2 posts de agosto 2009

La reislamización de Gaza

La casa olía a humedad y a rancio y el salón estaba envuelto en una penumbra fría. En las paredes había unos iconos modernos enmarcados sencillamente, como suelen tener los cristianos ortodoxos de Gaza. Dos mujeres y tres chicas de unos veinte años se sentaban en varios sillones tapados con mantas bastante desgastadas. Una de las mujeres, demacrada y ojerosa, acurrucada en uno de los sillones se cubría con una colcha.

-Yo la conozco -me dice mi productor- Ha adelgazado muchísimo. Hace un par de meses debía pesar quince kilos más. Debe estar enferma.

Jamia, la otra mujer, de unos 60 años, se levanta para colocar el plástico que impide que el frío entre por una de las ventanas. Los cristales se rompieron durante los bombardeos de la operación Plómo Sólido, a principios de año y meses después aun no han podido reponerlos.

-Su marido murió durante la guerra -nos cuenta Jamia- era mi hijo. Tenía tres niñas.

Cuando esto ocurrió faltaba poco para la visita del Papa y la corresponsal de La Gazeta de los Negocios, Lourdes Baeza, estaba preparando un reportaje sobre la situación de los cristianos.

-¿Te importa que vaya? -la dije el día antes, en el hotel- puede ser interesante.

-Para nada -respondió.

Fue un error y lo comprobamos al poco de comenzar la entrevista. Lourdes preguntaba sobre la situación de los cristianos y todas las repuestas eran terriblemente correctas.

-Estamos bien -era la contestación tipo de Rada, una de las chicas jóvenes- Hamas no se mete con nosotros. El problema son los israelíes. Hamas no oprime a los cristianos. Si no llevamos pañuelo no pasa nada. Si lo hacemos es porque queremos.

Entonces sonó el móvil de mi productor y éste salió del salón.

-Si no te importa preferiría que hiciéramos la entrevista por teléfono, más tarde - le dijo la chica a Lourdes - el productor es musulmán y preferiría no contarte todo delante de él.

Intenté explicarle que Nasser, era totalmente laico y, por supuesto, un profesional, que tendría la boca cerrada, pero ella insistía. Lo que Rada tenía que contar no me pareció especialmente importante en aquel momento. No entendí bien porqué tanta precaución. La chica decía que no había recibido amenazas ni agresiones, pero que oía los comentarios de la gente cuando no llevaba el pañuelo cubriéndola el pelo. Se quejaba de que la actitud de la sociedad les hacía, cada vez más dificil, salir descubiertas o en manga corta. Menos de cuatro meses después, Hamas le da la razón. Los grupos menos conservadores y defensores de los derechos humanos denuncian que los integristas han prohibido que las abogadas vayan con el cabello descubierto y sin vestidos largos a los juicios. Aseguran que en las escuelas el pañuelo es obligatorio para las niñas y a la que no lo lleve la mandan a su casa y que, de ahora en adelante, no habrá profesores masculinos en los colegios de chicas ni profesoras en los de chicos.

Hace unos diez días volví a Gaza. Era pleno Ramadán, el mes sagrado de los musulmanes en el que ayunan durante el día e incluso se abstienen de fumar. Este año ha caído en verano y es especialmente duro porque los días son más largos y hace más calor. Por eso, llevábamos abiertas las ventanillas de nuestro viejo Mercedes amarillo mientras el equipo de rodaje y yo íbamos a uno de los colegios públicos donde, supuestamente, Hamas ha impuesto el pañúelo islámico.

-¿Os importa que fume? -les dije.

Era una pregunta retórica, por respeto, ya que sabía que me dirían que sí. Los que trabajan para los medios de comunicación están habituados a los extranjeros y son muy liberales en cuanto al cumplimiento de los preceptos religiosos.

-No -contesto Mohammed, el cámara -pero no salgas del coche y procura que no te vea la policía.

-¿Tan mal está la cosa?. Hace un par de años pase aquí el Ramadán y nadie nos decía nada por fumar por la calle.

