La reislamización de Gaza

La casa olía a humedad y a rancio y el salón estaba envuelto en una penumbra fría. En las paredes había unos iconos modernos enmarcados sencillamente, como suelen tener los cristianos ortodoxos de Gaza. Dos mujeres y tres chicas de unos veinte años se sentaban en varios sillones tapados con mantas bastante desgastadas. Una de las mujeres, demacrada y ojerosa, acurrucada en uno de los sillones se cubría con una colcha.

-Yo la conozco -me dice mi productor- Ha adelgazado muchísimo. Hace un par de meses debía pesar quince kilos más. Debe estar enferma.

Jamia, la otra mujer, de unos 60 años, se levanta para colocar el plástico que impide que el frío entre por una de las ventanas. Los cristales se rompieron durante los bombardeos de la operación Plómo Sólido, a principios de año y meses después aun no han podido reponerlos.

-Su marido murió durante la guerra -nos cuenta Jamia- era mi hijo. Tenía tres niñas.

Cuando esto ocurrió faltaba poco para la visita del Papa y la corresponsal de La Gazeta de los Negocios, Lourdes Baeza, estaba preparando un reportaje sobre la situación de los cristianos.

-¿Te importa que vaya? -la dije el día antes, en el hotel- puede ser interesante.

-Para nada -respondió.

Fue un error y lo comprobamos al poco de comenzar la entrevista. Lourdes preguntaba sobre la situación de los cristianos y todas las repuestas eran terriblemente correctas.

-Estamos bien -era la contestación tipo de Rada, una de las chicas jóvenes- Hamas no se mete con nosotros. El problema son los israelíes. Hamas no oprime a los cristianos. Si no llevamos pañuelo no pasa nada. Si lo hacemos es porque queremos.

Entonces sonó el móvil de mi productor y éste salió del salón.

-Si no te importa preferiría que hiciéramos la entrevista por teléfono, más tarde - le dijo la chica a Lourdes - el productor es musulmán y preferiría no contarte todo delante de él.

Intenté explicarle que Nasser, era totalmente laico y, por supuesto, un profesional, que tendría la boca cerrada, pero ella insistía. Lo que Rada tenía que contar no me pareció especialmente importante en aquel momento. No entendí bien porqué tanta precaución. La chica decía que no había recibido amenazas ni agresiones, pero que oía los comentarios de la gente cuando no llevaba el pañuelo cubriéndola el pelo. Se quejaba de que la actitud de la sociedad les hacía, cada vez más dificil, salir descubiertas o en manga corta. Menos de cuatro meses después, Hamas le da la razón. Los grupos menos conservadores y defensores de los derechos humanos denuncian que los integristas han prohibido que las abogadas vayan con el cabello descubierto y sin vestidos largos a los juicios. Aseguran que en las escuelas el pañuelo es obligatorio para las niñas y a la que no lo lleve la mandan a su casa y que, de ahora en adelante, no habrá profesores masculinos en los colegios de chicas ni profesoras en los de chicos.

Hace unos diez días volví a Gaza. Era pleno Ramadán, el mes sagrado de los musulmanes en el que ayunan durante el día e incluso se abstienen de fumar. Este año ha caído en verano y es especialmente duro porque los días son más largos y hace más calor. Por eso, llevábamos abiertas las ventanillas de nuestro viejo Mercedes amarillo mientras el equipo de rodaje y yo íbamos a uno de los colegios públicos donde, supuestamente, Hamas ha impuesto el pañúelo islámico.

-¿Os importa que fume? -les dije.

Era una pregunta retórica, por respeto, ya que sabía que me dirían que sí. Los que trabajan para los medios de comunicación están habituados a los extranjeros y son muy liberales en cuanto al cumplimiento de los preceptos religiosos.

-No -contesto Mohammed, el cámara -pero no salgas del coche y procura que no te vea la policía.

-¿Tan mal está la cosa?. Hace un par de años pase aquí el Ramadán y nadie nos decía nada por fumar por la calle.

-Ya, pero ahora es diferente. Está Hamas. El otro día se presentaron varios agentes en la oficina. Decían que alguien les había dicho que había gente en la empresa que se saltaba el ayuno.

Recuerdo que en mi primer viaje a Gaza, en 2003, lo que más me sorprendió fue la playa. Nunca había visto con mis propios ojos bañarse vestidas de pies a cabeza a la mujeres. Y cuando digo vestidas me refiero a con abrigo largo, pañuelo y pantalones vaqueros debajo.

-Pero es un peligro -le dije entonces a Bahjet, mi traductor- esa ropa mojada pesa mucho, podrían ahogarse.

Bahjet dio otra profunda calada al narghile -la popular pipa de agua- que se estaba fumando, sentado en la terraza del Hotel Beach. Las burbujas gorgotearon y después, echando la cabeza hacia atrás, exhaló una bocanada de humo espeso, con olor a tabaco de manzana y anís.

-La ropa mojada no es un problema porque la mayoría no saben nadar así que, no se alejarán de la orilla -respondió- De todas maneras, si no se bañaran vestidas las mataría su padre o su marido. Gaza es Gaza y siempre ha sido así. Incluso los de Fatah son conservadores. Fíjate en esos chicos. Sólo uno lleva el torso descubierto. Van en camiseta.

Es cierto que Gaza siempre ha sido muy conservadora pero ahora la cosa va a más. Hamas no ha aprobado ninguna norma oficial para imponer la ley islámica pero organizaciones no gubernamentales y grupos pro derechos civiles denuncian que los islamistas la están imponiendo de facto. Cierto es que Gaza no es Khartun o Kabul. En la capital sudanesa Lubna Ahmed Husein se ha enfrentado a una pena de 40 latigazos por llevar pantalones en público. Ella no se ha doblegado y ha renunciado a la inmunidad que le daba su trabajo en las Naciones Unidas para plantar cara al gobierno islamista. Hace falta mucho valor para enfrentarse a los que tienen el poder y esconden la intransigencia, la intolerancia y la barbarie tras la piedad religiosa o las diferencias culturales. Quizás el ejemplo de Lubna sirva para empezar a parar los pies a los fanáticos disfrazados de piadosos.

