El secuestro
La plaza sonaba metálica ayer por la noche. Cuando los últimos rayos regaban con brillos de metal el final de la tarde, la puerta del Sol de Madrid se llenó de otros metales, sartenes, ollas, cucharas, llaves, latón y hasta crótalos que se golpeaban con fuerza para subir el volumen de la protesta ciudadana contra la crisis más alto que la prima de riesgo. El ambiente era indignado pero festivo y nada hacía presagiar la tensión que se viviría sólo unos minutos más tarde. La charanga de cacerolas decidió tomar camino del Banco de España donde duerme otro metal, mucho más vil, que nos está quitando el sueño. Nos dirigimos a preguntarle al gobernador y guardián de nuestros impuestos por qué no ha evitado que los bancos hagan negocios fraudulentos a nuestra costa y con nuestro dinero.
No pudimos llegar a preguntárselo. Una barrera policial cortaba el paso. Dimos la vuelta. En cuestión de segundos, otra barrera policial había cerrado el otro extremo de la calle dejándonos emparedados entre dos filas intimidantes de furgones y antidisturbios. Por lo visto no se puede pasear por la calle dando pucherazos pero sí se pueden dar pucherazos en los despachos y ahí no hay ningún policía para evitarlo. Están demasiado ocupados rodeándonos por orden gubernamental. Demasiado ocupados y demasiados policías para parar tan poco y tan desarmado ejército.
Mal rollo. Poco espacio, mucha gente y mucha policía pertrechada como un equipo de fútbol americano y la misma cara de pocos amigos que si hubieran perdido el partido. Pero los que teníamos más papeletas para perderlo éramos los que estábamos en medio. O nos caía un porrazo, o nos caía una multa. O las dos cosas, pensé. Algunos se estarían preguntando por qué. No eran más que transeúntes que llevaban el mismo camino que la cacerolada y se habían visto atrapados sin comerlo ni beberlo. Pero en estos últimos días te puedes comer una detención aunque vengas de beber con tus amigos, como hemos visto en informaciones periodísticas contrastadas que la delegada del gobierno, Sra. Cifuentes, asegura no conocer ni creerse. Que baje a la calle y lo vea. Que vea cómo la policía se iba acercando cerrando el cerco sobre el grupo que se había sentado como diciendo “este suelo es nuestro”. Es como si una mano se cerrase sobre tu cuello lenta pero inexorablemente. Respiras peor, sientes miedo. Para mí el peor momento fue cuando alguien se levantó y empezó a explicarnos cómo cubrirnos de los golpes. Como me dijo un chico, ves pasar todos los vídeos de palizas policiales por tu mente.
En nuestro rescate llegaron unas voces fuertes desde el otro lado del cordón policial. La red había dado la alarma: estamos atrapados. Cientos de personas acudieron. Oímos su grito reconfortante: ¡No estáis solos! Pero algunos se sentían mal, lógico. Pregunté a un agente si se podía salir. Me dijo que sí. No me dijo que para hacerlo tienes que enseñar tu carné, dejar tu nombre en la salida y esperar la multa de 300 euros. Algunos lo hicieron. El resto que lo veía empezó a gritar: ¡Esto es un secuestro!
Y para liberar secuestros hacen falta mediadores. Entonces apareció Tatiana. Es búlgara y habla con un acento suave que te pacifica. Sonríe todo el tiempo. Está más que acostumbrada a situaciones como ésta y más tensas incluso. El suyo fue el primer gran desahucio que se consiguió parar. Salió en los periódicos. Le perdonaron la deuda pero al final perdió la causa. Pero no las ganas de pelear. Está en todos los fregaos. “Es una guerra psicológica”, me dijo y ella es psicóloga así que sabe lo que hay que hacer. “¿Tienes abogado?”, me preguntó y me dio el nombre de uno por lo que pudiera pasar. “Apúntatelo en la mano, ahí no te lo pueden quitar”, añadió.
Y diciendo esto, se fue hacia el mando policial. Me contó que lo conoce de otras persecuciones de policías a manifestantes. Estuvieron hablando un buen rato. Yo la miraba a ella tan sonriente y luego miraba al grupo tan inquieto que rompía el silencio con gritos de ánimo y de indignación. Gritando parece como que expulsas el miedo. Yo lo tenía, aunque ver a Tatiana dialogar me calmaba.
Volvió. Se hizo el silencio para escuchar: “Podemos irnos, no nos van a pedir la documentación”. Preguntas, gritos, interrupciones, se pide silencio para escuchar a Tatiana: “Nos dejan salir hacia Sol”, dice. Se extiende la noticia entre el grupo. “Nos dejan salir hacia Sol”. La tensión se libera. Los rostros se relajan. Algunos ya sonríen. Se levantan como impulsados por una nueva fuerza: la de haber resistido, la que da mantenerse firme en las convicciones a pesar del miedo. “Nos dejan salir hacia sol”. Y hacia Sol salimos como girasoles hacia la luz. La policía se retira. Aplausos de uno y otro lado del cordón y estalla un grito: ¡Sí se puede, sí se puede!
Ayer se pudo. “Para mañana no hemos hablado, no les he prometido que vamos a ser buenos”, me cuenta Tatiana. “Mañana será otro día”, le digo. “Mañana sale el sol”, responde. ¿Y hasta cuándo?, le pregunto. “Hasta que consigamos lo que queremos, hasta que cambiemos el mundo”, me dice con uno ojos tan convencidos y chispeantes que no puedo evitar apagar el micrófono por un momento, darle un abrazo y plantarle un beso.
La policía cada vez más cerca y Tatiana negociando (vídeo grabado con mi móvil)
Salimos hacia Sol, hacia el sol, liberados (vídeo grabado con mi móvil)
Y para calmar el ambiente, Carne Cruda recibe al grandérrimo ROBERTO FONSECA...el pianista cubano nos visita para presentar su último trabajo "YO"...Un auténtico artista a la hora de mezclar los rtimos tradicionales cubanos con el mejor jazz...NO TE LO PUEDES PERDER...