Ciudadano asesinado, guerrillero abatido
La última vez que Luz Edilia vio a su hijo con vida, éste se despidió con una promesa: se iba para ganar dinero, y a la vuelta le compraría una casa. Tres días después, Andrés apareció acribillado y enterrado en una fosa común, a cientos de kilómetros de su hogar.
Andrés se crió en Soacha, una ciudad olvidada, un enorme rincón de miseria al sur de Bogotá. Era pobre y no tenía trabajo. Y cayó en las falsas promesas que le lanzaron un día en las calles polvorientas de su ciudad. A este joven le ofrecieron empleo y un sueldo digno. Y esa oferta se la lanzó un militar. El mismo que lo llevó lejos de Soacha, y probablemente el mismo que acabó disparándole nueve tiros por la espalda. Leonardo es un caso de lo que aquí en Colombia se conoce como falsos positivos.
Son jóvenes que aparecen muertos a manos de soldados, que a su vez los hacen pasar por guerrilleros abatidos en combate. Un método vil y mezquino con el que esta tropa asesina se ganaba un buen dinero, porque el ejército les daba una recompensa por dar de baja a los “enemigos”. Leonardo es sólo uno de los 1.700 supuestos casos de falsos positivos que investiga actualmente la fiscalía. Más de 1.100 militares aparecen implicados, y al menos 80 ya han sido condenados. El caso no es nuevo.
De este asunto ya se ha escrito en muchos sitios. También aquí, en este espacio virtual, desgranó las miserias de los falsos positivos Fran Sevilla, buen compañero y amigo. Pero los falsos positivos son de nuevo noticia en Colombia porque hace muy poco visitó el país Phillip Alston, el relator de la ONU sobre las ejecuciones extrajudiciales. Alston se entrevistó durante 10 días con familiares de las víctimas y con representantes del Gobierno y el Ejército.
Y el panorama que describe es muy poco alentador. El diplomático australiano sostiene que este tipo de asesinatos se realizaron de manera “sistemática”, por distintos elementos del ejército y en varios puntos del país. Dice también que no se trata de algunas “manzanas podridas” en la institución militar, como sostiene el Gobierno. Y asegura que lo que ha visto y oído es tan solo la punta del iceberg. Desconozco si Alston se entrevistó con Luz Marina Bernal, una de las madres coraje de Soacha. Su historia no tiene desperdicio y más que Alston, quien debiera escucharla es el propio Gobierno. A su hijo Leonardo se lo llevaron con el mismo argumento: una buena oferta muy lejos de Bogotá. Cuatro días después apareció en una fosa con el uniforme de la guerrilla. Le acusaron de dirigir un bloque de las FARC, y cuando ya estaba muerto colocaron una pistola en su mano derecha.
Quizá ninguno de los asesinos reparó en que Leonardo era zurdo, y en que sufría un retraso mental. Tenía 26 años pero su edad mental era de 9, y evidentemente estaba muy poco capacitado para dirigir a un grupo de guerrilleros. A su madre hoy sólo le queda el recuerdo de un hijo inmortalizado en un par de fotos que se borran día tras día. Pero ni el tiempo, ni la impunidad que rodeó a sus vergudos, podrá borrar su convicción de que no es lo mismo un ciudadano asesinado que un guerrillero abatido.