"Incendios", arde Edipo
viernes 23.sep.2016 por Arantxa Vela Buendía 0 Comentarios
A veces no sé qué pensar. Veo una obra, recibo claramente el mensaje que me quieren transmitir y, de repente, una interferencia irrumpe en mi cabeza con un relato aparte del que parece querer contarse.
No voy a abundar sobre las excelencias de “Incendios” de Wajdi Mouawad, porque se ha escrito ya mucho sobre sus saltos espacio temporales, su estructura narrativa, su reflexión sobre el horror de las guerras, su conciliador final… Lo que a mí me perturbó va de otro palo.
Estos días he estado comentando a varias personas mi impresión de que “Incendios” revisa de alguna forma el mito de Edipo y muchos de los que me escuchaban se sorprendieron. No porque les pareciera descabellada mi observación, sino porque no habían pensado en ello. ¿Tan camuflado está el incesto? –me pregunté. La trama es sobrecogedora, el horror y el dolor casi insoportable, saber que la obra pone en escena algo que habrá ocurrido vete tú a saber cuántas veces y en cuántas guerras, llama tanto la atención que lo que para mí estaba a primera vista queda en segundo o tercer plano para muchos.
Al igual que Edipo y Yocasta fornican sin saber que son hijo y madre, Nawal, la protagonista de “Incendios”, es violada repetidas veces por su vástago sin que ninguno de los dos sepa quién es el otro. La gran diferencia entre las dos obras es que cuando Edipo es consciente de lo que ha hecho, se arranca los ojos comido por la culpa y Nawal perdona a su hijo. Si en “Edipo rey” cae una maldición sobre toda su descendencia porque el lenguaje ya no sirve para distinguir entre padre y hermano, en “Incendios” se repite con alegría que 1+1 es igual a 1. Como el final de la obra es conciliador y se aboga por el perdón, parece terrible discutirlo, pero a mí me inquieta profundamente.
¿Qué puede querer decir esta curiosa suma? ¿Por qué incluirla en la obra? Se incluye la suma y su demostración. Uno de los personajes justifica matemáticamente la manera de llegar siempre a 1. Un juego, un truco para lograr la unidad, la fusión. Además, por si no nos acaba de quedar claro lo que se nos quiere decir, se repite una y otra vez que “no hay nada más hermoso que estar juntos”. Yo tengo una propuesta para explicar esa dichosa suma, quizá es menos espectacular matemáticamente hablando, pero me atrevería a decir que es hasta más lógica. La única manera en que 1+1 sea igual a 1, es que el primer 1 y el segundo 1 sean el mismo uno, es decir, que no sean dos cosas distintas; que no sea 1 pera y otra pera, que se trate siempre de la misma pera; que las palabras padre y hermano no marquen ninguna diferencia; que madre e hijo tampoco la marquen, que sigan siendo el mismo cuerpo, como antes de nacer. ¡Como antes de nacer! ¿Seguro entonces que “no hay nada más hermoso que estar juntos”? Hermoso ¿para quién?
El hijo, abandonado en el nacimiento, crece raro y con una angustia que lo lleva a entonar un canto desesperado de amor hacia su madre cuando ya es adulto: “Tú me tuviste a mí, pero yo no te tuve a ti”. Ella también se queda fija en ese abandono. Da la sensación de que para Nawal sólo existe ese hijo. No parece recordar ni echar de menos al padre, el hombre al que tanto amó y que acaba, con el paso del tiempo, convertido en un mero trámite para concebir. Ni siquiera le es fácil a Nawal amar a los gemelos, a los que no es capaz de llamar hijos ni en su propio testamento.
¡Claro que hay una coartada argumental que justifica este rechazo! Exactamente igual que hay un fórmula con la que se acaba demostrando que 1+1 es igual a 1. Coartadas racionales para justificar lo injustificable, que la suma de dos unos sea uno o que no hay tragedia si tienes hijos con tu madre y las palabras “hijo”, “hermano”, “padre”, “madre” y “esposa” se confunden. Y es trágico porque esta cosa tan tonta es la que nos diferencia de los animales. Un perro, un león e incluso los simpáticos y folladores bonobos, no tienen un lenguaje que les ayude a distinguir entre su “madre”, “hermano”, “hija” o “padre”, de modo que nada les impide practicar sexo con ellos.
¿Y qué salimos ganando cuando renunciamos al incesto? Están estas razones biológicas de eliminar genes recesivos enfermizos que se transmiten con facilidad entre individuos de la misma familia etc. pero yo creo que hay otra razón mucho más interesante: renunciando a tener sexo con la familia, logramos un mejor desarrollo intelectual, vamos, que se aprende más de la vida saliendo de casa. Somos mejores cuando resolvemos conflictos en situaciones que no nos resultan familiares que cuando mamá nos da la razón. El amor incondicional nos trastorna y nos hace acomodaticios. Incluso aunque vivas una pesadilla y tu familia sea un horror, es el horror de siempre, el que ya te sabes.
Por esto me desasoiega el final de “Incendios”. No es un final conciliador cualquiera; en el mismo banco están sentados la madre, la madre esposa, el hijo, el hijo esposo, el hermano padre, la hija hermana… Todos menos el padre. Si esto fuera un sueño, daría mucho que pensar.
Y me acordé también de Shakespeare viendo “Incendios”, de cómo Próspero renuncia a vengarse de su hermano en “La tempestad”, o de cómo la vida ofrece a Leontes la oportunidad de redimirse del horror causado en “Cuento de invierno”… Y me dije que, al romper con la tragedia, Mouawad da un paso adelante como Shakespeare hizo en sus cuatro últimas obras: es posible construir, amarse, seguir adelante juntos… Pero de nuevo la suma volvió a mi cabeza con un signo de interrogación. ¿De qué es metáfora ese 1+1=1? Porque tal y como yo lo veo, la única forma que tienen los personajes de “Incendios” de mirarse a la cara es olvidarse del complejo parentesco y verse como individuos independientes con su historia aparte, con sus propios sentimientos, con un drama distinto, aunque sean eslabones de la misma cadena. Es decir, que 1+1 sea igual a 2, que el lenguaje les sirva, al menos, para diferenciarse a unos de otros. ¿Alguien sabe qué sentido tiene esta suma, esta fusión sólo equiparable a la Santísima Trinidad: tres seres en 1?