6 posts de agosto 2009

La Guerra de los 30 Años

Este martes se cumplen 70 años del inicio de la segunda Guerra Mundial. O mejor dicho, del último capítulo de la Guerra de los 30 años. La del siglo XX, con ecos del conflicto de religiones del XVII. El término lo he aprendido del historiador David M. Kennedy. No es simplemente una cuestión académica. Abordar como un todo el periodo entre 1914 y 1945 -31 años para ser exactos- tiene la ventaja de explicar mejor lo que sucedió entonces.

Los lodos de la segunda conflagración derivan de los polvos de la primera. Nuestra Guerra Civil fue un ensayo de la lucha a muerte entre el fascismo -uno de los bastardos del Tratado de Versalles- y la democracia. La terrible y larga Gran Depresión es incomprensible sin el proteccionismo y la rivalidad internacional. Y la escala mundial del conflicto es el corolario de la primera globalización que experimentó el planeta.

Una de las verdades incómodas del periodo es que el régimen nazi lidió mucho mejor con la depresión económica que las democracias. Hitler se lo restregó en la cara a Roosevelt en un discurso en el Reichstag. Alemania consiguió el pleno empleo, mientras que Estados Unidos sufrió un paro superior al 14% hasta que los pedidos militares de Gran Bretaña y Francia estimularon su industria. El precio que pagaron los alemanes por este éxito no es menor. Perdieron todas sus libertades. Y muchos de ellos la vida; bastaba con ser judío, gitano, comunista, homosexual o simplemente diferente.

"Ningún grupo o profesión debe exigir para sí mismo ganancias especiales o privilegios". Halladay in the Providence Journal

No es fácil para una democracia luchar contra una depresión sin precedentes. Hoover y luego Roosevelt tuvieron que hacer encaje de bolillos para conseguir el apoyo del Congreso a sus iniciativas. Y muchas veces fracasaron. De hecho, el mayor logro de FDR, la Seguridad Social, fue posible porque la radicalidad de líderes como Huey Long -el de Todos los hombres del Rey-, Towsend o el pastor radiofónico Coughlin, convertían en moderado su programa social. Una lección interesante para la reforma sanitaria que quiere Obama.

Pero también hay otra diferencia importante con las dictaduras: el músculo para doblegar la crisis. El peso del presupuesto público de Estados Unidos en los años 30 era ridículo, menor del 5% del PIB. Demasiado poco para ser efectivo. De ahí que la Gran Depresión se prolongara diez años. Hoy no es así. Pero el peligro es igualmente cierto. No hay garantía de que los planes de estímulo y de rescate sean suficientes para salir del atolladero. La Economía desgraciadamente no es una ciencia exacta. Todavía. Y la alternativa fascista no es ni mucho menos descartable. Se hará más fuerte cuánto más tiempo dure la recesión. Nos jugamos algo más que las lentejas en esta coyuntura.

Popularidad, impuestos y otras zarandajas

Oh, oh; la popularidad de Obama sigue cayendo. Según Gallup, sólo el 50% de los encuestados aprueba ya su labor. El deterioro es casi constante desde que tomó posesión el pasado mes de enero. Y tiene todas las papeletas de convertirse en el tercer Presidente que más rápido ha perdido la mayoría. El sondeo desmiente su pintoresca opinión de que sólo se trata de la incontinencia de la tribu capitalina. Hay mar de fondo. Pesan la recesión y la reforma sanitaria. Siguen quebrando bancos por el desastre inmobiliario y el consumo no acaba de despegar. Los datos positivos de los últimos meses se basan más en el estímulo económico que en el optimismo y una recuperación sólida. Habrá que ver qué pasa ahora que los cheques fiscales y los incentivos a la compra de coche están liquidados.


Al otro lado del Atlántico, España rompe la tónica de ir unos meses retrasada con respecto a lo que sucede en Estados Unidos. Según el barómetro de julio del CIS, el PP ganaría las elecciones si se celebraran ahora. Es un escenario virtual, que no toma en cuenta el efecto de las maquinarias electorales, pero también revela que hay mar de fondo. Y no parece que vaya a calmarse.

