El desierto entre Wim Wenders y David Lynch: Mojave
sábado 2.jul.2016 por Fran Ventura 0 Comentarios
La primera vez que escuche la palabra Mojave fue en "Paris Texas", la maravillosa película de Wim Wenders. Creo que tendría quince o dieciséis años... El Mojave era un desierto terrible, dónde Travis vagaba tan solo protegido por una gorra roja. El Mojave era el infierno donde durante cuatro eternos años Travis purgó los terribles pecados cometidos más allá del Cajon Pass. Estas imágenes de Wenders han permanecido en mi inconsciente durante años, representando el peor castigo que un hombre pudiera sufrir jamás. Solamente con oír las notas de la magnífica banda sonora de Ry Cooder, mi corazón se encogía.
Luego descubrí que Stroheim rodó las escenas finales de Avaricia en Death Valley, la zona más dura del Desierto del Mojave. Nunca imaginé que nadie pudiera sobrevivir en semejantes condiciones más allá de varias horas, pero en el verano de 1923 Stroheim torturó al equipo durante dos meses de intenso rodaje. El resultado fue magistral.
Con estos antecedentes, este desierto me aterraba y me sigue aterrando ahora que escribo desde las afueras de Los Ángeles, ya a salvo de él.
Mi primer contacto real con el desierto del Mojave fue el día que llegué a Las Vegas. Desde Henderson, el Mojave se veía como una sartén ardiente, dónde el hombre estaba retando a la naturaleza con una ciudad de cartón piedra, levantada a golpe de talonario y aire acondicionado. Desde la Presa Hoover a Las Vegas hay tan solo 40 kilómetros, pero para mí fueron 400. El termómetro de mi GPS al sol llego a los 53º, unos 47º reales.
Después de este aperitivo, no tuve valor para salir de Las Vegas de día. Esperé a las doce de la noche, a que la temperatura bajara a 35º, para poner rumbo a Baker, el único "oasis" entre Las Vegas y Barstow, la entrada oficial en California. Puse un frontal de 200 lúmenes en la bolsa del manillar, a forma de faro, y protegido por mi intermitente luz trasera encaré en plena noche la "Interstate 15" dirección Oeste.
A las tres de la mañana paré en la última gasolinera de Nevada. Aquí es donde mi historia comienza a girarse hacia los terrenos del maestro David Lynch. Imaginad la cara del dependiente de la gasolinera cuando me vio aparecer pedaleando con mi bici. El caso es que Dave, que así se llamaba el septuagenario encargado, me avisó con insistencia de que se esperaban tormentas eléctricas. Su voz parecía salir de lo más profundo de los depósitos de combustible y su mirada te atravesaba con la misma vehemencia que lo haría un personaje de Inland Empire. Luego, el siniestro Dave se sintió muy interesado por mi aventura y finalmente se empeñó en hacer una sesión de fotos para su Facebook. Hasta aquí todo muy raro, pero bien...
Lynch se caracteriza por darle una vuelta de tuerca a nuestros miedos. Su cine va más allá del consciente y conecta con nuestras pesadillas más profundas. Siguiendo la luz de mi bici, en medio del desierto, me sentía inmerso en los títulos de crédito de Carretera Perdida. Medio dormido, medio despierto, el tránsito se hizo entre aterrador y épico.
Cuando amaneció, como Dave me dijo, el cielo estaba lleno de pequeñas y extrañas tormentas. Finalmente llegó el surrealismo, y comenzó a llover en el desierto del Mojave, algo completamente excepcional.
Esa mañana llegué a Baker, la entrada a Death Valley. En treinta kilómetros de descenso pasé de 25º a 46º. Baker es famosa por tener el termómetro más alto del mundo. En su punta está marcada la cifra 135º, por el record registrado en grados Fahrenheit, es decir, 57.2º centígrados.
En estas condiciones pagas lo que sea por dormir con aire acondicionado, así que después de regatear un buen rato pagué los 75 dólares que pedía por una triste habitación el único motel del lugar. Nunca pude saber cuál era el grifo de agua caliente y el del agua fría del Will Fargo Motel de Baker, la temperatura era la misma, es decir, perfecta para cocinar mis tallarines.
Visto lo visto, ese día me puse a pedalear a las 10 de la noche, cuando el termómetro marcaba 38º. Apenas había dormido tres o cuatro horas, y nuevamente estaba persiguiendo mi luz por la carretera. Por momentos me sentía hipnotizado por la misma y llevado nuevamente a un espacio transicional, entre el consciente y el subconsciente... A veces pensaba que estaba dormido y trataba de despertarme, pero no podía. Luego me daba cuenta de que estaba pedaleando, medio dormido, sobre mi bicicleta.
De tanto echarme agua en la cara para despejarme, a las tres de la mañana casi había acabado con mis tres litros... Estaba guardando mi última reserva de líquido a base de pasar sed, en espera de encontrar alguna gasolinera. La cosa se ponía fea...
Poco más tarde me topé con un coche parado en la cuneta. El conductor me hizo señales para que parase... En estos casos no suelo detenerme, pero pensé que quizás necesitaba ayuda y en el último momento, no sé muy bien porqué, paré la bici. El conductor era un hombre de mi edad, algo más alto que yo, con el pelo largo... -Te he visto en la carretera y he parado porque quería conocerte... Yo no daba crédito a la situación. - Es que hace un rato un tipo, en una última gasolinera de Nevada, me habló de ti. Yo estaba medio dormido y deslumbrado por los faros del coche, así que la escena debió ser "Lynch al cuadrado". El conductor se llamaba Adrian y era un húngaro que trabajaba en un hotel de Las Vegas. Así que Adrian sacó su teléfono, y nuevamente me sometió a una sesión de fotos en medio del desierto, en medio de la noche... Al comprobar las fotos, ambos parecíamos deformados por el flash, como personajes de una pesadilla. ¿Estoy despierto o qué?
Luego Adrian sacó una botella de Perrier helada, y me la regaló. Yo que me estaba quedando sin agua, y poco después estaba bebiendo Perrier helada en medio del desierto del Mojave... A la hora de arrancar, Adrian se empeñó en ayudarme, así que se metió una carrera de cien metros por el arcén, empujando mi bici para que tomara otra vez velocidad. La vida es muy rara...
Medio dormido llegué a Barstow, la entrada simbólica a California. Busqué el motel con peor pinta, el Star Budget, y me deje caer derrotado sobre una crujiente cama de 40 dólares... A la mañana siguiente todavía tenía dudas de si todo había sido un sueño o no, pero la botella de Perrier estaba en uno de los porta-botellas de la bicicleta.
El mejor momento de cruzar un desierto es cuando se acaba. Este me ha llevado cuatro jornadas desde la extraña Selligman en Arizona, a la no menos extraña Hesperia, en California. 550 kilómetros donde el viento me ha azotado por todos los lados, de noche, de día y hasta en sueños... No me he cruzado con Travis, pero Lynch me ha estado persiguiendo hasta San Bernardino.
Ya estoy más cerca de Nandini, la niña que he apadrinado a través de Fundación Vicente Ferrer. Espero que tú te animes, y también apadrines un niño en Anántapur. Vicente Ferrer diría que la pobreza no está para ser entendida, sino para ser resuelta... y resolverla es labor de todos.
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