2 posts de junio 2009

Ciudadano asesinado, guerrillero abatido

La última vez que Luz Edilia vio a su hijo con vida, éste se despidió con una promesa: se iba para ganar dinero, y a la vuelta le compraría una casa. Tres días después, Andrés apareció acribillado y enterrado en una fosa común, a cientos de kilómetros de su hogar.

Andrés se crió en Soacha, una ciudad olvidada, un enorme rincón de miseria al sur de Bogotá. Era pobre y no tenía trabajo. Y cayó en las falsas promesas que le lanzaron un día en las calles polvorientas de su ciudad. A este joven le ofrecieron empleo y un sueldo digno. Y esa oferta se la lanzó un militar. El mismo que lo llevó lejos de Soacha, y probablemente el mismo que acabó disparándole nueve tiros por la espalda. Leonardo es un caso de lo que aquí en Colombia se conoce como falsos positivos.

Son jóvenes que aparecen muertos a manos de soldados, que a su vez los hacen pasar por guerrilleros abatidos en combate. Un método vil y mezquino con el que esta tropa asesina se ganaba un buen dinero, porque el ejército les daba una recompensa por dar de baja a los “enemigos”. Leonardo es sólo uno de los 1.700 supuestos casos de falsos positivos que investiga actualmente la fiscalía. Más de 1.100 militares aparecen implicados, y al menos 80 ya han sido condenados. El caso no es nuevo.

De este asunto ya se ha escrito en muchos sitios. También aquí, en este espacio virtual, desgranó las miserias de los falsos positivos Fran Sevilla, buen compañero y amigo. Pero los falsos positivos son de nuevo noticia en Colombia porque hace muy poco visitó el país Phillip Alston, el relator de la ONU sobre las ejecuciones extrajudiciales. Alston se entrevistó durante 10 días con familiares de las víctimas y con representantes del Gobierno y el Ejército.

Y el panorama que describe es muy poco alentador. El diplomático australiano sostiene que este tipo de asesinatos se realizaron de manera “sistemática”, por distintos elementos del ejército y en varios puntos del país. Dice también que no se trata de algunas “manzanas podridas” en la institución militar, como sostiene el Gobierno. Y asegura que lo que ha visto y oído es tan solo la punta del iceberg. Desconozco si Alston se entrevistó con Luz Marina Bernal, una de las madres coraje de Soacha. Su historia no tiene desperdicio y más que Alston, quien debiera escucharla es el propio Gobierno. A su hijo Leonardo se lo llevaron con el mismo argumento: una buena oferta muy lejos de Bogotá. Cuatro días después apareció en una fosa con el uniforme de la guerrilla. Le acusaron de dirigir un bloque de las FARC, y cuando ya estaba muerto colocaron una pistola en su mano derecha.

Quizá ninguno de los asesinos reparó en que Leonardo era zurdo, y en que sufría un retraso mental. Tenía 26 años pero su edad mental era de 9, y evidentemente estaba muy poco capacitado para dirigir a un grupo de guerrilleros. A su madre hoy sólo le queda el recuerdo de un hijo inmortalizado en un par de fotos que se borran día tras día. Pero ni el tiempo, ni la impunidad que rodeó a sus vergudos, podrá borrar su convicción de que no es lo mismo un ciudadano asesinado que un guerrillero abatido.


El Salvador: la vida rota de las pandillas.

Apoyado junto al muro que da la espalda a su casa, José Daniel apura un pitillo con la mirada un tanto perdida.

Es su momento de asueto, sus 10 minutos de paz para contemplar cómo la gente deambula por el barrio que domina. Lleva dos días en calma, sin robar, sin matar, sin extorsionar. Porque ese es el oficio de este joven pandillero en San Salvador. José Daniel es, por supuesto, el nombre figurado de un chaval de diecisiete años que perdió su infancia hace seis, cuando entró en la Mara 18, una de las pandillas juveniles más grandes de El Salvador.

Salió de un hogar roto, con padres separados, pobres y en paro, y decidió que buscarse la vida en la calle era mejor que estudiar. La pandilla le dio dinero, llenó su ego y le hizo sentirse un hombre respetado. Pero a cambio pasó a cuchillo a varios rivales de la Mara Salvatrucha, atracó a quien pudo y esperó la orden de algún capo para matar por encargo, porque el sicariato también forma parte del negocio y de su vida.

Hoy se arrepiente de mucho de lo que ha hecho, pero confirma que no hay salida. “Ahorita mi vida es joder -dice-. Cuando no era pandillero andaba tranquilo, pero ahora me escondo como un perro. Casi no puedo salir a la calle. Si me ve el enemigo, me mata”. José Daniel habla pensando quizás en los tres amigos de su infancia que entraron en la pandilla y cuya sangre recuerda todavía derramada en algún callejón de la capital. Huía con ellos cuando escuchó los disparos, pero apenas pudo recoger sus cuerpos sin vida y entregarlos a sus familias. Hoy habla convencido de èse es también su futuro, y de que pasará el resto de sus días robando, extorsionando y asesinando mientras esquiva su propia muerte.

Porque como èl mismo asegura, “mi vida es morir por la 18, yo no puedo entrar en otra pandilla, ni siquiera salirme de aquí”. Entrar en la pandilla es muy fácil, salir, demasiado difícil. Complicado sobre todo porque no hay alternativa. La pobreza, el desempleo y la falta de perspectiva para la juventud salvadoreña sigue engordando las maras, mientras el Gobiernos recientes –también el recién estrenado de Mauricio Funes- sólo prometen mano dura. Pero mientras no se cambien las condiciones por las que los niños dejaron la escuela y entraron en la pandilla, mientras no se apliquen políticas de apoyo, de inclusión, mientras no haya oportunidades reales de cambio para esta gente, el futuro se vislumbra gris y sombrío.

Se calcula que en El Salvador hay 18.000 jóvenes metidos en las pandillas. Sólo el año pasado hubo allí 3.200 homicidios, la mayoría vinculados a la acción de las maras. Es una cifra brutal para un país tan pequeño, con el mayor índice de criminalidad de Latinoamérica. Cada día hay 12 muertes violentas. Y si no se actúa pronto, otra generación de jóvenes perderá su vida en las mismas calles en las que, tal vez, haya perdido ya la suya un chico llamado José Daniel.

Luis Pérez


Hace ya casi dos siglos que el gran sueño de Simón Bolívar se fraguó por estas tierras. La Gran Colombia, una nación compuesta por varias repúblicas recién independizadas de España, echó a andar en 1819. Moriría doce años después, en 1831, víctima de revueltas internas y del desencanto con un Libertador que terminó pervirtiendo ese proyecto de unión suramericana con un Gobierno muy parecido a una dictadura. La Gran Colombia agrupaba varios países.
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