1 posts de agosto 2011

El ocaso de Ingrid

Ingrid 

Hay quien dice que la vida de Ingrid, como su popularidad, transcurre por una montaña rusa, con picos y valles, pero siempre en un extremo, como si no supiera manejarse en el término medio después de haber sentido el vértigo del filo de la navaja. Ingrid Betancourt nació en una familia acomodada. Cuando abrió los ojos en la cuna vio a un Ministro y a una Reina de la belleza. Eran sus padres. Cuatro décadas después, cuando la secuestró la guerrilla aquel 23 de febrero de 2002, Ingrid era candidata a la Presidencia de Colombia por una formación minoritaria, el Partido Oxígeno Verde. Su popularidad no era demasiado alta, pero fue creciendo con intervenciones críticas y duras en el Congreso.  Desde su atril atizaba sin piedad a los corruptos y abogaba por una salida pacífica al conflicto colombiano. Todos recuerdan aún aquella charla entre Ingrid y los jefes de las FARC, los mismos que luego dieron la orden de mantenerla cautiva mientras se pudría en las entrañas de la selva. Poco antes de que la capturaran, Ingrid se sentó a la mesa con los jefes de la guerrilla. Fue en el Caguán,  la zona que despejó el presidente Andrés Pastrana para negociar la paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. Allí estaba Ingrid con su camiseta informal y su pelo recogido, recriminando a la insurgencia por haberse metido en el negocio de la cocaína.

Su popularidad dio un salto exponencial con las primeras imágenes de su cautiverio. Con sólo un par de caminatas por el suelo enfangado de la selva, por aquellas trochas intransitables, con las manos atadas y las cadenas al cuello, Ingrid dejó de ser, de la noche a la mañana,  candidata a presidenta. Para la guerrilla se convirtió en el mayor rehén político, el botín perfecto para negociar con el Gobierno en condiciones ventajosas. Para el pueblo colombiano se convirtió en el símbolo de una lucha abnegada por la libertad, para escarnio de la guerrilla, desde los jefes del Secretariado hasta sus carceleros. Las imágenes de Ingrid, las cartas de su mamá, la voz quebrada de doña Yolanda Pulecio pidiendo su libertad en los programas de radio dedicados a las familias de los secuestrados, aumentaron su popularidad hasta cotas insospechadas. El momento álgido, el día que Ingrid salió del infierno y acarició el cielo,  fue la Operación Jaque, el operativo militar que la rescató junto a otros 14 rehenes, y que narra la miniserie que estrena esta semana la Primera de TVE.  Ingrid captó todos los focos, apareció abrazada al Presidente Santos, por aquel entonces, ministro de Defensa. Habló en nombre de todos los secuestrados y dio gracias a Dios, al Gobierno del Presidente Álvaro Uribe, al Ejército colombiano y a todo el pueblo que escuchaba impávido sus primeras palabras en libertad. Su rostro pálido y débil se coló en las pantallas de muchas casas y en las de todas las redacciones. Su sufrimiento, su valentía y su tesón la convirtieron en símbolo de la libertad. Le llovieron los premios, los homenajes. Los presidentes le abrieron las puertas y le tendieron la alfombra roja en cada país que pisaba.

Pero en Colombia algo empezaba a cambiar. Para empezar, no gustó que Ingrid se marchara del país, rumbo a Francia, pocas horas después de que el ejército colombiano culminara con éxito el operativo de rescate más arriesgado de su historia. Le recriminaron, por ejemplo, que ni siquiera se hiciera aquí el reconocimiento médico. Luego vinieron los libros, las historias personales de los cautivos. Primero, el de los tres agentes antidrogas de Estados Unidos que compartieron con Ingrid noches largas, sueños cortos, y un cambuche cercado con alambre de espinos con guerrilleros armados en cada esquina. El libro es, probablemente, el peor escrito de cuántos han publicado los secuestrados. Pero también es, probablemente, el que más detalles cuenta sobre la convivencia en la selva. Y en ese terreno, Ingrid no sale muy bien parada. Luego vino el libro de Clara Rojas, la candidata a vicepresidenta que acompañaba a Ingrid en el momento de su secuestro. Todo el mundo sabe que la amistad entre las dos se hundió en el lodo de la selva por razones que muchos sospechan, pero que sólo ellas conocen. Ingrid capeó el temporal, calló mientras le llovían críticas sobre su comportamiento en aquella cárcel de estacas y alambre de espinos, vigilada por guerrilleros con muchas armas y poca compasión. Ingrid ha sido la última en hablar, y ha dado su verdad en un libro bastante mejor escrito que el de sus compañeros de cautiverio. Alguien puede pensar que cuando estás seis años buscando la libertad, cuando escuchas cada noche los mensajes de tu familia y no tienes cómo responder a esas palabras tiernas que llegan a través de las ondas, cuando sueñas cada noche con reencuentros que no llegan, un día sí y otro también, tienes derecho a cometer errores. Por supuesto que sí. Ingrid los cometió, como probablemente los cometieron todos quienes sufrieron aquel calvario.

Ingrid decidió evadirse, y estaba en su completo derecho. Se marchó a Francia, donde estaban sus hijos, y luego se recluyó durante varios meses para escribir su libro, su verdad de la historia. Pasó, tal vez, mucho tiempo sin pisar Colombia. Y el pueblo colombiano vio esa distancia como algo insalvable. Su popularidad cayó a medida que se conocían detalles del cautiverio. Y siguió cayendo cada vez que Ingrid decía que no volvía a Colombia porque se sentía una incomprendida en su propio país. Pasó el tiempo, y de repente vimos a la franco-colombiana pisar suelo patrio, bogotano, para conmemorar junto al ejército y a otros liberados el segundo aniversario de la Operación Jaque. No hubo demasiado revuelo, pareció que Colombia la perdonaba. Pero llegó el momento en que Ingrid cavó su propia tumba. De buenas a primeras, el país despierta con esta noticia: “Ingrid Betancourt reclama al Estado una indemnización millonaria”. No recuerdo la cantidad, eran muchos millones. Probablemente había tantos ceros en esa cifra como millones de colombianos indignados con su antigua heroína. Ni el Gobierno, ni el Ejército, ni el pueblo le perdonaron a Ingrid ese acto de ingratitud, de cobardía. Y esas, “ingratitud” y “cobardía”, entre otras, fueron las palabras textuales que utilizó la prensa para hablar del asunto. ¿Por qué tanta ira con la ex candidata presidencial? Probablemente porque cayeron muchos hombres (nunca lo sabremos) intentando dar con su paradero en los intentos fracasados por liberarla. Y probablemente, también, porque es un hecho conocido que a Ingrid, el día de su secuestro, le dijeron que no hiciera ese camino por carretera, que la guerrilla estaba en la zona y que no podían garantizar su seguridad. El resto ya lo sabemos, Ingrid hizo caso omiso, saltó el retén policial, siguió adelante y pocas horas después inició un viaje a ninguna parte del que afortunadamente salió con vida seis años, cuatro meses y nueve días después.  

Luis Pérez


Hace ya casi dos siglos que el gran sueño de Simón Bolívar se fraguó por estas tierras. La Gran Colombia, una nación compuesta por varias repúblicas recién independizadas de España, echó a andar en 1819. Moriría doce años después, en 1831, víctima de revueltas internas y del desencanto con un Libertador que terminó pervirtiendo ese proyecto de unión suramericana con un Gobierno muy parecido a una dictadura. La Gran Colombia agrupaba varios países.
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