Limpieza de corrales (Reflexión)
Eran casi las doce del medidodia del pasado miércoles cuando el presidente del Parlamento Catalán ofrecia los resultados de la votación que condena a los aficionados de aquella región a no poder asistir a ninguna corrida de toros a partir de enero de 2012. Una decisión esperada aunque dolorosa ya que todavía albergábamos alguna esperanza de que triunfara la racionalidad.
La política volvía a hacer de las suyas en una votación en la que finalmente el PSC dejó libertad de voto a sus diputados. Mientras, Convergencia, Esquerra e Iniciativa les Verds votaban en su mayoría a favor de la abolición. El propio presidente de la Generalitat y primer secretario de los socilistas catalanes José Montilla se lavaba las manos ante la decisión adoptada por la cámara catalana.
En la misma línea se mostró el presidente del gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero; en otro ejercicio más de equilibrismo, censuraba la prohibición, pedía respeto a la decisión adoptada por el Parlament y solicitaba no politizar el asunto.
Por su parte, los populares, expertos en intentar pescar en río revuelto, anunciaban la presentación en el Congreso de una proposición de Ley para blindar los toros como una competencia exclusiva del Estado. Ya podían haberlo pensado antes.
Las reacciones no se hicieron esperar. Además de los políticos, personajes de distintos ámbitos de nuestro país han hecho sus valoraciones de una decisión que ha llenado cientos de páginas de la prensa española e incluso del extranjero. Decisión política o no (ahí está el indulto interesado de los correbous) se trata de un primer aviso muy serio, que tiene que servir para sacar conclusiones sobre el futuro de la Fiesta.
Los toros, queramos o no están en el punto de mira de buena parte de la sociedad y urge poner remedio, aunque sea tarde, para atajar la sangría. Y esas soluciones deben venir desde dentro del sector taurino: empresarios, ganaderos, apoderados, toreros, aficionados y periodistas deben tomar conciencia de que si no se toman medidas urgentes los toros se van al garete. Indultar a todo cornúpeta que campe por La Monumental no es un remedio. Seamos por una vez realistas (y no catastrofistas): hasta aquí se ha llegado por algo. Entre todos la matamos y ella sola se murió.
La fiesta de los toros encarna la obstinación de unos pocos en luchar por unos valores que la sociedad actual desprecia. La tradición y el ritual. El respeto. La nobleza y la bravura. El orgullo. El valor sin imposturas. La búsqueda de la excelencia. El pundonor. La clase. La vergüenza torera.
Atrás quedaron los tiempos en que la tauromaquia era un espectáculo de masas seguido con interés por una mayoría de los ciudadanos. Ahora somos una minoria, una inmensa minoria si queremos, que debe hacer examen de conciencia si quiere estar preparada ante los fuertes envites que nos esperan. La Fiesta huele a naftalina para la sociedad actual y los taurinos siguen ajenos a esta realidad. Urge una limpieza de corrales en profundidad de un sistema que se ha convertido en el peor enemigo de si mismo. Este espectáculo tan singularmente bárbaro y violento, representa el triunfo de la vida sobre la muerte, y no al revés. Los toros no son de derechas ni de izquierdas. Sólo entienden de querencias. TEXTO: ENRIQUE, TEO Y GLORIA.