¿Sindicalista o minero?
A escasos metros de la mina La Preciosa, Enrique juraba y perjuraba que jamás volvería a entrar allí, a cruzar aquella puerta y bajar a sacar carbón, porque ni él ni nadie se merece morir enterrado en una mina. Enrique es minero desde hace varios años. Pero en esas palabras suena más el hombre superviviente que el hombre trabajador. Enrique tiene la fortuna de estar vivo, porque la explosión de gas metano en esa mina colombiana de Sardinata, junto a la frontera con Venezuela, le pilló fuera de su jornada laboral. Enrique habla por él y, probablemente, por el sobrino que sigue atrapado a 400 metros bajo tierra y al que las autoridades ya dan por muerto, como a los 20 compañeros que entraron al tajo a primera hora de la mañana.
Junto a la mina ha comenzado el desfile de familiares y autoridades. Hace unas horas estuvo allí el Ministro de Minas, y lo primero que hizo fue anunciar el cierre indefinido de la explotación hasta evaluar qué pasó exactamente en La Preciosa. La alcaldesa de Sardinata asegura que la mina era legal. El ministro ha dicho que no cumplía con todos los requisitos de seguridad. Probablemente dentro de un tiempo ese inútil cruce de declaraciones se convierta en papel mohoso y sepia en cualquier rincón de una hemeroteca. Pero más allá de esta explosión puntual, lo cierto es que muchos colombianos se preguntan, de nuevo, qué está pasando con la minería de Colombia, por qué hay tantos accidentes, por qué hay tantos muertos en un sector estratégico para el país.
Sólo el año pasado murieron 130 mineros. La mayoría perdió la vida en explotaciones ilegales, que las hay, y muchas. El propio Gobierno reconoce que son más de 3.000 en 18 departamentos del país, y se propone que en dos años estén todas cerradas. Pero, ¿y las legales? ¿Cumplen con todos los requisitos de seguridad? Eso es justamente lo que se está investigando, sin ir más lejos, en la mina La Preciosa. Se quiere saber si existía una correcta ventilación, si había detectores de gas metano, y si los había, por qué no funcionaron, qué fue lo que falló.
Algún periódico ha publicado, también, que el sector minero necesita unos sindicatos fuertes. De esa manera tendrían más peso para reclamar sus derechos y trabajar en condiciones dignas, como merece un país que presume de ser el quinto exportador mundial de carbón. Aunque, probablemente, nada de eso elimine todos los factores de riesgo cuando los trabajadores están a cientos de metros bajo tierra, rasgando carbón de las entrañas de una mina.
Curiosamente, y hablando de sindicatos, en ese mismo periódico leí hace unos días una información sobre la situación del mundo sindical en Colombia. ¡Carajo, qué panorama!. Resulta en Colombia mataron el año pasado a 47 sindicalistas. El 60% de los sindicalistas asesinados en el mundo durante 2010, estaban aquí, en Colombia. El reciente informe de Human Rights Watch lo acaba de recordar: el Gobierno colombiano debe hacer mucho más en su defensa de los derechos humanos. De nada vale poner un coche blindado y un par de escoltas a los principales líderes sindicales, si en el campo siguen cayendo como moscas sindicalistas anónimos que denuncian, por ejemplo, las tropelías de los paramilitares o los vínculos de muchas empresas con ese ejército ilegal de ultraderecha.
Así que después de todo esto he llegado a una triste conclusión. No es que no le vea mucho futuro al tema de los sindicatos en las empresas mineras. Simplemente, no sé qué es más peligroso en Colombia, ser sindicalista… o minero. O minero sindical.