Al-Fatah desde la grada

Varios caza-bombarderos israelíes cruzan el cielo de Belén. Una, dos, tres veces en menos de media hora. Es el segundo día del VI congreso de al-Fatah y supongo que quieren demostrar a los asistentes, ex-combatientes palestinos venidos de todas partes de Cisjordania y el exilio, que están ahí.

Hace 20 años que la formación no celebra una de estas reuniones. Deben renovar sus órganos principales, el Comité Central y el Consejo Revolucionario y decidir qué políticas seguir con respecto a la organización integrista Hamas y en las negociaciones de paz con Israel.

Es un día muy caluroso aunque en la plaza de la Natividad corre, de vez en cuando, un poco de brisa que se agradece cuando uno lleva chaqueta y corbata. Me acerco a un corro de cuatro o cinco personas que hay alrededor de una de los pequeños restaurantes que venden falafel, unas bolas de pasta de garbanzo y verduras que se frien en una gran sartén que, en esta ocasión, desprende un inteso olor a fritanga.

-Hola, ¿me pone uno y una Mirinda? -no tengo hambre pero quiero hablar.

-Por supuesto -responde el vendedor. Un tipo flaco, con el pelo blanco y bigote.

-Hay mucha gente. Hoy irá bien el negocio -digo-.

-Sí. Debería haber un congreso de estos cada semana. No servirá para mucho pero al menos vendemos más.

-¿De dénde eres?. Pregunta uno de los tipos del corro.

-Español. Trabajo para Televisión Española.

-¡Ah, España!. "Barselona", Real Madrid, Messi, Cristiano Ronaldo. ¿Real Madrid o Barça?

-Real Madrid.

En realidad yo soy del Betis, pero como mantengo esta conversación unas cuatro o cinco veces diarias y ahora la mayoría de los palestinos son del Barça, digo del Madrid para animar la charla.

-¡No! ¡Barça mejor! - responden varios a la vez.

-Y tú, ¿Hamas o Fatah? -pregunto.

-Fatah, Fatah.

-Pero Hamas es mejor -le digo- Es como el Barcelona, siempre gana.

-Sí -me dice el tipo. Fatah como Real Madrid. No es buen equipo. Todos las estrellas juegan para ellos, no para el equipo. Por eso no ganan.

El comentario hace reir a todos. Me siento con ellos y empiezo a comer el falafel. Ya han empezado a discutir entre ellos sobre Fatah y el congreso, el primero sin Yasser Arafat, el histórico líder y fundador de la coalición. Otro tipo que debe rondar los cuarenta años y lleva un tatuaje en el brazo que no alcanzo a distinguir ataca a los dirigentes tradicionales del partido con vehemencia.

-¡Hay que echarlos a todos! -Dice mientras deja su vasito de té con menta en una bandeja y comienza su perorata- ¡Todos fuera!. Desde el presidente Abbas al último. Nos han llevado a la ruina. Han fracasado con Israel que se queda con la tierra en Cisjordania y también han fracasado con Hamas en Gaza. Necesitamos sangre nueva.

El tipo defiende la postura de los que se han llamado "nuevas generaciones". Es un calificativo chocante porque muchos de ellos pasan, de largo los cuarenta años. Son los que hicieron la primera Intifada en los Territorios Ocupados. Los que se enfrentaron a lsrael a pedradas y sufrieron las detenciones e interrogatorios mientras Arafat y su círculo se elegían entre ellos en el congreso de 1989 en Túnez. Desde entonces han luchado, pero no han logrado puestos de poder.

-El único bueno es Barghouti -asegura otro de los presentes en alusión al dirigente renovador que Israel mantiene en prisión- al menos no ha robado.

-¡Claro que no ha robado! -dice el vendedor mientras con una gran espumadera mueve las bolas de falafel en la sartén gigante- porque está en la cárcel.

Las risas que estallan en el grupo denotan que son amigos y que están de broma poque ese cometario sobre Barghouti podría comenzar una peligrosa discusión en otro momento. Marwan Barghouti es uno de los pocos líderes de al-Fatah que goza de buena reputación. Algunos le llaman el Mandela palestino. Fue líder de los Tanzim, una milicia de al-Fatah muy activa contra la ocupación israelí, responsable de varios ataques. Israel le capturó y condenó a varias cadenas perpetuas.

-Si él estuviera aquí, no quedaría ni rastro de Abu Mazen y de sus ladrones -dice el exaltado del tatuaje, que se llama Samer.

-Pero él no está aquí y quienes han venido dicen que son igual de corruptos -interrumpo.

-No todos -repite el exaltado- Hay gente que quiere poner otro rumbo.

-Samer -interviene otro de los del grupo- deberías estar ahí dentro, en el cogreso. Van a llevarse tu parte.

Samer le tira una bola de falafel y comenzan a discutir en árabe y a pelear en broma mientras los demás reimos.

-Entonces, ¿creéis que este congreso no sirve para nada? -pregunto.

El vendedor me mira y termina de sacar otra tanda de falafel de la gran sartén. Miro el aceite oscuro y humeante y pienso que no lo han cambiado desde el anterior congreso de al-Fatah.

-Fatah es Fatah -dice mientras se limpia las manos el delantal- Gane quien gane, nada va a cambiar.

Pago y me despido. Le doy vueltas a lo que me han dicho. Quizás sea cierto que todo seguirá igual y que a los únicos que les interesa el congreso es a los miembros de la coalición. Me alejo pero el olor a fritanga que despide la gran sartén se viene conmigo. Gracias a Dios la televisión, todavía, no transmite olores.

