Mi particular Champions
Fui Perito Moreno en la final de la Campions. Así me sentí en el Olímpico de los dioses blaugranas mientras llegaba el éxtasis a la tribu culé y dejaba petrificada, con “rigor mortis”, a la zona inglesa.
Una final sólo se puede vivir con pasión, pero quise disfrutarla con los fríos ojos de un observador; eso sí, con predisposición a dejarme seducir por el primer arrullo azulgrana como el glacial argentino se confunde con el mar anunciando la primavera. Fui a la final para disfrutar del espectáculo. La seguridad italiana resultó ejemplar. La de la UEFA, una vergüenza. No puede haber gente en pie dentro de los estadios. Entonces, ¿qué hacían aquellos centenares de personas que vieron el partido como aglomerado que expulsaban los vomitorios obstruyendo pasillos por los que realizar una rápida evacuación en caso de peligro?
Hubo más gente de la que el estadio podía absorber. Afortunadamente, no pasó nada. En mi asiento de “observador” compartí lugar con un japonés que miraba el show desde la perplejidad de sus ojos rasgados. Nunca llegué a adivinar si se mantenían en perenne actitud de sonrisa. Dos rusos me escoltaban. Solo dejaban de hablar ,con un lenguaje frío como la estepa, `para dar unas chupadas a los cigarrillos que no desaparecieron de sus manos durante las dos horas. Con el partido iniciado, llegaron ellas: una pareja de jovencitas inglesas de cabellos rubios y sofoco en el rostro. Se sentaron delante. Regueros de sudor se deslizaban por la hendidura de sus pechos ostensibles en esos prietos vestidos de generoso escote que parecían una cárcel de tortura a juzgar por sus miradas atosigadas de calor . Sofocadas, se miraban mientras entablaron una dura batalla contra arroyos de secreción que les resbalaban, también, por sus piernas, ampliamente expuestas. Cuando creí que podía ver el fútbol, se sentaron en la escalera a mi lado, dos empleados municipales. También empezaron a hablar. Les vi ajenos al partido. Miraban a izquierda y derecha, a las cámaras de televisión, a mí. “ ¿No les gusta el fútbol?”, les pregunté al ver esa actitud absorta. “Sí, claro. Pero si venimos al estadio es para ver el ambiente. Para ver fútbol se ve mejor por televisión”, sentenciaron estos dos descendientes de Plinio. Entonces Messi metió el gol. Fue el único momento en que alcé la mano, quizás con la esperanza de poder tocar la estrella que ilumina al astro argentino que ha convertido a la pulga en halcón. Fue el único momento en que perdí la compostura. El partido terminó. Sobre el pitido final, las inglesas fueron las primeras en abandonar el estadio. Yo me quedé hasta que se apagaron las luces. Frío, hasta el final. Aunque he de reconocer que si mi asiento hubiera sido otro, mi final habría sido escrita con un cauce de vísceras. Escuchad a Germán García y Chema Abad. Con ese espectáculo, se deshiela Perito Moreno hasta en la fría noche antártica