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Levitas enfurecidas

Shivtei Israel, mi antigua calle en Jerusalén, muestra los destrozos que los haredines han hecho estos días. Es la calle principal de las que unen Mea Shearim, el barrio ultraortodoxo por excelencia de Jerusalén, con la ciudad vieja. La que los vecinos radicales de ese barrio usan para ir al Muro de las Lamentaciones y allí está el ayuntamiento. Por eso, ha sido uno de los centros de los disturbios.

Los haredíes se han lanzado a romper señales de tráfico y semáforos y a apedrear a la policía que ha detenido a varios de ellos. La basura está esparcida por la calzada y las aceras y también se ven restos de hogueras. También hay algunos cristales rotos a pedradas, entre ellos, el de la tienda de Falafel del hijo de mi anterior casera. Lo siento, ella era una vieja bruja pero él era simpático.

-¡Qué tal! -me pregunta el frutero, del que no recuerdo el nombre. Es un tipo flaco y tranquilo con bigote. Muy moreno. Siempre con la ropa sucia.

-Parece que se han enfadado -respondo.

-Deberían detenerlos a todos. Están tan locos como la mujer esa. ¡Llevo dos días con la tienda cerrada!

La mujer a la que se refiere el frutero es una ultraortodoxa de las sectas más radicales de Jerusalén de la que aún no se ha publicado el nombre. Algunos dicen que intentó matar a su hijo de hambre. El chico tiene tres años y pesa sólo siete kilos. En la foto que publican los diarios, aparece un chiquillo casi sin pelo, con los pómulos y las costillas muy marcadas y recuerda, tristemente, a las de los campos de concentración de la segunda guerra mundial.

La mujer, dicen los especialistas, tiene el síndrome de Munchaussen. Se trata de un trastorno psicológico por el que los afectados tratan de llamar la atención causando daño a otra persona. Las autoridades sanitarias lo advirtieron cuando atendían al niño y retiraron la custodia a la madre.

-Han hecho lo que tenían que hacer -dice el frutero-, quitarle al chico y renerla a ella. Estos son unos locos.

-Pues parece que va a seguir le digo.

Ya van tres días de protestas que reflejan las tensiones que existen entre los propios judíos, laicos y religiosos, y que, a menudo, acaban con los últimos destrozando cosas. Las últimas han sido unas protestas por un parking que abría en Shabbat.

Sigo caminando hacía mi antigua casa. Aprovechando que ya ha bajado el calor, se oyen las voces de los chicos que juegan al futbol en un parque cercano. La temperatura es agradable y si no fuera por el olor a basura quemada, habría un agradable olor a flores de los jardines que rodean el campo de fútbol. Lo sé bien porque viví allí durante casi un año.

-Mira lo que han hecho -me dice en inglés mi antigua casera que me ha reconocido, desgraciadamente- han quemado mi contenedor y las llamas han vuelto a quemar el granado.

-Pues nada, ¡a joderse! -le digo en español.

-¿Cómo?

-I´m very sorry -respondo en inglés para que me entienda.

En el año que yo viví allí, me lo quemaron tres veces en distintas protestas. Llegabas a tirar la basura y no había contenedor. Una de ellas el fuego alcanzó el granado que había bajo mi terraza y estuvo a punto de pasarse a la casa. Era el día del orgullo gay y mi mujer llegaba al aeropuerto desde Madrid. Lo apagué con una manguera de agua pero los haredines volvieron a insistir. Bajé y me encaré con ellos, que no estaban dispuestos a desistir.

-¿Qué haces? ¿No ves que vas a quemar mi casa?

El haredí, un tipo de mediana edad con una barba larga y poblada, me respondió en algo que podía ser hebreo o yidish -el dialecto de los judíos ultraortodoxos de europa del este-, haciendo aspavientos que yo entendí como amenazas. Claro, el tampoco me entendía a mí y debió pensar que era un laico que se le enfrentaba. Busqué a otro ultra que hablara inglés.

-¡Por favor! -le dije a mi traductor- dígale a éste que me van a quemar la casa.

-¡Hay que protestar contra los homosexuales! -respondió el ultraortodoxo-. ¡Mancillan el suelo de Jerusalén!.

-Vale, pero la casa es mía -le dije-. Mira, si quemáis el contenedor ahí, además de quemarme la casa molesta poco. ¿Por qué no lo lleváis al medio de la calle y lo hacéis allí que además conseguiréis cortarla?.

El ultra se atuvo a razones y junto con su cuadrilla de vándalos quemaron el contenedor en medio de la calle. Algunos de ellos tendrían más de 40 años, no eran unos chicos. Al verles hacer el salvaje recordé el nombre de la calle, Shivtei Israel, que en hebreo significa "las tribus de Israel". Pensé que estaba muy bien puesto.

¡Qué diferencia con otros religiosos!. Por ejemplo Yehuda, el director de Breaking the Silence, una ONG formada por ex-combatientes israelíes. Es un tipo gordo, alto y generalmente va sin afeitar pero es extremadamente educado. Su organización ha publicado un informe de militares que participaron en la guerra de Gaza, el pasado mes de diciembre. Es de lo más variopinta, junto a religiosos hay anarquistas con rastas y todos juntos defienden un ejército con moralidad. Una tarea difícil que demuestra lo extraña y sorprendente que es la sociedad civil israelí.

7 Comentarios

Acabo de ver tu crónica en el TD1 y encontrar aquí un añadido es fantástico. Gracias por contar tan fielmente lo que pasa por esa tierra. Y ánimo, porque parece que el estruendo durará un rato largo...

Perdona, pero podrías aclararme lo de "haredines". ¿Qué son exactamente?


Está claro que las palabras con ultra delante, sobre todo las que hacen referencia a la religión y a la política, esconden peligro(s) y poco bueno resulta de ellas.
Muy curioso lo de la mezcla en la ONG, de la que estos días he leído el informe (parte, supongo) y, en fin, sin palabras. Choca sí, lo de los haredin y estos otros religiosos.
Un saludo.

Solamente quería hacer una pequeña aclaración. En hebreo la palabra "jaredí", no "haredín", se utiliza para referirse a los judíos ortodoxos. Suelen reconocerse por sus vestiduras negras, barbas y sombrero.

Y otro detallido, Óscar, si tanto tiempo llevas en Israel, ¿podrías haber aprendido algo de hebreo no?

Hola, solo un aviso. Hay un typo en esta parte:

... quitarle al chico y renerla a

Falta un TE.

:-)

Hola Oscar,
¿Cómo va todo? Ya veo que súper.
Un besito y otro a L.
Gema

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Óscar Mijallo


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