
Esta semana recibimos una visita muy especial: el británico Kenneth Branagh, que presenta su nueva película como director: una nueva versión de la 'Cenicienta' de Disney. Aunque en esta ocasión los personajes son de carne y hueso: Lily James es Cenicienta, Cate Blanchett es su malvada madrastra, y Richard Madden es el príncipe azul. ¡No os perdáis nuestra charla con el director!
Focus

Por Alejandro Burón
Junto a los gangsters y ladrones de guante blanco, los estafadores son sin duda el tipo de delincuente favorito del cine. Atrevidos, carismáticos y con más cara que espalda, sus aventuras y desventuras prometen cine casi siempre entretenido y juguetón, lleno de giros, traiciones y estafas que se extienden al propio público, que a estas alturas ya sabe que debe olerse la sorpresa cuando se enfrenta a una película de este género.
Will Smith interpreta a Will Smith: un tipo a partes iguales estafador y carterista, listillo y bastante sobrado, que coordina a un grupo de mangantes que han hecho del latrocionio una auténtica cadena de montaje. Un día se topa con una hermosa joven que intenta estafarle de forma más bien torpe, y no tarda en convertirse en su mentor, una relación que se complica cada vez más cuando (por supuesto) terminan en la cama.
Decir que el guion es endeble es quedarse corto: en tan transparente en sus intenciones que cabe preguntarse a qué viene tanto giro y elaboración. Se trata de una película que funciona casi únicamente a base del carisma de sus protagonistas. Por suerte, uno de ellos es Will Smith. Smith, al que hemos visto cada vez más circunspecto en los últimos años, desempolva ese encanto y ese talento natural para la comedia que le convirtieron en estrella, y está claro que a estas alturas podría interpretar este papel mientras duerme. Lo que no hace que se relaje, sus escenas con Margot Robbie son ejemplares en cuanto a química e interacción entre actores.
Focus es una película que en realidad parece que son dos, no solo por los dos tramos separados por años de que consta la película, sino porque no parece decidirse sobre sus propias intenciones: es una película de estafadores, pero también una comedia romántica y a ratos un thriller, dando como resultado un tono esquizofrénico que no termina de cuajar. Entretenida, pero liviana, y lo que es peor: totalmente olvidable.
CITIZENFOUR

Por Alejandro Burón
A principios de 2013, la directora Laura Poitras comenzó a recibir mensajes cifrados de un informante anónimo que se identificaba como miembro de la Agencia de Seguridad Nacional estadounidense. Poitras, que ya había llamado negativamente la atención de los servicios de seguridad por sus documentales sobre Guantánamo y la guerra contra el terror, se encontró frente a una conspiración tan escalofriante como abyecta: un programa masivo de espionaje a nivel global, donde todos y cada uno de los datos que introducimos en internet sirven para etiquetarnos, rastrearnos y, si fuese necesario, hacernos desaparecer.
Pronto descubrimos que la misteriosa fuente no es otro que Edward Snowden, con quien Poitras se reúne en un hotel de Hong Kong. Recluido en una habitación durante más de una semana, sin salir ni para comer, y con la colaboración del periodista de The Guardian Glenn Greenwald, asistimos en primera persona a la filtración que reveló la cara más oscura de Estados Unidos al mundo. Los que seguimos las informaciones sabemos su contenido, pero eso no amortigua el horror que se respira en esa habitación con cada nueva revelación de Snowden, un tipo que ha dejado atrás a su familia sin previo aviso para protegerles, perfectamente consciente de lo que pasará si los hombres de negro le atrapan, pero convencido de que exponer este Gran Hermano al mundo merece el riesgo.
Citizenfour tiene más de thriller que de documental, y eso dice mucho sobre las tácticas cada día más viles que emplea Estados Unidos para mantener al resto del mundo bajo control, por mucho que este Obama parezca majo y salga bien en las fotos. Es la película más escalofriante que he visto en mucho tiempo, una crónica en primera persona de cómo el puño del estado se cierra en torno a la garganta de los que se atreven a denunciar, y un recordatorio de que pese al asilo político de Snowden en Rusia, este asunto está muy lejos de acabar. Porque, como siempre, no pagan los responsables. Paga el que da un paso adelante y alza la voz. Y mientras tanto, ellos siguen vigilando.