14 posts de septiembre 2009

Zapatero en la cumbre

Llama la atención. Zapatero es la sexta palabra más buscada en el New York Times. Justo por detrás de Obama. Ninguno llega al nivel de Modern Love, una colección de artículos sobre el amor en los tiempos modernos, o de la reforma sanitaria. Pero sorprende la curiosidad que suscita en Estados Unidos nuestro presidente del Gobierno.

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Y va a más. Ayer lunes, Zapatero ocupaba un destacado décimo puesto. Es el resultado de la actividad internacional que ha desplegado el jefe del Ejecutivo en las últimas semanas. En la Asamblea General de Naciones Unidas, en la cumbre de Pittsburgh o en la visita a la Casa Blanca el próximo martes.

Ninguna de estas tres es el resultado que ofrece primero el New York Times a los curiosos. Este martes prima el presupuesto que ha presentado en el Congreso con subidas fiscales. El corresponsal, Andrés Cala, considera que el grupo socialista sacará adelante las cuentas sin muchos problemas. Califica nuestra economía como una de las que peor se ha bandeado en la recesión y se fija en que el incremento del IVA será a partir de la segunda mitad del año que viene. Esa es la clave: el Gobierno cree que para entonces la economía estará creciendo y el paro bajando. Lo que cuadra más con no retirar los estímulos antes de tiempo, como se acordó en Pittsburgh. Y para eso, creo, el motor debería estar en marcha mucho antes de lo que han dado a entender. A finales de este año, principios del siguiente.

La segunda respuesta del NYT es el análisis de la expresión "zapatero a tus zapatos", con la vista puesta en la oferta de mediación entre Colombia y Venezuela. Y la tercera entrada es la guerra mal soterrada que mantiene el presidente con el grupo Prisa a propósito de la TDT. Está claro: los interesados en nuestro país están bien informados.

Ps. Me temo que he pecado de ingenuo y estaba equivocado en la razón de las búsquedas sobre Zapatero en el NYT. Hermes me ha apuntado la verdadera causa del repentino interés: la foto de sus hijas.

Basta hacer un google con Zapatero para ver que tras la respuesta obvia, el artículo de Wikipedia o la última noticia, aparece el vídeo de youtube con el tema de marras. Como me recuerda Juana la Loca, el lunes fue peor. Y lo del NYT, puro rebufo del cotilleo. Una lástima.

2012

El resultado de la cumbre del G-20 quedó bastante claro el viernes a primera hora. Obama convocó por sorpresa una rueda de prensa. Fue a las ocho y media de la mañana. Compareció con Sarkozy y Gordon Brown para leer la cartilla a Irán por la instalación secreta de Qom. Se acabó la cumbre, pensé. Asunto liquidado. Y de hecho, la noticia eclipsó con creces la reunión de Pittsburgh. Hasta tal punto, que la primera pregunta en la rueda de prensa que dio Obama a su término la hizo AP y fue sobre Irán. En España los tiros iban por otro lado, a propósito de una foto con dos menores. Como son menores y van a tener que sufrir este lunes la mierda hipócrita que se ha vertido sobre ellas, no haré más comentarios.

Volviendo a Obama; me sorprendió la oportunidad del momento elegido. Pudo hacerlo la víspera en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Era el sitio apropiado. La versión oficiosa es que no quería eclipsar el acuerdo de desarme nuclear y que no había tiempo suficiente para informar a los aliados. No tengo línea directa con el Presidente, así que la daré por buena. Pero supongo que también influyó lo poco que iba a dar de sí la cumbre del G-20. Si expurgamos lo que nos vendieron -un G-20 que poco menos que sustituye al G-8, un reequilibrio de la economía mundial por un modelo sostenible, una apuesta por el empleo-, el resultado es un compromiso a la carta y nuevos plazos para meter en vereda al sistema financiero.

Dos eran los puntos a debate: primas y requisitos de capital. Sobre la cuestión de los sobresueldos de los ejecutivos bancarios, se ha impuesto la propuesta de la Reserva Federal. Aunque le petit Napoleon saliera diciendo que habían acordado nuevos límites a los bonus. Es lo que pasa con las palabras de más de dos sílabas. Se interpretan como cada uno quiere. La realidad es que serán los bancos centrales los que supervisen la política salarial. Ya sabéis mi opinión: este enfoque me parece más flexible y pragmático. Un ejemplo: en Camelot, las entidades que han recibido dinero público están ya obligadas a que las juntas de accionistas den el visto bueno a eso que llaman planes de compensación de los masters del universo. Si los accionistas estaban cabreados con los sobresueldos, no lo han demostrado con sus votos. De media, casi el 90% han respaldado a la dirección.

Pero esto de las primas era el caramelo de cara a la galería en Pittsburgh. Mucho más importante es la cuestión de endurecer los requisitos de capital para los bancos. Esa es la verdadera salvaguardia para evitar otra crisis como la que sufrimos. Y para explicar el resultado de la cumbre del G-20, tengo que tirar de una cosa que se llama Basilea II. Lo siento, se me abren las carnes cada vez que mento esa bicha. Basilea es una ciudad de Suiza y un complejo entramado de normas que regulan las exigencias de capital de los bancos europeos y asiáticos. Se supone que esos requisitos permiten que los bancos puedan enjugar las pérdidas cuando vienen mal dadas. La cantidad reservada va en función del riesgo que asumen en sus inversiones. Suena bien, pero la realidad es que los bancos determinan ellos mismos el riesgo de sus activos, con sus propios modelos y con la ayuda inestimable de las agencias de rating. Sí, esas mismas que no se olieron la tostada.

