Invisibles... con Jorge Drexler
lunes 4.abr.2011 por RTVE.es 0 Comentarios
Sábado. Abril día 2. Luna Creciente.
El hombre invisible, de nuevo, planea una de las suyas. Tiene preparada todas sus artimañas para ir de concierto. En un descuido y utilizando su gama de fuegos de artificios se planta en el Teatro Coliseum de Madrid.
El teatro está a oscuras. A ritmo de carnaval, primero batería, luego cajón y después bongos, entra Jorge Drexler. “Estamos en la Gran Vía, estamos en Madrid. Es un placer volver a casa”. Surgen los primeros acordes de Todos a sus puestos, una canción que huele a domingo por la mañana. A un domingo de madrugar, bajar a comprar el periódico y ver cómo “besa el sol la Plaza de Chueca”. Los metales suenan preciosos.
“Un puñado de canciones me trajeron a esta ciudad hace algunos años”. Es la presentación para Una canción me trajo hasta aquí. A todos los allí asistentes también nos trajeron allá, esa noche, un puñado de canciones que suenan, por cierto, con un pulcritud exquisita. El sonido es limpio y perfectamente descriptible. Creo que cada uno de los allí presentes podría narrar qué están tocando los músicos y de qué amplificador proviene.
3000 millones latidos es la media de veces que un corazón palpita hasta que deja de hacerlo, aunque ciertamente, anoche subiría el promedio. El pedal Slide de Carlos Campón hace los coros al latir de un corazón al que le marca el ritmo Borja Barrueta a la batería, con dos baquetas en su mano derecha, Huma al bajo y Sebastián Merlín en la percusión.
Suena Cerca del Mar y el artesano pide el apoyo del público “en el paraíso, purgatorio y platea”, pero está quedando tan hermoso así que todos cantan bajito, tímidos, inseguros, vergonzosos, con miedo de estropear la gran obra de arte que están bordando los músicos en el escenario. Luego ruedan Medio de transporte y Se va, se va, se fue…una de las que más gustó al hombre invisible.
La cantidad de matices que pueblan las canciones es incuestionable. Y no solo en el aspecto musical. Ninguna de ellas suena como en los discos. Nuevos arreglos, ritmos e incluso instrumentos, lo que las convierte, prácticamente, en composiciones inéditas. Además, el dominio que hace Drexler de su guitarra es asombroso, tanto que solo en contadas ocasiones está apoyada por otra compañera acústica. También ayuda el juego de luz.La complicidad que crea junto a la música y el teatro es muy hermosa.
Todo ello denota el amor que el uruguayo procesa a su trabajo. Lo cuida de manera incluso obsesiva. En un momento del show llega a pedir que quiten una máquina de humo porque hace un ruido molesto, aunque imperceptible para el hombre invisible, por cierto.
Da un poco la sensación de que en los shows de Jorge Drexler hay algo mágico, que tal vez no estaba en los planes de antemano. Parece que una hora antes de que comenzara el show alguien se ha pasado por el teatro y ha desparramado entero dos sacos de polvo de estrellas para que todo brille y nos hechice.
Toque de queda aparece sin la voz de Leonor Watling pero con un solo de trompeta muy cálido. Drexler agradece al trompetista Roque Albero su actuación. La sección de metales está formaba, además de Albero, por Santiago Cañada en el trombón y Fabrizio Scarafile al saxo barítono.
El teatro se queda a oscuras y solo unos pequeños halos de luz iluminan la escena, como pequeñas luciérnagas que se mueven muy deprisa. Es imposible seguirlas. Cuando parece que se han fundido en una, vuelven a partirse. En realidad son las baquetas de Borja Barrueta que introduce La Nieve en la bola de nieve. Los músicos no son meros actores secundarios. Su papel es principal. Drexler hace para que ellos luzcan.