-Ya, pero ahora es diferente. Está Hamas. El otro día se presentaron varios agentes en la oficina. Decían que alguien les había dicho que había gente en la empresa que se saltaba el ayuno.

Recuerdo que en mi primer viaje a Gaza, en 2003, lo que más me sorprendió fue la playa. Nunca había visto con mis propios ojos bañarse vestidas de pies a cabeza a la mujeres. Y cuando digo vestidas me refiero a con abrigo largo, pañuelo y pantalones vaqueros debajo.

-Pero es un peligro -le dije entonces a Bahjet, mi traductor- esa ropa mojada pesa mucho, podrían ahogarse.

Bahjet dio otra profunda calada al narghile -la popular pipa de agua- que se estaba fumando, sentado en la terraza del Hotel Beach. Las burbujas gorgotearon y después, echando la cabeza hacia atrás, exhaló una bocanada de humo espeso, con olor a tabaco de manzana y anís.

-La ropa mojada no es un problema porque la mayoría no saben nadar así que, no se alejarán de la orilla -respondió- De todas maneras, si no se bañaran vestidas las mataría su padre o su marido. Gaza es Gaza y siempre ha sido así. Incluso los de Fatah son conservadores. Fíjate en esos chicos. Sólo uno lleva el torso descubierto. Van en camiseta.

Es cierto que Gaza siempre ha sido muy conservadora pero ahora la cosa va a más. Hamas no ha aprobado ninguna norma oficial para imponer la ley islámica pero organizaciones no gubernamentales y grupos pro derechos civiles denuncian que los islamistas la están imponiendo de facto. Cierto es que Gaza no es Khartun o Kabul. En la capital sudanesa Lubna Ahmed Husein se ha enfrentado a una pena de 40 latigazos por llevar pantalones en público. Ella no se ha doblegado y ha renunciado a la inmunidad que le daba su trabajo en las Naciones Unidas para plantar cara al gobierno islamista. Hace falta mucho valor para enfrentarse a los que tienen el poder y esconden la intransigencia, la intolerancia y la barbarie tras la piedad religiosa o las diferencias culturales. Quizás el ejemplo de Lubna sirva para empezar a parar los pies a los fanáticos disfrazados de piadosos.

Al-Fatah desde la grada

Varios caza-bombarderos israelíes cruzan el cielo de Belén. Una, dos, tres veces en menos de media hora. Es el segundo día del VI congreso de al-Fatah y supongo que quieren demostrar a los asistentes, ex-combatientes palestinos venidos de todas partes de Cisjordania y el exilio, que están ahí.

Hace 20 años que la formación no celebra una de estas reuniones. Deben renovar sus órganos principales, el Comité Central y el Consejo Revolucionario y decidir qué políticas seguir con respecto a la organización integrista Hamas y en las negociaciones de paz con Israel.

Es un día muy caluroso aunque en la plaza de la Natividad corre, de vez en cuando, un poco de brisa que se agradece cuando uno lleva chaqueta y corbata. Me acerco a un corro de cuatro o cinco personas que hay alrededor de una de los pequeños restaurantes que venden falafel, unas bolas de pasta de garbanzo y verduras que se frien en una gran sartén que, en esta ocasión, desprende un inteso olor a fritanga.

-Hola, ¿me pone uno y una Mirinda? -no tengo hambre pero quiero hablar.

-Por supuesto -responde el vendedor. Un tipo flaco, con el pelo blanco y bigote.

-Hay mucha gente. Hoy irá bien el negocio -digo-.

-Sí. Debería haber un congreso de estos cada semana. No servirá para mucho pero al menos vendemos más.

-¿De dénde eres?. Pregunta uno de los tipos del corro.

-Español. Trabajo para Televisión Española.

-¡Ah, España!. "Barselona", Real Madrid, Messi, Cristiano Ronaldo. ¿Real Madrid o Barça?

-Real Madrid.