Al contrario. No salgo de mi asombro cuando leo que Zapatero apuesta por subir los impuestos. Faltan los detalles, imprescindibles en este caso, pero parece justo lo contrario de lo que se debe hacer en plena recesión. De hecho, fue uno de los grandes errores cometidos al principio de la Gran Depresión. No me vale decir que Obama también los ha subido. En realidad, se los ha bajado al 95% de la población. Sólo los más ricos -por encima de 250.000 dólares de ingresos anuales- pagan más.

Es lo lógico. La política fiscal expansiva es imprescindible para sortear la trampa de liquidez y la deflación. El Estado tiene que tomar el relevo cuando las inyecciones de dinero de los bancos centrales no acaban de llegar a la economía. Que es justo lo que está pasando en la eurozona. Los bancos no prestan, por miedo a sufrir más pérdidas. Muchas empresas no piden prestado; ¿para qué invertir si están recortando la producción? Y muchos consumidores prefieren ahorrar antes que endeudarse por si las cosas empeoran.

Razones tienen. Uno de los peajes de la deflación es que encarece el pago de los créditos. Si hay o no deflación en España es una discusión semántica. La realidad es que los precios llevan cayendo seis meses consecutivos, de forma generalizada. No es sólo el petróleo. Y si es más barato que hace un año, también se debe al recorte de la producción y el consumo.

Así las cosas, el problema en estos momentos no es el déficit público. Y menos en un país que partía de una deuda por debajo del 40% del PIB. El Estado debe gastar para compensar la atonía de consumidores y empresas. Y hacerlo de forma continuada hasta bien entrada la recuperación. Soy keynesiano, lo admito, pero la Historia avala la tesis. Japón perdió toda una década por una política fiscal errática -stop and go, como parece querer Zapatero- e inversiones en infraestructuras innecesarias -como las del plan E de empleo-.

Como decía Keynes para ilustrar la impotencia de la política monetaria en recesión, una cuerda sirve para tirar, no para empujar. El músculo lo tiene que poner el Gobierno. Es una opinión.

La recesión enfría el altruismo

América se encuentra en medio de un desahucio cívico, titula con garra el último informe del Índice de Salud Cívica, elaborado por la National Conference on Citizenship, una organización no partidista y sin ánimo de lucro, radicada en Washington y dedicada a tomar el pulso al compromiso social y el voluntariado.

El estudio constata que el 72% de los ciudadanos, casi tres de cada cuatro, han recortado el tiempo que dedican al voluntariado y otras actividades cívicas. Dos tercios de los encuestados sienten que sus compatriotas se han encerrado en sí mismos y sólo el 19% consideran que la gente responde a la recesión ayudando más a sus semejantes.

Sin embargo, el impacto de la crisis va por barrios y tiene que ver con las nuevas tecnologías. Es sorprendente, quizás no tanto, que los más castigados por la recesión sean los más generosos. El 39% de los encuestados, cuyos ingresos son inferiores a los 50.000 dólares anuales -poco más del doble del nivel de pobreza-, donan comida o refugio a sus compatriotas. El porcentaje entre los más ricos es de sólo el 27%.

En la cola del comedor de beneficencia: "¿A quién crees que llamas colega?" William Steig, 1931

Es también interesante que el altruismo sea mayor entre aquellos que participan en redes sociales como Facebook, asisten a la iglesia o son asiduos a las comidas familiares. "Dios, los amigos y Facebook proporcionan una red de seguridad cívica", dice el director de la organización, David Smith.

El eco de la Gran Depresión resuena de nuevo. La periodista Lorena Hickok, supuesta amante de la esposa de Roosevelt, se dedicó a poner cara a las magras estadísticas del departamento de Trabajo. Descubrió que para buena parte de los americanos, un tercio, la crisis no empeoró ni mucho ni poco su vida. Ya vivían en la miseria, pero eran invisibles. Eso explica la sorprendente "paz social" que reinó durante los primeros años de la década maldita. Sumisión cebada por la costumbre y la religión económica. En un país donde el éxito es personal, cada uno es también el único responsable de su fracaso. El entorno y la coyunturan no son atenuantes. De ahí la vergüenza propia y el desprecio e indiferencia de sus compatriotas.

