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Rodríguez, ¡mira quién salta!

    martes 2.abr.2013    por Miguel Castro    2 Comentarios

Durante unos minutos fui uno de esos casi tres millones de espectadores (21, 3 de share)  que detuvo la noche de un miércoles el mando del televisor en Tele 5, y no estaba haciendo un estudio antropológico, simplemente zapeaba. Qué capacidad la de los guionistas del programa Mira quién salta de generar suspense a través del afán de superación en un escenario como el de una piscina. No les importa en absoluto el desenlace, es lo de menos. Se sabe que el salto del famoso en cuestión no será en absoluto olímpico, por mucho que se haga el silencio cuando se acerca el aprendiz de saltador al trampolín como si en ello le fuera la vida. Lo importante es mostrar como encara el entrenamiento, su integración con el grupo, los costalazos que se ha dado previos que muestran sus fracasos, el cobijo dado por los entrenadores que están continuamente pendientes del saltador y consiguen motivarle para que vuelva a enfrentarse a su reto, en definitiva humanizarle, que le veamos como a uno de los nuestros. Hasta que llega el instante en que se hace un silencio casi religioso, con el público casi entrando en trance, ofreciéndole al protagonista de la aventura toda su energía para que se dé, literalmente, un chapunzoncillo. Una expectación desproporcionada para un objetivo minúsculo, aunque no falto de cierto valor personal y social. Si recibiésemos y diésemos ese apoyo en las pequeñas aventuras cotidianas seríamos capaces de afrontarlas de otra forma.  

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Pero, ¿qué pasa después del salto? Que un jurado tiene que opinar sobre lo sucedido. Dos profesionales del salto de trampolín y otros dos de echar virutas para calentar la hoguera son los encargados de valorar lo ocurrido. Así, Boris Izaguirre soltaba arengas en pro de que los concursantes incorporaran un plus de espectáculo a su salto, y Carlos Pomares jugaba a intentar hacer polvo a las nuevas estrellas, mientras los profesionales del salto puntualizaban sobre la técnica empleada, o más bien no empleada, y el conductor del programa arropaba a los intrépidos participantes. 

Lógicamente el efecto que provoca en los televidentes es que pueden llegar a pensar que ellos podrían estar allí, subiendose al trampolín, dando un saltito  y obteniendo la calurosa ovación de un público entregado. Soñar es gratis. A la mañana siguiente uno se despierta y ya no hay público que anime, ni entrenadores que te digan como debes saltar de la cama y ponerte en marcha, ni siquiera si debes saltar de la cama. Solo quedan los restos de la gala, su coste, 270.000 euros rentabilizados con creces gracias a la publicidad.

Me imagino que abro los ojos y ya tengo un entrenador animándome. ¡Vamos, vamos, estírate, desentumécete así, lávate de esta otra manera, usa este jabón, tómate este café… No, mejor esta infusión, medita cinco minutos, mírate en el espejo y repite varias veces: ¡tú sí que vales!, ¡tú sí que vales!, ¡tú sí que vales! ¡Vamos, vamos! Friega los platos con este producto, pon la lavadora de esta marca, tuesta el pan plim con el tostador plom… ¡Alto! Ese no soy yo, ese es Jim Carrey en El show de Truman. Y él no tenía un entrenador lo que tenía era un montón de publicistas diciéndole lo que debía hacer. ¡Claro, no me había dado cuenta! Al día siguiente de Mira quién salta lo que uno padece es un resacón de mensajes publicitarios que no hay bloody mary capaz de aliviarlo. Consciente de la enfermedad que sufro, en ese instante busco por todos lados un antídoto.

Alguien me recomienda que visione el capítulo 15 Million Merits (15 millones de méritos) de la serie Black Mirror. Tan demoledora la distopía que retrata que casi me tienen que ingresar en urgencias con un ataque agudo de pesimismo antropotecnológico. Menos mal que en facebook siempre hay alguien que te ayuda, Raúl Hernández comparte esta foto.

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En ese momento recibo la llamada de Rafa, mi cuñado, me dice que acaba de ver Searching  for Sugar Man y que es una joya. Es el documental del que casi todo el mundo hablaba maravillas, que fui dejando pasar los días para verlo. Me parecía incluso que ya lo había visto, de tanto oir hablar bien de él.  Así que al día siguiente me fui al cine a ver la vida de un músico y me encontré que para la gran mayoría no era nadie, para muchísimos un héroe, y para él mismo un anacoreta. Pero lo mejor de todo es la emoción que sientes al contemplar esta historia verdadera, la de uno de esos personajes que llenan el mundo tanto con su música como con sus silencios, con su manera de mirar el día a día. Se llama Rodríguez, su voz me despierta ahora por las mañanas. Ha echado al entrenador que se empeñaba en convertirme en Jim Carrey, y lo ha hecho silbando uno de sus temas:  I wonder.

 

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Categorías: Actualidad , Cine , Televisión

Miguel Castro    2.abr.2013 12:48    

2 Comentarios

De ninguna manera deseo tener alguien que me conduzca minuto a minuto. Tan poco ser foco de la caja tonta... Los halagos me dan alergia, hacer la pelota no va con mi carácter. La búsqueda del h@mbre de azúcar es inútil, nunca existió. Sólo fue una careta para fines ocultos.


martes 2 abr 2013, 15:55

De momento me quedo con la frase de Fellini, no sin constatar, que lógicamente para él la televisión era un rival muy fuerte, ja, ja, ja, siempre es igual.
La película no la he visto.
En cuanto a mira quién salta, es más de lo mismo, los mismos famosetes, haciéndose de oro, mientras otros saltan...

martes 2 abr 2013, 18:58

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Miguel Castro Uceda

Bio Detrás de la trama

“La cura contra el aburrimiento es la curiosidad. No busques un remedio para la curiosidad: no tiene cura.” Dorothy Parker. De esta cita nació este blog, con el propósito de poner remedio a esa curiosidad que nos hace buscar, escarbar, investigar… Una búsqueda a la que hay que intentar añadir un pequeño esfuerzo para que el trabajo no sea en balde, e intentar que surja…, de una imagen, de una palabra, de una música…, algo parecido a una idea. Y, si fuera posible, trabajar esa idea y conectarla a otras áreas del conocimiento. Un viaje que me gustaría que hiciésemos juntos. Atentos pero relajados: con el corazón y la razón dispuestos a abrir los sentidos; con la precaución necesaria para evitar que, como dice el refrán, la curiosidad mate al gato. Cuento contigo.
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