4 posts de junio 2008

Prostitutas, apuestas ilegales y España campeona de Europa

Mi amigo Hany, un hombre de negocios palestino de Jerusalén Este, estaba bastante bebido el sábado por la noche. Apuraba otro vodka con hielo y rodajas de limón en la barra del impresionante jardín del American Colony, entre palmeras, buganvillas y olor a menta recién regada.

- Hola, Óscar – dijo agarrándome del brazo –. Espero que mañana gane España
- Hola, Hany. Yo también
- Pero yo más que tú… Te lo aseguro.
- ¡Imposible, tío! Yo soy español.
- Ya, pero yo he apostado 50.000 dólares y, si ganáis, te invito a lo que quieras.

Hany no quiso decirme a cuánto estaban las apuestas así que, no sé cuánto ha ganado pero me alegro por él. Reconozco que si los hubiera perdido no me hubiera importado demasiado. A él tampoco porque Hany, es uno de esos palestinos adinerados que han sabido sobrevivir a la ocupación y amasar una fortuna considerable.

Hacía una noche estupenda y Jaqs, un proxeneta cristiano-palestino septuagenario que trae prostitutas rusas de Tel-Aviv a Jerusalén, venía en mangas de camisa. Jaqs no tiene prejuicios. Proporciona chicas a judíos, cristianos o musulmanes de todas las nacionalidades. Cuando me vio, esbozó una sonrisa y se acercó.

- Hola, Óscar. ¿Cómo estás? –me dijo en un árabe pausado, para que lo entienda un extranjero– Mañana vais a ganar.
- ¿Tú también has apostado? – contesté, dando por hecho que el apoyo de Jaqs tenía que deberse a algún motivo económico.
- No, yo no me juego el dinero. Eso no está bien y no es inteligente.
- Y, ¿por qué quieres que gane España?
- Me cae mejor y mi socio y yo tenemos una casa de apuestas. Casi nadie apostó por España al inicio del torneo y, si gana, tendremos que pagar menos que si lo hacen los alemanes.
- ¿Quieres un whisky? – le ofrecí.
- No, gracias. Tengo que volver a Tel-Aviv. Mejor mañana. Unos alemanes quieren ver el partido con tres chicas. La fiesta durará toda la noche y no tendré que conducir.

Prostitución, apuestas ilegales y, a saber qué más. Jaqs es un “pieza” pero, es uno de esos tipos a los que casi todo les sale bien y, por eso, mientras me marchaba, no podía dejar de pensar en que España iba a ganar la final.

El día del Coraje Gay

Unos pocos centenares de gays y lesbianas han tenido el coraje de desfilar con sus mejores plumas por Jerusalén, la ciudad de la paz, de las tres religiones y, cuando se pone, de la intolerancia extrema. Un fuerte dispositivo de seguridad les protegía. Había más soldados y policías que orgullosos manifestantes. La razón: ya hay entre rejas, cumpliendo 12 años de condena, un ultraortodoxo judío que participó en el apuñalamiento de 3 homosexuales en 2.006.

A poca distancia de allí, en Mea Shearim, el corazón ultrortodoxo de Jerusalén, se desarrollaba la contramanifestación en favor de la "pureza espiritual" de la Ciudad Santa.

-¡El gobierno quiere sodomizar Jerusalén al permitir esta marcha! - gritaban los respetables rabinos por los micrófonos al tiempo que llamaban a una "intifada moral".

Se dirigían a un auditorio enteramente masculino. Sefardíes, con su sombrero de ala ancha y su chaqueta negra y ashkenazíes, con levita, también negra y peyots, los tradicionales rizos largos que salen de sus cabezas rapadas. No eran demasiados, unos mil, pero hacían mucho ruido y una mezcla de indignación y bilis se les salía por los poros.


-¡Hay que echar a los maricones de Jerusalén, ofenden a Dios! - decía un adolescente barbilampiño con los ojos inyectados en sangre que, quizas, dentro de unos años, salga del armario.


