Adiós, Lucera, adiós
Lucera, nuestra cabra, nació hace alrededor de un año en Egipto. Sobre sus frágiles patitas marrones pasó de África a Asia a través de lo que quedaba de la línea Filadelfia cuando la organización integrista Hamas echó abajo el muro de hierro que separaba la franja de Gaza del país de los faraones. Fue un golpe audaz contra el draconiano bloqueo israelí que, entonces, igual que ocurre ahora, asfixiaba a la población civil.
El gobierno de Ehud Olmert había sellado la franja debido a los lanzamientos de cohetes Qassam sobre la ciudad de Sderot y sólo permitía el paso de lo estrictamente necesario para evitar una crisis humanitaria. Había numerosos cortes de energía eléctrica y sólo entraban menos de cien camiones diarios cargados de harina, legumbres y algunas medicinas para una población de cerca de un millón y medio de habitantes. El bloqueo había hecho que los productos alimenticios aumentaran varias veces su precio en un lugar donde casi el 80% de la población recibía y recibe algún tipo de ayuda humanitaria.
Saleh pescaba en la playa con el agua hasta la cintura. Descalzo, con un bañador y sin camisa - a pesar de que era el mes de enero - echaba una y otra vez la red para sacar, de vez en cuando, algunos pececillos.
- Tengo la barca en la playa porque no me atrevo a sacarla. Las patrulleras israelíes han ametrallado a algunos compañeros -nos contaba.
El pescado empezaba a escasear, el pan era tres veces más caro que meses antes y el precio de la carne se había multiplicado, en algunos casos, por 10. El cierre de la franja, un territorio de 12 kilómetros de ancho por 40 de largo, impedía la entrada de ganado. Asi que, cuando los integristas derribaron casi un kilómetro del muro que separaba Gaza de Egipto, cientos de miles de gazatíes pasaron en tromba. Querían comprar todo lo que pudieran. Vacas, cabras, gallinas, corderos.... Animales que, cuando la franja se volviera a convertirse en la cárcel más grande del mundo, pudieran proveerles de carne, leche y huevos.
- No tengo tiempo para entrevistas - me dijo Bassem, un palestino que empujaba un carro cargado de comida y botes de zumos - Tengo que hacer todos lo viajes que pueda antes de que vuelvan a cerrar.
El muro era de hierro, de unos dos o tres centímetros de espesor. Para tirarlo lo habían cortado con algún tipo de autógena a unos 50 centímetros o un metro de alto, con lo que los animales no podían pasar y un antiguo camión utilizaba su grúa para pasar en volandas vacas, camellos y burros. Las ovejas y las cabras se pasaban a mano.
Los palestinos vaciaban las estanterías de las tiendas del Rafah egipcio. Compraban de todo: botes de leche para bebés, potitos, pañales, motocicletas, etc. Muchos pastores locales habían llevado sus rebaños a la frontera al oir la noticia de que una multitud de palestinos compraban de todo en el paso. Mientras, nosotros paseábamos grabando imágenes y buscando algo de alcohol, para brindar porque ese día era el cumpleaños de Dani -nuestro operador de cámara- y en Gaza es imposible conseguirlo.
Yo no pude resistirme a lo que algunos llamaron "ansias de consumo de los palestinos". Pensé que, si la Legión tenía una, ¿porqué no podíamos hacer lo mismo nosotros?. Le propuse a Dani comprar a Lucera y aceptó, aunque no pagó su parte hasta meses más tarde.
-Si no la compras tú, otro lo hará - dijo el dueño de Lucera -. Vale, por lo menos, 200 dólares.
El tipo era un árabe de mediana edad que tenía unas cien cabras metidas en una nave. Vestía una túnica azul, muy sucia y olía peor que su ganado. Rodeado de varios familiares se reía, cada vez que le intentábamos bajar el precio, enseñando unos dientes amarillos de tanto fumar la tradicional pipa de agua árabe.