El problema es que el capital, otra palabra de más de dos sílabas, puede ser de calidad buena, mala o regular. Lo hay excelente, como el que sale de las acciones de la propia compañía o los beneficios que no se reparten y van a reservas. Lo hay más dudoso como las acciones preferentes, que se tienen que pagar en última instancia. Y lo hay claramente cachondo como los impuestos aplazados o los famosos CDS de AIG, que permitieron a esos mismos bancos no tener que aprovisionar más capital para respaldar sus paquetes estructurados con subprime. Menos mal que el contribuyente americano salió al rescate de AIG. Technicalities aparte, Basilea ha hecho un pan como unas tortas porque mezcla los tres tipos de capital en el mismo saco. Y así nos ha ido. Gracias a Basilea, la crisis se contagió de uno a otro lado del Atlántico.

Estados Unidos no ha suscrito Basilea II. Sus problemas vinieron por otro lado, por la falta de regulación y de supervisión. Por el mismo exceso de codicia y estupidez. Pero la realidad es que ahora el mundo funciona con dos sistemas distintos. Visto lo visto, Camelot no quiere meterse en Basilea. Apuesta por doblar hasta el 8% los requisitos de capital bueno y por limitar el apalancamiento. Los europeos no compran esa propuesta, porque no tienen límites de apalancamiento y porque, a día de hoy, sus bancos están menos y peor capitalizados que los americanos. Sorprendente, ¿verdad? Para salvar la brecha tendrían que diluir el valor de sus acciones. Y eso duele. Ahora ya no os extrañará que el G-20 haya aplazado la cuestión a finales de 2012. Dice el calendario maya que en diciembre de ese año se acabará el mundo. No es el Apocalipsis. Es el fin del mundo tal como lo conocemos. Ya veremos.

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Círculos concéntricos

Esto de Pittsburgh se mueve en círculos concéntricos blindados. El externo se dibuja en la calle, que está literalmente tomada a cuenta de la seguridad. El centro de la ciudad, lo que llaman el "Triángulo Dorado", está cerrado a cal y canto. Los accesos por carretera están bloqueados con hormigón y humvees del Ejército. Los helicópteros sobrevuelan los rascacielos y las lanchas patrullan los tres ríos sin descanso. El tráfico rodado está prohibido salvo para el transporte público; escaso. Los comercios han cerrado durante los dos días de la cumbre. Igual que los colegios. Los bancos son fortalezas amuralladas con más bloques de hormigón. La policía local hace guardia en cada esquina. Y esos son los simpáticos de ayer. Ahora se han sumado otros con peores pulgas. Los pelotones de antidisturbios marchan al trote en fila de a cuatro. Impone verles avanzar en tu dirección. Mejor guardar las distancias.

Algunos están dispuestos a desafiar la muralla. Unos cientos de manifestantes han intentado aproximarse al centro neurálgico. Banderas rojinegras, A de anarquista inscrita en un círculo, "No hay esperanza en el capitalismo". Pero no han llegado muy lejos. La policía les ha frenado en seco a dos kilómetros. Uno: aviso por megafonía que la manifestación es ilegal. Dos: intimidación con una sirena que parte el tímpano. Tres: botes de gases lacrimógenos y pelotas de goma. Del otro lado, contenedores de basura volcados y lanzamiento de objetos contundentes. Tres detenidos.

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El círculo más interno está poblado de líderes mundiales. Es el glamour del poder, la cena de etiqueta en el Invernadero Phipps, la alfombra roja del Hollywood político. Los pensamientos a esas alturas son sublimes. Obama habla de reequilibrar la economía del planeta para hacerla sostenible, lo que significa que Asia estimule el consumo de sus ciudadanos, que Europa favorezca la inversión empresarial -con un mercado laboral menos protegido- y que Estados Unidos no vuelva a vivir por encima de sus posibilidades sino que ahorre. Y todos juntos luchando contra el cambio climático. Me insiste la delegación española que el fracaso en esa batalla sale mucho más caro que la crisis. Es posible. No hay marcha atrás en una catástrofe irreversible, por definición.

Y todo eso, o casi todo, está muy bien. Conviene pensar a largo plazo. Cambiar el mundo para nuestros nietos. Pero temo que centrar la atención en el horizonte la distraiga de lo más próximo. Que es reformar el sistema financiero para evitar que se vuelva a repetir la crisis. Porque puede que la recesión se haya acabado, pero la crisis no, como señala la ministra francesa de Finanzas, Chirstine Lagarde. Sigue presente, inacabada. Y con esto de la recuperación en ciernes, como que se afloja la urgencia de reglas más estrictas. Lo recuerda Angela Merkel, que para algo es prusiana y se hartó en su juventud de tanta retórica hueca.

