La reislamización de Gaza
La casa olía a humedad y a rancio y el salón estaba envuelto en una penumbra fría. En las paredes había unos iconos modernos enmarcados sencillamente, como suelen tener los cristianos ortodoxos de Gaza. Dos mujeres y tres chicas de unos veinte años se sentaban en varios sillones tapados con mantas bastante desgastadas. Una de las mujeres, demacrada y ojerosa, acurrucada en uno de los sillones se cubría con una colcha.
-Yo la conozco -me dice mi productor- Ha adelgazado muchísimo. Hace un par de meses debía pesar quince kilos más. Debe estar enferma.
Jamia, la otra mujer, de unos 60 años, se levanta para colocar el plástico que impide que el frío entre por una de las ventanas. Los cristales se rompieron durante los bombardeos de la operación Plómo Sólido, a principios de año y meses después aun no han podido reponerlos.
-Su marido murió durante la guerra -nos cuenta Jamia- era mi hijo. Tenía tres niñas.
Cuando esto ocurrió faltaba poco para la visita del Papa y la corresponsal de La Gazeta de los Negocios, Lourdes Baeza, estaba preparando un reportaje sobre la situación de los cristianos.
-¿Te importa que vaya? -la dije el día antes, en el hotel- puede ser interesante.
-Para nada -respondió.
Fue un error y lo comprobamos al poco de comenzar la entrevista. Lourdes preguntaba sobre la situación de los cristianos y todas las repuestas eran terriblemente correctas.
-Estamos bien -era la contestación tipo de Rada, una de las chicas jóvenes- Hamas no se mete con nosotros. El problema son los israelíes. Hamas no oprime a los cristianos. Si no llevamos pañuelo no pasa nada. Si lo hacemos es porque queremos.
Entonces sonó el móvil de mi productor y éste salió del salón.
-Si no te importa preferiría que hiciéramos la entrevista por teléfono, más tarde - le dijo la chica a Lourdes - el productor es musulmán y preferiría no contarte todo delante de él.
Intenté explicarle que Nasser, era totalmente laico y, por supuesto, un profesional, que tendría la boca cerrada, pero ella insistía. Lo que Rada tenía que contar no me pareció especialmente importante en aquel momento. No entendí bien porqué tanta precaución. La chica decía que no había recibido amenazas ni agresiones, pero que oía los comentarios de la gente cuando no llevaba el pañuelo cubriéndola el pelo. Se quejaba de que la actitud de la sociedad les hacía, cada vez más dificil, salir descubiertas o en manga corta. Menos de cuatro meses después, Hamas le da la razón. Los grupos menos conservadores y defensores de los derechos humanos denuncian que los integristas han prohibido que las abogadas vayan con el cabello descubierto y sin vestidos largos a los juicios. Aseguran que en las escuelas el pañuelo es obligatorio para las niñas y a la que no lo lleve la mandan a su casa y que, de ahora en adelante, no habrá profesores masculinos en los colegios de chicas ni profesoras en los de chicos.
Hace unos diez días volví a Gaza. Era pleno Ramadán, el mes sagrado de los musulmanes en el que ayunan durante el día e incluso se abstienen de fumar. Este año ha caído en verano y es especialmente duro porque los días son más largos y hace más calor. Por eso, llevábamos abiertas las ventanillas de nuestro viejo Mercedes amarillo mientras el equipo de rodaje y yo íbamos a uno de los colegios públicos donde, supuestamente, Hamas ha impuesto el pañúelo islámico.
-¿Os importa que fume? -les dije.
Era una pregunta retórica, por respeto, ya que sabía que me dirían que sí. Los que trabajan para los medios de comunicación están habituados a los extranjeros y son muy liberales en cuanto al cumplimiento de los preceptos religiosos.
-No -contesto Mohammed, el cámara -pero no salgas del coche y procura que no te vea la policía.
-¿Tan mal está la cosa?. Hace un par de años pase aquí el Ramadán y nadie nos decía nada por fumar por la calle.
-Ya, pero ahora es diferente. Está Hamas. El otro día se presentaron varios agentes en la oficina. Decían que alguien les había dicho que había gente en la empresa que se saltaba el ayuno.
Recuerdo que en mi primer viaje a Gaza, en 2003, lo que más me sorprendió fue la playa. Nunca había visto con mis propios ojos bañarse vestidas de pies a cabeza a la mujeres. Y cuando digo vestidas me refiero a con abrigo largo, pañuelo y pantalones vaqueros debajo.
-Pero es un peligro -le dije entonces a Bahjet, mi traductor- esa ropa mojada pesa mucho, podrían ahogarse.
Bahjet dio otra profunda calada al narghile -la popular pipa de agua- que se estaba fumando, sentado en la terraza del Hotel Beach. Las burbujas gorgotearon y después, echando la cabeza hacia atrás, exhaló una bocanada de humo espeso, con olor a tabaco de manzana y anís.
-La ropa mojada no es un problema porque la mayoría no saben nadar así que, no se alejarán de la orilla -respondió- De todas maneras, si no se bañaran vestidas las mataría su padre o su marido. Gaza es Gaza y siempre ha sido así. Incluso los de Fatah son conservadores. Fíjate en esos chicos. Sólo uno lleva el torso descubierto. Van en camiseta.
Es cierto que Gaza siempre ha sido muy conservadora pero ahora la cosa va a más. Hamas no ha aprobado ninguna norma oficial para imponer la ley islámica pero organizaciones no gubernamentales y grupos pro derechos civiles denuncian que los islamistas la están imponiendo de facto. Cierto es que Gaza no es Khartun o Kabul. En la capital sudanesa Lubna Ahmed Husein se ha enfrentado a una pena de 40 latigazos por llevar pantalones en público. Ella no se ha doblegado y ha renunciado a la inmunidad que le daba su trabajo en las Naciones Unidas para plantar cara al gobierno islamista. Hace falta mucho valor para enfrentarse a los que tienen el poder y esconden la intransigencia, la intolerancia y la barbarie tras la piedad religiosa o las diferencias culturales. Quizás el ejemplo de Lubna sirva para empezar a parar los pies a los fanáticos disfrazados de piadosos.