Levitas enfurecidas

Shivtei Israel, mi antigua calle en Jerusalén, muestra los destrozos que los haredines han hecho estos días. Es la calle principal de las que unen Mea Shearim, el barrio ultraortodoxo por excelencia de Jerusalén, con la ciudad vieja. La que los vecinos radicales de ese barrio usan para ir al Muro de las Lamentaciones y allí está el ayuntamiento. Por eso, ha sido uno de los centros de los disturbios.

Los haredíes se han lanzado a romper señales de tráfico y semáforos y a apedrear a la policía que ha detenido a varios de ellos. La basura está esparcida por la calzada y las aceras y también se ven restos de hogueras. También hay algunos cristales rotos a pedradas, entre ellos, el de la tienda de Falafel del hijo de mi anterior casera. Lo siento, ella era una vieja bruja pero él era simpático.

-¡Qué tal! -me pregunta el frutero, del que no recuerdo el nombre. Es un tipo flaco y tranquilo con bigote. Muy moreno. Siempre con la ropa sucia.

-Parece que se han enfadado -respondo.

-Deberían detenerlos a todos. Están tan locos como la mujer esa. ¡Llevo dos días con la tienda cerrada!

La mujer a la que se refiere el frutero es una ultraortodoxa de las sectas más radicales de Jerusalén de la que aún no se ha publicado el nombre. Algunos dicen que intentó matar a su hijo de hambre. El chico tiene tres años y pesa sólo siete kilos. En la foto que publican los diarios, aparece un chiquillo casi sin pelo, con los pómulos y las costillas muy marcadas y recuerda, tristemente, a las de los campos de concentración de la segunda guerra mundial.

La mujer, dicen los especialistas, tiene el síndrome de Munchaussen. Se trata de un trastorno psicológico por el que los afectados tratan de llamar la atención causando daño a otra persona. Las autoridades sanitarias lo advirtieron cuando atendían al niño y retiraron la custodia a la madre.

-Han hecho lo que tenían que hacer -dice el frutero-, quitarle al chico y renerla a ella. Estos son unos locos.

-Pues parece que va a seguir le digo.

Ya van tres días de protestas que reflejan las tensiones que existen entre los propios judíos, laicos y religiosos, y que, a menudo, acaban con los últimos destrozando cosas. Las últimas han sido unas protestas por un parking que abría en Shabbat.

Sigo caminando hacía mi antigua casa. Aprovechando que ya ha bajado el calor, se oyen las voces de los chicos que juegan al futbol en un parque cercano. La temperatura es agradable y si no fuera por el olor a basura quemada, habría un agradable olor a flores de los jardines que rodean el campo de fútbol. Lo sé bien porque viví allí durante casi un año.

-Mira lo que han hecho -me dice en inglés mi antigua casera que me ha reconocido, desgraciadamente- han quemado mi contenedor y las llamas han vuelto a quemar el granado.

-Pues nada, ¡a joderse! -le digo en español.

-¿Cómo?

-I´m very sorry -respondo en inglés para que me entienda.

En el año que yo viví allí, me lo quemaron tres veces en distintas protestas. Llegabas a tirar la basura y no había contenedor. Una de ellas el fuego alcanzó el granado que había bajo mi terraza y estuvo a punto de pasarse a la casa. Era el día del orgullo gay y mi mujer llegaba al aeropuerto desde Madrid. Lo apagué con una manguera de agua pero los haredines volvieron a insistir. Bajé y me encaré con ellos, que no estaban dispuestos a desistir.

-¿Qué haces? ¿No ves que vas a quemar mi casa?

El haredí, un tipo de mediana edad con una barba larga y poblada, me respondió en algo que podía ser hebreo o yidish -el dialecto de los judíos ultraortodoxos de europa del este-, haciendo aspavientos que yo entendí como amenazas. Claro, el tampoco me entendía a mí y debió pensar que era un laico que se le enfrentaba. Busqué a otro ultra que hablara inglés.

-¡Por favor! -le dije a mi traductor- dígale a éste que me van a quemar la casa.

-¡Hay que protestar contra los homosexuales! -respondió el ultraortodoxo-. ¡Mancillan el suelo de Jerusalén!.

-Vale, pero la casa es mía -le dije-. Mira, si quemáis el contenedor ahí, además de quemarme la casa molesta poco. ¿Por qué no lo lleváis al medio de la calle y lo hacéis allí que además conseguiréis cortarla?.

El ultra se atuvo a razones y junto con su cuadrilla de vándalos quemaron el contenedor en medio de la calle. Algunos de ellos tendrían más de 40 años, no eran unos chicos. Al verles hacer el salvaje recordé el nombre de la calle, Shivtei Israel, que en hebreo significa "las tribus de Israel". Pensé que estaba muy bien puesto.

¡Qué diferencia con otros religiosos!. Por ejemplo Yehuda, el director de Breaking the Silence, una ONG formada por ex-combatientes israelíes. Es un tipo gordo, alto y generalmente va sin afeitar pero es extremadamente educado. Su organización ha publicado un informe de militares que participaron en la guerra de Gaza, el pasado mes de diciembre. Es de lo más variopinta, junto a religiosos hay anarquistas con rastas y todos juntos defienden un ejército con moralidad. Una tarea difícil que demuestra lo extraña y sorprendente que es la sociedad civil israelí.

La guerra asimétrica

Bahjet, su mujer y sus cuatro hijos han pasado la noche acurrucados en un rincón de su casa, a la luz de una vela, tapados con unas mantas para protegerse del frío. Me lo cuenta por teléfono - porque los periodistas no podemos entrar en la franja - y le creo porque le conozco desde hace años y, sobre todo, porque oigo a través del teléfono el tableteo de las ametralladoras y las explosiones.

