Un paseo alternativo por Berlín
martes 4.nov.2014 por Miguel Castro 1 Comentarios
Llego tarde, el grupo ya está en marcha. El destino es una visita al Berlín alternativo de la mano de un guía que se llama Adrián. En el grupo soy el único que peina canas. Adrián ha elegido como punto de comienzo un lugar que se encuentra en Oranienburger. Desde hace algún tiempo no creo en las casualidades: no me acordaba del Berlín que había disfrutado durante mi anterior visita, diez años atrás. El albergue que he elegido esta pegado a este lugar al que me ha traído el guía: lo que queda de Tacheles, el centro de cultura alternativa más importante de Berlín, y tal vez de Europa. El lugar me fascinó desde que lo descubrí en mi primer viaje a la Berlinale con Días de Cine.
Aquí vivían dos viejos amigos que habían dejado Madrid para ser espectadores directos de la fusión de dos mundos tras la caída del Muro de Berlín. Aquí vivieron, formaron sus familias y compartieron su entusiasmo por esta ciudad, con los que veníamos a visitarlos. En el año 2005 entrar en Tacheles era adentrarse en un mundo en el que era posible construir cultura en la calle, desde la calle, generar debates para cambiar el mundo sin contar con ayuda institucional. Bastaba con que los dueños de un edificio emblemático del centro de Berlín hubieran aceptado que podían cederlo por un alquiler simbólico, cincuenta céntimos anuales, para que otros se encargaran de gestionar el pulso de la calle, el pulso de la vida en el barrio berlinés de Mitte.
Así lo cuenta Adrián, el guía. Y asombra su facilidad de palabra y su destreza a la hora de resumir la historia de forma didáctica y certera. En el 2008, los filántropos, que habían cedido el edificio durante décadas a los jóvenes que marcaban tendencias culturales, se vieron acosados por la crisis, y tuvieron que vender el edificio a alguien que ya pensaba en hacer apartamentos de lujo en un nuevo Berlín: los partidarios de la gentrificación. Pero el edificio estaba ocupado, y había que dividir a los que vivían y trabajaban dentro. Dice Adrián que la manzana de la discordia llegó en forma de maletín rebosante de euros. “Dame la llave de la cafetería del edificio y el maletín será tuyo”. Algunos todavía se preguntan como los que les traicionaron aceptaron semejante propuesta. Nunca pudieron preguntárselo ya que nadie supo nada más de ellos: la toma de la cafetería fue el comienzo del fin. A mediados del 2012 los gentrificadores consiguieron echarles definitivamente del lugar que ellos mismos habían convertido en un referente internacional. Ahora, de Tacheles, ya derruido, solo queda la fachada.
La siguiente parada de la ruta preparada por Adrián es un búnker de la Segunda Guerra Mundial. Allí se encuentra el trabajo de un artista urbano que sólo dibuja mujeres. “El armario de una mujer no es un conjunto de prendas de vestir, es un arsenal de armas que podrían destruirte”, nos dice Adrián que ese es uno de los leitmotiv del artista.
La mujer, pintada en la pared, mira desde el edificio a los que pasan, como queriendo descubrirles los secretos de un lugar en cuyas paredes todavía resuena la música de centenares de raves y que ahora es la galería de arte privada de un millonario que se ha construido en lo alto del búnker un ático de lujo.
Cogemos el metro una y otra vez, vamos de Mitte a Kreuzberg, y descubrimos que las paredes de la ciudad describen de una forma muy singular lo que ha ocurrido en estos últimos años en los que se pretende expulsar del centro de la ciudad a la vanguardia cultural: había que hacer el amor y no la guerra, y se tenía que encontrar Oriente con Occidente. Pero lo que cuentan las paredes es que occidente arrasó con oriente y se suicidó a sí mismo, obsesionado por un único mandamiento: “lo importante es tener, no es ser”.
El paseo termina en la galería de arte en que se ha convertido lo que queda en pie del muro. El muro que fue testigo del beso de Honecker y Brezhnev y de tantos muertos que quisieron pasar al otro lado. El muro que es testigo ahora del nacimiento de grandes rascacielos que surgen pegados al río, sin que importe lo que hubiera podido haber debajo.
A pocos metros de lo que queda del muro dos seres se abrazan desde la fachada de un hotel. Son el homenaje de Boa Mistura a una ciudad que fue capital contracultural y donde ahora se vive una auténtica batalla entre los que reinventaron esas calles y los que quieren que la ciudad se "reinvente" a sí misma aunque con ello pierda su identidad. Un lugar que algunos quieren con helipuertos, yates, con ventanales privados que dominen las orillas del río.
Le doy las gracias a Adrián, el guía, por el excelente tour, por esa visión diferente que nos ha ofrecido de la ciudad y me despido del grupo. Una cerveza fría en un barco albergue, en un río que hace 25 años estaba en la zona muerta. Puede que fuera cerca de aquí, de este mismo lugar donde hace veinticinco años picábamos trozos de muro. Era medianoche. Pertenecíamos al equipo de Telemadrid (un canal de televisión independiente y joven) que había venido a hacer el informativo al lugar donde se comenzaba a escribir la historia de la nueva Europa en 1989. La ciudad era una fiesta y, tras muchas horas de trabajo, recuerdo que decidimos unirnos a esa fiesta y celebrar el final de una pesadilla picando pequeños trozos de esa pared de colores para guardarlos como souvenirs. De repente, un hombre puso una escalera en el lado donde estábamos, en el Oeste: se subió al muro, y saltó hacía el lugar del que todo el mundo venía, del que todo el mundo quería escapar, el Este. Nos reímos: está loco, fue el comentario general. Al cabo de un rato el hombre volvió a aparecer. Le habían echado del Este. Volvió a colocar la escalera y volvió a saltar al otro lado.
Han pasado veinticinco años de aquel día. A muchos de mis compañeros de Telemadrid les despidieron los mismos que habían llevado a cabo el saqueo económico e ideológico de un medio de comunicación público..., pero esa es otra historia… O no, tal vez sea parte de la misma historia.
Paseo por la Galería del Muro, no puedo parar de hacer fotos. Una niña, una ciclista, una pareja, un anciano, un tipo con cabeza de caballo, medio desnudo, tocando una guitarra; excavadoras, alguien que empuja, alguien que mira, alguien que no ve. El tránsito de la vida por un escenario inquieto en el que siempre hay alguien que ha intentado perfilar su propio decorado. Probablemente, eso sea ahora Berlín: miles de decorados a la búsqueda de un escenario propio, un escenario en el que asentar una identidad que, casi permanentemente, ha sentido la amenaza de su propia Historia.
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Jesús Generelo dijo
Qué artículo más triste.
Lo de "Siempre nos quedará Berlín" parece que ya no es cierto.
Hace años nos sacaron del campo y nos llevaron a las ciudades. Ahora nos expulsan de éstas. ¿Reaccionaremos antes de que no tengamos ningún sitio donde vivir?