Un museo de otro tiempo
Llegó su momento: oportuno para poner un destello de alegría en este akelarre que acartona las ideas por la repetición obsesiva de la palabra “recorte”. Se inaugura el Maxxi de Roma, un museo de otro tiempo porque Roma más que de vanguardias entiende de clásicos, porque ante tanto recorte ha costado 150 millones porque en este tiempo de podredumbres hasta su nombre suena excelso: “Maxxi”. Por fuera, es una mole de cemento de formas volubles y con unos grandes ojos que miran a la ciudad para permitir la entrada de chorros de luz
No es un escarnio del presente, sino una muestra de que existe vida más allá de los recortes. Una ironía del destino nos espera delante de la puerta: un enorme esqueleto de 24 metros de largo con una nariz propia del reino de Pinocho. La obra es un saludo de Gino De Dominicis.
Dentro es una suerte de laberinto. Al atravesar el umbral del museo Maxxi, el espacio se fracciona de manera imprevista. A la izquierda una oscura escalera seduce al visitante con la promesa de no llevarle a ninguna parte. Y en cierta forma, esa primera impresión no engaña porque tras ascender por los escalones nos enfrentamos a dos puertas cerradas. Qué hay tras ellas, lo deberá descubrir la curiosidad del visitante.
El Maxxi supone una invitación al espíritu explorador dentro de la amplitud de espacios. No es casualidad que una de las muestras con que se abre el recinto se titule precisamente Spazio
“Roma no paga a los traidores” titulamos el primer post en el que hablábamos del Maxxi. Todo tiene un precio y lo gratis no merece desprecio: las 15.000 invitaciones para visitar el museo, se agotaron con rapidez.
Hay un sector de Roma para el que este museo es una traición. Otros parecen convencerse de que lo vanguardista de hoy será clásico dentro de 2.000 años. Y, con el incentivo de una fiesta gratis, han empezado a apoyarlo