Se acabó
Rodar es una cosa fascinante. Es algo casi prodigioso ver cómo se forma una historia ante tus ojos, cómo los actores dan literalmente vida a unos personajes y los decorados dejan de ser los Scene Headings del Final Draft para convertirse en el mundo donde pasan las cosas. Sí, es fascinante; pero te deja exhausto.
Mucha gente me pregunta si al final del rodaje no te invade una especie de Síndrome de Estocolmo. Pues en mi caso, no. He dispuesto de un equipo técnico de primerísimo nivel y un reparto comprometido y brillante; y he disfrutado con ellos. Pero mi cabeza ya está en otra cosa. Mi cabeza ya está montando.
En el montaje es cuando uno realmente saborea lo rodado. Cuando se topa por ejemplo con un plano secuencia de minuto y medio, con trescientos figurantes en una noche primaveral en el jardín de una colosal casa en fiestas. Y entonces recuerda que hacía un frío que pelaba y que estaba amaneciendo y aún no teníamos la toma buena. Y ve la claqueta y cómo el equipo se arremolina tras la cámara; cómo el ayudante de dirección anima a la figuración con frases que no se cree ni él; cómo Quim salta para expulsar el frío y los demonios; cómo Julián se concentra como si fuera a correr los cien metros en nueve segundos y Joaquín Núñez mira al dire de foto y le dice algo ininteligible... Entonces... Prevenidos y... Acción. Y la escena fluye y parece mentira que un instante antes pareciera que el caos lo iba a devorar todo. He visto ese plano veinte veces. Y veinte veces me emociono cuando Quim se detiene a saludar a una señora el tiempo justo para volver al plano en el momento perfecto o cuando Julián atraviesa buscando entre la gente y se gira con naturalidad para ayudar al steady a recomponer el cuadro y que el plano continúe. Todavía se me encoge el estómago porque creo que algún imprevisto va a ocurrir y miro el cielo clareando y me digo que ya no hay tiempo para otra y que esto va a ser un desastre, hasta que tras ese minuto y medio una figurante escotada y guapísima, bailando con la alegría del que está realmente de fiesta (y en primavera), me recuerda que todo ha salido bien. Veinte veces más veré ese plano. Y sentiré lo mismo.
Bueno, pues gracias a todos. Estoy sin Síndrome de Estocolmo e impaciente por meterme en la sala de montaje y comprobar si realmente hemos hecho una buena peli. Me huelo que sí. Espero no equivocarme.