2 posts de febrero 2011

Transexuales

Los últimos diez segundos de su vida los perdió Pamela observando al asesino frenar en seco el coche. El asesino se bajó, apuntó a su cabeza, le asestó cuatro tiros y se fue. Pamela quedó tendida junto a la muralla del cementerio, el lúgubre rincón de Cali donde ejercía desde hace años la prostitución. Pamela es una de las últimas transexuales que han sido asesinadas en esa ciudad del sureste de Colombia. Y digo una de las últimas porque tal y como está la cosa, no me extrañaría que muriera otra de sus compañeras mientras escribo estas líneas sobre la muerte de Pamela. Con ella son ya medio centenar de trans las que han perdido la vida de manera violenta en los últimos 4 años. Las agredidas y vejadas se cuentan por centenares.


Pamela era una de las 3.500 transexuales que viven y trabajan en Cali. La mayoría, el 79%, se gana la vida como trabajadoras sexuales; el 21% tiene una peluquería y el resto se dedica a oficios varios. Ninguna sale a vender su amor por placer. Lo hacen porque no tienen otro trabajo. Tampoco tienen manera de conseguirlo. El colectivo de transexuales se siente estigmatizado, señalado por una población que no entiende cómo alguien puede sentirse a disgusto con su cuerpo y su condición sexual. Una población que hasta el defensor del pueblo reconoce como homofóbica, en un país en el que la ley, la Constitución del 91, es muy garantista con los derechos de las personas de toda condición. Pero una cosa es la ley escrita sobre un papel, y otra muy distinta la velocidad con la que evoluciona la población.

Digo esto amparado en otro dato. En Cali, el año pasado hubo casi 2 mil homicidios. De todos ellos, casi el 90% quedaron impunes. La estadística aumenta cuando hablamos de los transexuales. Y aumenta tanto que da vergüenza, porque ninguno de los crímenes contra la población trans se llegó a investigar. La versión de la policía es que todos estaban relacionados con crímenes pasionales y ventas de sustancias psicotrópicas. La realidad es que no hay un solo victimario entre rejas. El Defensor del Pueblo dice que el Estado, directamente, no investiga.

Con ese panorama es muy difícil contestar la pregunta clave: ¿Quién está matando a los transexuales? La ONG Santamaría Fundación, que vela por los derechos de este colectivo, reitera que hay una campaña de limpieza social. Esa práctica era muy típica de los paramilitares, y fue tremendamente “exitosa” en Cali y en todo el país durante la década de los 90 y la del 2000. Se repartían panfletos amenazando a prostitutas, gays, y todo lo que ellos consideraban como la escoria de la sociedad. Hoy en día hay menos panfletos directos, pero sigue habiendo muertos, y eso hace pensar a la ONG que el victimario ha cambiado de vestimenta, pero sigue siendo el victimario. Hay declaraciones de testigos que acusan, también, a miembros de la policía. El defensor del pueblo, Andrés Santamaría, va más allá. Dice que quien las está matando es la sociedad, la homofobia y la vista gorda que hace el Estado mirando para otro lado.

Días después de que mataran a Pamela, allí seguían sus compañeras, exponiéndose a todo tipo de insultos, atropellos y agresiones. Alguna opta por reírse y mirar para otro lado, como si entendiera que todas esas vejaciones van incluidas en su contrato. Otras optan por llorar, como las chicas de Santamaría Fundación. Mientras las entrevistábamos conocieron la muerte de otra compañera. Le asestaron varias puñaladas en el descampado donde ejercía como trabajadora sexual. Cuando nos fuimos del local, la última víctima seguía en la morgue. Sóla, como estaba la noche en que la mataron. Y las compañeras de la ONG se dejaban los sesos pensando cómo recaudar el dinero para sacarla de allí, entregársela a su madre y darle dos cosas: un último adiós, y un entierro.

La cárcel

Lo primero que hace John Albero cuando se levanta es poner una raya en la libreta que esconde bajo el colchón. Las rayas van tachando los días que faltan para que salga. John lleva ya cinco años poniendo rayas, y todavía le quedan otros dos para poder tirar la libreta, abrir las puertas de su celda y abandonar la prisión. A John lo capturó la policía robando un coche para cambiarle la matrícula y hacerlo pasar por suyo. Ese era su papel en el combo, en la pandilla para la que trabajaba en un barrio de Medellín. Por aquel entonces tenía dieciocho años y una hija de meses. Cuando salga habrá perdido los mejores días de su vida y , quien sabe, tal vez a su hija, a la que no ha visto desde entonces porque su novia nunca quiso acordarse del que fue su primer amor.