Punto y final del León

Sir Ted Kennedy ha muerto. Se cierra un capítulo de la Historia americana, dice el Presidente. Creo que no exagera. Se ha ido el último de los tres hermanos que optaron a la presidencia. JFK lo consiguió y le asesinaron. Robert lo intentó y le mataron también. Ted probablemente se libró del mismo destino por méritos propios. Perdió las primarias ante Carter; le faltó decisión pero sobre todo, pesaba sobre sus espaldas el escándalo de Chappaquiddick.

Después de una fiesta en Martha's Vineyard -donde veranea ahora Obama-, Ted Kennedy perdió el control del coche y se precipitó al mar. Él se salvó pero su acompañante, una mujer de 28 años, Mary Jo Kopechne, se ahogó. Lo peor fue que Kennedy no dio parte a la policía hasta el día siguiente, cuando apareció el cuerpo. Se libró del asunto con una leve condena de dos meses que ni siquiera tuvo que cumplir.

Ted Kennedy representa como toda su familia lo peor y lo mejor de este país, con toda su gama de grises intermedios. Patricio por nacimiento, disfrutó de los privilegios de la fortuna de su padre, amasada en el contrabando de alcohol, la especulación en bolsa y la intimidación del adversario. Es sintomático que le expulsaran de Harvard por copiar en un examen. De español, por cierto.

Pero frente a los días alocados de vino y rosas, frente a la despreocupación de lo más parecido a nuestra aristocracia, el León del Senado presenta un balance incontestable. Dejó su impronta en todas las leyes económicas, de salud y derechos civiles del último medio siglo. De hecho, su ausencia de la Cámara Alta durante este curso se ha dejado notar en la reforma sanitaria. Se ha echado en falta su habilidad, sus contactos, su capacidad negociadora y sobre todo, su inquebrantable fe liberal. En la mejor tradición de los demócratas FDR, JFK o el republicano Theodore Roosevelt. Tres de los mejores patricios que ha parido Camelot. Quizás su muerte sirva para impulsar una legislación imprescindible, aunque de lo más inoportuna en plena crisis económica.

Os dejo su discurso de apoyo a Obama en la convención demócrata de Denver. Una pieza maestra. Entregaba el testigo de una generación a la siguiente. Justo un año antes de su muerte.

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Uncle Ben

Bernanke seguirá otros cuatro años al frente de la política monetaria de Camelot. Obama ha decidido respaldar a este republicano nombrado por Bush, igual que Clinton hizo lo propio con Alan Greenspan. Y candidatos alternativos del propio partido había, como Larry Summers, cuyo nombramiento al frente del consejo de asesores económicos del Presidente se interpretó en su momento como el paso previo para dirigir la Fed.

El argumento de Obama para optar por la continuidad es de peso: Bernanke ha conseguido conjurar -de momento- otra Gran Depresión. No en balde es uno de los mayores expertos mundiales en los errores cometidos por la Fed después del batacazo bursátil del 29.

REUTERS/Larry Downing

Cierto es que todo ese conocimiento no le sirvió para ver lo que se nos venía encima. Ahora es fácil decirlo. La realidad es que hace casi un año, casi nadie anticipó el desastre. Y los que lo hicieron, ahora se pasan de frenada por el otro extremo. No es fácil predecir el futuro. Si está escrito, debe ser con renglones torcidos. Tanto, que Bernanke tardó demasiado tiempo en reaccionar. La caída de Lehman Brothers es un borrón de primera en su cuenta de resultados.

Pero superada la parálisis inicial, el venerable Ben se ha empleado a fondo. 15 billones de dólares, con B, para impedir la debacle del sistema financiero. Agotadas las medidas tradicionales -los tipos de interés son nulos en la práctica- Bernanke ha desplegado una batería de soluciones inéditas: la Reserva Federal ha comprado papel comercial para paliar la sequía en los mercados de crédito y bonos del Tesoro para contener los tipos a largo plazo, por ejemplo.

Comparación entre el coste desglosado del rescate financiero y diferentes guerras

Pocas personas saben lo cerca que hemos estado del desastre absoluto. No se me olvida el pánico que cabalgaba desbocado hace doce meses. No estoy de acuerdo con toda la terapia para domarlo. Me asquea la salvación sin más de los culpables, la suave reforma regulatoria que les han impuesto como precio. Y supongo que muchos de vosotros pondréis el grito en el cielo porque el trato a trabajadores, modestos inversores y sufridas pymes no ha sido ni de lejos comparable.