-Si mañana estamos vivos daré gracias a Dios - me dice.

Su voz trata de parecer serena pero no lo está. Tiene ese tono agudo que denota angustia.

Pongo la televisión del hotel y veo decenas de personas acarreando muertos y heridos. El ejército israelí ha bombardeado una escuela de las Naciones Unidas y ha matado a una treintena de personas. Dicen que, desde allí, unos milicianos disparaban cohetes o proyectiles de mortero. En el interior del colegio había cientos de refugiados que pensaron que la bandera azul de la ONU les protegería de las bombas israelíes. Ingenuos.


Hoy, los muertos palestinos llegan superan los 1.000 y los heridos rondan los 4.500. Las Naciones Unidas dicen que el 40 por ciento son mujeres y niños. Han pasado 20 días de ofensiva y hay doscientos y pico menos muertos que en la guerra del Líbano de 2006, que duró más de un mes. Y todavía no se ha buscado entre los escombros...

Israelíes han muerto 13; 3 civiles y 10 soldados que fueron a Gaza a acabar con Hamas.

El teléfono de mi habitación del hotel suena a las 6 de la mañana.

-¿Sí?. ¿Quién es?.

-¿Óscar Mijallo? - Pregunta alguien con acento argentino -. ¿Por qué mentís en vuestras crónicas?. ¿Por qué no enseñás lo que sufre el pueblo israelí?

Me quedo con ganas de decirle que sí lo hemos contado. Que los muertos israelíes - 13 - han salido todos en TVE. Los palestinos, más de 1.000, no. Harían falta varias ediciones completas del telediario. Mi prioridad es contar los muertos civiles que caen en un conflicto. Naciones Unidas habla de más de 400 entre los palestinos y 3 entre los israelíes. Es una cifra más de 100 veces superior que da una idea de lo asimétrico de la contienda.

No sé como ese tipo ha conseguido mi teléfono pero pido en la recepción que no me pasen más llamadas. Después de casi 20 días prácticamente sin descanso entrando en directo para el 24 horas, los telediarios y los programas, estoy muy cansado, pero ese tipo me ha desvelado ya no puedo dormir. Abro mi correo electrónico y me encuentro un mensaje de un español indignado. Me acusa de estar pagado por el sionismo por no llamar terrorista al ejército israelí ni decir que el gobierno de Ehud Olmert utiliza como estrategia el terrorismo de estado.

-Bueno - pienso en voz alta - cuando los radicales de ambos lados me dicen que lo hago mal, es que algo estoy haciendo bien.


Esta guerra me ha tocado en el lado israelí porque, como si quisieran ocultar lo que está pasando, el gobierno y el ejército hebreo no permiten entrar a la prensa internacional el Gaza. Hace un par de años viví otra gran ofensiva sobre la franja en el lado palestino desatada por la captura del cabo Gilat Sahlit. Duró más de un mes y murieron centenares de personas. La artillería israelí disparaba una media de 450 proyectiles de artillería de 155 mm. y 166 mm sobre el territorio, a lo que hay que añadir los ataques desde el aire y los combates terrestres. Aquello no fue nada comparado con lo que está pasando ahora. He vivido la guerra en los dos lados y puedo asegurar que el nivel de violencia que soportan los civiles es mucho mayor en el lado palestino que en el lado israelí.

Los cohetes que lanza Hamas matan. No son una amenza despreciable pero la capacidad de destrucción del ejército israelí es mucho mayor y ello se refleja en las cifras de muertos: 13 israelíes - de los que 10 han muerto en la ofensiva, dentro de gaza, no por los cohetes - y más de 1.000 palestinos.

No pongo en duda el derecho a defenderse de Israel, pero sí el derecho a utilizar cualquier medio - en este caso el uso desproporcionado de un armamento muy superior - para conseguirlo.

Hoy, los blindados israelíes han entrado en la ciudad de Gaza. Las noticias hablan de que miles civiles huyen de los combates.

-¿Recuerdas a Yamil, nuestro conductor? - me pregunta Bahjet por teléfono.

-Sí, ¿cómo le va?

-Le han matado. El disparo de un tanque dio en su coche mientras conducía.

La comunicación se corta. No puedo reanudar la conversación. No me ha dado tiempo a preguntarle por su familia, que tuvo que abandonar la casa en la que vivían después de que fuera destruída por los combates.

Adiós, Lucera, adiós

Lucera, nuestra cabra, nació hace alrededor de un año en Egipto. Sobre sus frágiles patitas marrones pasó de África a Asia a través de lo que quedaba de la línea Filadelfia cuando la organización integrista Hamas echó abajo el muro de hierro que separaba la franja de Gaza del país de los faraones. Fue un golpe audaz contra el draconiano bloqueo israelí que, entonces, igual que ocurre ahora, asfixiaba a la población civil.


La cabra Lucera y la hija del pastor que nos la vendió

El gobierno de Ehud Olmert había sellado la franja debido a los lanzamientos de cohetes Qassam sobre la ciudad de Sderot y sólo permitía el paso de lo estrictamente necesario para evitar una crisis humanitaria. Había numerosos cortes de energía eléctrica y sólo entraban menos de cien camiones diarios cargados de harina, legumbres y algunas medicinas para una población de cerca de un millón y medio de habitantes. El bloqueo había hecho que los productos alimenticios aumentaran varias veces su precio en un lugar donde casi el 80% de la población recibía y recibe algún tipo de ayuda humanitaria.

Saleh pescaba en la playa con el agua hasta la cintura. Descalzo, con un bañador y sin camisa - a pesar de que era el mes de enero - echaba una y otra vez la red para sacar, de vez en cuando, algunos pececillos.

- Tengo la barca en la playa porque no me atrevo a sacarla. Las patrulleras israelíes han ametrallado a algunos compañeros -nos contaba.