El final de La Nieve en la bola de nieve es maravilloso. Todo es confuso. Una sensación tensa como que de algo va a suceder y no es posible pararlo. Drexler entona versos de Edad del cielo. Los instrumentos parece que han aprendido a caminar y cada uno huye en direcciones opuestas. El hermoso caos. Cuando el ‘’jefe’’ calla, los instrumentos paran, como si les hubieran descubierto de improviso y debieran disimular. Las luces callan también y el público se enciende todavía más.
Está claro que Jorge (permitan al hombre invisible tutearle) tiene la batalla ganada. Todos estamos en su bando y él lo sabe. Está cómodo, no para de sonreír.
Suena uno de los primeros samplers de la noche y el artesano pide con mucha gracia que, por favor, el público se abstenga de seguir el ritmo con las palmas porque pueden perderse, que intenten con chasquidos. Todos obedecen, obviamente. Y al compás de 2000 chasquidos y más de 1000 latidos, suena Mi Guitarra y vos.
Después ruedan Noctiluca y por lo que Drexler cuenta y la canción en sí, nos imaginamos por la situación personal por la que pasaba. Vemos el Cabo Polonio y “al mar brillar con un millar de Noctilucas”.
La marimba se desvive por tres pares de manos en Aquellos Tiempos. Luego Drexler coge la guitarra acústica, y antes de arrancarse, alguien del público le grita ”Que el soneto nos tome por sorpresa”. Él acepta la oferta, aunque afirma con gracia…”de acuerdo pero ya no les pillará con tanta sorpresa”.Hermana Duda también suena sola con guitarra y voz.
A continuación invita a escena al músico brasileño Victor Ramil, al que el hombre invisible promete seguir bien la pista.
Y llega uno de los momentos más esperados de la noche. Las transeúntes, un tema totalmente primaveral con un solo de trombón estimulante y que en el disco está dedicado a Kiko Veneno. Es imposible no mover los pies. ¿Qué estará pasando? Todos sonríen allí arriba. Todos sonreímos abajo.
Dinsyelandia es una fábrica de sueños y desengaños sobre un fondo rojizo y amarillento, con una base también electrónica. La sonrisa agradecida del ‘’artesano’’ en Polvo de estrellas confirma que el hechizo del que antes hablaba ha funcionado. En Todo se transforma se produce el primer error de sonido. ¡Un acople?! No puede ser. Y, ¿luego otro!? ¡Qué raro! ¿En el mismo punto, exactamente? ¡Son acoples premeditados!
La banda se va y hasta que Drexler no vuelven a aparecer …el público, en pie, no deja de aplaudir.
Con un sorbito de champán y como los cantaores flamencos, sin amplificación, queda invitada la Soledad, a propuesta de un nuevo espectador. Luego los músicos le secundan y mientras preparan la siguiente canción, se arrancan con Don de Fluir. Después la Trama y el Desenlace y la fiesta termina con Sea. O eso estaba programado en un principio. Creo o al hombre invisible le gustaría pensar que este bis no estaba del todo previsto. Parte del público ya ha abandonado la sala y Jorge vuelve a salir con copa de champán en mano, y en un nuevo homenaje a Kiko Veneno, tocan Volando Voy.
Se ha perdido la cortesía reinante y la gente está de pie. Algunos incluso respetan sus asientos y se acercan al escenario para verlos de cerca. El hombre invisible también. Los músicos se van despidiendo, al compás de la música, con sus instrumentos a cuestas, como una charanga. El hombre invisible se queda un rato pensando en la barbaridad de concierto que acaba de presenciar. Se da la vuelta y ya casi no queda nadie en la platea. Solo una pareja. Se están besando.
Ha llegado el momento de irse. A la salida del teatro hay un espejo. Al hombre invisible le da por mirar y solo ve sonrisas en las caras. Él se ve y también lo hace. Todo sigue igual. Ellos sonriendo allí arriba. Nosotros sonriendo aquí abajo.