Para Gorka, con cariño
Se cumplen ahora tres años del accidente de Gorka. Bajaba con su tabla de snow por una pista del pirineo francés cuando la infortuna se cruzó en su camino. Llevaba casco y protecciones por todo el cuerpo, pero la caída fue muy violenta. Un helicóptero lo trasladó hasta un hospital de Burdeos, donde permaneció un mes luchando con un aparato de respiración asistida. Tenía entonces 22 años y una condición atlética que le salvaron la vida. La médula sin embargo se le partió en dos. Ahora está en una silla de ruedas. Con mucho esfuerzo, tras largos días de rehabilitación, consigue mover un músculo de la espalda que le permite así empujar su brazo derecho y accionar el joystick de su silla. Un último modelo, dice, que le lleva por los carriles-bici de San Sebastián en compañía de su amigo Mikel (otro accidente, otra historia, otra silla).
Gorka es un luchador. Perdió a sus padres también de manera trágica, pero se enfrenta cada mañana a su destino con la mejor de sus sonrisas y un optimismo envidiable, consciente, tal vez, de que los días son, uno tras otro, la vida.
Estas Navidades estaremos con él. Porque Gorka es mi sobrino y la mujer que no se separa de él, mi madre, una abuela coraje. Brindaremos con cava. Alguno de mis hijos le acercará la copa a los labios y él se sentirá orgulloso de tener a sus primos cerca. Como yo me siento orgulloso de ser su tío. De sentir su esfuerzo diario como un estímulo silencioso, imparable, aleccionador...
Quería haber escrito algo sobre la muerte televisada de Greig Ewert y el debate abierto sobre el suicidio asistido. Y sobre el joven jugador de rugby Daniel James que tras quedarse tetrapléjico decidió poner fin a su vida en Suiza... Pero el caso de Gorka me golpea con demasiada fuerza, me deja el alma hecha jirones. Y el debate me resulta demasiado duro como para pretender abordarlo así, a quemarropa, en un modesto post.
Por eso, junto con Gorka y el resto de mi familia, solo me queda desearles feliz Navidad y un próspero 2009.