A un señor de Murcia que paseaba por la ciudad vieja de Jerusalén, le levantaron la cartera con toda su documentación. El chorizo fue un palestino que vendía postales, el mismo que intentó birlarme el teléfono móvil hace tres años, en la calle Salahadin, la parte árabe de la ciudad. Al darme cuenta del robo, salí corriendo detrás del postalero mientras casi todos los que por allí ubicaban sus puestos de venta ambulante cubrían su escapatoria. Recuperé el aparato y hasta aquí puedo leer. No voy a explicar ni lo que le llamé, ni cómo me hice con mi teléfono pero lo cierto es que mi simpatía por los palestinos bajó unos enteros. No obstante, sí se me quedó en la retina el sentimiento tribal palestino.
Meses después, asaltaron la delegación de RNE, la casa/cuartel que se ubica en el primer barrio judío de Yemin Moshe, que se construyó extramuros de la Ciudad Vieja. Algunas de las cosas que robaron -que fueron muchas- me las intentaron vender seis meses después en una tienda de la Vía Dolorosa, en la Ciudad Vieja, junto a la entrada para los árabes de la Explanada de las Mezquitas. Descubrí otra vez ese sentimiento tribal mientras iba con la policía por la calles del viejo Jerusalén a recuperar lo afanado. Volvían a perder crédito los palestinos por defender a unos chorizos. Claro que, la actuación de la policía israelí no le fue a la zaga. La comisaría era un cachondeo: cuatro horas para poner una denuncia por presunto robo o presunta receptación y la que creía mi abogada israelí, ni se presentó a echar una mano. Nunca supe qué cosas tenía que hacer. He descubierto que aquí esto es lo normal. Lo que digan los extranjeros da igual y dame pan y llámame perro.
Han pasado tres años de esto que les cuento y afortunadamente las amenazas del palestino tras la denuncia no han surtido efecto. No obstante, he aprendido que palestinos e israelíes son muy parecidos en, especialmente, una cosa: que esto no avance. Que es mejor un pasito adelante y tres atrás y que la culpa, siempre, la tiene el empedrado. Hay muchos aspectos que me dan la razón. Un ejemplo es la decisión de Israel, el pasado año, de quitar la ciudadanía a más de 4.500 palestinos que, por estudiar en el extranjero o irse con unos familiares a Cisjordania, no podrán entrar ya en el sucio y abandonado Jerusalén Este. Por arte del Ministerio del Interior, se han convertido en apátridas pero, no pasa nada, excepto la habitual denuncia de la correspondiente ONG y la correspondiente información periodística. Por contra, cualquier judío, en cualquier parte del mundo que se acoja a la Ley de Retorno obtendrá el visado de Israel casi de manera inmediata. Está claro que el gobierno de Netanyahu está acelerando la aplicación de algunos de los postulados electorales de los partidos de su atomizado gobierno. En los primeros cuarenta años de dominación de Israel, tras la guerra del 67, fueron algo más de 8.500 los palestinos que perdieron la ciudadanía. Ahora, son más de la mitad en sólo un año y aquí, no pasa nada. Será el sentimiento tribal pero tengo la sensación de que unos están muy a gusto tirando piedras a la policía y al ejército, viviendo en gran medida de la cooperación internacional tras el Muro de Cisjordania y manteniendo más el status del “pobrecito palestino”, que el de refugiado.
Israel, por su parte, reparte juego. Exige volver a la mesa de negociación pero mantiene su política de construcción en los asentamientos olvidándose de que la Hoja de Ruta es muy clara en este sentido. No obstante, como se beneficia de que Estados Unidos y Europa le siguen bailando el agua, pues aquí no pasa nada. La hipocresía diplomática, mientras tanto, regala los oídos a los palestinos que ven a cualquier alto cargo europeo o americano, de visita en Ramala, criticar la política judía de asentamientos y llamar terrorista a Hamas. Todo ello con el bloqueo en Gaza de telón de fondo y algunas ONG palestinas llevándoselo crudo y abusando de los cooperantes extranjeros como recientemente ha ocurrido en Hebrón. Pero son eso -parecen pensar muchos-: son extranjeros a los que tangar mientras la tribu limpia el rastro. ¿Por qué dejamos que nos birlen la cartera unos y otros? ¿Por qué ponemos tanto para la cooperación internacional y no se ven los resultados? ¿Por qué no exigimos a Israel, como potencia dominante, que asuma sus responsabilidades y se cuide del terreno que ocupa? Estos interrogantes, sin respuesta, demuestran que es mejor seguir como estamos. Que aquí no pasa nada, como tampoco pasó nada ni con mi robo, ni con los que presuntamente recepcionaban lo robado. Dicen, los que saben de la zona que los chorizos, para esquivar un juicio y la cárcel, si no lo eran, se convierten en soplones del queso gruyère en que ha mutado gracias a la policía israelí la Ciudad Vieja. Dicen, los que saben de la zona, que la documentación del señor de Murcia le está sirviendo muy mucho a un inteligente estamento israelí. Pero no pasa nada, aún a pesar de que la cartera fue recogida por la policía y anda de despacho en despacho desde hace semanas.

Entrada a la Ciudad Vieja por la Puerta de Damasco
Muro de Cisjordania visto desde el interior de Belén
Foto Forjas