Rentrée con pésame y mucho flash back
Empiezo la nueva temporada abusando de este blog, aprovechándome de esta plataforma pública para escribir algo que no tiene que ver con la actualidad del Reino Unido y que, ahora que lo pienso, puede que además sea algo bastante un-British. En esta tierra de pudor y cinismo voy a hacer un ejercicio público de sinceridad y streaptease emocional.
Carlos Torreiro murió ayer, a menos de un mes de cumplir 50 años. Era un periodista y de su trayectoria profesional dan cuenta hoy las necrológicas. Pero yo no escribo para hablar del periodista, aunque tal vez también, escribo para hablar de alguien que fue un colega, un amigo e, incluso, un jefe. Con Carlos, el Torreiro, compartí muchas risas y alegrías y, también, también, broncas. Algunas, sonadas. Coincidí por primera vez con él en Radio Barcelona-Cadena SER a finales de los 80 y él fue una de las personas que propiciaron que yo pasara del departamento de programas al de informativos, que era mi anhelo. Él, Pitu Abril y nuestro querido y admirado Manel Borrell. Ahora, cuando ya es demasiado tarde, me hago la reflexión de que tal vez -como a tantas otras personas que me han ayudado- nunca le explicité suficientemente mi agradecimiento, así, verbalizándolo, GRACIAS, por aquel espaldarazo. Y es terrible. Más adelante coincidimos en TVE-Catalunya y siendo él mi jefe acepté sin casi pensármelo una oferta para trasladarme a la redacción central en Madrid. Un traslado que daría un giro determinante a mi vida. De eso hace veinte años.
La vida nos distanció y creo que la Bosch defraudaría al Torreiro si en este escrito, en este momento, no reconociera que, además de la vida misma, a ese alejamiento contribuyó el que ambos teníamos un "pronto" de cuidado, que era fácil que nos excediéramos en nuestras reacciones viscerales y nos precipitáramos al hacer cruz y raya. Pero el tiempo a veces es más sabio que las vísceras de uno y, como dice el refrán, todo lo cura. Y las pocas veces en que nos vimos en estos últimos veinte años, en alguna cena, en alguna fiesta en Barcelona, volvimos a reir juntos e, incluso, a bailar juntos. Me encantaba bailar con Carlos.
Carlos Torreiro nació en Montevideo, hijo de gallegos, y guardó siempre un gran cariño por la tierra de su infancia. A mí me gustaba tomarle el pelo y "picarlo" llamando "Picarol" a su querido Peñarol. Carlos tenía una facilidad tremenda para pasar sin rastro de acento del castellano al catalán, al gallego o al "uruguayo". Y una de sus performance clásicas era imitar a Serrat. Lo clavaba. Y a mí me divertía especialmente cuando imitaba la versión de Manzanita del "Ramito de violetas" de Cecilia. A veces se ponía a cantarlo simplemente para provocarme la risa. Carlos tenía el don de divertirnos. Tanto que algunos nos preguntamos si no era en parte un mecanismo para ahuyentar una melancolía interior.
Carlos era el hermano pequeño, pero como escribe Dídac Boza, otro amigo común, se le daba bien lo de hacer de hermano mayor de los amigos, diría que tenía cierta vocación.
El Torreiro se hacía querer y, también, detestar. La vida nos distanció, pero hoy los recuerdos entrañables y divertidos ganan por goleada. Son recuerdos de la radio, de las cenas en mi casa o la de nuestra querida Marisol Castillo, de las copas en el Snooker, las fiestas de cumpleaños, los baños a medianoche en la Barceloneta o Badalona... De la manifestación contra el atentado de Hypercor, del gran apagón en Barcelona o del entierro de Dalí en Figueres... Recuerdos de una época irrepetible. Porque él ya no está y porque ya nunca volveremos a tener veintitantos años y toda una vida por delante.
PD Mirito, un abrazo fuerte.