DIÁLOGO DE FRONTÓN
Como al niño que odia los espejos porque la imagen que le muestran nunca es la esperada, me aborrece hablar con las máquinas. Como quien mantuvo la bandera izada aún cuando sabía que la batalla estaba perdida, lanzo mi queja al aire en forma de palabra. Pero ésta, también es una cruzada entregada.
Cada vez hay menos personas al otro lado del teléfono. Seres de carne y hueso que sienten, se enfadan, odian al jefe y sueñan con unas largas vacaciones. Las llamadas a las grandes empresas se han convertido en un partido de frontón en las que des donde des, siempre vuelve la bola hasta que, al final, el artilugio hace un dos paredes y te cuelan otro tanto.
¿A quien digo “ me puede repetir” cuando mis oídos no acaban de descifrar el metálico mensaje? ¿ A quien me quejo cuando, buscando una palabra de consuelo o una señal de enfrentamiento, no estoy de acuerdo con algo?
Pensé que en la patria del verbo, donde la discusión es un fin en sí mismo y un arte con más seguidores que Curro Romero en sus mejores tiempos, esto no me ocurriría. Pero sí. Italia también se rinde a los autómatas.
He tenido que renovar mi tarjeta de crédito. La renovación no es automática, sino que hay que activarla con una llamada telefónica. Marco.¡Horror! Sale la temida operadora emergida de las tripas de un ordenador.
-Si tiene una tarjeta del Banco... dígite 1
Lo hago
-Bienvenido al sistema automático del Banco... Digite el número de su tarjeta de crédito
Lo hago
-Su número es xxxxxxx. Si es el número correcto dígite 1
Lo hago
-Este servicio no está disponible.
¡La máquina me ha estado tomando el pelo un par de minutos llevándome por pasillos color cobalto para desembocar en una puerta sin salida!
-En unos instantes le atenderá uno de nuestros operadores.
Espero y respiro aliviado. ¿Podré hablar aún con el último mohicano de los servicios de atención al cliente?
Sí, en unos instantes aparece. Me empieza a pedir todo tipo de datos: mi DNI, mi código fiscal, mi nombre y apellido, mi lugar de nacimiento, la fecha. Me río.
-¿Por qué sonríe señor?
-Esto es ridículo. Tengo un problema con mi tarjeta de crédito y usted necesita todos mis datos personales.
-Es por su seguridad
-Me parece excesivo. De todas maneras, cambie un dato: he aumentado dos tallas de cintura desde que vivo en Italia
-¿Perdón?
-Era sólo una broma.
Entonces, le cuento mis varios problemas. Uno de ellos es que aún no he recibido el extracto bancario de septiembre.
-Se lo hemos enviado
-No lo pongo en duda. Pero no ha llegado. ¿Pueden enviarme una copia?
-Por supuesto señor
Lanzo un suspiro de alivio. Quizás fuera demasiado evidente.
-Pero, a lo mejor, aún llega...
-Si la enviaron en septiembre y estamos a 22 de octubre creo que ya ha tenido tiempo..
-Tiene razón señor.
-¿Entonces?
-Vamos a esperar unos días a ver si llega
-¿Veintidós le parecen pocos?
-Cierto que no
-¿ Entonces?
-Hagamos una cosa: espere dos o tres días más y si no le llega, vuelve a llamar y yo gustosísimamente le enviaré una copia.
¡Esta sí es mi Italia! Diez minutos de conversación para acordar una nueva llamada.
La haré mañana. Con la guardia alta para no encajar ningún golpe dilatorio más. Pero, al fin y al cabo si hablo con una persona y juega con los límites del aguante humano, siempre le puedo soltar un “Macché cazzo dici”. Y no veáis lo que relaja...