"¿Estás seguro de que puedes manejar algo tan grande -como la cumbre del G-20-? Es pan comido -reforma sanitaria-". Rob Rogers, Pittsburgh Post Gazette.

Nos queda el círculo intermedio. Está poblado por sherpas, trabajadores y periodistas. No son necesariamente tres clases distintas. Los sherpas se reúnen con Tim Geithner para concretar algún acuerdo. Sería impresentable que la cumbre se saldara con palabras vacías. A última hora del jueves, parece que hay posibilidades en los "principios" para regular los sobresueldos y el capital de los bancos. Eso sí, cada país según su criterio. Parece que los emergentes ganarán peso en las instituciones internacionales: siete puntos porcentuales en el FMI y seis en el BM, pero probablemente se quedarán en cinco. Es previsible que el G-20 sea el nuevo coordinador económico global, como quería Brasil, y parece que los subsidios al consumo de petróleo irán menguando. Aunque me sorprende que China y el G-8 traguen con ello. Antes de decir bueeeno-pues-sí-que, prefiero leer la letra pequeña.

Los representantes sindicales también han venido a la cumbre. Me cuenta Ignacio Fernández Toxo, de Comisiones Obreras, que quieren que los estímulos fiscales se reorienten ahora a la creación de empleo. Parece de justicia, pero el diablo se esconde en las palabras de más de dos sílabas. Todos están de acuerdo en que es prematuro quitar los estímulos, pero unos prometen rebajas fiscales y otros anuncian subidas de impuestos.

Y por último, los periodistas. Tengo que dejar el coche al otro lado del río, después de recorrer 17 millas. Luego ando otras dos hasta llegar al Mellon Arena, donde me escrutan el equipaje. De ahí me montan en un autobús hasta el centro de prensa, a unos dos kilómetros. Si se me ocurre salir de allí, vuelta a empezar. No importa. A veces lo más interesante está en los círculos externos, aunque con tanto blindaje, no lleguen los mensajes al centro.

¿Por qué Pittsburgh?

¿Por qué eligió Obama a Pittsburgh como sede de la cumbre del G-20? ¿Por que no tirar de las clásicas, como Nueva York, Washington, Seattle o San Francisco? Sencillo. Porque Pittsburgh es como Bilbao. Una y otra fueron el corazón de la industria del acero de cada país. Ambas estaban contaminadas hasta la médula. El aire era irrespirable. Los ríos, una cloaca. El paisaje urbano, degradado, deprimente, peligroso. Y sin embargo, las dos han conseguido renacer de su escoria. Por eso la ha escogido Obama, como modelo de la economía que quiere para Camelot en el siglo XXI.

Pittsburgh ha sufrido su propia reconversión industrial para parir una capital de la robótica, biotecnología, nanotecnología, servicios financieros e I+D. Aquí levantó su imperio Andrew Carnegie, del que he hablado en otras ocasiones. Este escocés de acero dividía la vida en tres fases. En el primer tercio, uno debe educarse todo lo que pueda. En el segundo, amasar todo el dinero que sea capaz. Y en el último, uno debe gastar todo lo conseguido en causas que merezcan la pena. Carnegie era muchas cosas, algunas discutibles, pero nadie puede negar que cumplía a rajatabla sus máximas. Fundó la universidad bandera de esta ciudad: la Carnegie Mellon. Su espíritu está metido hasta el tuétano de las calles.

Pittsburgh ha pasado de ser la "Smoky City" a estar entre las diez ciudades más habitables de Camelot. El periodista americano Henry Louis Mencken decía de ella que era como "el infierno con la tapa levantada". Lo vais a leer en muchas partes, pero 82 años después, no queda nada de aquel tufo. Está rodeada de colinas verdes, como Bilbao, en las que empiezan a despuntar los ocres y rojos del otoño. Las casas de Washington Mountain recuerdan el estilo victoriano, el de la reina Anne y el revival neogótico del Russian Hill en San Francisco. Los tres ríos de Pittsburgh -el Monongahela se une con el Allegheny para formar el Ohio- bajan ahora tan limpios que acogen algunas de las principales competiciones de pesca.



He seguido el consejo de Anna y me he venido en coche desde Washington. Además de ahorrarme el calvario de la seguridad aeroportuaria y disfrutar del paisaje inglés, he comprobado que hacía falta meter mucho dinero en las carreteras. En ello están, gracias al programa de estímulo de Obama. Este jueves se reúne con los líderes de los países más ricos del planeta. Aquí estará el 85% de la riqueza mundial. Hablarán de primas y bonos, de requisitos de capital más estrictos, de dar cierto poder al guardián de la puerta, de soltar el lastre del crudo, de reequilibrar la economía de la Tierra. Seremos 4.000 periodistas para contarlo y hay un policía por cada uno de nosotros. Te los encuentras en parejas en cada esquina del Downtown. Son amables, pero me cuenta Lorenzo Milá que no se andan con chiquitas con los colegas antisistema. Según la realidad y las previsiones, las fuerzas están desequilibradas.

