Cambiar para que nada cambie
Lampedusa hubiera disfrutado con la cumbre del G-20 en Toronto. Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie. Y el cambio acordado por los líderes mundiales es pura literatura, que de eso se trata. Florituras para encubrir lo que ya es un hecho. Humo para ocultar que cada uno va a lo suyo. Que se acabó el tiempo de los senderos que se cruzan. Ahora se bifurcan. Y el camino lo imponen los mercados. Que a la fuerza ahorcan, pero mejor disimularlo.
La eurocrisis ha puesto las cosas en su sitio. No se fía. Mañana, puede. Ya veremos. Toca disciplina fiscal. Consolidación la llaman. Recorte del gasto es. Y abaratamiento del despido. Y menos inversiones para construir el futuro. Y menos protección de los más débiles. Y jubilaciones más tardías y escasas. Es lo que hay. Pero como queda feo y es impresentable de vender a la opinión pública, pues decimos que el objetivo sigue siendo el crecimiento equilibrado y sostenible. Compatible con apretarse el cinturón, faltaría más. Todos sabemos que adelgazar engorda.
Pero la realidad pura y dura es que cada cuál se las componga. Y la reforma financiera para más adelante. Que da igual que los responsables de la crisis campen por sus fueros y nos marquen el paso. De la oca. ¿Impuestos a la banca? A la carta; de menú no, que es efectivo y sirve para atajar la especulación y combatir la pobreza. ¿Prohibición de derivados? Lo estudiaremos en noviembre. ¿Nacionalización de las agencias de rating? ¿Mande? Mire, hemos decidido recortar el déficit a la mitad en tres años y estabilizar la deuda en seis. Ya es bastante. Sobre todo porque el recorte previsto es mayor en realidad y la deuda dependerá de si crecemos o no, que no está claro. Que cabe la posibilidad de recaída. Entre otras cosas porque el ajuste contrae la tarta. Pero siempre nos queda la esperanza de que los mercados se apiaden de nosotros y nos devuelvan la confianza. Sobre todo ahora que estamos tan unidos.
People first, clamaban los sindicatos en Toronto. Ya vale de ajustar los presupuestos sobre las espaldas de los más pobres, decía Ban Ki-moon. Pero la voz de la conciencia se ahoga bajo la furia de medio centenar de borrokas, que son los que pillan sitio en los informativos. No se cómo impacta todavía la imagen del coche incendiado o de la carga policial. Tan gastada está de tanto repetirse. El ruido y la furia. Y con tanto gatopardismo ya no sé distinguir uno de otra.