- Por doscientos dólares podemos comprar 20 como esta en España - le dije -. ¿Crees que soy idiota?. Las vendes más caras que en el lado palestino.
- Mi cabra no es como las otras. Pare bien y da más leche -aseguró orgulloso.
- ¿Y a mí qué me importa? La quiero de mascota - respondí.
Al final compramos a Lucera por 50 dólares. Un precio que no estaba mal teniendo en cuenta que incluía una bolsa de mezcla de los mejores piensos - o eso decía el pastor, porque yo creo que llevaba bastante serrín - y un biberón artesanal para destetar a la cabra.
La llevamos al hotel de Gaza en el maletero de un taxi palestino. Era un viejo mercedes amarillo. Como Lucera nunca había montado en uno antes, debido a su corta edad y a que era un cabra, le cagó todo el maletero al taxista de puro miedo.
Lucera no tardó en convertirse en el centro de atención. En Ramattan, la productora palestina que nos da servicio de satélite, pensaban que nos habíamos vuelto gilipollas aunque todos salieron a ver a la cabra y les pareció encantadora.
- Deberías pensar en salir de Gaza - me dijo Mohamed, un editor de video palestino que se rapa el pelo al cero - Demasiado tiempo aquí no es bueno para los europeos. Vete a pasar unos días a España.
La paseaba por la calle atada de una cuerda mientras hacía conexiones teléfónicas para el Canal 24 horas. Nunca dio ningún problemas. Bueno, excepto cuando le presentamos a Laura Caro, la corresponsal de ABC, que se asustó y salió corriendo - la cabra, no Laura -.
Fue un tiempo maravilloso, pero al final, llegó el amargo trago de la despedida. Era un día frío, gris y lluvioso del mes de enero. Dejamos a Lucera con los hijos de Osama, un neurocirujano del hospital de Shifa, en el centro de Gaza. A los chicos les encantó aunque la pequeña, una niña preciosa con unos enormes ojos verdes, al principio se asustó y no paraba de llorar.
Desde aquel día, he llamado con regularidad a Osama para saber de Lucera. Supe que crecía sana y fuerte y que, durante un tiempo, estuvo pastando en un solar donde antes había un cuartel de la Fuerza Ejecutiva de Hamas que fue destruido por un bombardeo de la fuerza aérea israelí. Después, se la llevaron a un terreno que tiene el hermano de mi amigo y allí fue feliz durante un tiempo, correteando como la "Blanquita" de Heidi, pero con más calor.
Fueron los meses de la tregua entre Israel y los integristas. Un período que saltó por los aires cuando, hace alrededor de un mes, la noche de las elecciones estadounidenses, el ejército hebreo atacó la franja de Gaza - según la versión oficial para destruir un túnel por el que Hamas pretendía atacar israel -. El ataque terminó con el alto el fuego y desató nuevos lanzamientos de cohetes Qassam que no han causado vícimas, hasta el momento, pero han provocado un nuevo cierre de los pasos fronterizos.
Hace unos días llamé a Osama para preguntarle qué tal estaba la situación en Gaza tras un mes de cierre total de la frontera. Mis peores presagios se confirmaron.
- ¿Qué tal Osama? - le pregunté - ¿Cómo estáis todos?
- Bien, bien. Mi mujer, los chicos, todos bien.
- ¿Y Lucera?
- ¿La cabra?, bueno, verás, hacía tiempo que no venías... Teníamos una celebración familiar y ya sabes, aquí la situación no es buena.
- ¿Qué quieres decir Osama?
- Bueno, teníamos una especie de banquete para la familia, ya sabes...
- ¿Os habéis comido a Lucera?
- Sí, pero compraremos otra para cuando vengas - dijo.
Para ser sincero, no me extrañó. He de reconocer que estaba sorprendido por el hecho de que en un lugar donde casi el 60% de la población vive bajo el umbral de la pobreza la cabra hubiera sobrevivido tanto tiempo. Siempre pensé que si no la sacrificaban ellos, alguíen la robaría para comérsela.