Semana grande

Si escribiera este blog desde Disneylandia en lugar de Camelot, os diría que la sierra de cumbres que tendrán lugar esta semana en Estados Unidos sellará la paz en Oriente Medio, acabará con el programa nuclear iraní, desmantelará los arsenales termonucleares de las superpotencias, eliminará el proteccionismo comercial, meterá en cintura -de verdad- a los responsables de la crisis económica y pondrá fin al paro en un trimestre. Y todo eso conjurando de una vez por todas el cambio climático.

Bonito, ¿no? Me temo que materializar ese sueño llevará más tiempo que siete días. No son dioses, ni siquiera Obama. La visión opuesta es que la Asamblea General de Naciones Unidas en Nueva York y la cumbre G-20 en Pittsburgh no servirán de nada. Retórica hueca y buenos propósitos para un futuro indeterminado. Como siempre, ni tanto ni tan calvo.

"Saturno devorando a su hija" Cameron Cardow

La agenda que se nos avecina es tan amplia que voy a ceñirme a lo que tengo más claro. En la cumbre de Pittsburgh van a hincarle el diente a lo más vistoso. Hay un movimiento claro para controlar los sobresueldos de los masters del universo. Europa quiere limitar sus bonus, primas o rendimientos variables. Es prometedor que el Reino Unido esté por la labor. No es moco de pavo. Londres es una de las dos principales plazas financieras del mundo. Al otro lado del Atlántico, también están trabajando en ello. La Reserva Federal pule una propuesta para revisar los salarios del sector. Es sorprendente que el viernes, ningún medio digital español la recogiera, salvo RTVE.es. En Camelot, fue portada. Curioso, porque los preparativos de la cumbre permiten adivinar sus resultados.

La diferencia en el enfoque sobre las primas está en el cuándo. Mientras que los europeos prefieren limitarlas de antemano, Washington apuesta por hacerlo después. Me explico. La Fed revisará la política salarial de 5.000 entidades y puede tumbarla si supone un riesgo para el sistema financiero. Es más pragmático y más flexible, porque ese mismo sistema puede pagar los sobresueldos insensatos de mil maneras diferentes. Hecha la ley hecha la trampa, y como no se pueden cerrar todas las puertas, mejor poner a un guardián en el vestíbulo para que vigile el tráfico. En todo caso, el objetivo es el mismo: evitar que se incentive el riesgo excesivo. Y por lo tanto, cabe esperar un compromiso. De lo que estoy seguro es que le petit Napoleon no se levantará de la mesa.

Bien distinta es la cuestión del proteccionismo. Es cierto que desde el pasado mes de noviembre, los asistentes a la cumbre de Washington han puesto en marcha 121 medidas para beneficiar a sus compatriotas y arruinar al vecino. Pero igualmente es verdad que antes de la crisis también las tomaban y que no estamos en el mismo punto que en la Gran Depresión. La clave está en otro sitio: se acabaron los días de vino y rosas. En el Obamaratón del domingo, el Presidente ha dicho que "no puede ser que Alemania y China exporten lo que sea y que EEUU lo compre tirando de hipoteca o tarjeta de crédito".

"Así que después de los rescates de bancos, fabricantes de coches, estímulo, etc., ¿qué nos queda para la reforma sanitaria? Cambio". Nate Beeler"

En cuanto a la Asamblea General de Naciones Unidas, lo más prometedor es la entrevista entre Obama y Medvédev. La decisión de desmantelar el escudo antimisiles ha abierto la puerta a la renovación y ampliación del tratado de reducción de armas estratégicas, el START. Un buen inicio. Comprendo que los polacos y checos estén cabreados, lo cual demuestra de paso la falacia sobre las razones del escudo. Pero siguen en la OTAN, ¿no? Humo. Lo que realmente tiene consecuencias es la aproximación entre Camelot y Rusia. Las tiene de cara a Irán, donde la rebelión interna se mantiene viva y donde atajar su programa nuclear es imprescindible para lograr la paz entre Israel y Palestina. Y también las tiene de cara a Afganistán, donde el apoyo logístico y político de Moscú es vital para la solución del conflicto. Pista: Obama no ha decidido todavía si enviará más tropas , como le piden sus generales. "Antes de dedicar más recursos", aclara, "es preciso saber si la estrategia funciona". Pues hasta ahora es un maldito fracaso. En cambio, no creo que lo sea esta semana grande de la diplomacia internacional. Aunque no se consiga todo.

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Se acabó la recesión en Camelot

Un titular precioso. De esos que llevaba tiempo deseando dar. Lo ha dicho el presidente de la Reserva Federal, el venerable Ben Bernanke. Así, de pasada, como quien no quiere la cosa. Daba una conferencia en la Brookings Institution, uno de los "think tanks" más prestigiosos del país. Se cumplía el primer aniversario de la caída de Lehman Brothers. Pero en lugar de soltarlo en el discurso, ha esperado a las preguntas para lanzar la bomba.

Y bien es cierto que lo ha hecho con muchos matices."Desde el punto de vista técnico, la recesión muy probablemente ha acabado". Desde el punto de vista técnico, significa sencillamente que la economía de Camelot ha vuelto a crecer en el tercer trimestre. Algo que ya anticipaban multitud de indicadores.

