Suma y sigue
Huele a nacionalización bancaria en Estados Unidos. El Wall Street Journal publica que el Gobierno baraja inyectar un billón o dos billones de dólares más para estabilizar el sistema financiero.
La sangría de dinero público no se acaba. Y parece que Obama va a tener que pedir mucho más al Congreso, justo ahora que el FMI aconseja más medidas de apoyo, la Cámara de Representantes da luz verde al paquete de estímulo económico -819.000 millones- y ya se ha perfilado el destino de la segunda mitad del plan de rescate financiero: 350.000 millones que también ayudarán a los fabricantes de coches y a los deshauciados inmobiliarios.
La nueva inyección se topa con un dilema. Cómo reparar las instituciones financieras sin acabar siendo su propietario. Sin nacionalizarlas, vamos. Tabú en la patria del capitalismo.
Para ser precisos, el secretario del Tesoro, nuestro ministro de Economía y Hacienda, Tim Geithner, ha dicho que desea evitar la nacionalización si es posible. Más aún, Obama ha señalado que hará lo que sea necesario para estabilizar el sistema. Y con la cotización de los títulos bancarios en mínimos y la necesidad de capital al alza, la compra de acciones es la solución directa. Convierte, eso sí, al Gobierno en propietario, al menos temporalmente.
Hay otras opciones, como adquirir bonos convertibles, que aplaza el control y si se devuelve a tiempo, lo elude. O que el Gobierno avale y asegure determinados activos hasta un tope y asuma las pérdidas a partir de ese punto. Pero en cualquier caso, ¿tan mala es la nacionalización?
Los argumentos en su contra parten siempre del mismo punto: que el libre mercado es más eficiente. Pues visto lo visto, tengo mis dudas.
Los masters del Universo, los grandes ejecutivos de Wall Street, se embolsaron el año pasado 18.400 millones de dólares en primas. Sin incluir las opciones sobre acciones, las famosas stock options. Se dice pronto. Una cifra del mismo orden que la inversión productiva en España durante un año. Que sea sólo la mitad que el año anterior, no vale ni como consuelo.
Se supone que las primas sirven para fidelizar a los mejores trabajadores y premiar su rendimiento. Pues no entiendo que se premie un rendimiento que consiste en 35.000 millones de pérdidas en intermediación, el doble que el año anterior.
Y como a cualquier contribuyente, me queda la duda de si esas primas se están pagando con el dinero del rescate financiero. El interventor del Estado de Nueva York, Thomas P. DiNapoli, tampoco lo tiene claro.