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El Hombre que Pedaleaba entre Osos: 2ª Parte.

    domingo 2.jul.2017    por Fran Ventura    0 Comentarios

   Al acabar la Stewart Cassiar Highway llevaba avistados once osos negros, de todos los tamaños y géneros... Por aquel entonces, los osos no eran mi mayor preocupación, sino mi debilidad física después de la deshidratación sufrida tras varios días de lluvia en los que apenas bebí. Bajo un chubasco intermitente llegué a la Alaskan Highway, la mítica carretera que une Alaska con Estados Unidos cruzando todo Canadá, y aunque pagué un hotel en Watson Lake (Yukon) y traté de comer lo mejor que pude para reponerme, a la mañana siguiente mi flojera volvió a ponerse de manifiesto.

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 El primer día después de Watson Lake pude esquivar la lluvia levantando la tienda dentro de una caseta de información abandonada, en un lugar olvidado que aún conservaba su nombre: Ranchería. Pero el segundo día en la "Alaskan", la nieve apareció en forma de tres ventiscas heladas. Mi equipación aguantó la nieve, pero tras varias horas de pedaleo me di cuenta de que no sentía los dedos de los pies... Esa noche llegué a un area de recreo medio solitaria, pero que aún tenía algo de leña seca almacenada. Yo era el único campista del lugar esa noche... Así que aproveche que no llovía ni nevaba para plantar la tienda. Con las prisas cometí el error de dejar varios centímetros del aislante inferior asomando por fuera del doble techo de la carpa, de forma que el agua de lluvia que resbalaba por él se canalizaba hacia el suelo de la tienda y se filtraba por las costuras muy desgastadas ya por el uso. Dos centímetros serían suficientes para doblegar mi ya debilitada voluntad...

 Después traté de resucitar mis pies, y acerqué tanto las zapatillas al marco de acero dónde había encendido la hoguera que carbonicé mis zapatillas. Me di cuenta por el olor, no por el calor... Demasiado tarde para ellas. Habían dado muy buen servicio durante los últimos cuatro años, así que la perdida fue más sentimental que material. Uno establece lazos sentimentales con objetos que considera compañeros de viaje... Afortunadamente pedaleo con otras zapatillas, y estas de la fotografía solo las uso para "no pedalear".

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  Contrariado, pero seco y caliente, me metí en el saco, mientras fuera llovía con fuerza. Seis horas después me desperté tiritando y mojado... No tardé en darme cuenta de mi error. Toda la equipación estaba completamente empapada: ropa, saco de dormir, aparatos electrónicos... La tienda había acaparado varios litros de agua en su interior. Encendí el GPS para darme cuenta de que apenas estaba a dos grados de temperatura. Fuera de la tienda seguía lloviendo con fuerza...

 El hotel más cercano estaba a un día y medio de viaje según mi calendario, en White Horse, la capital del estado de Yukón, a unos 160 kilómetros. Creo que al sentir que toda mi equipación estaba inutilizada me sentí profundamente vulnerable. Pensé que quizás podría secarla tendiéndola cerca del fuego, pero la experiencia de la noche anterior con las zapatillas no animaba a ello... Así que recogí mis enseres, los guardé empapados en las alforjas de la bici y mientras lo hacía empecé a sentir que un inmenso frío se adueñaba de mi. Intenté encender fuego, pero la leña estaba demasiado húmeda...  Rápidamente subí a la bicicleta y me puse a pedalear, sabiendo que entraría en calor tras la primera colina, pero resultó que la carretera descendía ligeramente, y tras varios kilómetros los temblores aumentaron... Creo que por entonces mi cuerpo pesaría unos 60 kilos (algo más mientras escribo estas líneas, tras varios días de descanso). Teniendo en cuenta que mi altura es de 1.69 metros, la cantidad de grasa abrigándome sería muy pequeña en aquel momento. La razón pudo más que el corazón, y empecé a pedir ayuda, haciendo "autostop" mientas seguía pedaleando.  

  A las siete de la mañana apenas hay tráfico en la Alaskan Highway, pero tras veinte minutos un enorme "PickUp Truck" con matrícula de Alaska se detuvo en la cuneta a treinta metros de mi. Conducían Lorrie Dreese y su marido Larrie. Su hija está recorriendo Nueva Zelanda en bicicleta, y se apiadaron de mi pensando que yo podría ser ella... Resultaron ser una pareja culta, moderna y encantadora, una rareza para Alaska. Después de una hora de conducción por varios tramos de grava suelta llegamos a un café de carretera y me empeñe en pagar su desayuno para, de alguna forma, devolver el favor. Ellos aceptaron a regañadientes... El café, los huevo y la calefacción me devolvieron la dignidad. Poco después llegamos a White Horse, la capital del estado de Yukon, una ciudad de poco más de 20.000 habitantes, pero con todos los servicios de una ciudad moderna.