Como todo en Economía, tiene dos caras. La pega es que ese crecimiento es muy moderado. De aquí a final de año, los expertos calculan que no superará el 2,3%, por debajo del potencial de la máquina norteamericana. Y eso implica que no será suficiente para enjugar el empleo destruido. Es lo habitual en todas las recesiones: el empleo es lo último en recuperarse.


Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, de las universidades de Maryland y Harvard, han estudiado las crisis financieras más graves y concluyen que las secuelas son largas y profundas. No hablamos de uno ni de dos años. Más bien alrededor de cuatro.

Magro consuelo para los 15 millones de parados que hay en Estados Unidos. La recesión se ha cobrado 7,4 millones desde que empezara oficialmente en diciembre del 2007, la más larga desde la Gran Depresión. 21 meses.

En otras palabras, la economía vuelve a crecer pero persisten muchos problemas para que tome velocidad de crucero y lo note todo el mundo: los mercados de crédito siguen fríos, la confianza de los consumidores requiere tiempo para sanar, y la demanda no repunta de la noche a la mañana y menos con ese nivel de paro. No es menor tampoco la reforma financiera pendiente. Para evitar en la medida de lo posible tropezar con la misma piedra.

También es cierto que el fin oficial de la recesión debe esperar a los datos de PIB. Aún así, el venerable Ben dispone de un panorama más que completo para calibrar la coyuntura. Fiable pues. Pero con todos estos matices, sigue siendo una magnífica noticia.

Apocalípticos pero no integrados

Se llama riesgo moral. Y cotiza al alza. El sistema financiero volverá a jugar a la grande porque saben que si las cosas van bien, ellos solos recogen los beneficios, pero si van mal, serán los contribuyentes los que paguen el pato. De ahí el título del post. Retomo el hilo dónde lo dejé el viernes, con Umberto Eco. Ahora con la mirada vuelta al suelo. La excursión por el cielo me ha dejado sorprendido. Esperaba... No sé, no una llamada a medianoche pero sí algún comentario punzante. Pero no; nada. Ni siquiera con lo más evidente: el Pentágono. Menos aún con la divisa nacional. Y eso que hay mucho más de lo que parece grabado en el billete de un dólar. Pista: la luz ilumina los dos sellos en uno.

En fin, a lo nuestro en este cumpleaños de la caída de Lehman Brothers. Obama habla este lunes en el Federal Hall de Wall Street. Un sitio de lo más oportuno. Allí fue investido Presidente el padre George Washington. Allí se reunió el primer Congreso para aprobar la Carta de Derechos. Allí está la médula del sistema financiero mundial.

Un año después, parece que nos hemos librado del apocalipsis financiero. Otra cosa bien distinta es que se haya metido en vereda a los responsables. Se ha rescatado al sistema del abismo pero a un precio descomunal. Vamos ya por los 15 billones, con B, de dólares en doce meses. Como subraya el NYT, el Gobierno de Estados Unidos es el mayor prestamista, asegurador y fabricante de coches del país. Posee una cuarta parte de la tarta nacional, el bocado más grande desde la segunda Guerra Mundial. Financia nueve de cada diez hipotecas, es propietario del 60% de General Motors y del 80% de AIG. Sinceramente, creo que muy a su pesar, digan lo que digan los miles de manifestantes del pasado sábado en Washington D.C.

Porque todo este poder no ha sido capaz de reformar las reglas de juego. Todavía, seamos justos. Pero a medida que se agota el año, se desvanecen mis esperanzas; el que viene hay elecciones. La realidad ahora es que los bancos siguen vendiendo y comprando derivados financieros al margen de cualquier regulación. Los mismos derivados que desencadenaron la debacle. La realidad es que los salarios vuelven a los niveles de antes de la crisis. 700.000 dólares anuales de media para los empleados de Goldman Sachs. Vale, son los que más ganan. La media del sector está en algo más de medio millón. Lo cierto es es que la mayoría de los masters del universo conservan su empleo y siguen cobrando sus primas, que al fin y al cabo, es en lo que piensan cada día.

Peor. De todas las medidas incluidas en la reforma financiera de Obama, sólo dos están vigentes: la que limita las comisiones y subidas en las tarjetas de crédito; y la que prohíibe las ventas a corto por la cara, sin poseer siquiera la acción. Del resto, sólo papel. Los controles sobre la salud financiera de los que piden una hipoteca, la reducción judicial de la letra mensual, la supervisión por la SEC de los derivados, incluidos los CDS, la ampliación de poderes de la Fed como regulador del riesgo del sistema, la aprobación de las primas por los accionistas, la nueva agencia del consumidor, las exigencias más severas de capital. Todo eso está empantanado en el Congreso. A la espera de que sus señorías se decidan. Es hora de actuar, decía Obama. Que el Capitolio le oiga.

PS. Escribo la postdata ya bien entrada la tarde en Camelot. Obama ha "implorado" a Wall Street que colabore en la reforma: "no hace falta esperar a que esté aprobada" para ser responsable. En inglés se llama "wishfull thinking"; ilusiones. Lo que hace falta es que el Congreso apruebe la reforma de una vez. Mientras tanto, ya le han dado una respuesta desde el sistema.

