Berlinale 7. Béla Tarr
En la Berlinale se ve de todo...tontunas como "The future" de la norteamericana Miranda July, perfectamente prescindible. Películas iraníes militantes como "Una Separación" de Asghar Farhadi, definida ya por algunos críticos alemanes como una pequeña obra maestra, en la que se aprecia cómo bajo las dictaduras la verdad privada y la moral individual se convierten en las únicas varas de medir para esa humanidad oprimida por los ayatolas.Y películas que nunca serán un éxito de público, que son lentas, en blanco y negro, sin apenas diálogo, que echan a bastantes enviados especiales de la Berlinale fuera de la sala del cine a la media hora del inicio y que, sin embargo, hay que ver.
Es el caso de "El caballo de Turín" del cineasta húngaro Béla Tarr.Un retrato duro y descarnado de la vida cotidiana de un carretero y de su hija, quienes subsisten en una pobreza abrumadora gracias a los transportes que el padre, inmovilizado además en uno de sus brazos, realiza con el carro en cuestión y un caballo. La vida de esta pobre gente se complica cuando el caballo se niega a comer y a beber. Los ingresos, ya de por sí magros, se convierten en nulos. Y esta pareja de padre e hija que se desayunan sólo con un trago de palinka casero, el típico aguardiente húngaro, y que comen sólo una patata hervida con sal al día, porque ni siquiera tienen pan, se encuentra con que el caballo se les va a morir, que no tienen a dónde ir, que el pozo del que extraían el agua se ha quedado seco y que ellos también están abocados, tarde o temprano, al fin.En la última escena ya ni ellos mismos quieren comerse esa patata solitaria en el plato de madera...
Tarr, que recuerda en algunos momentos a Buñuel y que representa el cine "remodernista", con el que se pretende capturar la vida en su ritmo real, es decir, lento y monótono, inicia su película con una referencia a Nietzsche, quien en 1889 vivía en Turín. Desde la ventana de su hotel vió cómo un hombre maltrataba a su caballo, agotado por el esfuerzo.EL filósofo, conmovido, se acercó al animal y le abrazó. Poco después perdía la consciencia y luego la cabeza, muriendo diez años más tarde y tras haberle dicho a su madre: "Mutter, ich bin dumm" ( Madre,soy tonto).
No consta en esta película que el caballo del carretero haya sido maltratado por éste. Más bien debería haber sido el caso contrario, ya que era su instrumento de trabajo. Pero lo que sí queda de manifiesto tras ver esta cinta es cuán dura ha sido la vida de los campesinos en Hungría y en todos los pueblos de Europa en los siglos pasados. Cómo las privaciones, el hambre y el enbrutecimiento formaban parte del día a día, y no había salida. Contemplando esta película uno se dice cuán comprensibles han sido las revueltas de esos campesinos desgraciados cada vez que se han producido.Y han sido pocas,en el fondo...Y me viene a la memoria uno de los relatos de un libro que creo debería ser de lectura obligatoria, sobre todo en las escuelas: "A sangre y a fuego" de Manuel Chaves Nogales. EL relato se llama "La gesta de los caballistas". Merece la pena leerlo, a pesar de lo atroz que es.