Pero el resultado neto está a la vista. El sistema financiero no se ha hundido. Es de esos logros difíciles de reconocer. Esquivar lo que pudo haber sucedido es algo demasiado inmaterial. Pero será lo que escriban los libros de Historia. Si es que efectivamente hemos sorteado el peligro. Aún es pronto para darlo por zanjado. Y el camino está sembrado de minas. Bernanke tendrá que elegir cuidadosamente el momento para replegarse. Si sube los tipos demasiado pronto, si cierra la espita antes de tiempo, corremos el riesgo de volver a hundirnos, como en los años 30. Y entonces sólo nos quedaría la guerra. La Gran Guerra.

John Sherffius

Vejigas y mamas de agosto

Llamadme Barack, pensará Obama esta semana de vacaciones. Y no sólo porque esté en Martha's Vineyard, a un tiro de piedra de dónde partió el Pequod en busca de Moby Dick. Es el presidente de Estados Unidos, pero sólo es un hombre. Un mortal que se enfrenta a su Leviatán. Cada uno tiene el suyo. Tan viejo como nuestra especie.

Y mientras Obama engrasa sus arpones, el desafío que le ha tocado en suerte se limpia las barbas. Están afiladas como cuchillas. Listas para cortarle el cuello a la presidencia por la reforma sanitaria, Afganistán o la crisis económica. O no, ya veremos. Barack se lo toma con flema. Y creatividad. Tanta que aspira a una nueva entrada en el Webster Dictionary. Dice Obama que "entre agosto y septiembre, todo el mundo en Washington está wee-weed up". No lo busquéis, no viene. El consenso es que quiere decir que el personal está tan excitado que tiene la vejiga a reventar -to wee: orinar-, como un perro hiperactivo, como niños incontinentes.

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Estoy de acuerdo en que es un poco pronto para el toque de difuntos. Cierto es que una de las apuestas políticas de Obama, la reforma sanitaria, pinta mal. Tanto que en algunos aspectos, el apoyo popular es ya inferior al 50%. La demagogia, machacada una y otra vez a través de anuncios en la televisión, campa de nuevo. Como con los Clinton. Vierten veneno en los oídos de los jubilados.

Curioso. El Medicare, la cobertura sanitaria de los mayores de 65 años, es bastante parecido al sistema público universal que prima en Europa. La pega es que hay que aguantar hasta llegar a esa edad. Socialismo, claman los críticos. Y ocultan el modelo totalmente público que garantiza la sanidad de veteranos y nativos americanos, los indios. Se olvidan también del ejemplo de San Francisco y de Massachusetts, avanzadillas de lo que quiere el Presidente.

Obama insiste en que quiere consenso, apoyo bipartidista al proyecto. A pesar de que cuenta con mayoría en las dos Cámaras. Una ventaja con los días contados. El próximo año son las elecciones de mitad de mandato. Y la experiencia demuestra que el partido en el Gobierno suele perder escaños. No siempre, pero son vitales en el Senado. Además, cuando la campaña esté en marcha, será más difícil sumar apoyos. Incluso dentro del partido Demócrata. El centro izquierda ya está escandalizado con la posibilidad de que se caiga el núcleo de la reforma, la opción pública. Del otro lado, los republicanos moderados dan largas. Rechazan engordar el déficit otro billón de dólares. Pero en el fondo, saben que han mordido presa. Es su oportunidad de levantar cabeza. Confían en convertir el fracaso de la reforma en el Waterloo de Obama.

Para cargar aún más las tintas, el último informe sobre las torturas de la CIA amenaza con liquidar cualquier posibilidad de entendimiento. Muchos obstáculos. Demasiados. Y más en una situación económica todavía muy delicada. No es precisamente el mejor escenario para romper moldes sociales. Dicen los gobernadores de los bancos centrales que el motor está listo para arrancar. Francia, Alemania y Japón ya lo han hecho. Estupendo. El mensaje lo lanzan desde el Grand Teton de Wyoming. Sugerente nombre para oídos españoles. Sus pechos monetarios han dado de mamar a los responsables del entuerto.

Gabriel Herrero


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