"El plan". Corrientes subterráneas
viernes 27.ene.2017 por Arantxa Vela Buendía 0 Comentarios
Siempre que me encuentro con Ignasi Vidal pienso, ¡qué tipo curioso! Veo en él muchas cosas a la vez y ninguna en concreto. Me cuesta clasificarle. A lo mejor es porque su actividad teatral toca muchos palos; es actor, cantante, director, dramaturgo… ¡También ha sido político! Tiene algo de persona corriente, pero su normalidad se desdibuja en cuanto empieza a hablar. Es alegre, entusiasta, trabajador… lúcido.
Seguro que Ignasi ha hecho muchas cosas buenas en su vida profesional pero una en concreto le ha salido especialmente bien. Se titula “El plan”. “El plan” fue recomendado insistentemente por el boca a boca cuando se representaba en La pensión de las pulgas; ganó el premio Godoff a la mejor obra en el 2016; los Kamikazes, que para esto del teatro tienen mucho ojo, lo programaron este año en su renovado Teatro Pavón de Madrid y veo por el facebook que no para de girar por España y fuera de nuestro país. No me extraña.
“Quería hacer un Chejov -me decía Ignasi cuando salíamos del Pavón-. En un Chejov, parece que no está pasando nada y de repente algo estalla.” No son palabras textuales, pero más o menos va por ahí la cosa. La vida es un poco así, pensé. Con los años acabas acostumbrándote a las corrientes subterráneas; aprendes que tus emociones tienen vida aparte, casi independiente. No te consultan, te invaden. Te crees el dueño de ellas porque son intensas y te sientes existir en ellas, pero a veces son tan fuertes que algo en ti no logra sumarse a ese tono general y las mira con desconfianza. ¿De verdad es para tanto?, te preguntas.
Son como un sueño, te las crees durante un rato y, cuando te despiertas, no entiendes quién ha sido el que te ha tomado por sorpresa. “Desconócete a ti mismo y sométete” –decía Jean Cocteau, consciente de lo inútil que es luchar contra esa especie de destino interior bruto.
“El plan” es una tragicomedia que no avanza hacia el futuro, avanza hacia dentro. Es como un pozo; poco a poco todo se vuelve oscuro, negro, opaco. Ignasi nos coloca frente a un extraño que resulta que somos nosotros mismos cabreados, desesperados, perdidos o eufóricos. Ningún amigo nos puede dar la mano en esos momentos, nadie nos alcanza, nadie nos puede hacer compañía porque nadie nos reconoce.
El final del “El plan” sucede en la platea. El abismo de los personajes salta al patio de butacas y el espectador se encuentra amando al que no debe; y el dolor nos rompe el corazón. Una forma curiosa de romper la cuarta pared. Por eso le auguro larga vida a “El plan”.