ETXEKOAK de Jon Gerediaga Artedrama & Huts Teatroa
viernes 11.dic.2015 por Maite Guisado 0 Comentarios
Antropólogo cultural, profesor, ante todo poeta, Jon Gerediaga es también hombre de teatro. Después de su trayectoria con FTI, Fábrica de Teatro Imaginario - Antzerkiola Imaginarioa (1998-2009), ahora vuelve a escribir para la escena. Su nueva obra, Etxekoak, aborda las dificultades y los recelos para acoger a un inmigrante en casa desde el punto de vista de sus habitantes.
Etxekoak (“los de casa”), parte de la vivencia real de su director Ander Lipus, que propuso a Gerediaga escribir esta pieza llevada a escena por Artedrama y Huts Teatroa. “La historia parte de situaciones reales que le sucedieron a Lipus y que le suceden a mucha gente en cualquier parte del mundo. Él se enamoró de una cubana y tuvo que vivir un calvario de cinco años hasta que consiguió traerla a casa y vivir una relación normal con ella. Así que ya en la ficción teatral la familia debe tratar por un lado de superar todas las tramas y trampas legales que Europa les tiene preparadas a los inmigrantes, y por otro lado, se debe explicar a la “amama” (abuela) de casa, por ejemplo, que la nieta se ha casado con alguien que no conoce el idioma, que es de otro país, y de otra etnia. Así que aunque el punto de partida y de llegada es una historia de amor, se habla también de juicios legales y prejuicios de todo tipo, que definen quién es ‘de casa’, ‘de la familia’ (etxekoak), y quién no, y por qué, y cómo solucionarlo”, explica el autor.

Ironía y humor para defendernos del dolor
La familia está formada Maddi (Maika Etxekopar), su abuela (Kristiane Etxaluz), y dos tíos: Imanol (Ander Lipus) y Goio (Javier Barandiaran), el tonto del pueblo, que toda la función lleva orejas de burro y que, tal como nos comenta Gerediaga, “puede permitirse decir las cosas con una mezcla de ingenuidad y humor que acaba funcionando y contagia a toda la casa”.
Aunque el tema no es para reírse, seguramente sin humor sería insoportable. “Es un tema doloroso en muchos aspectos, y en temas así hay que dejar la tragedia para tiempos mejores –afirma el dramaturgo–. Ciertos asuntos y cierta gente tienen en la realidad tales cargas de sufrimiento que uno no se puede permitir ser pesimista. No es fácil encontrar el tono de modo que no suene grandilocuente por un lado, pero tampoco caiga en chistes fáciles basados en tópicos culturales, dado que no hablamos de una casa en abstracto, sino concretamente una casa en el País Vasco, y más concretamente aún, en una casa euskaldun o vascófona, lo cual no es un detalle sin importancia, sino más bien un asunto que está en el núcleo duro de cualquier cultura: el idioma. Cuántos aceptarían como español o francés a alguien que no hable castellano ni francés? Desde luego la ley no lo hace, y a la gente también le cuesta mucho, en todos lados. Pues en eso los euskaldunes no son tan diferentes, al fin y al cabo. Lo del idioma es sólo un ejemplo, y no es en ningún caso crucial en la obra, pero sí significativo. Por otro lado, los obstáculos legales son mucho más crueles y en la realidad tienen poco que ver con el humor. Son en todo caso temas delicados y dolorosos, no hay más que ver las imágenes de los noticiarios con las colas de refugiados enfrentados al gran leviatán, así que si el público se ríe a veces es más bien porque algo de ironía y de burla pueden servir para defendernos del dolor.”

Convulsión y prejuicio, amor y esperanza
La historia no está narrada desde la perspectiva del inmigrante, que ni siquiera está presente en escena, aunque no es un personaje completamente ausente, puesto que revoluciona la casa: “Su presencia se hace sentir durante toda la obra, todo el mundo sabe cómo se llama, Mamadou, y lo que supone para el desarrollo de la obra, pero, ciertamente, y dado que la ley lo impide, está, efectivamente, ausente. Creo que se nos quedaba grande tratar directamente el tema de la inmigración como si nosotros nos pudiéramos hacer cargo como autores y en primera persona de todo ese sufrimiento que nunca hemos vivido, así que la opción era en realidad la más fácil, hablar de ello desde la posición que conocemos, es decir, desde la perspectiva del que está en casa, quiere recibir al extraño, y no puede, no le dejan. El foco se sitúa en esa convulsión que sufre la casa, una convulsión que está producida en primera y última instancia por el enamoramiento, pero que se estigmatiza y se vuelve patológica por la ley y el prejuicio. Una ley basada en el prejuicio y la discriminación por cuestiones de raza, idioma, religión, sexo y un largo etcétera de ‘razones’ por las cuales somos aún capaces de discriminar y de hacer las cosas fáciles muy difíciles. No caer en la absoluta desesperanza, y luchar contra ella, era y sigue siendo una obligación para mí cuando escribo, así que hacer que la convulsión primera (la del amor) perdure y brille durante la obra era un desafío trascendental que debe mantenerse, creo, además de en el arte, también en la vida y en el tiempo, en la medida de nuestras posibilidades.”
Un gran poeta entre bambalinas
Doctor en antropología cultural y estudioso de la cultura mapuche, Jon Gerediaga es ante todo un gran poeta y eso palpita en sus piezas teatrales.
De sus años con la compañía Fábrica de Teatro Imaginario, recordamos Fitola balba, karpuki tui (2004, ed. Pamiela), lectura dramatizada sobre su primer poemario, 8 Olivetti Poetiko (2007, Artezblai), Mundopolski (2007, Artezblai), Yuri Sam. Otoitza, (2007, Artezblai), Au Revoir, Triunfadoreak!, (2007, Artezblai) y Babiloniako Loreak, estrenada en 2009 y de la cual podéis ver el reportaje que hicimos en el programa La Mandrágora.
“Escribir para teatro, al menos en mi caso –comenta Gerediaga–, no es sólo una labor solitaria y autónoma, sino que implica el trabajo en equipo de un grupo de personas que también están implicadas en el proyecto: actores, música, luces, vestuario, escenografía, etc. Y por supuesto, el director, en este caso Ander Lipus, que es quien dirige la caravana. Yo sé que el animal teatral es él, así que sé que su visión sobre lo que yo traigo escrito servirá para mejorar el texto y la obra en general. Así que siempre le hago caso, no sólo a él, sino también al resto del equipo. Cuando un actor tiene interiorizado el personaje, llega a saber más del personaje que yo, y sus sugerencias sobre tal o cual línea conviene tenerlas en cuenta también, de modo que todo el equipo empuje en la misma dirección.”