En realidad yo soy del Betis, pero como mantengo esta conversación unas cuatro o cinco veces diarias y ahora la mayoría de los palestinos son del Barça, digo del Madrid para animar la charla.

-¡No! ¡Barça mejor! - responden varios a la vez.

-Y tú, ¿Hamas o Fatah? -pregunto.

-Fatah, Fatah.

-Pero Hamas es mejor -le digo- Es como el Barcelona, siempre gana.

-Sí -me dice el tipo. Fatah como Real Madrid. No es buen equipo. Todos las estrellas juegan para ellos, no para el equipo. Por eso no ganan.

El comentario hace reir a todos. Me siento con ellos y empiezo a comer el falafel. Ya han empezado a discutir entre ellos sobre Fatah y el congreso, el primero sin Yasser Arafat, el histórico líder y fundador de la coalición. Otro tipo que debe rondar los cuarenta años y lleva un tatuaje en el brazo que no alcanzo a distinguir ataca a los dirigentes tradicionales del partido con vehemencia.

-¡Hay que echarlos a todos! -Dice mientras deja su vasito de té con menta en una bandeja y comienza su perorata- ¡Todos fuera!. Desde el presidente Abbas al último. Nos han llevado a la ruina. Han fracasado con Israel que se queda con la tierra en Cisjordania y también han fracasado con Hamas en Gaza. Necesitamos sangre nueva.

El tipo defiende la postura de los que se han llamado "nuevas generaciones". Es un calificativo chocante porque muchos de ellos pasan, de largo los cuarenta años. Son los que hicieron la primera Intifada en los Territorios Ocupados. Los que se enfrentaron a lsrael a pedradas y sufrieron las detenciones e interrogatorios mientras Arafat y su círculo se elegían entre ellos en el congreso de 1989 en Túnez. Desde entonces han luchado, pero no han logrado puestos de poder.

-El único bueno es Barghouti -asegura otro de los presentes en alusión al dirigente renovador que Israel mantiene en prisión- al menos no ha robado.

-¡Claro que no ha robado! -dice el vendedor mientras con una gran espumadera mueve las bolas de falafel en la sartén gigante- porque está en la cárcel.

Las risas que estallan en el grupo denotan que son amigos y que están de broma poque ese cometario sobre Barghouti podría comenzar una peligrosa discusión en otro momento. Marwan Barghouti es uno de los pocos líderes de al-Fatah que goza de buena reputación. Algunos le llaman el Mandela palestino. Fue líder de los Tanzim, una milicia de al-Fatah muy activa contra la ocupación israelí, responsable de varios ataques. Israel le capturó y condenó a varias cadenas perpetuas.

-Si él estuviera aquí, no quedaría ni rastro de Abu Mazen y de sus ladrones -dice el exaltado del tatuaje, que se llama Samer.

-Pero él no está aquí y quienes han venido dicen que son igual de corruptos -interrumpo.

-No todos -repite el exaltado- Hay gente que quiere poner otro rumbo.

-Samer -interviene otro de los del grupo- deberías estar ahí dentro, en el cogreso. Van a llevarse tu parte.

Samer le tira una bola de falafel y comenzan a discutir en árabe y a pelear en broma mientras los demás reimos.

-Entonces, ¿creéis que este congreso no sirve para nada? -pregunto.

El vendedor me mira y termina de sacar otra tanda de falafel de la gran sartén. Miro el aceite oscuro y humeante y pienso que no lo han cambiado desde el anterior congreso de al-Fatah.

-Fatah es Fatah -dice mientras se limpia las manos el delantal- Gane quien gane, nada va a cambiar.

Pago y me despido. Le doy vueltas a lo que me han dicho. Quizás sea cierto que todo seguirá igual y que a los únicos que les interesa el congreso es a los miembros de la coalición. Me alejo pero el olor a fritanga que despide la gran sartén se viene conmigo. Gracias a Dios la televisión, todavía, no transmite olores.

Óscar Mijallo


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