El eterno retorno de un protón enamorado
¿En qué parte del cuerpo se aloja el amor?, se pregunta Marta Etura en Return. Son palabras escritas por Pablo Messiez que buscan respuesta en los movimientos que arranca, desliza, desgarra, provoca, susurra, el premio nacional de danza Chevi Muraday junto a una actriz que desnuda su alma de bailarina.
Preguntas sobre emociones a las que solo se pueden sugerir respuestas insinuadas por dos cuerpos que bailan una exhausta danza llena de vida. Respuestas a nuestra idea del amor asentada en la cultura: en los libros, en el cine, en la música, que viajan en el escenario para que nos cuestionemos si realmente existen, o simplemente pertenecen al imaginario colectivo: las magnificamos y nos modifican haciéndonos buscar ideales imposibles que nos llevan a un continuo punto de fuga emocional. Ilusión, éxtasis, decepción, reconciliación, deseo, desidia, aliento, pasión, nos enfrentamos a ellas como si nos viésemos en un espejo que proyectara nuestras personales referencias por un tema tan tratado como profundamente desconocido. Así, uno puede sentir que Moon river está sonando mientras Audrey Hepburn y George Peppard se besan bajo la lluvia en Desayuno con diamantes. A su lado se encuentra Jack Lemmon escurriendo unos espaguetis con una raqueta de tenis para dárselos a la descorazonada Shirley MacLaine en El Apartamento; y un poco más allá Jim Carrey intenta olvidarse para siempre de una Kate Winslet que intentó olvidarse previamente de él, pero no pueden. Son como los protagonistas de 500 días juntos, suben y bajan en una noria de emociones que les impide disfrutar de un amor cotidiano, se encuentran muy lejos para pensar que vivirán juntos para siempre y que la vida les pondrá pruebas tan difíciles como a las que se enfrentan Jean-Louis Trintignant y Emmanuelle Riva en Amour.
Ninguna de estas películas, de estas imágenes, se encuentra en Return, pero pueden aproximarse a la mente de uno cuando contempla los movimientos de los dos bailarines. También puede aparecer una noche lejana en un parque, a finales de los setenta, y una canción de Kansas con una letra por entonces incomprendida, que obligaba a no dejar de abrazarla cuando la tuve y a imaginarme durante muchos meses que seguía a mi lado, cuando la perdí. Era Dust in the wind, Polvo en el viento, la primera canción de dos adolescentes que descubrían el amor. Años más tarde, conscientes de La insoportable levedad del ser, vislumbraron, como los protagonistas de la novela de Kundera, que había diferentes versiones y visiones del amor, del compromiso, de la pareja. Entonces construyeron y deconstruyeron mundos perfectos: tan llenos de miel como de aristas. Hasta que una antropóloga le explicó a él que había tres tipos de amor y lo publicó en un blog:
Tengo un libro de cabecera sobre el amor y las pasiones. Lo escribió una antropóloga, Helen Fisher. Nada como ponernos en nuestro sitio para explicar nuestro comportamiento, y nuestro sitio está con el de los animales. Según Fisher los seres humanos necesitamos alimentar nuestras vidas de amor romántico, lujuria y apego, ya que inyectan al cerebro el chute de enzimas necesarias que precisa nuestra especie para vivir satisfactoriamente. El caso es que hay muchos individuos que son capaces de encontrar una sola persona que les satisfaga estas necesidades, pero hay otros muchos, prácticamente la misma cantidad, que pueden amar a una persona, desear a una segunda y querer vivir con una tercera. Esto lo argumenta científicamente Fisher en Anatomía del amor.
Debe de ser difícil que te expliquen esto de pequeño. Por eso el esquema de relación de pareja se transmite, generación tras generación, simplificado con el cuento del Príncipe Azul. Años más tarde, ya en la madurez, con el príncipe morado y la princesa hastiada, se pasa en muchos casos al hagámoslo por los niños, por la república, por la monarquía: finge que me quieres y yo fingiré que te deseo.
Pero Fisher solo explicaba una parte de la Historia. No aclaraba, por ejemplo, por qué lloraba sin parar la desconocida que estaba a su lado en el patio de butacas de Matadero viendo Return, ni tampoco por qué contrastaba tanto la imagen de la desconocida con la de indiferencia de su pareja. En eso estaba cuando recibí un enlace de un viejo amigo, un eminente físico que me enviaba un críptico vídeo que narraba el viaje de un protón desde el inicio del universo hasta nuestros días. ¿Cómo era posible que el ser humano fuera capaz de ver una imagen cercana a los orígenes del universo e incapaz de acordar el significado de una emoción trascendental? Marta Etura se refugiaba de lo intentos de abrazos de Chevi Muraday que volaba literalmente en el aire para atraparla. Esa imagen se proyectaba en las retinas de cientos de espectadores, viajando hacia sus cerebros de forma similar a como lo hace un protón por el espacio, haciendo quiebros y requiebros a lo largo de la Historia de una palabra inexplicablemente explicada: AMOR. ¿Conoces el código para desencriptarla? Comparte tu secreto. Puede ser vital para un protón que lleva billones de años viajando por el universo preguntándose si realmente se siente enamorado.
En twitter: @MiguelCastrou y @detrasdlatrama