El pescado empezaba a escasear, el pan era tres veces más caro que meses antes y el precio de la carne se había multiplicado, en algunos casos, por 10. El cierre de la franja, un territorio de 12 kilómetros de ancho por 40 de largo, impedía la entrada de ganado. Asi que, cuando los integristas derribaron casi un kilómetro del muro que separaba Gaza de Egipto, cientos de miles de gazatíes pasaron en tromba. Querían comprar todo lo que pudieran. Vacas, cabras, gallinas, corderos.... Animales que, cuando la franja se volviera a convertirse en la cárcel más grande del mundo, pudieran proveerles de carne, leche y huevos.

- No tengo tiempo para entrevistas - me dijo Bassem, un palestino que empujaba un carro cargado de comida y botes de zumos - Tengo que hacer todos lo viajes que pueda antes de que vuelvan a cerrar.

El muro era de hierro, de unos dos o tres centímetros de espesor. Para tirarlo lo habían cortado con algún tipo de autógena a unos 50 centímetros o un metro de alto, con lo que los animales no podían pasar y un antiguo camión utilizaba su grúa para pasar en volandas vacas, camellos y burros. Las ovejas y las cabras se pasaban a mano.

Los palestinos vaciaban las estanterías de las tiendas del Rafah egipcio. Compraban de todo: botes de leche para bebés, potitos, pañales, motocicletas, etc. Muchos pastores locales habían llevado sus rebaños a la frontera al oir la noticia de que una multitud de palestinos compraban de todo en el paso. Mientras, nosotros paseábamos grabando imágenes y buscando algo de alcohol, para brindar porque ese día era el cumpleaños de Dani -nuestro operador de cámara- y en Gaza es imposible conseguirlo.

Yo no pude resistirme a lo que algunos llamaron "ansias de consumo de los palestinos". Pensé que, si la Legión tenía una, ¿porqué no podíamos hacer lo mismo nosotros?. Le propuse a Dani comprar a Lucera y aceptó, aunque no pagó su parte hasta meses más tarde.

-Si no la compras tú, otro lo hará - dijo el dueño de Lucera -. Vale, por lo menos, 200 dólares.

El tipo era un árabe de mediana edad que tenía unas cien cabras metidas en una nave. Vestía una túnica azul, muy sucia y olía peor que su ganado. Rodeado de varios familiares se reía, cada vez que le intentábamos bajar el precio, enseñando unos dientes amarillos de tanto fumar la tradicional pipa de agua árabe.

- Por doscientos dólares podemos comprar 20 como esta en España - le dije -. ¿Crees que soy idiota?. Las vendes más caras que en el lado palestino.

- Mi cabra no es como las otras. Pare bien y da más leche -aseguró orgulloso.

- ¿Y a mí qué me importa? La quiero de mascota - respondí.

Al final compramos a Lucera por 50 dólares. Un precio que no estaba mal teniendo en cuenta que incluía una bolsa de mezcla de los mejores piensos - o eso decía el pastor, porque yo creo que llevaba bastante serrín - y un biberón artesanal para destetar a la cabra.


Dani con Lucera. Recién comprada

La llevamos al hotel de Gaza en el maletero de un taxi palestino. Era un viejo mercedes amarillo. Como Lucera nunca había montado en uno antes, debido a su corta edad y a que era un cabra, le cagó todo el maletero al taxista de puro miedo.

Lucera no tardó en convertirse en el centro de atención. En Ramattan, la productora palestina que nos da servicio de satélite, pensaban que nos habíamos vuelto gilipollas aunque todos salieron a ver a la cabra y les pareció encantadora.

- Deberías pensar en salir de Gaza - me dijo Mohamed, un editor de video palestino que se rapa el pelo al cero - Demasiado tiempo aquí no es bueno para los europeos. Vete a pasar unos días a España.

La paseaba por la calle atada de una cuerda mientras hacía conexiones teléfónicas para el Canal 24 horas. Nunca dio ningún problemas. Bueno, excepto cuando le presentamos a Laura Caro, la corresponsal de ABC, que se asustó y salió corriendo - la cabra, no Laura -.


Paseando a Lucera y haciendo una conexión telefónica para el 24h

Fue un tiempo maravilloso, pero al final, llegó el amargo trago de la despedida. Era un día frío, gris y lluvioso del mes de enero. Dejamos a Lucera con los hijos de Osama, un neurocirujano del hospital de Shifa, en el centro de Gaza. A los chicos les encantó aunque la pequeña, una niña preciosa con unos enormes ojos verdes, al principio se asustó y no paraba de llorar.

Desde aquel día, he llamado con regularidad a Osama para saber de Lucera. Supe que crecía sana y fuerte y que, durante un tiempo, estuvo pastando en un solar donde antes había un cuartel de la Fuerza Ejecutiva de Hamas que fue destruido por un bombardeo de la fuerza aérea israelí. Después, se la llevaron a un terreno que tiene el hermano de mi amigo y allí fue feliz durante un tiempo, correteando como la "Blanquita" de Heidi, pero con más calor.

Fueron los meses de la tregua entre Israel y los integristas. Un período que saltó por los aires cuando, hace alrededor de un mes, la noche de las elecciones estadounidenses, el ejército hebreo atacó la franja de Gaza - según la versión oficial para destruir un túnel por el que Hamas pretendía atacar israel -. El ataque terminó con el alto el fuego y desató nuevos lanzamientos de cohetes Qassam que no han causado vícimas, hasta el momento, pero han provocado un nuevo cierre de los pasos fronterizos.

Hace unos días llamé a Osama para preguntarle qué tal estaba la situación en Gaza tras un mes de cierre total de la frontera. Mis peores presagios se confirmaron.

- ¿Qué tal Osama? - le pregunté - ¿Cómo estáis todos?