Cárcel de Bellavista, desde el aire.

La tarde en que empezó a tachar días del calendario, a John lo trasladaron a la cárcel de Bellavista, a las afueras de Medellín. Bellavista fue construida hace cuarenta años para unos dos mil reclusos. Hoy tiene seis mil quinientos y la cifra no hace sino aumentar. La prisión tiene un hacinamiento del 200%, y no es que el resto de las cárceles colombianas se encuentren mucho mejor. Un par de datos: hace diez años había en Colombia 35.000 mil presos. Hoy son más de 85.000. Sólo durante este mes de enero, por cada recluso que salió a la calle, entraron cuatro a la cárcel.

La cárcel nunca fue un buen sitio para vivir. Mucho menos en Colombia. Según John, lo peor que te puede pasar es entrar a un penal donde no tengas contactos. Básicamente porque no eres nadie, eres el último de la fila, un cordero en un patio donde los lobos afilan colmillos. Hay casos en que, realmente, cuando entras, no tienes enemigos. Pero casi siempre, el delincuente, ya sea narcotraficante de poca monta, un gran capo, pandillero, guerrillero o paramilitar, tiene cuentas pendientes con alguien del patio de al lado. Y la deuda, la “culebra”, como dicen por aquí, es algo que nunca se olvida.

La periodista Jineth Bedoya ha reflejado como nadie los bajos fondos del mundo carcelario. Cuando empezaba en esto del periodismo, lo primero que hizo Jineth fue dar voz a los reclusos. Sus crónicas desde la cárceles bogotanas, desde las cárceles del país, son un viaje al infierno sin pasar por el purgatorio. Sus conversaciones con guerrilleros, con paras, con delincuentes comunes, con narcotraficantes, con presos que perdieron su vida en la cárcel por un delito que no cometieron, están recogidas en un libro fascinante: Te hablo desde la prisión. Es un relato de las miserias humanas, del pensamiento del criminal, de la corrupción oficial que permite la entrada de armas por un par de miles de pesos a funcionarios que cobran demasiado poco como para no mirar hacia otro lado. Jineth detalla la guerra entre bandas, entre los presos de las FARC y sus archienemigos de las Autodefensas, el tráfico de drogas, las prostitutas que hacen fila los domingos para regalar su amor de celda en celda, las armas que viajan en el cuerpo de los visitantes, las pistolas, la munición, la granada escondida en la vagina que le encontraron a la mujer de un recluso, la visita puntual de la mujer de aquel árbitro condenado por un asesinato que no cometió.

Jineth habla de todo eso, de la experiencia ajena y de la propia. Porque en una visita a la cárcel vivió esta mujer valiente el episodio más duro y triste de su vida. Las investigaciones sobre el tráfico de armas en la Cárcel Modelo de Bogotá, las pistolas y fusiles que entraban a las celdas de los paras sin ningún tipo de control policial, casi le cuestan la vida. A Jineth la secuestraron a las puertas de la cárcel la mañana en la que iba a entrevistar a un jefe paramilitar. Dos personas armadas la metieron en un coche a punta de pistola delante de un furgón policial, en la mismísima puerta de entrada. Nadie dijo ni mú. Se la llevaron, la violaron y la dejaron abandonada en una carretera a tres horas de Bogotá. Ella tardó diez años en contarlo, pero ahora lo denuncia públicamente para que otras mujeres, miles de mujeres que han sido violadas, se atrevan a denunciarlo. Jineth lanzó la campaña de Intermón Oxfam contra la violación como arma de guerra en el marco del conflicto colombiano. Lo hizo de la mano de un buen tipo y un gran amigo, Alejandro Matos, el director de esa ONG en Colombia. Jineth se atrevió a contar su caso para que ese acto denigrante y cruel deje de ser un delito invisible, para que más compañeras se animen a hablar, a romper el manto de silencio que las cubrió durante años por miedo a las represalias. Su libro es imprescindible para conocer que fue y cómo están las cárceles colombianas. Porque de aquellos polvos vienen estos lodos.

Luis Pérez


Hace ya casi dos siglos que el gran sueño de Simón Bolívar se fraguó por estas tierras. La Gran Colombia, una nación compuesta por varias repúblicas recién independizadas de España, echó a andar en 1819. Moriría doce años después, en 1831, víctima de revueltas internas y del desencanto con un Libertador que terminó pervirtiendo ese proyecto de unión suramericana con un Gobierno muy parecido a una dictadura. La Gran Colombia agrupaba varios países.
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