PRx. Solución del desafío. Doblad el billete del revés, de tal forma que se superpongan los dos sellos, y ponedlo a contraluz.

De la maraña de estrellas que coronan el águila calva, sólo restan tres. Forman un triángulo invertido superpuesto con el del ojo que todo lo ve. El símbolo es viejo. Lo podéis encontrar en la estrella de David. Tiene muchos significados. Desde Ra a la unión masculina y femenina. Las patas, puntas del ala y cola del águila marcan cinco letras de la leyenda circular: M, A, S, O, N. Pues eso.

Terapia 666

Estoy con una resaca terrible a cuenta del discurso de Obama. Cuando los hechos no nos iluminan, suelo desviar la mirada a los símbolos. Es lo que hacían en otra época agitada por pestes y guerras: la Edad Media. Un buen guía para disfrutarlos es Umberto Eco. Escribió algo más que "El nombre de la Rosa".

Aquí, en el Nuevo Mundo, también tienen sus secretos. La capital de Camelot esconde unos cuantos. Casi se aprecian a primera vista... Desde el cielo.

El más evidente está engarzado en el Mall, esa gran explanada de va del Capitolio al monumento a Lincoln. Está flanqueada por la Casa Blanca y el monumento a Jefferson. Los dos ejes se cruzan en el obelisco, en memoria a George Washington. No forman una cruz -que también- sino un diamante, uno de los símbolos de los masones. No es extraño. Washington, Benjamin Franklin, el arquitecto de la capital, Pierre L'Enfant, el de la Casa Blanca, James Hoban, el del Capitolio, Benjamin Latrobe, y el del obelisco, Robert Mills, eran masones.

Menos conocido es el pentagrama que dibujan la Casa Blanca y las glorietas de la capital: Dupont Circle, Scott Circle, Washington Circle, Logan Circle y Mount Vernon Square. En las tres primeras convergen además seis avenidas principales. Tres seises, 666, el número de la Bestia. Y un pentagrama invertido. Parece satánico. Quizás explique por qué el tráfico de esta ciudad es infernal.

Perdonad mi pulso. Sin embargo, la orientación actual de los mapas, con el norte arriba, despista. En la Edad Media, la clave era el Este, por donde sale el Sol, donde se supone que estuvo el Edén, donde todavía sobrevive Jerusalén, la ciudad sagrada. Y hacia el Este se orientaban. Eso cambia las cosas.

El Capitolio, el templo de la democracia, está ahora en la cima. El pentagrama no está invertido, ya no es el símbolo satánico, sino que representa entre otras muchas cosas al ser humano. Como el hombre de Vitruvio de Leonardo da Vinci. El diamante divino y la estrella humana pivotan en torno a un punto: la Casa Blanca.

A estas alturas ya debería estar claro por dónde va todo esto. La semana que viene sale a la venta la última novela de Dan Brown: "El símbolo perdido". El día del estreno no parece casual: 15/09/09, cuyas cifras suman 33, como los grados de la francmasonería en el rito escocés. El 15 de septiembre, la primera luna del equinoccio, se celebraban los misterios eleusinos. De ahí viene nuestra Pascua. La fecha también está ligada al "descubrimiento" de la cruz de Cristo en tiempos del emperador Constantino. Y a las cero horas del próximo martes se levantan las Pléyades sobre el Capitolio si mi planetario no me engaña. Otros van más lejos.

"El símbolo perdido" promete batir el éxito de "El código da Vinci". Sólo en Camelot, arranca con una tirada de cinco millones de copias y servirá para animar al resto de la industria editorial.

Los que no están tan contentos son los masones de Camelot. Temen que el libro desate una reacción similar a la que sufrió la iglesia Católica con las anteriores novelas del autor. No deja de ser irónico en un país que lleva los arcanos en la misma médula de la nación: el dólar. Una pirámide truncada de trece escalones, con el ojo que todo lo ve, y la leyenda "novus ordo seclorum", el nuevo orden de los siglos.

La novela de Brown está ambientada en Washington y la portada del libro está plagada de símbolos y pistas. Si se mira su imagen reflejada en un espejo, se descubren en tinta roja las coordenadas 37° 57’ 6.5” N 77° 8’ 44” W. Si lo miras boca abajo, aparecen las letras WW en la marca de agua. WW por William Webster, el único que ha dirigido el FBI y la CIA.

Webster encargó la escultura "Kryptos", que está a las puertas de los cuarteles de la CIA en Langley. Una obra curiosa. Hay un mensaje cifrado en el bronce. Empieza por emufphzlrfaxyusdjkzldkrnshgnfivj, una secuencia que aparece en Google. El texto no se ha descifrado por completo. Las coordenadas de la escultura son 38° 57’ 6.5” N 77° 8’ 44” W. Están a un grado exacto de las que da el libro. La discrepancia, según Dan Brown, es intencionada. Que yo escriba esto el 11-S os aseguro que es pura coincidencia. Buen fin de semana.