Los ultraortodoxos constituyen alrededor del 15% de la población y son el otro Israel. No sólo quieren prohibir a los homosexuales estar orgullosos de serlo, al resto de la población, durante el Shabat, el día sagrado de los judíos, les impiden circular con el coche por sus barrios - bajo pena de apedreamiento, rotura de lunas o algo peor -, vestir de la forma que ellos consideran indecente, cocinar o encender la luz. Quienes no están de acuerdo se enfrentan al insulto o a la agresión física.

Siguen a pies juntillas todos los preceptos de la Torá y odian, por supuesto, a los homosexuales aunque, es sorprendente, el gran número de ellos que frecuentan las calles donde se colocan las famosas prostitutas rusas de Tel Aviv. La gran mayoría no trabaja y recibe ayudas del estado. Un dinero que también sirve para pagar los servicios sexuales que reciben en la capital - la nueva sodoma, dicen algunos-. Ya se sabe, a dios rogando y con el mazo dando.

-Si están fuera de su ciudad pueden irse de putas, está permitido - me explicó una vez mi amigo Rafi, un judío gibraltareño.

Los israelíes laicos, aquellos que intentan y han conseguido, en parte, hacer de Israel un país democrático del primer mundo, son los más críticos con estos ultraortodoxos. Algunos, tan aficionados al rezo, al sexo de pago y, en ocasiones, a la pederastia o el abuso de menores, que hasta la prensa local se hace eco de ello.

Las mujeres, a las que definen, entre otras muchas lindezas, como "saco de excrementos", también están en su punto de mira. Hace unos meses pegaron a una mujer soldado porque no se fue a la parte de atrás, reservada a las mujeres, de un autobús publico. A las corresponsales de la Cadena Ser, Lourdes Baeza y ABC, Laura L. Caro, las escupieron e insultaron porque, durante la manifestación, o más bien diría la orgía de intransigencia del día del orgullo gay en Mea Shearim, vestían con pantalón y a una de ellas, se le desabrochó el botón del cuello de la camisa de manga larga que llevaba. Yo puedo dar fé de que ambas llevaban puestas dos camisas cerradas hasta la garganta en un día abrasador en el que la temperatura rozaba los 40 grados centígrados.

Es sorprendente la capacidad que tiene Jerusalén para que la intolerancia, especialmente la religiosa, se multiplique pero, gracias a Dios, existe gente que se revela, como los gays que se manifestaron el otro día. Es una forma de defender las libertades de todos frente a los intentos de imponerse de los intransigentes.

España-Italia en Jerusalén

Yo no sé en que equipo juegan De la Red o Cazorla pero ellos sí. Los palestinos y los israelíes. Es impresionante el tirón que tiene el fútbol español aquí. Muchos se saben la alineación de la selección, del Madrid, del Barcelona o del Valencia de memoria.

Jerusalén es una ciudad dividida pero anoche la parte judía y la parte árabe estaban pendientes del fútbol. Incluso el glamoroso y exclusivo hotel American Colony – donde se negociaron, en parte, los acuerdos secretos de Oslo – instaló una pantalla gigante para ver el España-Italia.

La mayoría de los palestinos iban con Italia porque, los transalpinos dedicaron su triunfo a la causa cuando ganaron el mundial de España en 1982. Los israelíes estaban divididos.

Es impresionante lo que un simple “pin” del Real Madrid o del Barcelona puede hacer. Cuando los blancos ganaron la penúltima liga, un cordón para colgar el móvil al cuello del equipo de Raúl me ahorró una cola de cientos de personas en un control de la policía palestina.

- ¡Ah español! Raúl, Ronaldiño. ¿Real o Barsa? – Es lo que suelen decir los soldados israelíes cuando piden el pasaporte en la frontera.

El viernes estuvimos con unos milicianos palestinos en la franja de Gaza. Nos llevaron hasta el viejo edificio en el que se esconde su comando. Allí se reunen y preparan su armamento -minas explosivas de fabricación artesanal, fusiles de asalto y lanzagranadas. Nos dieron un gran rodeo para que no pudiéramos reconocer la localización exacta.

- ¿Quién va a ganar? ¿Italia o España? – preguntó el jefe de la célula mientras sujetaba el lanzagranadas con una mano y se colocaba el pasamontañas en la cabeza con la otra.

