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La escuela y el fusil

Cuando vieron la cámara muchos de los jóvenes abandonaron la clase profiriendo insultos y alguna amenaza. Hay miedo a la delación, a que alguien pueda reconocerlos, porque aquí muchos tienen cuentas pendientes. Medellín. Centro de Formación para la Paz y la Reconciliación. Los que deciden quedarse admiten ser filmados, pero de espaldas. No es fácil aliviar su recelo. Las aulas de ese peculiar instituto se abrieron en 2004, y desde entonces han pasado por aquí más de seis mil jóvenes. Todos ellos dejan atrás un pasado de violencia y destrucción. Son antiguos guerrilleros y ex paramilitares que, sin saberlo, combatieron frente a frente en algún lugar del país. Hay también pandilleros que se jugaron la vida con el menudeo de drogas y el sicariato en las comunas de Medellín.

Más de uno mató por encargo, porque todos obedecían a un superior. En los grupos armados, en la guerrilla, en los escuadrones de la muerte o en los “combos” de las comunas también se respeta la jerarquía. Hasta que un día la irrespetaron, dejaron las armas contra la voluntad de sus jefes y le pidieron una oportunidad a la vida. Hoy la tienen en este centro. Aquí reciben ayuda psicológica, porque no es fácil reintegrarse en la sociedad. Reciben educación para formarse. También para buscar trabajo el día que se atrevan a salir a la calle sin mirar a la vuelta de la esquina para ver si hay alguien dispuesto a escribir el final de sus vidas.

No es fácil perder el miedo. Los sueños siguen convirtiéndose en pesadillas, y más de uno tiene delirios de persecución. Físicamente están en la ciudad, pero la mente les devuelve al frente de combate. Sienten al enemigo al lado y esos traumas de posguerra retardan su integración. Por eso el primer paso en este centro es la atención psicológica. Una terapia que les ayuda a olvidar la violencia y sentarse al lado del viejo enemigo, de otro joven que empuñó el arma como la empuñaron todos, por pura necesidad. Porque todos ellos cuentan lo mismo. En la guerrilla, en los grupos paramilitares o en las pandillas se entra porque uno es pobre, no por ideología. La pobreza les empuja a ese mundo de violencia que les sedujo con el canto de sirenas de una vida mejor, de menos penuria para sus familias. Así entraron en esos grupos Carlos, Jessica, Olga o Jon Jairo, cada uno con su historia de escasez y miseria a cuestas.

Carlos, ex paramilitar, resultó herido durante un combate con el ejército. El programa de Paz, Desarme y Reconciliación le permitió estudiar una carrera y ahora da clases de matemáticas en este centro de Medellín. Hoy mueve con soltura la silla de ruedas a la que vive atado desde que una bala perdida partiera sin remedio su médula espinal. No tiene rencor. Siente que nació de nuevo y admite que, cuando uno deja las armas, lo primero que desmoviliza es su corazón. Porque no se puede mirar al futuro –dice- sin dejar atrás el odio y el sentimiento de venganza.

Es difícil saber cuántos de estos muchachos saldrán adelante, cuántos saldrán de ese hoyo cavado con años de violencia y sangre. Pero es maravilloso ver que al menos hay proyectos como éste, pequeños pero increíblemente ambiciosos, que enseña en clase a quienes empuñaron las armas quizá siendo demasiado niños, una lección fundamental: la abismal diferencia entre la escuela y el fusil.

7 Comentarios

La idea es interesante y un buen ejemplo de integración, socialización y reinserción. Pero creo que hace falta más política de Estado para solucionar un problema de esa magnitud.

Supongo que cualquier iniciativa es buena, y que gente que antes combatía entre sí se siente ahora en el mismo aula es un paso importante, aunque tal ve sea sólo una gota en el océano de problas en el que nada colombia

Si me resulta difícil entender cómo alguien es capaz de empuñar un arma y disparar, se puede decir que me resulta prácticamente imposible concebir cómo ayudar a salir de un mundo así a una persona. Aún así, si tengo fe en algo, es en la educación y en la voluntad de las personas. Confío en que sirva de ayuda a muchos de los que deciden tener una vida distinta. Gracias por traer otra historia interesante. Se te echaba de menos por aquí...

Por cierto, en el post haces referencia a una cámara. Supongo que grabásteis imágenes para una información ¿cuándo sale? Saludos again

De todo lo que leo hay una clave, el porqué entra toda esta gente en ese submundo de la guerrilla, los grupos armados ilegales o las pandillas. Y la conclusión parece bastante clara: En Colombia más de la mitad de la población es pobre o muy pobre, y mientras no se acabe con ese problema toda esa gente, que proviene de familias desestructuradas, seguirá teniendo una excusa para coger el fusil

Son este tipo de programas los que demuestran que sí hay solución al conflicto interno y demuestra que la atencion de todos puede hacer que estos hombres y mujeres que empuñaban armas, se reintegren en la sociedad y recuperen su papel activo, su papel valioso.

Saludos,

Paz

Creo que la historia de Carlos Alberto Cano, es el claro ejemplo de que la reintegración en estos jóvenes, es posible. La vida delictiva de Cano empezó en la adolescencia formando parte de pandillas con el tráfico de drogas, luego se enlistó en el bloque Cacique Nutibara de las Autodefensas Unidas de Colombia, donde recibió en su columna el impacto de cuatro balas en una emboscada. Tras varios años de incertidumbre y terapias, en una silla de ruedas volvió al mundo de la delicuencia hasta que fue capturado por la Policía y allí empezó su nueva vida con la ayuda de CEPAR.
Como dicen, "querer es poder".
Un saludo.

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Luis Pérez


Hace ya casi dos siglos que el gran sueño de Simón Bolívar se fraguó por estas tierras. La Gran Colombia, una nación compuesta por varias repúblicas recién independizadas de España, echó a andar en 1819. Moriría doce años después, en 1831, víctima de revueltas internas y del desencanto con un Libertador que terminó pervirtiendo ese proyecto de unión suramericana con un Gobierno muy parecido a una dictadura. La Gran Colombia agrupaba varios países.
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