejercicio de objetividad, pero el orden de los factores, altera el producto.
Por alguna razón aún desconocida, no hay amor que más nos duela que el de la pareja. Quizá por eso siempre recuerdo las palabras de un amigo que hace tiempo me dijo que nunca aciertas al romper con alguien, no hay forma de hacerlo bien, no hay manera de evitar ni de evitarse el dolor.