- Bien, bien. Mi mujer, los chicos, todos bien.

- ¿Y Lucera?

- ¿La cabra?, bueno, verás, hacía tiempo que no venías... Teníamos una celebración familiar y ya sabes, aquí la situación no es buena.

- ¿Qué quieres decir Osama?

- Bueno, teníamos una especie de banquete para la familia, ya sabes...

- ¿Os habéis comido a Lucera?

- Sí, pero compraremos otra para cuando vengas - dijo.

Para ser sincero, no me extrañó. He de reconocer que estaba sorprendido por el hecho de que en un lugar donde casi el 60% de la población vive bajo el umbral de la pobreza la cabra hubiera sobrevivido tanto tiempo. Siempre pensé que si no la sacrificaban ellos, alguíen la robaría para comérsela.

Rezos contra la crisis

Cuando los remedios humanos no sirven hay que apelar a lo divino. Eso es lo que han debido pensar los rabinos Shlomo Amar y Yona Metzger, los más importantes de Israel, que hoy han declarado una jornada de rezo contra la crisis financiera mundial. Han pedido a sus fieles que se reunan en las sinagogas para rogar a Dios por el fin de esta situación que manda a los trabajadores al paro, cierra empresas y amenaza con dejar a la buena gente que lleva toda una vida trabajando sin sus ahorros.

Bien mirado, razones para ponerse a rezar no les faltan a los dos rabinos. Después de ver como los defensores del sistema fracasan extrepitosamente en su intento de refundar el capitalismo es normal que se echen las manos a la cabeza. Si el todopoderoso G-20 no se apaña, ¿qué podemos hacer nosotros?, han debido preguntarse.

Según la prensa Israelí el sector inmobiliario ya empieza a tambalearse, como en España. Las ventas de apartamentos han caído casi un cuarenta por ciento en octubre con respecto al mismo mes del año pasado. Un conocido diario publicaba hace unos días que uno de cada cinco israelíes vive bajo el umbral de la pobreza.


Según el gobierno, el bajo desempleo y el control de la inflación les ayudarán a capear el temporal pero, muchos desconfían del ejecutivo y tampoco se fían de los rezos. Una conocida cadena de supermercados, a medio camino entre compasión por los más necesitados y la oportunidad de mercado, ha anunciado que los jueves y los viernes regalará pan y un paquete de leche a todos los desempleados o mayores de 67 años.

-Una medida así, en un país desarrollado, pinta muy mal - me dijo un informático que estaba delante de mi en la cola del súper.

En fin, visto lo visto, es decir, cómo los cerebros económicos internacionales anuncian un día una medida infalible y al día siguiente que ésta no ha funcionado o cómo, sin comerlo ni beberlo, el ciudadano de a pie puede quedarse sin nada, quizás, los dos rabinos hayan hecho lo único que podemos hacer los demás: ponernos a rezar.

De Muros y Territorios.

Quiero retomar el blog dando las gracias a Pacho y a Bijan por fomentar el debate. Pacho me pregunta por qué lo llamamos muro cuando hay gente que lo llama valla y Bijan argumenta sobre la inconveniencia del término "territorios ocupados". Propongo un árbitro. ¿Qué tal un organismo internacional lo más neutral posible? Veamos como se refiere la Organización de las Naciones Unidas a los objetos de discusión. He encontrado en su biblioteca oficial en internet una resolución aprobada por la Asamblea General que se titula: “Establecimiento del Registro de las Naciones Unidas de los daños y prejuicios causados por la construcción del muro en los territorios ocupados palestinos”. En ese documento se hace referencia al texto de la Corte Internacional de Justicia – lo cito para dejar satisfechos a los fanáticos de la terminología jurídica correcta – que se titula: “Opinión consultiva de la Corte Internacional de Justicia sobre las consecuencias jurídicas de la construcción de un muro en los territorios ocupados palestinos”.
Bien, queda claro que en los textos oficiales de la ONU se utilizan los términos "muro" y "territorios ocupados". Además, mi sentido común me dice que cuando me refiera a una extensión geográfica puedo llamarlo “territorio” y, cuando en él hay una presencia militar extranjera constante lo puedo calificar de “ocupado”. Cualquiera que vaya a Cisjordania – por citar un ejemplo – puede ver como hay asentamientos judíos que están protegidos por el ejército israelí desde hace decenios en lo que es la ocupación militar más larga del siglo XX y que continúa en el XXI. Con respecto al muro hay que decir que, en parte de las zonas despobladas, es un sistema de vallas electrificadas, rollos de alambre de espino y zanjas pero, en las ciudades y pueblos es un gran engendro de hormigón de nueve metros de altura que encierra las poblaciones. Eso es lo que percibe la gente: Un muro casi infranqueable que, además, en muchas ocasiones, Israel construye anexionando parte de los territorios ocupados. He escrito 20 líneas y solo he hablado de palabras, no de personas. De las que mueren o se salvan cada día porque la situación, es la que es. Ha sido una discusión sobre palabras, de las que complacen a los propagandistas. A los que buscan despojar el debate de contenido. A los que prefieren argumentar si una cosa es un muro o una valla en lugar de pensar en sus consecuencias.

Calificar la barbarie

La televisión no transmite el miedo. Eso es lo que debió sentir Abu Rahma el pasado siete de julio cuando, bajo el asfixiante calor de Cisjordania, los soldados israelíes lo maniataron y vendaron los ojos. Dice que antes le habían dado una buena paliza por participar en una manifestación contra el muro, en el pueblo de Na´alin.

Uno de los militares, parece ser que un teniente coronel, tuvo la sangre fría de colocar al joven palestino en una buena posición para que un soldado le disparase, prácticamente a quemarropa, en el pie o la pierna – no se aprecia bien – a unos dos metros de distancia.

