2 posts de octubre 2009

Las voces del secuestro

La escena se repite y es casi un ritual en varios puntos de la selva colombiana que por supuesto desconocemos. La madrugada del sábado al domingo, los secuestrados por las FARC, la principal guerrilla del país, se reúnen en torno a un aparato de radio, con la esperanza de que el guardián de turno siga durmiendo y no interrumpa sus sueños de libertad. Al otro lado del aparato se oye la voz de Herbin Hoyos: “Buenas noches a todos, buenas noches a los secuestrados en las selvas de Colombia”. Poco después Herbin abre el micrófono a los familiares de los cautivos, en el estudio de Caracol Radio, o en los hogares del país donde sufren en silencio la ausencia de los suyos.

Los familiares hablan. Los secuestrados escuchan. Y los mensajes les ponen al día de la realidad que abandonaron sin quererlo cuando fueron privados de libertad. Por ese aparato de radio muchos colombianos presos han descubierto que han sido padres, que sus hijos van al colegio, que sus padres o hermanos no entienden de tiempo o distancia, que les siguen queriendo como aquel día en que un grupo armado les quitó el futuro a punta de pistola y les condujo esposados al infierno del cautiverio.

En la inmensidad de la selva, ese programa de radio es para muchos la medicina que no tienen, la compañía que por unas horas les hace olvidar la escasez y las penurias de una vida reducida al absurdo, a largas caminatas hacia ningún lugar. Las voces del secuestro da sentido a sus vidas y mantiene activa su esperanza de que algo pueda cambiar. Es también lo único que les une con lo que ocurre más allá de esa inmensa espesura de que se pierde ante sus ojos sin poder ver el final.

Puede resultar paradójico, incluso algo sarcástico, pero fue un secuestro lo que dio vida a Las voces del secuestro. Al periodista Herbin Hoyos se lo llevaron las FARC hace ya más de 15 años. Y cuando volvió a ser libre decidió abrir un espacio para las familias de todos aquellos que seguían privados de libertad. Herbin, por supuesto, es un blanco perfecto para la guerrilla, porque ha destapado ese siniestro mundo de la extorsión que nutre las arcas del Secretariado. Por eso ya han intentado matarle un par de veces. La última, hace unos días, cuando se descubrió que las FARC contrataron a dos sicarios para quitarle la vida durante un acto público en Bogotá. La amenaza era tan creíble que Herbin ya no está en su país. Se fue a su casa, cogió lo que pudo, empacó una maleta y subió a un avión rumbo a España. Pero incluso al otro lado del Atlántico, los secuestrados seguirán escuchando a sus familias. Las voces del secuestro se emitirá desde España al menos durante un año. Es el tiempo que le han recomendado ausentarse de su patria por motivos de seguridad.

Hoy le he escuchado en la radio. Yo en Bogotá, él ya en Madrid, su refugio y su ciudad de acogida durante este tiempo de exilio forzoso lejos de su país. Sus compañeros de Caracol le han entrevistado y parecía tranquilo, lanzando incluso un mensaje a las FARC: su programa –ha dicho- tiene fecha de caducidad. Se acabará el día en que el último secuestrado recupere la libertad.

Un Nobel sin Piedad

Puede que este post no tenga mucho sentido, ahora que el mundo mira de nuevo a Washington tras la elección de Barak Obama comoNobel de la Paz. Pero me gustaría contaros lo que ha pasado en Colombia desde que se supo, a principios de esta semana, que la principal favorita para obtener ese premio era Piedad Córdoba, una senadora de izquierdas que divide profundamente a sus propios compatriotas.

Desde ese día la mitad de Colombia se puso a soñar con el Premio, y la otra mitad dejó de conciliar el sueño al pensar que Córdoba podía hacerse con el galardón. Así es Colombia, y así es la figura de esta abogada antioqueña, una política liberal que no entiende de medias tintas, una senadora que polariza como nadie el espectro político del país.