Hay una tregua entre Israel y la organización integrista Hamas pendiente de un hilo; hay conflicto interminable por la tierra, por el agua y por los derechos que unos y otros reclaman pero, ayer, también había fútbol y, por fin… ganó España.

Ibtisan, Uri y el alto el fuego

En Beit Hanoun es fácil encontrar historias cuando hay que hablar de muerte, miedo y miseria. Desde últimas casas del barrio, se ve la frontera con Israel y, ¡cómo no!, el muro de hormigón de nueve metros que convierte la franja en la cárcel más grande del planeta.

Es difícil, si no imposible, encontrar una sola familia que no haya perdido a alguno de sus miembros porque, Beit Hanoun es una de las localidades palestinas que más sufren las incursiones israelíes. Las casas están acribilladas a balazos y muchas no tienen cristales en las ventanas. Grandes montones de escombros señalan lo que, tiempo atrás, fueron edificios donde vivían personas. Cerca de uno de ellos está la casa de Ibtisan, una mujer palestina que dice tener cincuenta años pero aparenta setenta. Lleva el típico vestido largo y se mueve con dificultad debido al sobrepeso y a una lesión en la cadera.

- El pasado septiembre hubo un ataque contra unos milicianos que estaban tras esas casas – dice señalando unos montones de escombros.

Un proyectil israelí alcanzó la habitación de uno de sus hijos. Cuando su marido salió a socorrerlo, un francotirador israelí le alcanzó en el pecho. Otro hijo salió a recogerlo y los militares israelíes volvieron a tener la misma buena puntería. La historia se repitió cuando su hija, veinteañera, intentó huir. Ibtisan comprendió aquél día cuánto se puede perder, en sólo unos minutos.

Por aquel entonces la familia de Ibtisan ya era pobre y hoy, lo es aun más. Casi treinta personas viven en su casa. Mientras hace el típico pan de pita en un hornillo eléctrico nos cuenta que sólo comen pollo una vez cada quincena y se ríe cuando le pregunto por la carne.

- No nos gusta. Es un sabor que nos resulta extraño – dice.

Ibtisan confía en la tregua alcanzada entre Israel y Hamas, no porque crea que tendrá éxito, sino porque quiere sacar adelante a su familia. No se fía de los israelíes y está convencida de que volverán con sus tanques. Por eso, ha colocado las habitaciones de los niños en la parte trasera de la casa, para protegerlos de los disparos. No cree que el alto el fuego dure mucho pero piensa que cada día de calma puede ser un día más de vida para sus nietos.

Al otro lado del muro, en Israel, está Sderot una ciudad de 50.000 habitantes cuyos primeros tejados se ven desde la casa de Ibtisan. Allí, las paradas de autobús son de hormigón armado, para proteger a los ciudadanos de los cohetes que lanzan los milicianos palestinos.

La última vez que estuve allí hacía un calor sofocante y paramos a tomar un refresco en una tienda de falafel – unas bolas hechas con garbanzo molido y verduras que se fríen en aceite, supuestamente de oliva–. Uri, estaba allí, en pantalones cortos, sentado en una mesa de la terraza. Es un judío asquenazí – una de las dos principales ramas del judaísmo junto a los sefardíes – nacido en Israel.

- ¿Crees que se puede vivir así? – pregunta –. Los palestinos no dejan de tirar cohetes. El muro no es lo suficientemente alto.

Uri también quiere la paz pero no se fía de los palestinos porque cree que sólo utilizarán la tregua para rearmarse. Mientras terminaba su sándwich nos contaba que así es imposible llevar a los niños al colegio o hacer la compra.

- Lo mismo pasa al otro lado – le digo –.

- No, ellos disparan contra civiles.

- Uri, esta semana han matado a cinco niños palestinos.

- Porque los milicianos se esconden entre ellos y los usan de escudos humanos. Y ¿qué quiere que hagamos?, ¿que nos dejemos matar?

Desde principios de este año los cohetes palestinos han matado a cinco civiles israelíes. En el mismo período, las represalias del gobierno de Ehud Olmert han acabado con cerca de 700 palestinos más de la mitad civiles y muchos de ellos, menores de edad.

Óscar Mijallo


¿Desde qué muro? Porque aquí hay muchos muros.
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