En fin, como dijo el maestro Sevilla hace unos días en su blog, “la brutalidad no tiene medida”. Quien quiera una buena ración de barbarie puede verlo en la página web del diario israelí Haaretz.

Supuestamente, el soldado utilizó balas de caucho, unos proyectiles de acero recubiertos de ese material que, los eufemismos castrenses describen como “menos letales”. Se recomienda no dispararlas a menos de 40 metros porque, más cerca, pueden causar graves heridas e incluso la muerte.

- Según como te dé – me dijo una vez Osama, un neurocirujano de la franja de Gaza acostumbrado a sacar proyectiles de los cuerpos – puede ser peor que una bala normal porque la herida es más sucia y astilla el hueso.

El ejército israelí lo califica de hecho aislado. Dice que ha abierto una investigación y que, si procede, llevará a los responsables ante la justicia, pero hay más preguntas. Según la prensa israelí – que ha estado ejemplar publicando los hechos – el soldado ha declarado que recibió la orden de disparar. Las mismas fuentes declaran que el teniente coronel se mostró sorprendido por el disparo y que todo – según la investigación – pudo deberse a un malentendido entre ambos. Una portavoz del ejército ha expresado sus dudas sobre la edición – el proceso de montaje – del vídeo.

Desde la otra parte, los palestinos se preguntan dónde se escondieron, aquel 7 de julio, los principios de la llamada “única democracia de Oriente Próximo”. Sus portavoces dicen que es sólo uno más de los abusos de poder que comete el ejército israelí y lo califican de terrorismo de estado propio de las antiguas dictaduras.

Lo que ocurrió aquel día lo grabó una niña palestina de 14 años y lo ha difundido B´Tselem, una organización defensora de los derechos humanos que ha repartido más de 100 cámaras entre palestinos de las zonas en conflicto para que graben los abusos que comenten, generalmente, los colonos judíos. Están colgados en su página web. Allí puede verse una buena colección de brutalidades. Desde el apaleamiento a unos pastores palestinos por cuatro enmascarados, hasta los testimonios de árabes que enseñan sus heridas y cuentan como los agredieron.

Gracias a internet y a las nuevas tecnologías ahora, vosotros, podéis ver, juzgar y decidir cómo calificar lo sucedido con más independencia de lo que os contamos desde los grandes medios de comunicación. Hacedlo.

Respeto a los muertos

Daniel, un lector de nuestro blog, me pide respeto para los muertos. Yo respeto a los muertos porque he visto morir a israelíes y palestinos. Y no me refiero a los cadáveres. Me refiero a que los he visto y filmado mientras agonizaban, con los ojos perdidos y la garganta seca, después de que se les acabaran las fuerzas para gritar, de que se les fuera la vida a chorros por las heridas abiertas.

Daniel dice que me olvido de que han asesinado a cuatro israelíes en el último texto que publico. No es cierto. Cuando yo lo escribí, habían muerto tres y así está escrito.

¿Sabéis? La sangre no es como en las películas. La sangre huele y, cuando hay mucha, es un olor que se mete en la garganta, que la humedece hasta la náusea y que eriza los pelos de la piel y de la nuca. Es igual la de los palestinos que la de los israelíes porque, la sangre es sangre.

Recuerdo mi primer atentado en Jerusalén. Daniel Peral, entonces jefe del área de internacional de TVE, me había mandado aquí a sustituir a Ángela Rodicio en un arrebato de locura o de inconsciencia supina que le agradeceré toda la vida.

Yo estaba comiendo un solomillo poco hecho en el Focaccia, un restaurante del centro de la ciudad, cuando oímos la explosión.

- ¿Qué ha sido eso? – pregunté a la camarera, una chica morena de ojos oscuros cuya bonita sonrisa desapareció bruscamente tras la detonación.

- Creo que otra bomba – respondió mientras dejaba en la mesa un refresco de cola.

Podía escucharse el tintineo de los hielos chocando entre sí y con el vaso porque le temblaba el pulso. Pagué la cuenta sin terminar de comer y llamé al cámara. Le dije que nos encontraríamos en el lugar del atentado y salí corriendo. Cuando llegue al cruce de Jaffa con Queji, a unos siete minutos del restaurante, había un autobús de línea reventado por la explosión, parecido a cómo quedaron los vagones del 11-M. Un terrorista suicida del brazo armado de Hamas, creo recordar que disfrazado de judío ultraortodoxo, había matado a 14 personas y herido a otras muchas. Una mujer lloraba y gritaba tanto que parecía que el corazón se le iba a salir por la boca.

- Su hija está gravemente herida. Va a morirse – me dijo Kobi, el cámara, mientras filmaba la masacre.

La explosión fue tan grande que, en los edificios colindantes, había trozos de carne humana pegados a las paredes, a los restos del autobús y a las columnas de unos soportales. Varias moscas comían en uno de ellos y olía a sangre y a carne quemada. Igual que en Beit Lahiya, tres años más tarde.

La ofensiva israelí sobre Gaza duraba ya varios días. Era un intento de liberar al cabo Gilat Shalit, capturado por milicianos palestinos aquel verano. Ese día hacía un calor insoportable. Un blindado israelí había quedado atrapado en las estrechas callejuelas y, para liberarlo, otros muchos entraron en el vecindario. Lo destrozaron.

El proyectil de un Merkava, el gran carro de combate israelí, alcanzó una casa. A través del tabique destruido podía verse parte del salón y del aseo, cuyos azulejos blancos estaban salpicados de sangre.

- Vamos por detrás, que están evacuando a los heridos – me dijo Bahjet, mi traductor, un tipo encantador – por aquí nos pueden pegar un tiro.

Al llegar, varias personas trasportaban en volandas a un miliciano sacudido, casi de lleno, por el disparo de un Merkava. Tenía el cuerpo lacerado por la metralla y las ropas hechas jirones y me pareció que me miraba. No era así. Sus ojos, nublados, estaban perdidos, como si buscara a alguien que pudiera ayudarle y no lo encontrara.

