CATALUÑA & ESPAÑA. ATRAPADOS EN EL TIEMPO.
Phil se despierta sobresaltado. Su despertador marca las seis de la mañana del 2 de febrero, día de la marmota. En la radio suena I got you baby (1965) de Sonny & Cher. El personaje que interpreta Murray en Atrapado en el tiempo lleva meses en la misma habitación. Se acuesta y a la mañana siguiente vuelve a ser 2 de febrero. Asiste al evento que predice el fin del invierno a través de los movimientos de una marmota y retransmite la noticia a los seguidores del canal de televisión en el que trabaja.
No entiende por qué ese día se repite desde hace varios años sin dejarle salir de la pequeña ciudad donde se encuentra. Durante todo ese tiempo ha tenido la oportunidad de conocer el pueblo, a sus habitantes, incluso de convertirse en un atracador, y de hacer lo inimaginable para intentar besar a una chica, sin lograrlo.
No sabe lo que tiene que aprender, si es que es algo: ha llegado incluso a varias tentativas de suicidio para terminar con el tedioso día.
De alguna forma, en las vidas de los seres humanos hay muchos días de la marmota. Se repiten hasta que aprendemos algo que nos cambia el chip, que hace que nos demos cuenta de un patrón de comportamiento que era profundamente tóxico para nuestra existencia. Lo mismo se podría decir de la historia. Se repite hasta que los pueblos son capaces de resolver asuntos que les llevaron a cometer grandes errores. Asuntos que se repetirán si los habitantes de esos pueblos no son capaces de mirar hacia los problemas desde una perspectiva diferente que la que han llevado hasta entonces.
El problema de España y Cataluña es probable que sea más psicoanalítico que político, como dijo un periodista alemán recientemente. Hay un patrón de comportamiento que deberíamos identificar para no volver a repetir y tener que vivir nuevamente las mismas pesadillas que vivieron nuestros padres y abuelos. Mirar desde otro lado para aprender y progresar en nuestras vidas.
Gaurav, un indio que está pasando unos meses en casa se sorprendió esta mañana de la niebla que había frente al ventanal. Le dije que parte es por el río y parte por la contaminación.
- “Aquí no tenéis contaminación”, me respondió. “En Delhi las cifras que tenemos son siete veces las que tenéis vosotros aquí”.
- "Bueno", le dije, "aquí hay población afectada con problemas respiratorios. Ese es el problema que tenemos que afrontar. En cualquier caso, compararnos con Delhi no nos consuela".
- "Prefieres compararte con Dinamarca, Suecia… Si te comparas con alguien que siempre lo hace todo mejor que tú siempre estarás insatisfecho, nunca disfrutarás del ahora."
Me quedé un minuto pensándolo y le contesté.
- "¿Qué te parece un término medio?"
Asintió y nos quedamos los dos mirando el río. La niebla comenzó a despejarse.
Me viene ahora la imagen del cuadro Europa que se puede ver en el Museo Centro de Arte Reina Sofía. Pienso en la cruenta historia del continente que muestra ese cuadro y otros muchos que hay en las paredes de un museo que retrata a la perfección las contradicciones que llevamos tan arraigadas los habitantes de esta península donde parece terminar y empezar este continente.
Me acuerdo de los mediadores culturales con los que tuve la oportunidad de disfrutar de la contemplación de una serie de cuadros del museo que me hicieron cambiar mi forma de pensar sobre lo que soy, sobre mi procedencia y sobre mis necesidades, durante el rodaje del documental El Reina.
Regreso a Atrapado en el tiempo y reviso ahora las secuencias en las que Phil ha dado un giro en su vida y se ha convertido en un maestro escultor de figuras de hielo, en un gran interprete de piano y en profesor de francés. Su encierro, en un mismo día, lo ha reinterpretado en una oportunidad para cultivarse, para aprender de aquello en lo que no había dedicado nunca tiempo para ejercitarse.
Imagino por un momento que el director del Museo Centro de Arte Reina Sofía cursa invitaciones a los presidentes de la Generalitat y del Gobierno de España, con el propósito de visitar conjuntamente el museo. Y también imagino que se le encarga a uno de esos jóvenes mediadores culturales que seleccionen un recorrido por el museo que sea ilustrativo para ambos dirigentes de nuestro carácter y nuestras contradicciones.
Es posible que ambos dirigentes vieran juntos la cantidad de obras que hablan de la relación entre Dalí, Lorca y Buñuel; que se asomaran a Un mundo de Ángeles Santos; que siguieran la mirada que plasmó López Mezquita en Cuerda de presos; que descubrieran los prolegómenos de la Guerra Civil narrados en Espagne 1937; que se quedaran un buen rato en El Guernica; y que contemplaran en silencio las ruinas de un decorado tan terrible como real, el de Alemania año cero. Juntos, se podrían asomar al cine de Berlanga, y también podrían redescubrir Un perro andaluz de Buñuel; o algunos cuadros del Equipo Crónica como Espectador de espectadores… y tantas y tantas obras que hablan de nuestro subconsciente colectivo.
Un subconsciente que pide a gritos, a veces llenos de rabia, que le escuchen atentamente, que le comprendan y que le consuelen. Tal vez bastaría con comenzar así. Limpiar la rabia dejándola salir. Escuchar el desahogo verbal y las necesidades del otro y soltar las propias, mientras decenas de obras de arte pasan ante nuestra mirada.
Ni una palabra de independencia ni de 155. Una mañana de compartir lo que vivieron nuestros padres, nuestros abuelos, desde los ojos y la narración de un joven de algo menos de treinta años, tal vez sería suficiente para comenzar a terminar, de una vez por todas y para siempre con el bucle del día de la marmota.