Un plan de futuro incierto

"No soy el primer Presidente que hace suya esta causa, pero estoy decidido a ser el último", ha dicho Obama sobre su plan para reformar la Sanidad en Estados Unidos. Está por ver que lo consiga. La piedra de toque de cualquier proyecto legislativo está en la votación final. Y visto como ha recibido el Congreso su propuesta, la reforma sigue en el aire.

Ha sido una sesión tormentosa. Nada que ver con el triunfo de su primer discurso ante las dos Cámaras, el pasado 25 de febrero. Entonces tocaba sacar al país del colapso económico. Esta vez, ha habido la ovación de cinco minutos para recibir al Presidente, como es de rigor. Pero también se han producido silencios ominosos, abucheos clamorosos, gritos tachándole de mentiroso y lo más evidente: medio hemiciclo sentado mientras que el otro medio aplaudía en pie. Todo un augurio de lo que se avecina.

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No obstante, Obama es un político pragmático. Y astuto. Es consciente de que no sólo se dirigía al Congreso sino a todo el país. Por eso, se ha empleado a fondo en desmontar las patrañas que han sembrado la oposición política y los grupos de presión de una industria que se come el 16% de la riqueza nacional. Ha tratado de tranquilizar a los que ya tienen cobertura médica y temen perder con la reforma. De ahí las dos propuestas para atajar los abusos más sangrantes: ilegalizar que las aseguradoras rechacen a las personas con historial clínico problemático e ilegalizar que les cancelen la póliza cuando más lo necesitan, cuando yacen en el hospital. Pero les ha hecho muchos más guiños: copagos más baratos en los medicamentos, garantías de que no tendrán que cambiar de médico o seguro si no quieren y compromiso de que la reforma no cubrirá a los inmigrantes sin papeles. Hipocresías aparte, los ciudadanos son los únicos que votan.

La estrategia del Presidente sirve también para intentar aplacar el temor de los que son votados. Obama se juega el éxito de su mandato en esta reforma, pero los congresistas se juegan también su escaño. Todos los representantes y un tercio de los senadores el año que viene, sin ir más lejos. Y los electores mandan. Esto no es como España, aquí no se vota según los dedos que marque el partido. Una pista de cómo andan las apuestas: el 52% está en contra de cómo lleva el proyecto el Presidente.

Así las cosas, no es extraño que un buen número de congresistas republicanos y demócratas se opongan a incluir en la reforma la llamada "opción pública": una cobertura sanitaria gestionada por el Gobierno que compita con las empresas privadas. Eso es socialismo, dicen. Hasta tal punto que el presidente del comité de Finanzas del Senado, Max Baucus, ha dicho que una reforma en esos términos jamás saldrá adelante en la Cámara Alta. El problema es que en la Cámara Baja, más liberal, pasa justamente lo contrario, y la speaker Nancy Pelosi asegura que no aprobarán un proyecto sin esa alternativa pública.

El apoyo está envenenado pues a izquierda y derecha. Obama ha tirado por el camino de en medio para salvar las distancias. Insiste en que la opción pública es preferible pero no esencial. Entretanto, pretende crear un nuevo mercado donde las personas que carezcan de cobertura puedan comprar un seguro a precios asequibles. Las aseguradoras tendrán el incentivo de competir por millones de clientes nuevos. Y bien que los habrá: contratar una póliza será obligatorio, como con el coche.

Pero este guiño a la derecha -Obama recoge ideas republicanas- y a la industria levantará ampollas entre los liberales. No es eso lo que esperaban. Y no está claro que la propuesta compense la vuelta de tuerca que da a las aseguradoras y farmacéuticas, a quienes gravará los beneficios sobre las pólizas más caras. Son un enemigo temible.

En suma, un intento notable de aunar voluntades. Pero minado hasta la médula desde el principio. Un plan detallado que quizás llegue tarde. Obama no quiso repetir el error que cometió Bill Clinton y ha dejado que el debate se le escape de las manos durante demasiado tiempo. Es el precio de no exponer su plan desde el principio. Ha tratado de retomar la iniciativa con este discurso. Puede que lo consiga. Pero puede también que sufra el mismo destino que su antecesor. La reforma sanitaria de Clinton ni siquiera llegó a votarse. Y él también habló en sesión solemne y conjunta de las dos Cámaras. Como reconoce el propio Obama, "quedan muchos detalles fundamentales por resolver".

Doug Mills/The New York Times

La bolsa o la vida

La Sanidad en Camelot es una mezcolanza de sistemas que resulta muy cara. Por partes. Es disparatadamente cara. Un ejemplo real: hacerte un análisis de sangre para calibrar el colesterol cuesta la friolera de 563 dólares. Si tienes un buen seguro médico, ellos se encargan de regatear con el laboratorio y la factura baja a 75 dólares, de los que tú pagas 15. Un buen seguro se cotiza a 1.200 dólares para una familia de tres individuos. Al mes. Si no puedes permitírtelo, te toca pagar los 563 iniciales. O dejar que la naturaleza siga su curso y tirar de urgencias llegado el momento. No es extraño que 700.000 americanos se declaren en bancarrota cada año porque no pueden pagar la factura médica.