- No llegará al hospital, tiene las tripas fuera – dijo Bahjet.

Cuando los que le acarreaban llegaron a las puertas del coche que debía llevarle al centro médico los detuvieron. Los proyectiles israelíes habían alcanzado también casas con civiles dentro y había que sacarlos de allí. Otro hombre apareció con una niña de unos cuatro o cinco años en brazos. La sangre ya se había coagulado en los cabellos negros y rizados de la pequeña que tenía la cabeza echada hacia atrás, con los ojos cerrados. Sus mofletes eran gordos y de sus labios que, sin duda, minutos antes habrían podido esbozar la más bonita de las sonrisas salía un hilillo de sangre. Detrás venía una mujer con el vestido y el pañuelo típico palestino. No tuve fuerzas para preguntar – mal hecho – pero creo que era su madre porque sus ojos lloraban la misma amargura que la de la mujer de Jerusalén y su corazón también se le salía, masticado por la desesperación, entre los dientes apretados.

Yo he visto sufrir y morir a palestinos e israelíes y por eso, los respeto a ambos y más, a sus muertos porque, cuando ves morir a alguien, se va con él una parte de ti mismo.

Desde el comienzo de la intifada de al Aqsa, mis compañeros y yo hemos contado miles de historias como estas. Más de cinco mill veces sobre palestinos y más de mil sobre israelíes, según las cifras oficiales de ambas partes. Todos, en este y otros conflictos, creo, respetamos a los muertos y víctimas pero no a los verdugos, torturadores y terroristas. No a los que matan a civiles, vayan de uniforme o no y salgan sus órdenes de innobles escondrijos o de fastuosos despachos presidenciales.

Un ataque en la puerta

Parece sorprendente pero, en esta parte del mundo, hay tantas noticias que algunas vienen a donde estamos los periodistas en lugar de ir nosotros a por ellas. Yo estaba en el servicio cuando empezó todo. Oí a Taly, nuestra editora de vídeo, delgada e, hiperactiva como siempre, gritarle al cámara:

- ¡Dani, agarre la cámara y una batería y baje a la calle! ¡Deprisa!

Cuando salí me acerqué a la ventana de la oficina. Allí estaban Jaled, nuestro traductor y Jessica, la productora. Desde allí se veía un autobús municipal volcado de costado sobre la acera, con los pasajeros todavía dentro y un coche aplastado. El tremendo impacto lo había subido a la mediana que separa la calzada de las obras del tranvía.

- Parece un accidente – dijo Jessica – Dani y Taly ya han bajado.

-¿Qué ha pasado?

- Una excavadora ha embestido al autobús y a los coches y ha huído.

Como aquí hay accidentes que parecen atentados y atentados que parecen accidentes cogí el micrófono de TVE y una batería e intenté alcanzar a Dani y a Taly. La calle era un hervidero de gente. Algunos intentaban sacar a los pasajeros por la luna delantera del autobús, que estaba rota. Unos metros más allá, la excavadora seguía arrollando a vehículos y peatones. Entre todo aquel barullo yo intentaba alcanzar a Dani pero, debido a una distensión muscular en la pierna izquierda que no contaré como me hice para no dar la razón a los que me tachan de gilipollas, no podía. Quería correr pero mis andares eran una mezcla entre los de Chiquito de la Calzada y la carrera de Paquillo Fernández, el corredor de marcha.

- ¡Bensoná! ¡Bensoná! – que en hebreo significa hijo de puta, gritaba una mujer fuera de sí, enfundada, creo recordar, en una especie de malla oscura.

La policía ya había reducido al conductor del buldózer, que quedó inconsciente. Algo, quizás una pedrada lanzada por un transeúnte, le hizo despertar y reanudó su marcha asesina que ya había dejado huérfana a una bebé de unos meses. Subido en la cabina de la excavadora, un soldado de permiso, estudiante de una yeshiva, arrebató la pistola al policía que forcejeaba con el conductor. La amartilló y le descerrajó varios tiros en la cabeza.

Dani, que ese día fue el más listo de la clase, lo filmó todo. Sus imágenes fueron las mejores . Había otras de la BBC pero no tenían toda la secuencia. En fin, mejor rendimiento con la décima parte del presupuesto.

Taly, mientras, le llevaba cintas y baterías y Jessica buscaba información en la calle y pegada al teléfono. A Jaled lo dejamos en la oficina porque no era buena idea que un palestino pasease entre miles de judíos enfurecidos. Yo puse la cara en ese reportaje y recibí muchas felicitaciones pero, como dijo Rosa Calaf en su blog hace unos días : “yo sólo no haría nada”. Todos hicieron un gran trabajo.

Ahora la policía israelí dice que Hussam Dwayat, el árabe israelí que llevó a cabo el ataque, en el que murieron tres israelíes y decenas resultaron heridos, no pertenecía a ningún grupo armado y que actuó solo. Estaba casado y su mujer esperaba el tercer hijo.

La BBC publica que, según una organización de derechos humanos palestina, las autoridades israelíes le habían multado con unos 35.000 euros por construir ilegalmente su casa. Ese grupo mantiene que no fue un atentado, sino la venganza de un tipo que consumía drogas y tenía un pasado salpicado por la delincuencia contra los que, además, querían destruir su vivienda . Dicen que, en su misma situación hay miles de palestinos en Jerusalén y que es una reacción que podía producirse y podría repetirse. Israel asegura que es un atentado terrorista contra civiles y yo, mientras me coloco la rodillera y pongo la pierna en alto, me pregunto: ¿Dónde está la línea que separa ambas definiciones?

Óscar Mijallo


¿Desde qué muro? Porque aquí hay muchos muros.
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