Fundamentalismo al horno
Dos corrientes contrapuestas hacen girar alocadamente el mundo: una lleva a la unión, la fusión de costumbres, razas y caída de las fronteras. La antagónica busca el hecho diferencial, la reafirmación de lo propio como rasgo distintivo.
En la ciudad italiana de Lucca, el ayuntamiento ha prohibido los restaurantes étnicos en el centro de la villa amurallada. Quieren preservar la arquitectura singular y el valor cultural de su cocina. No habrá Kebaps, mi mexicanos, ni chinos, ni franceses, ni Mc Donalds, ni... Además, en aras de promocionar lo autóctono todos los restaurantes tienen obligación de ofrecer, al menos, un plato de comida luquense. Puede hacer sonreír pero no deja de ser un síntoma de fundamentalismo culinario excluyente y discriminatorio.
En la comida luquense destacan la focacca, un pan de diferentes harinas que no me gusta nada; también alubias, vino, miel, y carne que, como dicen en la promoción, “proviene de nuestras vacas que comen en nuestros verdes pastos que no están contaminados”.
En este punto de me acuerdo de Pedro Guerra e imploro “ contamíname”. Que la Divina Providencia nos libre de los no contaminados
Alubias y chuletón. Proclamaba un amigo hace muchos años.¡Viva la cultura gastronómica! Le contestaba yo. Sigue comiendo su chuletón porque “es lo único y lo mejor del mundo” La gota que tortura su pie trata de desdecirle pero, hasta donde conozco, él jamás abandonará la exclusividad de su inmensa tajada de carne. Hay amores que matan de dolor desde la misma ignorancia