Adiós al descubridor de José Tomás
Encontrar una persona excepcional en el mundo del toro no es nada facil. Cuando uno rasca en la epidermis taurina no tarda en darse cuenta de la vulgaridad, que salvo en contados casos, abunda entre los personajes que la habitan actualmente. Antonio Corbacho era una de esas excepciones, un "taurino" que no lo era, un hombre rebelde dentro del sistema para negarlo, para ponerlo en cuestión. Independiente y al margen de los hilos que mueven la Fiesta logró ser respetado y tenido en cuenta a pesar de la alergia que provocan este tipo de profesionales entre los jerifaltes del cuerno, que cuando notan que entra aire fresco se apresuran en cerrar la ventana para que nada violente su atmósfera viciada y endogámica.
Antonio Corbacho fallecía este miércoles en el Hospital Gregorio Marañón de Madrid a los 61 años esperando un hígado que le devolviera la vida. Madrileño del barrio de Chamberí, Corbacho debutó con picadores en La Roda el 18 de mayo de 1975 tarde en la que resultó corneado de gravedad. Un compañero de deportes de esta casa y buen aficionado, José María Candela, engorda 10 kilos cada vez que nos cuenta como Corbacho se vistió de luces en su casa la primera tarde que hizo el paseíllo en Vistalegre y como su padre hizo las veces de chófer del incipiente torero. Diez años después, con la suerte de espaldas y una carrera más que incierta en el horizonte decide pasarse a las filas de los de plata, actuando a las órdenes de mtadores como Roberto Domínguez o David Luguillano, entre otros. Pero si por algo nos acordamos del Corbacho profesional es por ser el descubridor de una de las máximas figuras de la historia del toreo.
El ganadero Victorino Martín le pidió el favor de que ayudara a un sobrino suyo que apuntaba maneras. Se llamaba José Tomás Román Martín. Antonio Corbacho modeló con sus manos la leyenda de un torero de época. Con la exigencia extrema por bandera y el método samurai como filosofia de vida y de muerte frente al toro inculcó en un jovencísimo Tomás el estoicismo de su toreo y el magnetismo ascético de su personalidad. Una etapa en México de ambos para que el de Galapagar pudiera torear sin poner un duro marcó para siempre sus vidas. Un viaje propio de una novela de Roberto Bolaño que pudo terminar en tragedia con la gravísima cornada que sufrió el matador en la plaza de Autlán.
Después, ya en Europa, vendrían los triunfos, la abundante cosecha de lo sembrado. Una vez alcanzada la gloria, coronada la cima, José Tomás se aburre y decide retirarse llevándose por delante la amistad que les unía. Cuentan que no volvieron a hablarse hasta años después coincidiendo con el regreso del torero madrileño a los ruedos tras el cornalón que sufrió en Aguascalientes. En una entrevista concedida al periodista Paco Apaolaza Corbacho decía de todo ese tiempo de silencio con Tomás "Nos parecemos mucho con la diferencia de que él tiene dos cojones y yo no. Es una reacción lógica en un discípulo que supera al maestro. Él es grandioso, yo no".
Aunque parece difícil hubo vida después de JT y Corbacho volvió a desempolvar el código de honor de los guerreros japoneses para inculcárselo a un nuevo discípulo aventajado, Alejandro Talavante. El profesor Miyagi del toreo lograba otra obra maestra con el extremeño. Valor, personalidad, triunfos ante los públicos más exigentes...El mejor Talavante, el que nos emociona y que por desgracia se ha ido apagando tras probar el colchón mullido de las grandes empresas del toreo. Otros matadores pasaron por su forja y como es normal también se dieron errores de bulto, Corbacho era excepcional, pero humano. A uno no le casa encontrar nombres como el de Victor Puerto o Esaú Fernández en su currículo.
No tuve la suerte de conocerlo personalmente aunque hace algunos meses tuve la oportunidad. El ganadero y amigo Gerardo Ortega me invitó a su finca en Huelva donde tenía previsto lidiar un toro a puerta cerrada el novillero al que apoderaba, Sebastián Ritter. Por desgracia las fuertes lluvias caídas días antes habían dejado el ruedo de la plaza de tientas impracticable y se tuvo que suspender la cita. Ritter era su última ilusión, su último discípulo pero la enfermedad había comenzado la cuenta atrás. Se apagaba uno de los pocos seres especiales que quedan alrededor del mundo del toro.
Texto: Enrique Mazas