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  En un hotel regentado por asiáticos pude secar la tienda, el saco de dormir, la ropa, e incluso pude secarme yo. Esta vez el descanso me resultó mucho más provechoso tanto física como psicológicamente. A la mañana siguiente salió el sol y la temperatura se hizo agradable, así que decidí reemprender el viaje con energías renovadas y las alforjas llenas de comida. Cada kilómetro la Alaskan Highway se hace más salvaje y alejada, pero de vez en cuando se encuentran comunidades de Nativos Canadienses que han actualizados sus creencias construyendo auténticos monumentos a la post-modernidad. Prueba de ello es esta "instalación-totem" en la diminuta, mágica y sorprendente ciudad de "Champagne", Yukon.

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 Descubrí entonces que los "campings" estatales de Yukon poseen un refugio con una poderosa estufa de leña, capaz de secar la ropa en pocos minutos si se tiende cerca de ella. Supuestamente no se permite levantar la tienda en su interior, pero en la práctica, si amenaza lluvia, el encargado del lugar hace la "vista gorda". Así que planifiqué el viaje para intentar llegar cada noche a uno de estos refugios... La cabeza funciona mucho mejor si sabes que pase lo que pase por la noche vas a poder dormir seco.  Así fui avanzando hacia la frontera de Alaska... Nuevamente recuperé mi calendario y las piernas volvieron a empujar la bicicleta con fuerza. Fue así como avisté mi primer Grizzly. Eran apenas las ocho de la mañana cuando salía de un lugar llamado "Destruction Bay".  Este pueblo está situado a orillas de un lago rico en pesca y es el pescado del lago lo que atrae a los osos pardos hasta sus orillas. 

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 Se trataba de una madre con una sola cría. Cruzaron la carretera a unos cien metros de mi... No pude evitar hace sonar la bocina de aire comprimido y ponerme de pie sobre la bicicleta, para de alguna forma hacerles saber que no era una presa fácil. La madre se detuvo paralizada, con la mano delantera en el aire, sin acabar de dar el paso... Me miro durante unos segundos eternos, y siguió su camino sin demasiadas prisas. Yo pude sacar mi cámara y hace un video no demasiado largo, antes de que desapareciera detrás de un montículo. Al llegar a su altura pude comprobar que seguía observándome desde el lago, a unos doscientos metros. Nunca supe quien tenía más miedo, si ella o yo... Luego, en los siguientes encuentros, calcados unos de otros, descubrí que el grizzly considera al humano como una amenaza, y permanece alerta para protegerse y proteger a sus crías...  Seguramente no dudaría en atacar si considera que esa amenaza es inminente. Antes de llegar a Alaska cerré mi contador de encuentros con osos con el siguiente resultado: once osos negros y cinco grizzlies. También vi dos enormes linces y un lobo, pero no existe testimonio gráfico de esos fugaces encuentros.

 El día que llegué a Alaska cambio el tiempo y empezó a lucir nuevamente el sol. El clima y el objetivo alcanzado fueron un incentivo poderoso para mis ánimos. Creo que pocas veces me he alegrado tanto de alcanzar una frontera, no por el hecho de llegar nuevamente a Estados Unidos, sino por la meta alcanzada tras muchos días duros, incluso agónicos por momentos... 

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 De alguna forma estaba olvidando que aún me quedaban setecientos kilómetros por Alaska hasta alcanzar mi destino final en  Anchorage, y como era de esperar nuevas dificultados y problemas aparecerían por el camino.

 La última entrega de este viaje llegará en breve, cuando encuentre nuevamente la inspiración para contarte como fueron esos últimos días en Alaska. Dice un refrán popular que "hasta el rabo todo es toro", y efectivamente así fue... Muestra de ello es esta foto, donde se recogen los daños realizados por un animal hambriento a mi bicicleta.

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 Te recuerdo que puedes apadrinar un niño de la Fundación Vicente Ferrer. Mi objetivo es llegar a 68, tantos como radios tiene mi bicicleta. Es impresionante todo lo que se puede hacer con tan solo 20€ al mes en India, si el dinero está bien gestionado, tal y como lo hace la Fundación Vicente Ferrer. Apadrina aquí.

 

 

 

 

Fran Ventura    2.jul.2017 00:09    

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El Camino de Anántapur

Bio El Camino de Anántapur

Fran Ventura, realizador y guionista de TVE, en 2014 pedaleó desde Madrid a Anántapur, en el sur de India, sede de la Fundación Vicente Ferrer. Con ello logró recaudar más de 300 bicicletas: un medio de transporte seguro para que las niñas de la zona pudieran continuar sus estudios. Fruto de aquel viaje nació el documental “14.000 Km, El Camino de Anántapur” y la serie homónima de seis episodios. Ahora Fran pretende volver a Anántapur viajando hacia el oeste en bicicleta para conocer en persona a la niña que ha apadrinado a través de Fundación Vicente Ferrer. La primera etapa será cruzar Estados Unidos desde Nueva York a Los Ángeles. Luego seguirá hacia el norte para llegar a Alaska y desde allí cruzar el Pacifíco hasta el norte de China. En la última etapa recorrerá la costa del Sudeste Asiático hasta llegar otra vez a la India y cerrar el círculo iniciado en 2014.
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