Lucía y Botero
La imagen está tomada desde un ventanal amplio y diáfano del segundo piso del Museo de Antioquia. Y sí, lo que vemos es lo que en Medellín se conoce como la Plaza Botero. Las gordas y gordos (hombres, mujeres, animales) delatan al maestro. A Fernando Botero nunca le gustó esa definición de “gordos”. Siempre prefirió hablar de “volúmenes”, porque el volumen es –dice- el elemento del arte que mejor permite expresarse a uno. Para el pueblo, sin embargo, pasarán a la historia como l@s gord@s, sin que esa palabra encierre menosprecio alguno o quite a las obras un ápice de belleza.
Estos días, en Medellín, se vuelve a hablar de Botero. Porque hace 10 años el artista colombiano decidió donar gran parte de su colección a la ciudad. ¿Qué supuso ese detalle del escultor? Alguien puede ver únicamente un gesto de generosidad. Pero la llegada de l@s gord@s, dibujadas en las pinturas y esculpidas en esculturas, supuso un antes y un después en el devenir del centro de la ciudad.
Para Lucía González, la directora del Museo de Antioquia, la llegada de las obras transformó el entorno del Museo. Supuso una remodelación urbana que hizo preguntarse a los ciudadanos por el lugar que ocupa ese edificio. Y acercó, además, el arte al pueblo. En la última década, la delincuencia en los alrededores de la Plaza Botero disminuyó considerablemente. Se creó un espacio cultural y un punto de encuentro para el visitante, que se acerca, toca y abraza las esculturas sin temor a que alguien lo reprenda. Esa es la gracia –dice Lucía – que los niños se sienten encima, que los enamorados se besen, que las familias discutan apoyados en l@s gord@s, que los palpen, los acaricien. Para eso están ahí, en una plaza pública. Si no –admite- estarían guardados en una urna.
Cuando Botero donó las esculturas quiso ponerlas ahí, en un lugar que las convirtiera en un orgullo colectivo. Y en diez años apenas ha habido desperfectos. La gente respeta el arte, porque el arte – cuenta Lucía- dignifica a las personas. Tanto, que los únicos arreglos que hay que hacer es dar una capa de pátina allí donde aparece el bronce. Y eso tiene también que ver con los afectos, con los mitos que ha creado el propio pueblo. Las partes más doradas, las más gastadas, tienen que ver con los órganos sexuales de las figuras. El pene del soldado, por ejemplo, es un lugar de peregrinación porque el mito popular dice que quien lo toca aumenta su fertilidad.
Botero quiso que sus obras cobraran vida, y esa vida se la ha dado el propio pueblo, el visitante, el turista, cualquiera que se acerca a contemplar a Adán y Eva, a la Mujer con espejo, al Soldado, al Gato, al mundo paralelo que creó el artista en esa plaza de la ciudad. Y no sólo es importante la estética del arte, sino lo que el arte moviliza como reflexión social, como reflexión política, como reflexión ética. Porque hoy, como admite Lucía, el Museo se ha convertido en un ágora, un lugar donde se debaten los asuntos más importantes de la ciudad, del país, desde el arte y desde la cultura. Y ella, una mujer valiente, preparada y atrevida, tiene mucha culpa. Porque Lucía ha llevado al Museo colecciones que hablan de temas comprometidos, como los desplazados o los desaparecidos, asuntos políticamente delicados, mucho más en una ciudad como Medellín.
Lucía dejará su cargo a final de año, aunque por los pasillos o en los despachos siempre quede algo de ella, de lo que hizo por revitalizar el Museo. Dejará atrás amigos. Dejará atrás alguna lágrima de colaboradores que ya la están echando de menos antes de recoger, por última vez, los bártulos de su mesa. Pero si algo ha conseguido esta mujer es crear una cultura cívica que no tiene precio. Conseguir que en el Museo de Antioquia no haya detectores de metales, que no te obliguen a dejar el bolso o la mochila en una taquilla. Conseguir que te sientas en el Museo como en tu propia casa. Lucía ha acercado el arte a los más pobres, ha logrado que no se vea el Museo como un refugio de ricos. Y lo ha hecho con esta frase que me contó mientras conversábamos, una frase de ésas que te hacen comprender en quince segundos porqué la gente sonríe mirando a l@s gord@s, por qué la gente se pasea por la plaza sin complejos: “Yo creo que el arte dignifica. Cuando la gente siente que tiene derecho a lo mejor del arte, que tiene derecho al placer estético, los comportamientos se transforman completamente. La gente se comporta como en relación a ese producto estético, es decir, se dignifica”.