Por partes. Cuando el Comité del Nobel pensó en su candidatura, pensó sin duda en los esfuerzos que ha hecho Pilar para buscar una salida pacífica al conflicto que vive el país. Y pensó también en las gestiones que ha hecho para sacar del cautiverio a 18 secuestrados. 18 colombianos a quienes se les iba la vida entre la salvaje humedad de la selva, las largas caminatas y la crueldad de las FARC. Córdoba apostó por el diálogo como solución al conflicto, y defendió un acuerdo humanitario que permitiera la entrega de los secuestrados a cambio de guerrilleros presos. Y desde 2007, con el visto bueno del presidente Uribe, medió con la principal guerrilla del país para obtener la liberación de los cautivos. Entiendo que su candidatura premiaba a alguien que ha hecho esfuerzos por resolver un conflicto, por acercar posturas. Esa era la esencia del Premio que inventó hace tiempo Alfred Nobel, y por eso la mitad del país esperaba ansiosa la concesión a Piedad.

¿Pero que piensa la otra mitad? Pues básicamente, y sin término medio, la ven como una guerrillera más, como alguien que no esconde su admiración por el viejo Marulanda, el líder histórico de las FARC, y que dijo sin ambages que hacen falta más Marulandas para resolver los problemas del país. Ven a Piedad como aquella política lenguaraz que una vez en México pidió a los países latinoamericanos que no reconocieran al Gobierno colombiano porque su presidente, Álvaro Úribe, era un paramilitar. Y la ven también como una infiltrada de Chávez, a quien visita asiduamente y de quién no esconde su admiración. Y ya sabemos que, para el Gobierno y para muchos colombianos (la mayoría conservadora que apoya sin fisuras a Uribe), mentar a Chávez es mentar al mismísimo diablo.

Por todo esto la candidatura de Córdoba, más que un orgullo, ha supuesto una encrucijada para el país. El asunto ha llenado páginas de periódico y horas y horas de tertulias radiofónicas, con argumentos a favor y en contra de la mulata Piedad, de esta hija de padre negro y madre blanca que luchó desde joven por las minorías étnicas y los derechos de la mujer en su patria chica de Antioquia.

Hacer conjeturas sobre qué impacto y qué consecuencias políticas hubiera tenido el Nobel viene ahora un poco a destiempo. Probablemente el presidente Uribe respire hoy más tranquilo. Piedad era su principal azote político y no es lo mismo recibir las críticas de una senadora de la oposición que de una Nobel de la Paz, sobre todo al denunciar las gravísimas violaciones de los derechos humanos que pesan sobre este gobierno.

Pero probablemente, quienes más deseaban el premio para Piedad eran las familias de los secuestrados que siguen en poder de las FARC. Los padres y hermanos de los que han salido no escatiman elogios para la “la Negra Córdoba”. Los padres y hermanos de los que siguen allí esperan con ansiedad noticias sobre los suyos y apoyan sin reservas las gestiones de la senadora.

Supongo que es mucho más fácil verlo todo desde la barrera. Es mucho más fácil contaros este debate como observador y viviendo cada día el privilegio de la libertad. Tal vez habría que ponerse en la piel del profesor Moncayo, ese hombre admirable al que hace 11 años le robaron el sueño la noche en que supo que su hijo, un joven soldado, había sido secuestrado por las FARC. Desde entonces recorre el país atado a unas cadenas como las que consumen a Pablo Emilio en la selva. La senadora Córdoba gestiona hoy su libertad.

Luis Pérez


Hace ya casi dos siglos que el gran sueño de Simón Bolívar se fraguó por estas tierras. La Gran Colombia, una nación compuesta por varias repúblicas recién independizadas de España, echó a andar en 1819. Moriría doce años después, en 1831, víctima de revueltas internas y del desencanto con un Libertador que terminó pervirtiendo ese proyecto de unión suramericana con un Gobierno muy parecido a una dictadura. La Gran Colombia agrupaba varios países.
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