La Sanidad en Camelot es una anomalía dentro de las democracias industrializadas. Estados Unidos dedica a este capítulo el 16% de su PIB. Más de 7.000 dólares por persona y año. Aproximadamente el doble de lo que gastamos en Europa. La razón de fondo es que nosotros no hacemos negocio con ella. En cambio, las 1.300 empresas norteamericanas del sector existen para sacar beneficios. De ahí que rechacen de forma sistemática a todos aquellos con un historial clínico problemático, los que padecen las "preexisting conditions", sea una diabetes o una esclerosis múltiple. No son negocio. Tampoco lo es pagar la factura cuando te atropella un camión. Por eso ponen a trabajar a sus gabinetes jurídicos para que buceen en la letra pequeña. A ver si pueden encontrar una pega para cancelar la póliza. Y todo esto mientras el paciente está en el hospital. El resultado es que los costes administrativos suponen el 20% de la factura médica. En Francia sólo son el 4%.

La factura sanitaria sube también porque los médicos tienen que cubrirse contra posibles demandas por mala praxis. Otro negocio. Los seguros son caros; los abogados, muchos, como en la Roma decadente; los abusos de uno y otro lado están a la orden del día. Por si fuera poco, la casta médica se cierra en banda para que no engorden sus filas. La escasez de oferta eleva el precio y cobran sueldos astronómicos.

Pero el problema no acaba aquí. Eisenhower alertaba del complejo militar industrial en plena Guerra Fría. La amenaza ha crecido con las farmacéuticas. Un enemigo, de por sí poderoso, que además lidia con un adversario atomizado. Eso impide que se negocien precios especiales para pedidos masivos de medicinas, como hacen los gobiernos europeos. La guinda de todo esto es la competencia entre los seguros médicos. Para destacar sobre los demás, tienen que dedicar dinero al marketing. Aunque esa competencia no la noten los ciudadanos. A la hora de la verdad, sus opciones están limitadas al puñado de aseguradoras que ofrezca la empresa donde trabajan. En Alemania pueden escoger entre más de 200.

Nate Beeler, The Washington Examiner.

Todo esto sólo es la mitad de la historia. A pesar de la imagen generalizada, la Sanidad en Camelot no es exclusivamente privada. Están los experimentos innovadores de la ciudad de San Francisco y el estado de Massachusetts. Pero la principal excepción es el Medicare, una cobertura médica casi universal, operada por el Estado, financiada con cotizaciones asequibles y servida por los mismos hospitales y médicos privados. La pega es que para disfrutar de ella hay que tener más de 65 años. Hasta entonces, sigues con el agua al cuello. No todos. Los veteranos del Ejército y los nativos americanos, los indios, disfrutan de un seguro público. Uno de los ejemplos más puros del planeta. El Gobierno paga la factura íntegramente y los costes se sufragan con los impuestos generales. Como en Gran Bretaña.

En cambio, el trato que reciben los casi 47 millones de estadounidenses que carecen de cobertura médica es tercermundista. La cifra no incluye los diez millones de inmigrantes sin papeles. Los ciudadanos sin cobertura, si tienen muy pocos recursos, pueden acogerse al Medicaid, un seguro de subsistencia, más parecido a la caridad. La otra opción es acudir a urgencias. El Estado o el hospital se hacen cargo de la factura si el paciente es insolvente. Pero la alternativa no vale, como es obvio, para tratarse un cáncer. O para coger la enfermedad a tiempo.

En suma, un problema formidable. Tanto dinero para ni siquiera tener la mejor atención médica del planeta. Alemania, Gran Bretaña y Austria tienen listas de espera más cortas. En Japón te suelen atender el mismo día y ni siquiera se molestan en concertar una cita. Y eso que van tres veces más al médico. Ni siquiera es cierto el mito de que Camelot goza de la Sanidad más avanzada. Es verdad que tienen excelentes profesionales y tecnología punta. Pero no para todos. Por no hablar de que muchas de las pruebas diagnósticas que encargan son innecesarias. Por no hablar de que el propio control de costes en Europa y Japón impulsa la innovación médica.

Este es el panorama que quiere enmendar Obama. Una Sanidad para todos, beneficiosa para el ciudadano y las empresas. Una cobertura con opción pública, sin las miserias de los gabinetes jurídicos, con todas las garantías para los jubilados. No será fácil. Los actores del negocio -aseguradoras, médicos, hospitales, farmacéuticas- han unido fuerzas y tienen dinero de sobra para presionar con los lobbies y la propaganda. Cala. Millones de americanos están convencidos de que la reforma de Obama impulsa el aborto y la eutanasia. Peor: trata de implantar el socialismo, una herejía en este país. Ese es el argumento que me daba el otro día un Demócrata de toda la vida para rechazar la opción pública. No sé si será demasiado tarde. Obama ha tomado las riendas después de que la reforma se le haya ido de las manos en el Congreso. La resistencia crece dentro de su propio partido. Y la crisis económica no es el mejor momento para engordar el déficit otro billón, como señala el senador Lieberman. Pero también es cierto que en pleno vendaval es cuando más la necesitan los 7,4 millones de parados que se ha cobrado la recesión.

Mike Keefe, The Denver Post.

Gabriel Herrero


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