La Guerra de los 30 Años
Este martes se cumplen 70 años del inicio de la segunda Guerra Mundial. O mejor dicho, del último capítulo de la Guerra de los 30 años. La del siglo XX, con ecos del conflicto de religiones del XVII. El término lo he aprendido del historiador David M. Kennedy. No es simplemente una cuestión académica. Abordar como un todo el periodo entre 1914 y 1945 -31 años para ser exactos- tiene la ventaja de explicar mejor lo que sucedió entonces.
Los lodos de la segunda conflagración derivan de los polvos de la primera. Nuestra Guerra Civil fue un ensayo de la lucha a muerte entre el fascismo -uno de los bastardos del Tratado de Versalles- y la democracia. La terrible y larga Gran Depresión es incomprensible sin el proteccionismo y la rivalidad internacional. Y la escala mundial del conflicto es el corolario de la primera globalización que experimentó el planeta.
Una de las verdades incómodas del periodo es que el régimen nazi lidió mucho mejor con la depresión económica que las democracias. Hitler se lo restregó en la cara a Roosevelt en un discurso en el Reichstag. Alemania consiguió el pleno empleo, mientras que Estados Unidos sufrió un paro superior al 14% hasta que los pedidos militares de Gran Bretaña y Francia estimularon su industria. El precio que pagaron los alemanes por este éxito no es menor. Perdieron todas sus libertades. Y muchos de ellos la vida; bastaba con ser judío, gitano, comunista, homosexual o simplemente diferente.
"Ningún grupo o profesión debe exigir para sí mismo ganancias especiales o privilegios". Halladay in the Providence Journal
No es fácil para una democracia luchar contra una depresión sin precedentes. Hoover y luego Roosevelt tuvieron que hacer encaje de bolillos para conseguir el apoyo del Congreso a sus iniciativas. Y muchas veces fracasaron. De hecho, el mayor logro de FDR, la Seguridad Social, fue posible porque la radicalidad de líderes como Huey Long -el de Todos los hombres del Rey-, Towsend o el pastor radiofónico Coughlin, convertían en moderado su programa social. Una lección interesante para la reforma sanitaria que quiere Obama.
Pero también hay otra diferencia importante con las dictaduras: el músculo para doblegar la crisis. El peso del presupuesto público de Estados Unidos en los años 30 era ridículo, menor del 5% del PIB. Demasiado poco para ser efectivo. De ahí que la Gran Depresión se prolongara diez años. Hoy no es así. Pero el peligro es igualmente cierto. No hay garantía de que los planes de estímulo y de rescate sean suficientes para salir del atolladero. La Economía desgraciadamente no es una ciencia exacta. Todavía. Y la alternativa fascista no es ni mucho menos descartable. Se hará más fuerte cuánto más tiempo dure la recesión. Nos jugamos algo más que las lentejas en esta coyuntura.